En pantalla fue una estrella porno abusada por su pareja, una adolescente que predecía el clima usando sus senos y una hija que no sabía cuál de tres hombres era su padre. En la vida real es una buena chica que, según declaró, no consume drogas, no ingiere comida chatarra y jamás protagonizaría una portada de una revista para hombres. Sobre todo, es alguien que elige ser actriz pero no trabajar de famosa. Amanda Seyfried prefiere ser humana antes que ser estrella. Y hoy, celebra su cumpleaños 38.
A los 11 años, Amanda Michelle Seyfried comenzó su camino a la fama modelando para distintas marcas. La pasarela fue trampolín para llegar a la televisión donde debutó en la serie All My Children. Un productor quedó atrapado por esa jovencita de rostro bellamente extraño y dueña de uno de esos pelazos que podía disputarle a Farrah Fawcett y Jennifer Aniston, el trono de cabelleras perfectas. Y la convocó para coprotagonizar Chicas pesadas con Rachel McAdams y Lindsay Lohan.
Amanda sintió que tocaba el cielo con las manos. Su rol no era el principal pero sí se notaba. Karen Smith (alerta spoiler) era una adolescente que integraba el equipo de las populares aunque no se mostraba muy lúcida. Su característica peculiar era predecir si llovería o no, solo tocándose los senos. Cuentan que originalmente Lindsay Lohan interpretaría a Regina, rol que luego quedaría para McAdams y que Seyfried encarnaría a Cadey, la joven que luego de vivir en África debía adaptarse a una secundaria estadounidense. Pero a último momento Lindsay se quedó con ese papel, ya que no quería que su público la relacionara con una villana y Seyfried bajó de protagonista a coprotagonista.
La película fue un éxito pero la rubia descubrió que la fama también tiene su lado oscuro y violento. En una entrevista en Marie Claire contó que muchos desubicados le preguntaban en lugares públicos si estaba lloviendo, en espera de que se tocara los senos. “Siempre me sentí realmente asqueada por eso. Tenía como 18 años. Era asqueroso”.
Además de las situaciones de acoso que padeció, también comprendió que ser famosa y joven no siempre era compatible. “Creo que ser realmente famoso (de joven) debe ser una mierda”, aseguró en la misma entrevista. “Veo a los actores más jóvenes que piensan que tienen que contratar seguridad. Creen que tienen que tener un asistente. Creen que todo su mundo ha cambiado. Puede ser estresante”. Viendo cómo la pasaban muchas estrellas adolescentes, decidió hacer algo que casi infarta a su representante. Se compró una granja con pollos y cabras en el norte de Nueva York y por un tiempo se alejó del foco mediático.
Decidió que trabajaría no para ser famosa sino solo reconocible. Sin desesperar, rechazó todas las propuestas que le llegaban para seguir interpretando roles de rubia bonita aunque tonta. Solo aceptó unirse a Big Love de HBO, porque era un papel que estaba lejos de su rol en Chicas pesadas. Participó en algunos cortometrajes pero no mucho más.
En 2008 le llegó una propuesta imposible de rechazar. Trabajar en Mamma Mía junto a Meryl Streep, Colin Firth y Pierce Brosnan. Le pareció el rol ideal. Haría lo que más amaba: actuar pero sin padecer la presión de los medios que recaería en sus famosísimos compañeros. Esa película cambió su vida: “Pasé de ser estrella invitada, de hacer películas pequeñas en su mayor parte, a ser el personaje principal de una película enorme”, admitió por entonces. “Tuve la oportunidad de trabajar con gente increíble. Meryl Streep era mi madre”.
Le siguieron distintos trabajos donde fue matizando propuestas más livianas con otras historias más oscuras, protagónicos absolutos con coprotagónicos interesantes. Así fue a heroína de historias románticas como Cartas a Julieta y Querido John. Fue una Caperucita que mezclaba fantasía y terror en La chica de la capa roja, volvió a deslumbrar con su voz en Los Miserables y estuvo en regreso de David Lynch en Twin Peaks: the return.
El año 2013 la encontró en uno de los papeles más jugados de su carrera. Fue Linda Lovelace, la mítica protagonista del polémico filme Garganta Profunda. La película contaba con varias escenas donde ella debía aparecer desnuda y cómo se sintió era la pregunta recurrente en las entrevistas de promoción. Ella aclaraba que “No hay ninguna parte en esta película que me haga pensar: ‘¡Oh, está desnuda. Es una estrella del porno!’. Hemos simulado algunas escenas, pero no hay contenido explícito en esta película, en absoluto”. De las complejas tomas compartidas con junto con Peter Sarsgaard, en el rol de su violento que marido remarcó: “Nosotros dos no somos tímidos con nuestras partes íntimas. Tampoco es que fuéramos caminando por ahí con nuestros genitales fuera.... Eso hubiera sido un poco extraño para mí”. Pero enfatizó que se negaba a filmar desnudos integrales porque “no tengo ningún interés en que la gente vea mi vagina. Es sólo una cuestión personal. No me importaría ver las vaginas de otras personas”.
Aunque en Lovelace se sintió cómoda en las escenas de desnudos no siempre fue así. En una entrevista con la revista Porter reveló que en sus inicios fue presionada para exhibir su cuerpo. “Con 19 años, tuve que ir por ahí sin ropa interior... ¿Cómo dejé que eso sucediera? Ya sé por qué: Tenía 19 años y no quería molestar a nadie, y quería mantener mi trabajo. Fue por eso”.
En su vida amorosa, el casillero “romance escandaloso” permanece vacío y eso que el amor con su marido, Thomas Sadoski comenzó de manera compleja. Se conocieron cuando actuaron juntos en The Way We Get By. Ella estaba de novia con el actor Justin Long y Sadoski estaba casado hacía ocho años. Nunca intentó seducirla pero sí la ayudó a superar los ataques de pánico que Amanda solía padecer. Nació un vínculo muy fuerte pero sin traiciones a sus parejas.
Recién un año después, cuando ambos habían roto sus relaciones, comenzaron a salir. Se casaron discretamente en 2017. La boda salió sin planificar, lo hicieron de manera espontánea tanto que no hubo fiesta sino un pequeño brunch en una cafetería de la zona. Días después nació su primer hijo. A Seyfried le gustó tanto dar a luz que luego del parto se entrenó para convertirse en doula.
Aunque Amanda no suele contar mucho sobre su matrimonio, admitió que hubo un momento complejo. En Mamma Mía, vamos otra vez, la actriz debía mantener un romance ficticio con el actor Dominic Cooper que había sido su pareja en su vida real. A Thomas la posibilidad de que su mujer se anduviera besando con un ex no le gustó mucho. A ella la reacción de su marido no le pareció tóxica sino entendible. “Prefiero que esté celoso a que le parezca completamente bien. Su actitud ha sido genial. Me apoya mucho y le encanta esta película”, aseguró.
Amanda es una de las artistas que se atrevió a contar que ser una celebridad no garantiza inmunidad ante las enfermedades mentales. Con valentía reveló que fue diagnosticada con un trastorno obsesivo compulsivo. “Tomo Lexapro (antidepresivo), y no creo que deje de hacerlo. Llevo tomándolo desde que tenía 19 años, así que son 11 años de tratamiento. Es una dosis muy pequeña. No veo por qué debo dejar de tomarla. Me da igual que sea o no efecto placebo, no quiero arriesgarme”.
Sobre su diagnostico explicó que “Tenía muchos problemas de ansiedad que estaban relacionados con el TOC (trastorno obsesivo compulsivo) y pensé que tenía un tumor en el cerebro. Me hicieron una imagen por resonancia magnética, y el neurólogo me puso en contacto con un psiquiatra”. Su testimonio y su fama sirvieron no solo para alertar sobre las enfermedades mentales sino, sobre todo, para destacar que con el tratamiento adecuado se curan o al menos se controlan. “Las enfermedades mentales son algo que la gente considera en otra categoría, pero no creo que sea así. Deberían ser tratadas igual que el resto de las enfermedades”.
Hoy Amanda alterna sus días entre la fama controlada y la vida discreta. Para bajar tensiones suele ponerse a tejer, realiza sweaters, guantes, gorros y todas sus amigas cuentan con una manta que salió de sus manos. Le gusta saltar la soga y no para hasta llegar a mil. Le gusta ayudar por eso representa a la organización INARA, una ONG que brinda acceso a asistencia médica a niños afectados por la guerra. Asegura que si no hubiera sido actriz le hubiera gustado ser meteoróloga. Detesta los tratamientos con botox y suele enojarse si alguien le ofrece uno. Aunque no le gusta asistir a los estrenos de películas, en galas y alfombras rojas suele deslumbrar con diseños exclusivos y joyas de lujo. Y aunque parezca extraño prefiere salir a andar a caballo que producirse para un evento.
Si la invitan a una entrevista en televisión, minutos antes de enfrentarse a las cámaras beberá un vaso de whisky porque la ayuda a relajarse y podrá contar, por ejemplo, que ama platónicamente a Leonardo DiCaprio desde que lo vio en Titanic. Nunca le importó ser famosa y está feliz de ser apenas bastante conocida. Si le preguntan si es idealista contesta que “No demasiado. Soy muy realista sobre el presente y puedo ser optimista sobre el futuro. Trato de no pensar demasiado en el porvenir, porque me aterroriza”. Respuesta más acorde a esta cronista argentina que a semejante estrella de Hollywood.