Frases, apodos. Latiguillos que en algún momento se incorporaron al habla cotidiana de los argentinos, como el infaltable Alcoyana-Alcoyana para referirse a una coincidencia. Incluso, usar el término “Marciano Chupatierra” puede sonar raro y hasta confuso para los que tienen menos de 30 años, pero no para quienes ya peinan canas. Pero cerremos los ojos y soñemos por un momento que volvemos a fines de los 80, que el televisor de tubo está encendido en Canal 9, que es la hora de la tarde, cuando mamá les prepara la merienda a los chicos. Soñemos. Porque “los sueños, sueños son… Pero aquí, ¡se hacen realidad!”.
El programa en cuestión, aquel que provoca tantas referencias como añoranza, es Venga y atrévase a soñar -luego simplificado a Atrévase a soñar-, conducido por el todoterreno Berugo Carámbula entre los años 1987 y 1991. Allí, cuatro mujeres competían en diversos juegos para lograr la mayor cantidad de puntos y, al final de la emisión, cruzar por debajo de un arcoiris para regresar al estudio renovada. Pero para eso, todavía falta.
Para el año 1987 Alejandro Romay -conocido por todos como el Zar de la televisión- estaba al mando de la conducción de Canal 9, en el que brillaban las principales figuras de una televisión alicaída por la realidad económica que atravesaba el país. Así, noticieros y series extranjeras eran de la partida en la pantalla chica, además de programas de juegos de modesto presupuesto que, gracias al carisma de quien lo condujera, podrían ser del agrado del público.
Para uno de esos ciclos se tomó la decisión de que se pusiera al frente a Carámbula, el querido actor, humorista y músico uruguayo que ya diera cuenta de su manejo en la conducción del Supershow Infantil y el Club de Anteojito, lo que permitió mostrar su faceta de animador infantil. Sin embargo, en esta oportunidad el desafío era otro: cautivar a la ama de casa en la última hora de la tarde.
Así, el horario de las 18 hacía a un lado la telenovela Como la hiedra, con Luisa Kuliok, para dar pantalla al carismático Berugo. Mientras tanto en Canal 2 estaba al aire Utilísima, con Patricia Miccio y en el 7 se podía ver Estación musical, a cargo de Dardo López. En el 11 Flavia Palmiero se dirigía a los chicos en La ola verde y en el 13, Control remoto, donde la serie animada Thundercats se acompañaba de videoclips, con Guillermo Macu Mazzuca.
Con “un ambo estilo Balenciaga de la casa Modart”, como definía su look el locutor Jorge Formento, Carámbula hacía su ingreso al estudio, instante en que estallaba la platea detrás de cámaras, compuesta por reidores, extras y quien quisiera acercarse al estudio del Pasaje Gelly 3378 para ver la grabación del ciclo que constaba de tres juegos principales. Al finalizar, la vencedora pasaba a participar de un panel en el que se podía llevar hasta nueve premios de los distintos auspiciantes.
La letra saltarina se denominaba a una reversión del clásico juego Ahorcado, en el que se develaba la primera letra de una palabra y se debían acertar las consonantes o vocales que faltaban; que mientras más se nombraban, menor era la cantidad de puntos que se sumaban. Luego, adivinar las letras también tenía un papel preponderante en El acertijo, al tener que descubrir, por ejemplo, el nombre de un director de cine argentino.
Pero sin dudas el desafío que rompió todos los esquemas y se marcó a fuego en la memoria de todos los que alguna vez fueron espectadores fue aquel de las coincidencias. Antes de arrancar, se mostraban en la parte superior del panel las caras de diferentes estrellas del canal, mientras abajo se veían los mismos rostros, pero desordenados. Así, luego de observar el panel completo y al descubierto por solo cuatro segundos, la memoria visual era clave para reacomodarlos y que las figuras de arriba y abajo, coincidieran. Tarea para nada sencilla...
Mientras el ciclo fue ganando audiencia, la llegada de auspiciantes no tardó en aparecer. Entonces las caras cambiaron primero por figuras geométricas y luego, con los logos de diferentes marcas. El éxito era tal, y las empresas tenían tanto interés en aparecer en el programa de Berugo, que el juego pasó de tener seis casilleros -y por ende, la posibilidad de que aparecieran seis marcas-, a un panel de ocho en un corto tiempo, y casi de inmediato, dos paneles de seis marcas cada uno, para dar un total de 12. El incremento en la dificultad se subsanó agregando una segunda participante; así, una concursante jugaba en un panel y la otra, en el restante. Y así, todos contentos.
Luego de los juegos, el broche de oro. La ganadora se situaba sobre el arcoiris que coronaba el estudio y el conductor expresaba: “¿Vio que siempre hablamos del arcoiris de los sueños, de las ilusiones? Párese arriba, camine hacia el final y atrévase a soñar”. La vencedora desaparecía de la pantalla y la cámara tomaba en primer plano a Berugo: “Y los sueños, sueños son... Pero aquí, ¡se hacen realidad!”, para, gracias a la magia de la televisión, regresar vestida de fiesta y con un arreglo en el pelo que era la envidia de todos.
El público estallaba en aplausos y, después de detallar la ropa y las alhajas, se producía el clásico paso de comedia en el que Carámbula además solicitaba para la vencedora una cartera que hiciera juego con ese outfit. Pero eso no era todo: también se le ofrecía la posibilidad de volver a casa con un anillo de oro y brillantes, para lo cual debía acertar en qué bolsillo de su saco el conductor tenía escondido un corazón rojo. Además, quien ganara podía regresar al día siguiente; pero claro, sólo hasta tres veces se podía ser parte del ciclo.
Volviendo al tema de los auspiciantes, los premios que se entregaban podían ir desde una aspiradora hasta una cena en un restaurante o cuatro paquetes de fideos laminados. No faltaba una canasta de productos de limpieza, un set de productos de aseo personal y paquetes de galletitas de 300 gramos.
“Era un humor sano y familiar el de Berugo, era un programa que miraba toda la familia, yo recuerdo camina por la calle y escuchaba la música del programa en todos lados, ahora eso no existe”, explicaría Ana Laura Flores, una de las históricas secretarias del ciclo en una charla en el programa La Oveja Negra.
La llegada de Ana Laura al programa fue a sus 18 años, a través de un casting que se hizo con diferentes agencia de modelos: se formó una fila de aspirante que alcanzaba las dos cuadras. Ella participó del programa a lo largo de tres temporadas, de las que recuerda que era usual a la salida del canal encontrar a personas aguardando a Carámbula y sus secretarias para pedirles fotos o autógrafos. “Me subía a un colectivo o tomaba un subte y me pasaba que todos me miraban -dice, sorprendida-. Yo era la secretaria de Berugo, no era Berugo. Sí, me reconocían, pero yo estaba con mis amigas de siempre”. Todavía hoy conserva -y utiliza- una panquequera del ciclo.
Flores solo tiene palabras de elogio, respeto y admiración para el conductor: “De Berugo tengo los mejores recuerdos, primero porque era una persona excepcional, un profesional ejemplar, una persona seria pero a la vez divertida”. Empleada en la actualidad de una perfumería, cada tanto encuentra algún video de aquella época: “Tengo dos hijas, una de 19 y otra de 16, que se llevan muy bien con las redes, y es raro para ellas: les causa gracia verme tan chiquita”.
La audiencia comenzó a acompañar de manera insospechada al ciclo, poniendo a Berugo como figura destacada de la pantalla chica. A solo un mes de su estreno el ciclo ya se ubicaba en el puesto número 13 entre los más visto de la televisión. Tanto el público como la crítica lo amaban, a tal punto que el año siguiente se alzó con el Martín Fierro a la conducción. Los números del rating seguían subiendo y para junio de 1989 ya se encontraba en el segundo lugar, superando a tanques como División Miami o incluso a Nuevediario, el noticiero que rompiera los paradigmas de la televisión de los 80. El primer puesto -firme y sin dudar- era para Héctor Larrea al mando de otro envío de juegos: Seis para triunfar.
Pese al éxito, las marcas comerciales que acompañaban y todo lo que había generado, para mediados de 1991 Berugo decidió bajarse de Atrévase a soñar mientras preparaba otro ciclo de entretenimiento, que comenzaría próximamente en el mismo canal. Así, hasta finalizar ese año, el programa quedó en manos de Gino Renni, compañero de aventuras del uruguayo en el cine. En mayo de 1988 Canal 11 buscó emular la propuesta con su Atrapando ilusiones: Chico Novarro comandaba una copia exacta del ciclo de Carámbula. A las tres semanas se levantó del aire.