Cuando los mellizos Marta y Felipe nacieron hace 20 años, su papá Ricardo Fort pudo cumplir el gran sueño de su vida. Ese 24 de febrero de 2003, el mediático voló directo a California, Estados Unidos, para presenciar el parto. El embarazo había sido por vientre subrogado y, como casi todo en la vida del cantante, no había resultado sencillo.
Según relató Eddie Fitte en una entrevista exclusiva a Teleshow, el periodista que realizó la investigación de la docuserie “El Comandante Fort”, en enero pasado, el mediático desde muy joven había manifestado su deseo de ser padre, pero lo pudo concretar recién a sus 35 años. “Cuando a los 30, Ricardo se dio cuenta de que su sueño de ser cantante se había desvanecido, intentó convertirse en empresario. Así fue como le propuso a su padre traer las clásicas barritas de cereal al país, que eran un boom en Estados Unidos. Pero todo eso era una fachada para hacer tiempo hasta que su padre se muriera y pudiera heredar su fortuna. Entonces, cuando conoció a Gustavo Martínez consolidó la idea de volverse padre, especialmente cuando Gus le dice: ‘Te acompaño, lo vamos a hacer juntos, vos vas a ser el padre, yo seré el padrino’”, contó el escritor.
A partir de ese momento, comenzó la ardua tarea de encontrar un proceso que se adecuara a su realidad y que pudiera terminar de conformar su nueva familia. “Yo fui uno de los primeros en tener hijos con este sistema de vientre subrogado. A mí me parece mal hablar de cómo uno puede o no puede ser padre. Tampoco fue fácil hacerlo por este sistema”, expresó el propio Fort en una entrevista a Ángel de Brito, un tiempo antes de morir. “Yo me acuerdo que cuando tenía 20 años, estaba en la playa, en Miami, charlando con una pareja de chicas y surgió el tema y me acuerdo que les dije: ´quiero ser padre’ . Y estas chicas me contaron cómo fue el proceso, me quedó en la cabeza y cuando fue el momento empecé a juntar toda la información”, relató sobre el inicio de su intensa búsqueda por tener a sus hijos.
Ricardo no tenía una buena relación con su padre, Carlos Augusto Fort, pero sin embargo, siempre destacó su colaboración en la concreción de este deseo. “Mi padre me ayudó en todo, porque si bien era una persona muy conservadora sabía mi elección de vida”, se había sincerado. “Estábamos en Alemania. Lo encontré en el aeropuerto de Frankfurt para ir juntos a una exposición de chocolates en Colonia. Y en el aeropuerto le mostré la carpeta explicativa que me habían dado en la clínica. Le dije que quería tener hijos, que había un método... Se quedó callado. Repetí toda la historia y a la segunda vez me dijo que sí. Y me dio la plata... Mi viejo me regaló lo más importante que tengo en la vida: mis hijos”, relató emocionado.
Él mismo recordaba que lo que importaba era el amor que tenía hacia sus hijos y se enojaba cada vez que le preguntaban detalles sobre cómo había sido el embarazo. “Acá lo que importa es el amor que se le da a un hijo y el cariño que un hijo te da también, lo que te llena la vida. Yo ese deseo de ser padre lo vengo sintiendo desde hace 20 años atrás. y se me hizo realidad hace nueve, y soy feliz. Pero yo creo que todos los detalles de cómo se tiene, si podés elegirlo con los ojos celestes o azules, si podés elegirlo morocho o rubio esos son detalles escabrosos. Yo cuando tuve a mis hijos lo que más me preocupaba era que la historia clínica de la familia de la mujer que donaba el óvulo no tuviera un historial de enfermedades graves, que los familiares fueran longevos, que hubieran vivido muchos años”, compartió apenas unos mesas antes de su fallecimiento. “Y también busqué que no hubiese antecedentes de calvicie, porque en mi familia todos tenemos mucho pelo”, había contado.
En otro momento, Ricardo había descripto minuciosamente el proceso. “Luego de la elección de ‘la donante’, la compañía se encarga de buscar una madre para que lleve el embarazo, ‘la portadora’ que recibe una importante cantidad de óvulos de ‘la donante’ ya fecundados. La portadora, a quienes los nenes visitan, sólo funcionó como un horno”, explicó Fort. “Después, y con abogado de por medio, quedaron establecidas ciertas cláusulas con respecto al embarazo”.
Su compromiso con la paternidad fue tal que lo llevó a tomarse muy en serio su nuevo rol. “Cada dos meses volaba a Los Ángeles para visitar a la portadora. Además, hablábamos casi a diario por teléfono. El día anterior a que nacieran los chicos me llamaron a Buenos Aires para decirme que había roto bolsa. Esa misma noche tomé un avión y, a las corridas, llegué al parto y me dejaron cortar el cordón umbilical de mis hijos”, explicó. “Estuve tres meses criándolos solo. Cambiándoles los pañales, dándoles de comer, bañándolos... Me volví loco. No dormía. La primera vez que lloraron sin parar llamé a la pediatra: ‘Vení a verlos, porque están mal’, le rogué. La mina vino, les dio dos palmadas en la espalda, los durmió... ¡y me cobró mil dólares! Ahí resolví que nunca más llamaba a la pediatra”.
Según Eddie Fitte, “su mayor sueño era no generar en sus hijos lo que él sentía que sus padres le habían causado a él. Por un lado, quería que sus chicos fueran libres pero, por otro lado, ¡su padre era Ricardo Fort!. Su mayor deseo era que sus hijos fueran libres, que no les faltara lo que él consideraba que a él le faltó, que eran abrazos, acurrucarse para ver una película en la tele”.
En cuanto al amor que sienten Marta y Felipe por este ícono mediático que construyó gran parte de su vida para hacerse famoso, Fitte asegura que “los chicos tienen una memoria construida de forma colectiva. Hay algo muy íntimo que vivieron, ellos tenían 9 años cuando él murió y fue todo muy veloz, si uno piensa que los últimos cinco años de vida de Ricardo fueron grabados 24/7, el recuerdo de ellos es el que vieron más que el que vivieron. Vieron su vida como lo pudo haber visto un asistente de sonido, obviamente con el grado de intimidad de ser sus hijos. Pero los chicos vieron el show, fueron espectadores”, contó a Teleshow.
Esta intensa búsqueda por convertirse en papá acercó a Ricardo Fort a un costado más sensible y familiar, que dejaba de mostrar cuando optaba por representar otro papel, el del mediático millonario, excéntrico y snob. Con solo nueve años, sus hijos llegaron a conocerlo, a compartir con él la vida de lujos y también de vivencias cotidianas entre plumas, ruido, música y viajes. Cada uno de ellos lleva su impronta Fort. “Creo que Felipe tiene una cosa de visión sin límites de Ricardo, y Marta tiene su espíritu indomable. Felipe, desde que lo conocí a los 16 años, ya estaba con sus libros de economía, emprendedurismo y cuestiones de qué hacer con la plata. Marta, en cambio, tiene una sensibilidad muy especial, creo que Ricardo tenía algo de brujería, de visión interpersonal, de inteligencia sentimental que para mí es una virtud enorme, que Marta lo tiene. Ella te mira a los ojos y te saca la ficha al toque, con Marta no te podés equivocar porque ella te lee diez minutos antes de que digas la frase, ella ya sabe lo que vas a decir. Como creo que lo sabía Ricardo”, confesó Fitte.
Una vez, Felipe contó cómo fue el momento en el que su padre le reveló que su gestación y la de su hermana Marta había sido por medio de un vientre subrogado. “Mi papá no me dijo: ‘vos sos hijo de un vientre subrogado’, no fue tan serio. Cuando le pregunté por qué no tenía mamá, me dijo: ‘No, vos no tenés mamá, ¿para qué querés una mamá si me tenés a mí?’”, había detallado mostrando el particular estilo de su padre, el inolvidable Ricardo Fort.