Él ya estaba ahí cuando algunos estaban en otra, cuando una generación que casi había bajado los brazos le dejaba margen a una nueva ola que llevaría a la cultura hip hop de la Argentina a un lugar hasta ahí inédito. Hoy podría ser el rey, pero abdicó mucho antes de que alguien osara ocupar un supuesto trono. Neo Pistea es uno de los pioneros del trap hecho en Argentina desde que allá por el 2015 y con base en la ciudad bonaerense de Merlo irrumpió con sus primeros singles solistas, luego de las experiencias colectivas en KMD Label y Vasuras Crew. A cara tatuada, actitud picante y barras crudas de sexo, drogas, barrio y trap & roll.
En paralelo a su desarrollo musical -porque a la cultura ingresó como graffitero-, se empezó a cruzar con algunos de los freestylers estrella de El Quinto Escalón que empezaban a coquetear con la música y que ya lo tenían a él como referente y referencia. En el 2017 sería el primer quiebre: casi al mismo tiempo en que nacía su hijo Amadeo también veía la luz el original de “Tumbando el club”, tema que dos años más tarde y en forma de remix se acomodaría naturalmente como el “himno nacional del trap”. El 2018 empezó con el verano salvaje de Modo Diablo, el irrepetible trío que configuró con Duki e Ysy A en apenas un puñado de tracks. Y las cosas se aceleraron muy de pronto. Tanto que Neo -su nombre real es Sebastián Chinelatto- supo que por ahí le convenía accionar el freno de mano y ver cómo empezar otra vez, todas las veces que hiciera falta.
La pandemia, sabemos, alteró los planes de todo el mundo y también los de él, que pese a todo pudo de ahí con dos discos. El primero, Punkdemia (2021), le sirvió de tubo de ensayo para rapear sobre beats pringosos enredados en texturas punk. Pero en NEO, editado en abril de este año y que presenta el viernes 3 de noviembre en el C Art Media, el punto de partida de la música fue directamente el rock, más apoyado en un efervescente trío de guitarra (a cargo de Tery Langer, ex Carajo), bajo y batería que en una caja de ritmos.
“‘Neo’, en griego, significa ‘nuevo’. Y justamente, es todo muy nuevo. Quería hacer abrir una nueva etapa. En lo personal, yo cambié un montón de cosas: maneras de pensar, de ser, de vivir, mis rutinas. Y musicalmente también. Durante la pandemia volví a escuchar mucha música que escuchaba de más chico. Dejé a un lado el trap por unos meses y le metí al chamamé, ponele. No es que ahora me van a dar ganas de ir por ese lado, pero me abrió la cabeza. Volví a cosas de adolescente, como NoFX. También pasé por una etapa muy ricotera y estuve escuchando a pleno a los Redondos, solo a ellos, durante meses”, recuenta Neo en charla con Teleshow.
—¿Qué encontraste ahí y qué llevaste para lo que estabas creando?
—Me dieron muchas ganas de volver a rapear de una forma que no usaba hace un montón, recursos que había aprendido y había dejado a un lado. Y también con ganas de rapear encima de una banda, de tocar con ellos, ensayar, preparar un show. Porque no es lo mismo estar vos solo y el beat que subirte a la energía de una banda de rock. Algo de eso ya había en Punkdemia, pero creo que quedó a mitad de camino, era una idea que todavía estaba muy arraigada al trap. Esto es otra cosa.
Con el disco salió un documental registrado el verano pasado que refleja parte del proceso creativo de NEO junto con el rodaje que volvió a ganar con una gira fugaz por la Costa Atlántica con Mar del Plata como epicentro. A diferencia de muchos de sus compañeros de generación, no hizo toques en estadios ni arenas techadas, sino que se enchufó directamente en la playa con el equipamiento mínimo e indispensable. “¡Aguante el underground!”, festeja en un momento.
“Estaba haciendo un disco que me trasladaba a esa época, que me trajo un montón de recuerdos y situaciones relacionadas a mis comienzos. De hecho Mar del Plata fue una de las primeras ciudades donde fui a tocar solo. Fue mi manera de reaccionar a lo que me estaba pasando porque venía necesitando de ese toque de calle, de hacer shows sin vallas, tener contacto con mi gente. Necesitaba la furia del underground, eso salvaje que tiene, el ojo del tigre”, explica.
—¿Te genera algún tipo de ansiedad ver que algunos de tus compañeros de generación estén tocando estadios y vos todavía no?
—No, al contrario, me da una re satisfacción porque sé que es el camino. Yo tuve una pausa zarpada en mi carrera... Me arriesgo a decir dos o tres pausas. Si yo hubiese visto que ellos, que nunca pararon, no estarían al nivel que están, tendría vértigo. Hay que entender que son etapas de cada uno, porque hay un montón de pibes que vienen de mi escuela, que no están tocando mucho y siento que las estrellas se van alineando con su tiempo para todos lados. Queda en vos cómo te enfocas en eso y cómo manejas esa energía. Si no sos un gil, tenés que ver las cosas que pasan, entenderlas, saber que todo está pasando por algo, que cada uno está en donde está. Uno estará más preparado, quizás no sea el momento para eso, quizás hay que seguir aprendiendo. Sí me genera ansiedad de querer tocar un montón. Obviamente, me gustaría hacer un estadio, también. Pero no me pasa de decir: “Quiero tocar ya en este lugar”. Quiero tocar donde sea, en un bolichito, en un club. Y no me comparo con nada de lo que pasa a mi alrededor.
—Compusiste el tema “Intro” junto a tu hijo Amadeo, ¿cómo fue eso?
—Bien, zarpado. Tenemos un montón de canciones que escribimos juntos y hay otras en las que él me va diciendo y yo voy anotando. Después le digo: “Acá podés poner primero esta frase y después esta otra”, pero lo dejo a él armar toda su base. Para este tema en particular, son muchas que él fue tirando y yo fui guardando, donde habla de los duendes y cosas que están relacionadas con él. De hecho el que más entiende de qué se trata la canción es él. Le tenés que preguntar a él (se ríe). Son todas jugadas nuestras, yo le voy cantando y le muestro cómo queda, pero él tiene su opinión y aporta. También tenemos temas que ya son directamente de él: yo le hago una base con la melódica y él va cantando sus frases.
—¿Lo imaginás como artista?
—Lo voy llevando de a poquito, no lo quiero invadir. Ahora está pasando que él mismo pide música y te pregunta por algunas bandas o artistas. Va para ese camino, pero yo lo dejo que disfrute y goce de la música, de los instrumentos, que toque... Está yendo a un club de rock, en donde tienen una banda. Él es el más chico, toca el teclado y la batería electrónica. Pero si mañana me dice “No quiero ir más”, no lo mando más.
—¿Vos tenías claro desde muy chico que querías hacer música?
—No, ni a palos. Yo estaba más encarado para estudiar y para trabajar, capaz. A mi de chico me gustaba mucho dibujar y también me inculcaron el estudio. Pero cuando empecé a flashear con la música me bancaron. Mi mamá me llevó al conservatorio de Morón pero no ingresé. Siempre tuve el apoyo de mi familia. Y ahora que veo para atrás y hago sumas de recuerdos, veo que encaraba para otro lado.
—¿Cómo te encaminaste hacia esto, entonces?
—Por mi abuela Lía. Mi madrina, después de que mi abuela falleciera, me contó una historia que yo no conocía. A mí me querían mandar a un secundario industrial. Mis viejos ya tenían todo organizado para que vaya ahí, porque el hijo de mi madrina estudiaba en esa escuela. En un momento mi abuela, que era docente, dijo: “No hagan nada para que entre Seba en la industrial, porque le va a ir mal. Él no es del estudio, a él le gusta el arte”. Yo me enteré de esto hace dos años, que mi abuela hizo el quiebre para que a mí no me manden a la técnica. Y es loco porque ella era mi prototipo de estudio. Yo entré a primer grado sabiendo leer, era corte prodigio porque mi abuela siempre me estuvo encima: hacía la tarea con ella, nunca entregué un trabajo práctico tarde. Cuando pasé a la secundaria, yo ya estaba dibujando, re en cualquiera y ella los frenó para que no vaya al industrial. Menos mal... ¡Me hubieran echado al primer mes!
—¿Qué opinan tus viejos de Neo Pistea, con su figura, sus temas, los tatuajes...?
—Con mi viejo hablo un montón, pero es una persona que no tiene a la música muy arraigada. Hablamos como padre e hijo, normal, me pregunta: “Che, ¿cómo te fue con el show? ¿Sacaste el disco?”. Siento que recién ahora está empezando a entender quién soy yo en el sentido de por qué hago la música que hago. Siempre me bancó y siempre me fue a ver. Mi vieja lo mismo, pero ella tiene una mente re musical, entiende todo y siempre le re gustó el otro lado del artista. De hecho, si tengo un show me dice: “Hijo, ¿qué pantalón vas a llevar? Tenés que ir bien vestido, cortate el pelo...”. Siempre está en todo, atrás mío. Recién ahora, después de este disco, me están entendiendo a mí en el sentido de por qué yo hago estas jugadas raras con la música, por qué no voy siempre para el mismo lado, por qué no me apunto a lo más comercial y todas esas cosas que les esquivo cuando veo que no me cierran.
—Hay un tema del disco que se llama “Portación de rostro”. ¿Cómo es llevar el de Neo Pistea?
—(se ríe) Es hermoso porque yo me re disfruto a mí mismo, pero es una re movida estar en la calle. Hace unos años que estoy bastante tranqui, intento no hacerme malambo con nada. Antes era más de agarrarme a las trompadas. De decir: “¿Que mirás?”, o de sentirme re zarpado, tirar un berretín. Ahora estoy re monje. Por ahí viene un poli y me empieza a verduguear: “¿Así que vos sos cantante?”. “Sí, sí, bueno, hermano, todo bien”, le digo.
—¿Y cómo te la bancás?
—Me tienen que hacer una muy punch para distorsionarme la energía. No quiere decir que no me la cambie, pero me la aguanto y vivo con eso. Antes entraba a un lugar y la gente guardaba el celular. Yo les decía: “¿Qué pasa, te sentís zarpado?”. Ahora no digo nada: es más, al contrario, intento que no me vean para no molestar a nadie. Pero me sigue pasando mucho con la gente grande: capaz una viejita está esperando el colectivo y yo vengo en mi camioneta, la estaciono, bajo así como soy y se pega un julepe... He visto gente salir corriendo, gente cruzarse de vereda, he entrado a kioscos o supermercados y han llamado a la policía porque estoy tardaba en comprar. Todo, lo que te imagines. Pero me la banco.