“Yes, it really, really, really could happen”, entonó Damon Albarn en el último estribillo de Primavera Sound Buenos Aires. Blur estaba redondeando su hora y media de show con “The Universal” -que debieron comenzarla de nuevo porque entraron a destiempo en la primera estrofa- como broche para el resumen de sus algo más de tres décadas de recorrido. Los ingleses estuvieron acompañados por una multitud transpirada y rendida a sus pies que sentía que sí, que verdaderamente puede pasar que tu banda favorita cante en una ciudad más o menos cerca de tu casa, dándole otra vuelta y otro significado a esas canciones imborrables con las que crecieron a la par.
En esta vuelta al país de la banda insigna del britpop los fans locales tuvieron un lugar destacado. Entre “End of The Century” y “Country House”, Albarn pidió que le alcanzaran un trapo en el que se leía “Pupi La Plata” circundando un chopp de cerveza. “Esta bandera viajó con nosotros de gira todo este año. Y la gente que nos la regaló quería que nosotros se la diéramos cuando volviéramos a cantar a este país. Entonces, la devolvemos como una especie de ritual”, explicó y lo hizo subir al tal Bubi, que abrazó al cantante mientras lo registraba todo en modo selfie. “La devolvemos para que continúe el espíritu en nuestros corazones y las buenas relaciones entre Argentina e Inglaterra”, pidió Damon y desde el campo brotó espontáneo un “¡Argentina, Argentina!”.
Un par de temas después, para la balada “To The End”, subió otra fanática llamada Daniela, que la cantó de rodillas, conmocionada y cara a cara con el frontman del diente de oro. Sí, de verdad puede pasar algo como esto.
Antes, el show había tenido un comienzo casi calcado al de The Ballad Of Darren, su más reciente álbum y argumento por el cual la banda decidió reagruparse tras un hiato: “The Ballad”, “St. Charles Square” -con Damon en el piano- y “Barbaric” salieron juntas aunque apenas interferidas por una versión agridulce de “Popscene”.
En plan de mostrar sus distintos encantos como si fuera la última noche (que de hecho lo fue, siendo la última parada de la gira y quién sabe cuándo volverán a estar juntos sobre un escenario) la banda expandió y acomodó el audio de acuerdo a lo que pidieran las canciones. En “Beetlebum” -entre lo más sexy de todo el catálogo del britpop- desarmaron el feedback del final en una zapada sónica. En “Advert” se comprimieron como una banda punkie que gasta un espacio de 1 x 1. Para “Girls & Boys” estiraron el tempo y parecían gritarle “you should be dancing” a la multitud. Y en la notable “Out of Time” simularon ser una pequeña orquesta multiétnica impulsada por el swing percusivo de Dave Rowntree.
A la inversa de lo que se puede esperar de un show festivalero, Blur puso por delante su lado más arengador (”Parklife”, “Song 2″) y de a poco fue desarmando ese clímax con elementos midtempo como “This is a Low”, “The Narcissist” y “For Tomorrow”, entre las favoritas de los fans más ortodoxos.
Apenas después del final con “The Universal”, una cinta disparó “Le temps de l’amour” (Françoise Hardy) que les sirvió para fundirse en el abrazo grupal con el que parecían celebrar el hecho estar juntos una vez más después de todo. Porque, como habían voceado un rato antes en “Tender”, “Love is the greatest thing that we have”.
Un rato antes y cuando la noche ya era un hecho, Pet Shop Boys pusieron a bailar a la multitud con una verdadera clase de pop y libertad. El detalle estuvo en la ropa del cantante Neil Tennant, quien salió a escena de guardapolvo y comandando la apertura de esa especie de jaula led en la que se había transformado el escenario. Y empezaron a salir varios de esa colección de hits indestructibles que edificó mano a mano con Chris Lowe, cerebro techno del dúo. “Suburbia”, “Can’t Forgive Her” y hasta un meddley hecho de “Where The Streets Have No Name” (U2) y “Can’t Take My Eyes Off You” (popularizada por Gloria Gaynor) marcaron la primera etapa del set.
Para la sección más oscura y bolichera (”Domino Dancing”, “Love Comes Quickly”, “Paninaro”), Neil cambió el atuendo de profe por un gorrito blanco y un traje negro que lo hacían ver como un alfil bicolor, pieza que en el tablero se mueve oblicua, de manera análoga a la música de PSB si se la contextualiza en la historia del pop. Y cuando se calzó un capote plateado, fueron hacia lugares más festivos: ”Go West”, “Always on My Mind”, “Dreamland”.
En el final, Neil y Chris quedaron solos, frente a frente, con sobretodos negros y debajo de unos faroles amarillentos con un fondo urbano: puro film noir y sin estridencias para enmarcar las últimas dos, “West End Girls” y “Being Boring”.
La jornada se había presentado como un domingo veraniego, casi a contramano de la propuesta pero de todas maneras marco ideal para la segunda y definitiva jornada de Primavera Sound Buenos Aires. En Parque Sarmiento el termómetro superó los 30 grados y el sol, sin una nube de filtro, pegó más fuerte que el sábado. Así, cualquier elemento que hiciera sombra estaba copado de gente, mientras que algunas pequeñas multitudes intrépidas se plantaron frente a los escenarios como si nada.
El inicio simultáneo a las 14.30 de Winona Riders, Juana Rozas y Limón marcaron las primeras opciones para el público tempranero que de a poco fue poblando el predio. Al finalizar la noche unas 50 mil personas habían pasado por aquí, que se sumaron a las 55 mil del sábado y a los 15 mil que también compraron entradas para los shows programados en Primavera en la Ciudad del lunes (Róisin Murphy, Black Midi) y el martes (Slowdive).
Beck y su multiprocesadora de cultura pop
“Qué onda, güero?”, saludó Beck Hansen como si estuviera en México y apenas después de quemar las naves con “Devil’s Haircut”, la primera de un set colorido, ecléctico, multiforme, tal como viene sonando desde los primeros 90s. Un repertorio que, visto en retrospectiva, suena congruente con la corriente época y hasta le da la razón a los cuestionados Babasónicos de Dopádromo.
Secundado por una banda que se adapta a sus caprichos, el cantante salió con su melena enrulada y un saco azul marino para bailar y manipular como quiso a esa banda que es un multiprocesadora de cultura pop con enjundia rocker. Su indudable marca registrada en la que caben el funk blanco, el hip hop y hasta la electrónica: algo que en este caso quedó de manifiesto en pequeños clásicos como “Nicotine & Gravy” y “The New Pollution”. Y ni hablar cuando sonó ese hit indestructible que es “Loser”, que ya tiene más de 30 años y sigue sonando fresco con ese estribillo mitad en castellano mitad en inglés que se anticipó por mucho al boom actual de la música en este idioma.
Antes de eso y para mitigar la espera, Damon Albarn salió como cantante invitado pero no para hacer una de Blur -el gran cierre de esta noche-, sino “The Valley of The Pagans”, que firmó con Gorillaz. Así, y con un cierre caliente con “Where Is At”, subió la expectativa de lo que está por venir. En la otra punta del predio, mientras tanto, Milo J invocaba a Charly García por segunda vez en el festival para hacer una sentida versión de “Los dinosaurios” con una bandera argentina de fondo.
Domi & JD Beck, mutantes de conservatorio
Son sub 23, se conocieron en el conservatorio, fueron apadrinados por Anderson .Paak y Thundercat y sorprendieron al mundo desde su celebrado y colorido Tiny Desk. Domi & JD Beck son un inusual dúo de jazz conformado por la pianista francesa Domi Louna -sobremaquillada con fucsias vivos- y el baterista yanqui JD Beck -cara de nene travieso-, que consolidan un groove psicodélico en donde nada está librado al azar y siguen las partituras.
Suites en su mayoría instrumentales (“Duke”, “Havona”, “Smile”) que tocan enfrentados, rodeados por un arreglo floral rosado y un fondo animado como si los Teletubbies se hubieran encontrado en Mad Max. Ella toca sentada a un inodoro, él sobre la banqueta de una batería reducida, típicamente jazzera, que afina de acuerdo a la canción.
“Music!”, gritó JD como para resumir de qué se trata todo su viaje y justo antes de que entrelazaran sus voces para “Don’t Rob Me”. Como no podía ser de otra manera en un show ocurrido en este país, se llevaron un “olé olé olé olé, Domi, Domi”, que provocó el único momento improvisado, cuando él acompañó la melodía desde los parches pese a no ser el destinatario del coro.
Weyes Blood, Carly Rae Jepsen y las diferentes lenguas pop
“¿Quieren hacer un poquito de mosh?”, propuso en broma Natalie Mering, que cuando canta se transforma en Weyes Blood. “Puede ser un mosh suavecito”, insistió ante la risa general que provocó su ocurrencia, después de una buena cantidad de sus baladas edulcoradas y justo antes de otra más. Toda de blanco, con un vestido largo y capa, luce más como una princesa de Disney que como una novia, y baila y canta frente de un cuarteto orquestal que va rotando entre teclas, bajo, batería y guitarra. Juntos, fueron sumando capas con la intensidad justa y sin ninguna intención de romper el clima manso del atardecer para hacer temas como “Andromeda”, “Grapewine” y “Movies”, con la que se despidió después de arrojar rosas blancas al público que quedó atrapado a su encanto.
También dentro de los límites del pop, pero en una sintonía uptempo, algo chillona, Carly Rae Jepsen debutó ante el público argentino en el marco del festival. Cabellera platinada y con estrellitas plateadas sobre un vestido hilado, es una popstar que está lista para que la pasen a buscar y la acompañen a su baile de preparatoria. Una bola de espejos sobre las pantallas le sugería a la multitud que estaba habilitada a bailar. Y así ocurrió con temas como “Shy Boy” y “Surrender my Heart”. Para ver más de cerca a su público argentino, en “Call me maybe” bajó al pit y regaló besos a quienes estaban contra el vallado.
La avalancha de éxitos de Turf y Virus
“Gracias por bancarse esta temperatura hija de puta. Al menos no hace 60 grados... Todavía”, bromeó Joaquín Levinton después de abanicarse al mismo tiempo en que cantaba los versos de “Casanova”. Si hay una banda hecha a medida de los festivales, esa es Turf, quienes aprovecharon su hora para comprimir casi 30 años de éxitos de ayer y hoy.
Como siempre, el cantante se mostró desfachatado y pícaro, especie de un Isidoro Cañones del pop, para cantar sus viñetas de amor, desencuentro y alegría pese a todo. Para estar más cerca de la multitud que saltó casi todo el tiempo y se refrescaba revoleando agua, le pidió a un seguridad en el vallado que le hiciera cocochito para sentir el calor humano en el final de “Malas decisiones” y en “Loco un poco”.
Más temprano, los hermanos Moura y compañía desplegaron elegancia y experiencia para interpretar parte del repertorio dorado de Virus. Los primeros grandes estribillos de la jornada llegaron de la mano de versiones actuales de “Sin disfraz”, “Imágenes paganas” y “Mirada Speed”. Y pese a haber saciado la sed ochentosa de un público que, en general, parece más joven que el de ayer, se despidieron con “Luna de miel en la mano”.
Antes, Viva Elástico dio muestras de su pop oscuro y optimista desde la óptica de perdedor hermoso a la que apela su frenético cantante Alejandro Schuster. Entre temas como “Rebeldía y swing”, “Imágenes de amor” y “Yo te quiero más, incluso estrenaron una canción llamada “Metalero”.
Los festivales suelen ser una buena ocasión para que los artistas sorprendan a su público con covers inesperados. Y al igual que ayer lo hizo Dillom, hoy la banda Ryan volvió a homenajear a Pity Álvarez con una versión rockera de “Una vela” (Intoxicados), a la que le pegaron “I Wanna Be Your Dog” (The Stooges).
Fotos: Franco Fafasuli y Chule Valerga