Remeras de The Smiths, alguna que otra de The Cure (ramalazos de un sábado inolvidable con un Robert Smith & co, superlativos en el Parque Sarmiento), los icónicos Christian Death o los fundacionales Swans y, como amplios ganadores, Joy Division -incluidos tatuajes de la sísmica portada del basal Unknown Pleasures- fueron las pecheras musicales de la congregación oscura que llegó al C Complejo Art Media en la noche del martes.
La cita obligada para almas atormentadas fue con los británicos Slowdive que justificó, una vez más, el revival centennial hacia etéreos y fantasmagóricos sonidos como el shoegaze, dream pop y espaldarazos post punk que funcionaron como los últimos estertores del reciente Primavera Sound Buenos Aires.
El festival español prolongó, bajo una serie de sideshows (también denominado Primavera en la Ciudad), las descargas de la multifacética Róisín Murphy (el lunes también en el CCAM) y el de Black Midi, el mismo día en La Trastienda. Y, para la jornada siguiente, además se trasladó hacia un recinto íntimo una propuesta digna de un espacio cerrado: el del grupo formado en Reading, Inglaterra, allá por 1989, imitando a otros seres de la introspección musical desprendidos del último line up del Lollapalooza Argentina de marzo: el concierto de los estadounidenses Cigarettes After Sex que aterrizaron en el Teatro Vorterix de Colegiales.
Luego de un hiato de casi dos décadas (1995-2014), y tres discos editados -Just for a Day (1991), el seminal Souvlaki (1993) y Pygmalion (1995)-, Slowdive debutó en Argentina en mayo de 2017 (Niceto Club) con su flamante disco homónimo (Slowdive) bajo el brazo. Por otro lado, el guitarrista, vocalista y compositor Neil Halstead llegó al país en junio de 2013, en formato solista y mientras el grupo seguía en stand by, e interpretó dos temas de su cosecha histórica: Alison y Dagger.
Son las 21:05 de la noche del martes, puntapié del concierto. La estética fabril e industrial del C Complejo Art Media -con persianas que cerraron el costado izquierdo del interior del lugar- abrevaron el sonido de Slowdive: un mantra atmosférico que recorrió las cabriadas del techo y se proyectaron entre las columnas de esta especie de galpón musical que funcionó como una fría y acondicionada caja de resonancia metálica que contuvo la vibración del combo inglés.
Este reducto, que da a un sector del omnipresente cementerio de Chacarita enfrentado al Parque Los Andes, enmarcó a la perfección la procesión oscura que se acercó al cruce de Dorrego y avenida Corrientes. La tríada iniciática (Shanty, Star Roving y Catch the Breeze) que sonó de Slowdive en Saavedra tuvo su réplica puertas adentro en Chacarita, para estos hijos dilectos de My Bloody Valentine que brindaron un concierto onírico.
Esa ensoñación ya se remite al origen del nombre del grupo. El bajista Nick Chaplin reveló que soñó el título del single (Slowdive) perteneciente al quinto álbum (A Kiss in the Dreamhouse) de los míticos Siouxsie and the Banshees. ¿Coincidencia con la orientación musical de su arte? Quien sabe.
Lo que es seguro es que la voz de la, además tecladista, Rachel Goswell -apenas comenzó el concierto- tuvo tintes cavernosos, sórdidos y perdió la forma lírica. Las letras de cada canción se extraviaron detrás del “duelo” de guitarras entre Neil Halstead y Christian Savill lo que generó, durante varios pasajes del show, una sonora “bola” amorfa, que retumbó y recorrió cada viga reticular del tinglado.
La voz de mando de Halstead asomó firme desde el tablado, marcando una notable diferencia con la propuesta vocal de Rachel. Los susurros del guitarrista resultaron más nítidos y no se amalgamaron con la percusión de Simon Scott, la textura afelpada de los teclados o el punteo del bajo de Chaplin: se entronizaron por sobre lo instrumental, dándole más presencia a las canciones que entonó.
Es que el shoegaze de Slowdive tiene sus trampas. Y sus virtudes. Somete al escucha a un trance que puede mutar al sopor si no se tiene el oído acostumbrado a ciertos climas musicales opresivos. Por eso, lo que se vio en el recinto de Chacarita fue a varios espectadores con los ojos cerrados, vibrando y moviéndose al ritmo de Sleep, el tema de Eternal -la banda que integró Savill antes de unirse a Slowdive- o bien con Crazy for you, del álbum Pygmalion.
La ronda de clásicos comenzó con Souvlaki Space Station, de aquel segundo disco (Souvlaki) que los posicionó como un número fuerte en la escena británica, 30 años atrás. De aquel icónico álbum, del cual eligieron Alison, 40 days -el cierre de la noche-, When the Sun Hits y Dagger, canción que tuvo una particularidad en Argentina.
En la valla había una fanática del grupo con un cartel que decía “Can I Play Dagger With You?” (¿Puedo tocar Dagger con vos?) y dos corazoncitos que reforzaban el ruego de la joven. Y Rachel le cumplió el sueño a su seguidora: la hicieron subir al escenario, le calzó su guitarra y punteó la canción en cuestión, embargada por una emoción contagiosa (sentido abrazo con Goswell incluido), como la que atravesó a los presentes en Golden Hair, la gema del “diamante loco” pinkfloydiano: Syd Barrett.
El flamante disco Everything is Alive, de este 2023, inspirado en la pérdida de los seres queridos durante la pandemia de covid, también tuvo su lugar con Kisses y el ya mencionado Shanty y The Slab entre luces violetas, azules, verdes, rojas y amarillas, alternadas a lo largo de la velada.
Durante todo el concierto, una tenue cortina de humo dibujó -a la distancia- la silueta de los músicos, quienes no pararon de sorprenderse ante el repertorio de cantitos de la gente. Y luego de una hora y media de show, fueron eyectados hacia la otra oscuridad: la de una calurosa noche porteña post shoegaze.