Su vida podría encajar perfectamente el guion de alguna serie o una película. Su historia tiene de todo. Con sexo y excesos, Luciano José Giugno -o simplemente, El Tirri- atravesó una etapa de aventuras y lujuria en la que se codeó con estrellas internacionales. En Hollywood hizo amistades que le abrieron las puertas de un mundo desconocido, y las tentaciones lo llevaron a desaprovechar la oportunidad de su vida.
Sensible, carismático y caradura. Tan excéntrico que compró acres en la Luna y espera la llegada del 2040 para ir a visitar sus tierras. Para ello, cuenta con un pasaporte lunar. Su relación con su célebre primo, Marcelo Tinelli, el modo en que prepara las galas del Bailando 2023 y sus experiencias en el extranjero con figuras de la talla de Jean-Claude Van Damme y Sylvester Stallone, podrían encajar perfectamente en las páginas del argumento de un largometraje. Atentos cineastas: Luciano tiene algo para contar. Y lo hizo con el humor que lo caracteriza en este diálogo con Teleshow.
—¿Cómo fue que tomaste la decisión de irte en plena cresta de la ola? Venías de romperla en el Bailando 2016 y te fuiste...
—Siempre fui del 0 al 100. No sé si es porque es el ascendente de mi signo, pero no tengo término medio. Por ejemplo: dejé el alcohol hace 12 años y no probé nada más. Necesitaba hacer un viaje por mí, porque venía con mucha exposición. Quería disfrutar a mis padres y tenía muchas ganas de hacer mi residencia en Estados Unidos. Me quedé seis años, casi. Es mucho tiempo. Hasta que surgió la posibilidad de volver al país y ahora no puedo creer que me haya ido tantos años.
—¿Cuántas veces te reinventaste?
—Me da miedo pensarlo porque fueron muchas veces. Mi papá, que cumplió 86 años, me dijo que no sabía si estaba vivo, muerto o si estaba en un sueño. Él está bárbaro y lúcido; pero los Giugno tenemos en nuestra familia algo, que siempre nos estamos reinventando. O inventando. Es algo genético en nuestra familia, como el hecho de ser nómades.
—¿La fama era un objetivo?
—Desde que era chiquito pensé en hacer algo para ser famoso. Me di cuenta de que la escuela no era mi fuerte. Cuando conocí a Flavio y a Vicentico en Mar del Plata, me invitaron a ver a Riff. Como era menor, le pedí permiso a mis padres y vi a Los Violadores y a Riff. Dije: “Yo quiero eso”. Lo vi a Pappo cuando bajaba del escenario y se sacaba fotos con chicas, y yo con 16 años pensé en que de alguna manera tenía que hacer eso. Creo que con un factor de suerte y dedicación; todo lo que uno se pone en la cabeza tarde o temprano llega.
—A diferencia de muchos artistas de distintos rubros que se abrazan al éxito, vos lo soltás sin miedo. ¿Por qué creés que te pasa?
—Siento que tengo un grado de inconsciencia. Tomaba las decisiones impulsivamente. Dejé a los Fabulosos Cadillacs en un momento magnífico. Los cité a todos en Clásica y Moderna y les dije: “Chicos, me voy a hacer rap a Estados Unidos”, cuando el rap en español no existía. Hoy es un género urbano tremendo, pero antes no existía el rap en español, y me fui a California sin hablar inglés. Ni siquiera me fui a Miami.
—Cuando te fuiste a los Estados Unidos para arrancar de nuevo, no fue un éxito inmediato...
—No. No sabés lo que sufrí y lo que pasé.
—Y acá vendías que la estabas rompiendo...
—Marcelo (Tinelli) se preocupaba mucho. Me preguntaba cómo me estaba yendo, porque los Cadillacs iban al programa de él. Era la época del fax, entonces yo le escribía diciendo que la estaba rompiendo. Era la mejor época para mentir porque no había redes. Hasta que un día cayó para darme la sorpresa en un Año Nuevo. Quería pasar fin de año conmigo y yo tenía la luz cortada. No tenía nada en la heladera. Cayó con una limusina, porque pensaba que iba a estar en una fiesta tremenda. Nos terminó salvando, porque nos llevó a cenar a un restaurante que había reservado en Beverly Hills. Esa noche terminé bailando al lado de Kevin Sutherland. Le dije a mi papá que disfrutara, porque al otro día volvíamos a la realidad. Igualmente, pensaba que no me iba a ir de ahí sin un disco. Lo conseguí, y eso me dio el pie para abrir un recital de Madonna en 1994.
—¿No querías volver porque no tolerabas no haber conseguido lo que te fuiste a buscar o porque la estabas pasando bien?
—En cierta manera la estaba pasando bien, aunque no usaba la billetera porque no tenía plata. Tenía muchos amigos poderosos, muchos contactos. Sabía que con esos contactos iba a volver con un disco, porque soy una persona que le cuesta mucho admitir que le fue mal. Dejé los Cadillacs y perdí a mi primer matrimonio por ir a Hollywood. ¿Y me iba a volver sin un disco? En esa época, sacar un disco era todo.
—¿Cuál fue el trabajo más particular que tuviste en esos años?
—El más duro y bizarro fue cuando me tocó estacionar autos en Beverly Hills. Era duro porque me sentía una celebridad, pero estacionaba los autos de las celebridades. Me acuerdo que todos los que estacionaban autos eran de ascendencia india y tenían la concesión de los parkings. Un día me dijeron: “Mirá, el miércoles que viene va a faltar un pibe, ¿vos sabés meter un Rolls Royce con un dedo?”. Tenía que practicar, porque ellos los meten de una manera increíble. Y de acuerdo a cómo lo metés, es el tip o la propina que recibís. No quería perder esa posibilidad. Era en Mastro’s, que es el lugar número uno en Beverly Hills. Después de los Grammys, todos van a comer ahí. Tenía pocos días y practiqué un montón. Te juro que metía el auto con un dedo. Fui vestido impecable, porque lo único bueno que siempre tuve era ropa. Tenía un buen smoking, estaba bronceado, era joven... ¡La rompí!
—¿Te tocaba el ego?
—Totalmente. Me costaba. Hasta que conocí a Jay Bernstein, un tipo que me cambió. Un productor de cine que increíblemente salió medio tomado y le dije que era peligroso que manejara así. Se quedó hablando conmigo y me pidió el teléfono. Ese tipo me hizo conocer Hollywood por dentro. Me hizo conocer a mis ídolos como a Anthony Quinn o a Tony Curtis. Me mostró un Hollywood que hoy ya no existe, porque ahora es un Hollywood mucho más fake, con las Kardashian y todo eso. No es el Hollywood del glamour de mis viejos.
—¿Él te ofreció un proyecto en un momento?
—Me ofreció el proyecto más grande de mi vida: hacer un Elvis en español para Paramount Pictures, pero cometí un gravísimo error. Organizó una fiesta en su casa para firmar el contrato y cayó una chica que era una playmate. Se llamaba Brooke y me fui de la casa a otro lugar, con ella. Éramos tan amigos (con Bernstein) que al otro día volví y le dije: “I’m so sorry”. Me dijo que no me hiciera problema y me dio un abrazo. “No estás listo”, me dijo. “¿Y el contrato?”, le pregunté. “No, ¿qué contrato? A vos todavía te falta”, me respondió. No tenía nada. Me dio una oportunidad única para Paramount Pictures y perdí todo por el alcohol, la joda y las mujeres.
—¿En esa época ya era un problema el alcohol?
—Pensaba que no, porque lo manejaba bien en diferentes situaciones. Pero esa fue gravitante. Hoy no me lo cuestiono tanto, pero durante muchos años me autoflagelé mucho con ese tema. Y más cuando Jay Bernstein murió, no me pudo ver en las cosas que me fue bien. Yo quería que él me viese como soy. Muchas veces me decía que era brillante, que no sabía para qué tomaba porque no sabía cortar. Yo sabía tomar, pero no podía cortar. Y él me lo decía siempre.
—¿Cuándo cambió el vínculo, y dejó de ser profesional para convertirse en amistad?
—Un día le toqué el timbre en Navidad y le llevé una caja de alfajores. El 24 de diciembre yo estaba solo. Me abrió la puerta y me dijo: “Es la primera vez que en Navidad alguien me toca el timbre para traerme algo y no para pedirme algo”. Yo tenía muchas ganas de chupar y él tenía el mejor bar de Hollywood. Me invitó a pasar, nos abrazamos y ahí empezó una hermandad. Con lo del contrato yo había quedado dolido y ofendido. No entendía por qué no se me daba una oportunidad más. A veces en la vida tenés una chance grande. Y yo he tenido muchas.
—Y todo comenzó estacionando los autos de las estrellas...
—Sí, era mucho dinero en esa época. Había gente que te dejaba 100 o 150 dólares, y cuando terminaba la noche me sorprendía con lo que ganaba. Con eso me iba a pagar el estudio o me compraba ropa. Sacrificaba el ego, porque lo compensaba. California volaba en los comienzos de la década del 90: levantabas una baldosa y había dólares. Me ayudó mucho la responsabilidad de tener una hija que tenía que alimentar de alguna u otra manera.
—Mencionaste hace un ratito los problemas con el alcohol. ¿Se festeja el 23 de octubre?
—Es un día muy especial para mí porque dejé el alcohol de un día para el otro. Fue muy fuerte. Los más allegados que conocen esa fecha, lo celebran cada año. Para mí, cada año es eterno. No me veo nunca más tomando una gota de alcohol porque ni siquiera tengo el deseo. Además, soy hipocondríaco, y nunca probé ninguna droga. Nunca fumé un porro. Y no me da vergüenza decirlo. Nunca tomé pastillas porque siempre me agarré a la droga más legal, que era el alcohol. No tomo agua si yo no abro la botella. Eso me salvó. Pegué el volantazo justo a tiempo con el alcohol.
—¿Es cierto que el volantazo lo pegaste porque tu cuerpo dijo: “Basta, hasta acá llegué”?
—Estaba tomando bastante y tenía una productora con la que hacíamos shows con Fito y Charly. Fue cuando le agarró el pico de presión a Charly en Bogotá. A mi socio le dije que no podía tomar ese fin de semana. Me fui caminando y vi un lugar que tenía un cartel: “El Museo del Vodka”. Y a mí me volvía loco el vodka. Me compré dos botellas, pero me miraba en el espejo y decía: “Esta va a ser mi última vez”. Me encerré en el hotel un viernes y me desperté el domingo con las uñas pintadas con notas musicales, tres o cuatro personas en el piso, el Skype abierto y Mimí (su novia) llamándome. Nunca voy a poder explicar lo que sentí cuando me desperté. Se me desprendió el sistema nervioso. A Mickey Rourke le pasó algo parecido y es algo que no se lo deseo a nadie. Le pedí a mi socio que me internaran, pero él me decía que estaba bárbaro. Físicamente estaba bien, no es que vomitaba. Pero no sabía quién era, ni dónde estaba.
—¿Choluleaste con alguien a lo largo de tu vida?
—Con Messi es algo increíble lo que me está pasando. La verdad que lo amo, y me invitó al casamiento. Lo fui a ver a Barcelona mil veces y ahora me invitó al cumpleaños. Acá entra el grado de inconsciencia, porque también conocí a Kobe Bryant. Tengo fotos con él cuando lo conocí. Era divino. Con actores... Salía en una época cuando Jean Claude Van Damme estaba mal porque estaba muy enamorado de una amiga mía, que se llama Marta Leanza, una chica hermosa de Mar del Plata que era la novia extra oficial de Sylvester Stallone. Ella quedó en el anonimato por ser una buena mujer.
—¿Era la amante de Stallone?
—Durante siete u ocho años. Tremendo. La amo, y sigue viviendo en Hollywood. Ahora tiene una casa de antigüedades, pero fue una mina que podría haber sido millonaria.
—¿Y Van Damme estaba enamorado de ella?
—Muerto con ella. Es que era una bomba. Ella me presentó a muchísima gente de Hollywood porque manejaba un bar que se llamaba Bar One en Sunset Boulevard, donde iban Dr. Dre y Snoop Dog, iban todas las celebridades que se te ocurran, y Marta era la jefa de prensa y relaciones públicas. Ella me seguía desde la época de los Fabulosos y fue una puerta más en conexiones.
—¿Cómo te llevas con la plata?
—Por momentos bien y por momentos mal. Por momentos me interesa y por momentos no. Tengo un vínculo rarísimo. Siento que no la estoy buscando ahora. Siento que en otras épocas estaba más en su búsqueda.
—¿Pero tenés un resto? ¿Si mañana tuvieras que dejar de laburar por lo que sea, hay un resto?
—Sí, tengo un resto, pero no me da para vivir tranquilo. Yo sé que voy por más. En eso sí soy muy ambicioso.
—Pero hiciste inversiones donde la pifiaste.
—Sí, pifié en muchísimas cosas. Por ejemplo, invertimos una fortuna con mi hermano y con mi papá que no funcionó. Era un proyecto gastronómico. Después me salvé de poner el Bar Flúor. Tenía la idea de poner un bar color flúor que salía una fortuna. Y ahí cuando Marcelo paró el auto y me dijo: “A partir de hoy vas a trabajar conmigo”. Y me cambió…
—¿Tenés un terreno en la Luna?
—Lo bueno es que invertí, compré cuatro acres, que son 40 manzanas, en la época en que nadie creía en eso. Lo compré en 2012. La NASA sacó el comunicado: en 2040 empiezan a construir casas en la Luna.
—Pero si el hombre no volvió a la Luna todavía, Luciano....
—Es el gran dilema. El Apolo 11 tardó tres días y 16 horas en llegar. Lo que se está haciendo es programar el primer viaje para 2026, en un día y medio.
—¿Y quién te vendió esos terrenos lunares?
—Hay un tipo que para mí es un genio, que se llama Bob Hope. A él lo echó su mujer de su casa en el año 73. Se sentó en la puerta sin un sope, miró para el cielo y se preguntó de quién será la Luna. Le escribió una carta a la ONU y como en 30 días no le respondieron nada, aplicó una ley que decía que si vos mandabas una carta oficial reclamando algo y no tenías respuesta pasaba a ser tuyo. En 1975 se apropió del dominio y del terreno la Luna. Esperó hasta la época de la cibernética y puso su empresa, que se llama Lunar Embassy, que está en Las Vegas y que ya facturó más de 18 millones de euros. El tipo lotea terrenos en la Luna.
—¿Si yo te quisiera comprar una manzana en la Luna, hay valor de venta?
—Roza con lo fino y delirante. Ahora tengo que ir a Lunar Embassy porque ellos me entregaron el mapa y el pasaporte lunar en el que van a marcar las estampas cuando vaya y ver cómo puedo lotear si quisiera vender. Me quiero quedar con una manzana, ¿para qué quiero 40? Ahora se están peleando entre Elon Musk y (Jeff) Bezos por ir a la luna. Y yo tengo esa barbaridad de hectáreas. Es una locura.
—¿Te acordás cuánto pagaste por tus acres en la Luna?
—Fue algo irrisorio porque era la época en que tomaba. Le pedí la tarjeta de crédito a Marcelo, porque no tenía plata para comprarla. Y no sé si se la terminé pagando o no. Compré todos los acres con la de él.
—Yo no sé si estoy ante un delirante o ante un multimillonario en potencia.
—Capaz que tengo fortunas y no lo sé. Tampoco quiero saber, porque me quiero ilusionar.
—Igual, si los compraste con la tarjeta de Marcelo, algo le corresponde...
—No, creo que se lo terminé de pagar. Me parece. Sino, vamos a ser socios mitad y mitad. Si estamos mitad y mitad en todo...
—¿Qué tal la convivencia entre primos?
—Es increíble. He vivido con él en viajes, pero lo que nos pasó fue una locura. Me llamó y me dijo: “Quiero que vengas a un formato nuevo que se llama Canta Conmigo Ahora, que es de música”. Le dije que sí, pero quería un departamento propio. Hablé con la producción y me comentaron que quería que fuera a vivir con él. Yo cuido mucho la privacidad, por más amor que le tenga, pero recibí un mensaje que decía: “Te venís conmigo”.
—¿Él ya estaba separado en ese momento?
—Sí, hacía un mes y medio. Llevamos un año y ocho meses.
—¿Y cómo se avisan cuando alguien va acompañado? ¿Se dejan algo en la puerta?
—No, es que no va nadie porque es una casa donde vivían Mica, Cande y Juana. Quedamos Fran, él y yo. Me despierto todos los días a las siete a tomar mates y cuido mucho la privacidad de él. Por las mañanas toma su mate, está con su agenda y el teléfono. Es todo trabajo. Yo no voy a decirle: “Che, qué linda historia subimos anoche”. No le hablo. Voy por la puerta de servicio, cazo mi mate y me lo llevo para el cuarto. La base de una buena convivencia es saber encontrar el espacio del otro. A veces me pregunta dónde estoy, porque me quiere ver. Sé que nos divertimos porque lo hago reír. Soy como el bufón de la familia.
—¿Quién es el más ordenado de los tres?
—Francisco. Es impresionante. Tiene 150 mil camperas. Un día le agarré una que quería para el programa. La usé para Canta Conmigo Ahora, y se la dejé con una manchita de make-up, pero nada grave. Se la escondí, pero al otro día me dijo: “¿Por qué no me avisaste que me usaste la campera?”. Pensé que había cámaras, pero es el orden que tiene. Marcelo es muy organizado también, pero Fran es algo de locos. Se lava toda la ropa y primero se la entregan a él porque chequea si está toda la ropa de él, y después: “Bueno, esto es del Tirri, esto es de papá”. Es un obsesivo.
—¿Y vos?
—Yo aprendí con Mimí, que es una enferma. Tiene un TOC muy grande. Las únicas peleas que tuvimos fue porque a veces dejaba el control de la televisión en cualquier lugar.
—¿Ustedes pueden vivir años separados y se pelean por el control remoto?
—Es increíble la locura que tiene con el orden. Es más ordenada que Fran.
—¿La andás extrañando ahora?
—Sí, mucho. Son 17 años juntos. Sobre todo porque ella me bancó con 22 años, en una etapa mía que era un desastre.
—Estuvo en tu internación.
—En la internación, ella fue el pilar a tierra. Estuvo tres meses de la mano a mi lado, y no se movió. Fue algo que no podía creer, porque no quería ni irse a la casa a bañarse o a cambiarse la ropa.
—¿Cómo se negocian los códigos cuando están lejos?
—No hay códigos. Nadie pregunta nada del otro. No hay acuerdo. Mucha gente pregunta si es open, y no es open, ni cerrado: nadie pregunta.
—Es más profundo el vínculo.
—Exacto. Pasa por otro lado. Es confianza.
—¿Cómo anda el Luciano papá?
—Es un papá de búsquedas. Por ejemplo, ahora vengo de ver a mi hija más grande, Caterina, que vive en Miami. Estoy planeando ir a ver a la de San Pablo: a Luna. Y a la que más me cuesta ver es a Francesca, porque estoy arreglando un tema con su madre. El Luciano papá es el lado más frágil que tengo, porque en casa vi lo contrario. Papá y mamá están juntos hace casi 60 años y siento que en mi vida me autoflagelé por no ser el padre ideal. Siempre quise tener una camioneta con cuatro chicos saltando atrás y dos perros, pero no se me dio.
—¿Y te perdonaste?
—Sí. Me costó muchos años. Creo que parte de mis excesos fue para querer tapar y borrar un montón de cosas que no pude cumplir como padre.
—¿Cómo la estás pasando en ShowMatch?
—Es mi casa. El programa me permite mostrar mi locura, mi histrionismo, mi realidad... No importa que en el baile me den un puntaje malo. Me llegan un montón de mensajes que me dicen: “Gracias por hacerme olvidar del dólar” o “Gracias por hacerme reír”. Me pasaba con las historias que hacíamos con Marcelo en Qatar y la gente se estallaba. Y eso me vuelve loco de felicidad. Preparo las galas con placer.
—¿La preparas solo o con un equipo de guionistas?
—La idea es mía. Desde el vestuario hasta el color de pelo o las uñas. Todo está perfectamente pensado. Lo único que no está guionado es mi contacto con Marcelo. No nos vemos por 48 horas antes de ninguna previa.
—¿Es una regla? ¿No se ven las 48 horas anteriores al programa?
—Es así: no nos vemos. Toda esa magia que se produce entre los dos y la gente llora de risa es porque a mí me encanta que él no sepa lo que voy a hacer.
—¿Estás feliz?
—Estoy pleno. Hace un par de años que me levanto muy feliz. Con humor de mí mismo. Soy muy boludo en esto, pero rezo y agradezco mucho. Es hermoso estar vivo, bien y feliz. Le pido a Dios que siga todo así, porque es increíble.
—¿Rezas todos los días?
—Todos. Generalmente a las tres de la tarde, que fue el horario en que murió Jesús. Empecé a rezar mucho más desde que estuve internado. Y todas las noches antes de dormirme.
—¿Y sos más de agradecer o de pedir?
—Agradecer. No sé pedir. Obviamente que hay un montón de cosas que quiero, pero agradezco por lo que tengo. Lo que tengo, ya es mucho.