No hay manera que cada vez que se escucha la canción “You Can Leave Your Hat On” no se simule un striptease. Pruébelo o recuérdelo el lector. En cualquier fiesta con karaoke, en cumpleaños y eventos apenas suena el tema popularizado por Joe Cocker, alguno o alguna intenta bailar sensualmente -con mayor o menor nivel de habilidad o ridiculez-. Y esto se debe la película Nueve semanas y media que en 1986, mostró a una sensual Kim Basinger en un baile caliente con Mickey Rourke como espectador. Lo que pocos sabían es que esa rubia explosiva y sensual había tenido una infancia violenta y atravesado amores complejos. Y que tuvo una vida intensa y plena, con altos y bajos, y algunos hechos que la marcaron como una de las grandes figuras de Hollywood de las últimas décadas.
The quiet girl
Don y Ann, sus padres se casaron muy jóvenes y tuvieron cinco hijos más dos adoptados. Lo que parecía un proyecto de familia ideal no lo era. Ann había sido una bella modelo y experta nadadora que formó parte en los ballets acuáticos de varios filmes de Esther Williams, la sirena de Hollywood y dejó todo -más por mandato que por elección- para cuidar a sus hijos. Don, que participó en el desembarco de Normandía en la Segunda Guerra Mundial, para mantener la economía de la casa abandonó sus sueños de ganarse la vida como trompetista y pianista de jazz por un puesto de empleado bancario.
Aferrado a la religión metodista, le dio a sus hijos una estricta formación basada más en el temor que en el amor a Dios. La frustración del hombre se transformaba en violencia. “Mi padre me propinaba tremendos sopapos en público. Quería que me comportara como un soldadito. Me dejaba la cara marcada si me rebelaba. Por orgullo, aunque se me saltaran las lágrimas me mantenía impasible. Eso lo enojaba más. La pasé muy mal de niña. No era la favorita de papá ni la confidente de mamá”, contaría Kim sobre aquellos días.
Tercera de sus hermanos, en su casa era muy histriónica, solía bailar, cantar y tocar el piano, pero también se encerraba horas y horas en su cuarto hasta que alguno de sus hermanos subía a comprobar si estaba viva. Fuera de su casa experimentaba una timidez casi patológica. La primera vez que actuó en un acto escolar se desmayó. El colapso fue tan grande que terminó en una ambulancia y con la prohibición de leer en público.
Como solía quedarse callada y no participaba en clase, las autoridades escolares pensaron que tenía problemas cognitivos y la pusieron en un curso con alumnos con dificultades de aprendizaje. Sus padres no la entendieron. “Siempre fui la loca de mi familia, la rebelde, la insatisfecha, la oveja negra, alguien a la que no era posible comprender. La mancha de tinta en un mantel finísimo, primorosamente bordado y duro de almidón. Cuando triunfé, empezaron a aceptarme. Y yo los perdoné. Sin rencores”.
Modelo por necesidad, actriz por vocación
En la adolescencia, Kim descubrió que era bella y seductora pero seguía tan reservada que la llamaban “señorita intocable”. Esa mezcla de ángel diabólico que luego enloquecería a Hollywood comenzó a despuntar la vez que se presentó al concurso de talentos de su escuela. Realizó un striptease al ritmo de “The game of love”. Sus compañeros la ovacionaron y las autoridades de la escuela la expulsaron.
Su belleza era tan evidente que ese mismo padre que la abofeteaba en público le apostó para que se presentara a un concurso de belleza. Ella lo hizo solo por ganar el desafío y se coronó como Miss Athens Juvenil, luego de sorprender a todos cantando “Wouldn’t It Be Lovely”, del musical My Fair Lady. “Dudaban que hablara y mucho más que supiera cantar”, recordaría orgullosa.
Decidió dejar Georgia para presentarse al título de Miss Estados Unidos en la Gran Manzana. Sabía que en el concurso le preguntarían cuáles eran las dos personas que más deseaba conocer y como no se le ocurría quién, llamó a su padre para que le diera una sugerencia. “Pedí conocer al alcalde de Nueva York”, fue su astuta respuesta. Es que el padre sabía que el hombre era Eileen Ford que, además de su puesto público, era el dueño de la famosa agencia de modelos.
Apenas vio a esa rubia escultural de solo 17 años, Ford la contrató y Kim comenzó a ganar fortunas. Primero, se llevaba un promedio de mil dólares por día, después los cheques se acumulaban en su bolsillo y por un solo trabajo cobró 25 mil dólares. Lejos de pasarelas y fotógrafos, a la noche, la que se había convertido en una de las modelos más cotizadas se presentaba en los clubes bohemios del Greenwich Village para cantar camuflada bajo el pseudónimo de Chelsea.
Aunque ganaba fortunas detestaba su trabajo, tenía grandes altibajos anímicos y sentía que no encajaba en ese mundo. “Como modelo de ropa fui un fiasco, dura, antipática, tensa. Me ponía histérica al pensar que los hombres tenían sus ojos clavados en mis glúteos, que los clientes me desnudaban impunemente disfrazados de grandes señores, y que no podía hacer nada para impedirlo. Para colmo de males, debía sonreír”, recordaría. Luego de cinco años de trabajar como modelo confeccionó una lista de lo que deseaba lograr y eso era triunfar en Hollywood.
Apenas puso un pie en la Meca del Cine se dijo “Dios te dio un buen aspecto, úsalo”. Y vaya si lo usó. No había terminado de instalarse cuando consiguió un papel pequeño en la serie Los Ángeles de Charlie. A las semanas, la llamaron para convertirse en una chica Bond en la película Nunca digas nunca jamás con Sean Connery, y al mismo tiempo para posar para la revista Playboy. Sus amigos le vaticinaron que esas fotos le cerrarían las puertas de los estudios y que solo iban a ofrecerle subproductos de contenido erótico. Se equivocaron.L
os estudios se fascinaron con esa mujer que exudaba una sensualidad descarada pero con una mezcla de vulnerabilidad poco frecuente. La convocaron para las mejores películas con los grandes galanes. Filmó con Burt Reynolds -Mis problemas con las mujeres-; con Robert Redford -El mejor- y con Richard Gere, -Atrapados sin salida-. Se coronó como símbolo sexual en la cinta pseudoerótica Nueve semanas y media, con Mickey Rourke. Y Los Ángeles al desnudo le dio su único Oscar.
Un matrimonio para el olvido y un romance fugaz con Prince
Su primer marido fue el maquillador Ron Snyder-Britton al que conoció en la película Hard Country. Un año después, en 1981, y pese a la diferencia de edad -él era 10 años mayor- se casaron e instalaron en una mansión en Georgia. Todo parecía ir bien, pero Kim fue diagnosticada con agorafobia y no salió de su casa por seis meses.
Los rumores aseguraban que él la tenía dominada y manipulaba su carrera a su antojo. Según la versión que él contaría en su libro Kim Basinger: Longer Than Forever, se trataba más bien de lo contrario: ella le pidió que se cambiase el apellido Snyder por Britton y lo coaccionó para que dejase de trabajar para que se dedicara a ella.
Al final, tras ocho años de matrimonio y acusaciones de infidelidad mutuas, se separaron en 1988. Kim aseguró que dejó a Ron por ser un “vago y mantenido”. Él contraatacó amenazándola con contar sus intimidades si no accedía a sus pretensiones económicas. Al final, el ex logró una indemnización de varios millones de dólares y se quedó con la casa común, los nueve perros y los diecisiete gatos de ella. Lo llamativo fue que Ann Lee, la madre de Kim, en vez de defenderla se alió con su exyerno y dejó de hablarle durante varios años.
La rubia secó sus lágrimas y comenzó a noviar con Jon Peters, que de peluquero de famosas había pasado a productor de cine. Peters era el productor de Batman, y Kim consiguió el papel que quería para esa película. Allí perdió la cabeza por Prince, que compuso canciones para la banda sonora. “Solo diré que en esa época no me privé de nada”, recordaba al ser consultada sobre dicho romance.
Actriz y música llegaron a grabar un disco, Hollywood Affair, donde un mito asegura que se pueden escuchar los gemidos de pasión de la pareja. Años después, esa relación se convertiría en un mal recuerdo. “Prince competía conmigo como una mujer. Cuando se cansó de gozarme, mi personalidad y mi éxito lo alteraron. Controlaba mis llamadas telefónicas, me celaba sin motivo. Su persecución me bajó las defensas. Me deprimí y volvió a surgir mi complejo de inferioridad”.
Las crónicas de época dicen que también vivió un romance con Michael Keaton y que la mujer del actor los encontró besándose y no por exigencias del guion. Keaton quería romper su matrimonio y empezar otro con la rubia pero ella declaró lapidaria “Solo me enamoraba vestido de Batman, estaba tan sexy que me enloquecía”.
Siguió un romance con su entrenador personal, Phil Walsh. Filmando El hombre casado se enamoró de Alec Baldwin. Comenzaron a noviar y sellaron su compromiso con un anillo que costó cien mil dólares. Vivieron un turbulento matrimonio entre los ataques de ira del actor y los caprichos de ella. En 1995 y en plena crisis, nació la primera y única hija de la pareja, Ireland. En 2000 se divorciaron en un proceso que duró seis años.
Malas ideas, peores inversiones
Si muchos amores de Kim fueron conflictivos, sus inversiones fueron dudosas. En 1989 decidió comprar no una mansión sino una ¡ciudad! Adquirió Braselton, en Georgia, por 20 millones de dólares. Se rumoreaba que su amor por ese pueblito de 500 habitantes venía de su adolescencia porque allí había perdido su virginidad. Cierto o no, su objetivo era construir en esas 710 hectáreas un parque temático dedicado a Hollywood y estudios cinematográficos. El proyecto nunca se llevó a cabo y finalmente vendió la propiedad por solo 2 millones de dólares.
Sus cuentas no se habían terminado de acomodar cuando en 1993 fue demandada por incumplimiento de contrato al no participar de la película Boxing Helena. La condenaron a pagar más de ocho millones de dólares, pero logró reducirla a casi la mitad luego de declararse en bancarrota. Lo peor no fue el dinero que perdió sino que, a partir de ese momento, su nombre fue tachado de la lista de los hombres poderosos de Hollywood.
La prensa tampoco ayudó para mejorar su imagen. Durante años, Kim fue galardonada con el Premio Limón a las figuras más antipáticas. Ella además tomaba algunas decisiones que acrecentaban su mala fama. Retrasaba las jornadas de rodaje porque se negaba a grabar con la luz del sol, lavaba su pelo constantemente con agua de la marca Evian y se llevaba toda la ropa que usaba en las película para revenderla. Durante seis años seguidos se negó a ir a la entrega de los Oscar y no promocionó sus propias películas. La comenzaron a llamar “la actriz recluida”.
Entre proyectos que no llegaban y otros que llegaban pero rechazaba -como protagonizar Atracción fatal- sumado a sus problemas de ansiedad agorafobia y consumo de cocaína, hicieron que poco a poco se fuera retirando del mundo del espectáculo. Su última aparición en la gran pantalla fue en 2018 con su papel secundario en Cincuenta sombras más oscuras.
En pareja con el peluquero Mitch Stone, convive con él desde el 2014 y es abuela de una niña llamada Holland. Alejada de los sets, conserva su pasión por los animales. En su Instagram se define como”Actriz que espera que algún día toda la humanidad trate a los animales con el respeto que merecen”. Quizá ya no se considera como alguna vez dijo “la chica más afortunada del mundo”, pero a los 70 años si repasa su vida sigue asegurando “pueden matarme pero no comerme”.