Molly Ringwald, la estrella de los 80 que se enamoró de Donato de Santis, rechazó protagonizar Mujer Bonita y huyó a París

La chica tímida de cabello rojizo hizo furor entre los adolescentes ochentosos. Después de rechazar protagónicos de películas taquilleras, su carrera se opacó pero ella no lo lamentó

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Molly Ringwald, protagonista de una vida de película (Foto: Sitio web oficial Molly Ringwald)
Molly Ringwald, protagonista de una vida de película (Foto: Sitio web oficial Molly Ringwald)

Si alguien puede jactarse -y no lo hace- de las celebridades que conoce es Donato de Santis. Fue mano derecha de Gianni Versace, disfrutaron sus platos Madonna, Robert de Niro, Al Pacino y Richard Avedon, bailó con Carolina de Mónaco, Sylvester Stallone le confió qué apodo usaba cuando viajaba para no ser reconocido y Sting le ofreció trabajar en su castillo. En la última emisión de PH: Podemos Hablar, a su lista de encuentros con megafamosos le sumó un dato más. Reveló que mientras en los ´80 daba clases de cocina en California, una de sus alumnas era Molly Kathleen Ringwald, la actriz joven más famosa de ese momento. Comenzaron una linda relación pero el amor no prosperó. “El mánager hizo de todo para que no saliera conmigo. Después de tomar una clase de cocina, ella empezó a escribirme. Ella venía a comer a restaurante, se inventaba una historia para venir”, lamentó el italiano casi 40 años después.

Ante semejante revelación y sin necesidad de que nos incentivaran con un “Buscalo en Google”, más de uno se preguntó quién fue esa pelirroja, el crush de toda una generación gracias a la exitosa trilogía Dieciséis velas, El club de los cinco y La chica de rosa. Molly Ringwald empezó en el mundo del espectáculo siendo una nena de cinco años. Su padre, Robert Ringwald, era un reconocido pianista de jazz ciego y su madre, Adele Frembd, trabajaba de chef lo que explica la atracción de Molly por el mundo de las cocinas. En 1982 debutó en el cine en un pequeño papel en la película La tempestad, una adaptación libre de la obra de Shakespeare con Gena Rowlands y John Cassavetes.

Fue John Hughes quien la descubrió y la convirtió en el póster favorito de la Generación X. Esos que se identificaron con ella en Dieciséis velas, una película de 1984. Allí era Samanta Baker, no una adolescente etérea e impoluta sino una quinceañera insegura y algo refunfuñona que se enamoraba del chico más popular del colegio, que la ignoraba.

Molly Ringwald, un ícono del Hollywood de los '80
Molly Ringwald, un ícono del Hollywood de los '80

En esa película se impuso no solo por su actuación también ayudó a llenar de glamour y desestigmatizar a los pelirrojos. Según cuenta la revista Vogue, fue al ver el musical Nine en Broadway que se inspiró para cambiar el color castaño de su cabellera. “El pelo de la bailarina era brillante, rojo brillante. Y pensé: quiero esto. Lo voy a tener”. Lejos de espantarse, su representante la animó al radical cambio de look.

El rojo fue positivo no solo en su aspecto también en su personalidad. “Estoy totalmente de acuerdo con la idea de que las pelirrojas son ardientes. No sé si es porque soy una pelirroja que dice lo que piensa o porque tener el pelo rojo me ayudó a ganar esa confianza en mí misma”, declaraba la ex castaña. Años después reforzaría su defensa del cabello rojo: “Lo que más me gusta es que es muy único. Forja un poco tu personalidad. Lo que siempre digo es que las morenas pueden ser bellas y las rubias pueden recibir mucha atención… pero quien adora a las pelirrojas… realmente adora a las pelirrojas. Es que las aman”.

Bajo la dirección de Hugues, Molly siguió protagonizando películas que mostraban el mundo real de los adolescentes. El Club de los cinco y La chica de rosa eran comedias que mostraban que atravesar “la edad del pavo” no era “moco e pavo”. Se los representaba con sus miedos, inseguridades, sus amores desencontrados y sus amistades leales. La actriz se convirtió en musa del director y guionista que la hacía sentir especial y reconocida. Cuentan que la fascinación de Hugues era tal que escribía el guion de sus historias con una foto de ella pegada en su máquina de escribir.

Molly Ringwald hizo de su tono de cabello un ícono
Molly Ringwald hizo de su tono de cabello un ícono

Con solo 16 años, Molly ya era de las mayores estrellas de Hollywood y llegó a ser incluso portada de la revista Time bajo el llamativo título “¿No es una dulzura?”. Lo que parecía un triunfo, para ella no lo fue. “Yo compararía aquella portada con un tren descarrilando en el que no me sentía cómoda”, confesaría Ringwald en 1995, “Acepté porque no puedes rechazar una portada de Time, pero casi desearía no haberla hecho. Mi existencia era definida por la prensa, por mis personajes, y era muy difícil para mí decidir quién era yo en medio de todo aquello. Siempre sentía que debía portarme bien. Todo el mundo me llamaba la adolescente perfecta, todo el mundo quería que fuese su hija, o su amiga. Y yo solo pensaba ‘¿pero quién soy yo?’”.

En el pico de su popularidad, Molly parecía representar a todas esas chicas confusas, pero valientes que logran vencer pese a todo. Fue entonces que decidió dar un giro en su carrera y cambió su destino. Lo primero que hizo fue salir de la comodidad de los personajes de Hughes y mutar de registro. Declinó su oferta para protagonizar Some Kind of Wonderfull de 1987 lo que enojó al director que se sintió traicionado y cortó la relación.

No solo rechazó a Hughes. En 1990 le llegaron las propuestas para protagonizar Mujer Bonita y Ghost pero descartó los papeles. Sí esos mismos roles que catapultaron al estrellato a Julia Roberts y Demi Moore. Más de uno puede preguntarse cómo tuvo tan mal ojo para su elección, pero ella lo minimiza: “Julia Roberts estuvo maravillosa en él, pero realmente no me gustó la historia”, explicó en The Guardian. “Incluso entonces, sentí que había algo desagradable al respecto”. En 2012 volvía a hablar del tema: “Creo que vi un borrador inicial y se llamaba 3000. No recuerdo específicamente haberlo rechazado. El guion estaba bien, pero debo decir que Julia Roberts es la que hace esa película. Era su papel. Todos los actores esperan un papel que les permita brillar así”.

Jon Cryer, Molly Ringwald y Andrew McCarthy en el set de la película La chica de rosa, de 1986 (Foto: Paramount/Getty Images)
Jon Cryer, Molly Ringwald y Andrew McCarthy en el set de la película La chica de rosa, de 1986 (Foto: Paramount/Getty Images)

También tuvo oportunidades en otras tres películas que se convirtieron en clásicos: El silencio de los inocentes, Secretaria ejecutiva y Cuando Harry conoció a Sally. “Realmente no sentí que los papeles más oscuros estuvieran disponibles para mí”, reveló hace unos años sobre ese período de su carrera. “Los que quería hacer, no los conseguí. Era demasiado joven para ciertos papeles. Estaba en esa extraña etapa intermedia”.

Sin proyectos que la convencieran, la entonces reina de Hollywood decidió dejar la fábrica de sueños para instalarse en París. Vendió su casa de las colinas y se mudó a la ciudad luz. “Estaba en mis veinte y pensé que si había un momento para viajar, era ese”, declaró en una entrevista. Se quedó en la ciudad, donde se enamoró del periodista Valery Lameigniere, con el que convivió unos años hasta casarse en 1999 para divorciarse en el 2002.

En la capital francesa se alejó de la fama pero no de la actuación. Participó en más de 27 proyectos que la hicieron feliz pero no la volvieron a llevar a la cima. Volvió a Estados Unidos y actuó en varios espectáculos de Broadway como Cabaret, Enchanted April y Lilly Dale. También participó como invitada en programas de televisión y películas.

Molly Ringwald fue una de El club de los cinco, filme de 1985 (Grosby)
Molly Ringwald fue una de El club de los cinco, filme de 1985 (Grosby)

En el 2013 grabó un disco de jazz. “Yo crecí en un hogar lleno de música y tuve una apreciación temprana del jazz, ya que mi padre era un músico de jazz. A los tres años empecé a cantar con su banda de jazz y la música ha seguido siendo una de mis tres pasiones junto con actuar y escribir. Me gusta decir que la música de jazz es mi equivalente musical de comida reconfortante. Siempre es a donde vuelvo cuando quiero sentirme conectada a tierra”, contó en un comunicado. En los últimos años ha acompañado a Chevy Chase en la comedia navideña Deseo y esperanza y junto a Alicia Silverstone y James Franco participó en King Cobra sobre el negocio de la industria del porno gay americana. Entre sus últimas apariciones se encuentra un pequeño papel en el thriller Siberia con Keanu Reeves, la serie The Bear y la segunda temporada de Feud.

En el 2007 se casó con su actual esposo, el actor Panio Gianopoulos, con quien tuvon tres hijos: Mathilda Ereni, Roman y Adele Georgina. Fue al ver una de sus películas con su hija mayor que reflexionó sobre los papeles que interpretó en el pasado. Al verse nuevamente en El club de los cinco escribió un crítico artículo publicado en The New Yorker. Señaló que luego de ver la escena en la que el personaje de John mira por debajo de su falda y sin su consentimiento, esa situación le resultó “completamente inapropiada y chocante”.

“Continué pensando en esa escena. Lo pensé nuevamente el otoño pasado, después de que varias mujeres presentaron acusaciones de agresión sexual contra el productor Harvey Weinstein, y el movimiento #MeToo cobró fuerza”, alzó su voz. Además, señaló que el retrato de las mujeres en las películas de finales de los 80 y durante toda esa década, como Porky’s, de Bob Clark, o las de Hughes, era degradante. “Si las actitudes hacia el sometimiento femenino son sistemáticas, y creo que lo son, es lógico pensar que el arte que consumimos y sancionamos desempeña un papel en el refuerzo de esas mismas actitudes”, puntualizó.

En tiempos de cancelación rápida, Ringwald se opone a la censura de sus películas, más allá de algunas de las situaciones que hoy mira con desagrado. “Eso no significa en absoluto que quiera que se editen. Estoy orgullosa de ellas y les tengo mucho cariño. Son una parte importante de mí”, expresó en diálogo con Radio Andy, de SiriusXM.

Molly Ringwald y su marido Panio Gianopoulos en un evento en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (Mark Sagliocco/WireImage)
Molly Ringwald y su marido Panio Gianopoulos en un evento en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (Mark Sagliocco/WireImage)

Cuando estallaron los delitos sexuales de Harvey Weinstein, la actriz contó que había aceptado un pequeño papel en una de sus películas. Como reseña el portal E-Cartelera: “Me avisaron de que tuviera cuidado con el productor, pero nunca había oído hablar de él y no tenía motivo para temerle”. Aunque como otras mujeres no tuvo que rechazar masajes, ni fue arrinconada en un taxi, sí sufrió el abuso de poder de Weinstein. Para el póster puso una imagen de su cabeza un cuerpo que no era el suyo y se negó a pagarle el porcentaje de los beneficios que le correspondía. Ella lo denunció y no volvió a trabajar nunca más con ellos.

Weinstein no fue el único delincuente con el que se cruzó. Según contó, tenía 13 años cuando un miembro del equipo le dijo que le enseñaría a bailar pero fue la excusa para abusar de ella: se estrujó contra su cuerpo con una erección. A los 14, un director casado le metió la lengua en la boca en el set. “En una época en la que estaba intentando descubrir lo que significaba convertirte en una mujer joven sexualmente viable, en todo momento había un hombre mayor intentando ayudar a acelerar el proceso”, denunció.

Ante las críticas de por qué guardó silencio respondió. “Nunca hablé de estas cosas públicamente porque, como mujer, siempre sentí que bien podría estar hablando del tiempo. Las historias como estas nunca se han tomado en serio. A las mujeres se las avergüenza, les dicen que son estiradas, desagradables, amargadas, que no saben aceptar una broma o son demasiado sensibles”.

Desde que se alejó de la gran fama, Molly escribió libros, compuso música, formó una familia, viajó por el mundo y participó en reencuentros de aquellos clásicos que le dieron la fama. Hoy parece mirar el pasado con la tranquilidad del que no tiene facturas impagas ni deudas pendientes. No parece lamentarse de los Oscar que no ganó, las alfombras rojas que no pisó ni los papeles que rechazó pero se enorgullece de lo que hizo. Tal vez no se lamente por no haber sido la Mujer Bonita, pero alguna mañana, mientras prepara el desayuno, quizá recuerde a ese cocinero italiano que alguna vez la sedujo y, mientras intenta que las tostadas no se le quemen, se pregunte con cierta picardia: “¿Qué hubiera pasado si…?”

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