Si de algo se podría jactar Viggo Mortensen hoy, en su cumpleaños 65, es que su vida fue “movidita, movidita”. Es hijo de un danés y un norteamericana que se enamoraron en Noruega, se casaron en los Países Bajos y se instalaron en Nueva York, donde nació el actor. Cuando tenía dos años, los Mortensen se mudaron a la Argentina y se quedaron hasta que Viggo cumplió 11.
La familia vivió un tiempo en Buenos Aires y otro en Chaco. Viggo aprendió a montar a caballo, coleccionaba figuritas y revistas de Superman, Batman, Linterna Verde y… Patoruzú. De esa infancia le quedaron costumbres que todavía conserva: toma mate sin azúcar y sabe preparar dulce de leche. Le gusta comer empanadas y ama el dulce de membrillo. Escucha tangos, los canta e idolatra a Ada Falcón.
Cuando sus padres se divorciaron, regresó con su madre y sus dos hermanos a Nueva York. Hizo el secundario y ya mostró que el mundo no le era ajeno. En la fiesta de graduación se negó a ponerse las tradicionales togas como protesta por la precariedad en la que trabajaban las costureras que las confeccionaban. Siguió estudiando y a falta de una, obtuvo dos licenciaturas: una en Ciencias Políticas y la otra, en Lengua Española en la Universidad de St. Lawrence (Nueva York). Lejos del estereotipo de nerd, fue capitán del equipo de tenis universitario y solía andar con una cámara hogareña con la que filmaba todo le que le parecía interesante.
Ya recibido decidió marchar a Europa. Anduvo por España y el Reino Unido, pero recaló en la casa de sus primos en Dinamarca. Para costear la estadía trabajó como conductor de camiones en Esbjerg y vendió flores en Copenhague. En sus ratos libres escribía poesías y relatos cortos. En 1982, decidido a empezar una carrera como escritor, Mortensen volvió a Nueva York.
No se sabe muy bien cómo surgió su amor por la actuación. Su debut en escena fue a los ocho años cuando formó parte de la cola de un dragón en una obra escolar. Alguna vez explicó que quiso ser actor una tarde que fue al cine para matar el tedio, pero al terminar de ver la película -que no recuerda cuál era- se empezó a preguntar qué era actuar y cómo se creaba un personaje. Decidió formarse y se anotó en el instituto Warren Robertson Theatre Workshop, en Nueva York. Actuó en teatros de la Gran Manzana y de Los Ángeles; por su interpretación en la obra Bent recibió el Dramalogue Critics’ Award.
Sus comienzos en el cine no fueron fáciles. Se presentó sin éxito a “unos 25 o 26 castings. En la mayoría llegaba a formar parte de los dos o tres finalistas y me decía: ‘Ya está, lo voy a conseguir’. Y nada, acababan ofreciéndome papeles menores. Pero me presentaba pensando que si no funcionaba, no pasaba nada. Hay que ser testarudo y no perder el sentido del humor. Si realmente quieres hacerlo lo conseguirás”, le contó Viggo a la agencia EFE.
Cierta vez lo convocaron para La rosa púrpura del Cairo, dirigido por Woody Allen, pero todas sus escenas fueron eliminadas del montaje final. La primera película donde quedó su participación fue Testigo en peligro, de Peter Weir y con Harrison Ford de protagonista.
Su gran salto a la fama se produjo gracias a su papel de Aragorn en la trilogía de El señor de los anillos. Estaba en su casa de Los Ángeles cuando Peter Jackson lo llamó desesperado. El irlandés Stuart Towsnsed había renunciado al papel, la filmación había comenzado y precisaba reemplazarlo con urgencia. Viggo lo escuchó, se solidarizó, pero le contestó que no había leído el libro ni había tocado una espada. Al cortar. Henry -su hijo de por entonces 11 años y fan de la saga-, le ordenó que aceptara. Obedeció. Leyó el guion en el avión que lo llevaba a Nueva Zelanda, donde debía filmar. Le gustó que su personaje -como él- sintiera muchas dudas y un poco de miedo.
Lo más duro no fue aprender el uso de la espada, el clima caluroso y las jornadas extenuantes, sino alejarse de su hijo por un año y medio. Obsesivo para componer sus personajes, a diferencia de sus compañeros prefería no dormir en los lujosos hoteles asignados sino en chozas al lado del río. Cuando su ánimo flaqueaba se recordaba que “a veces, como dicen en España, hay que estar a dieta de ajo y agua: a joderse y aguantarse”. Compenetrado con su papel, llevaba a todos lados su espada, tanto que un día un policía de Nueva Zelanda estuvo a punto de detenerlo por llevar armas por la calle. En sus ratos libres solía surfear. El problema surgió el día que se golpeó el rostro con la tabla, se le hizo un moretón, y todas las escenas que debía grabar las hicieron enfocando solo su lado izquierdo.
Reconoce que la fama le trajo buenas cosas como el protagónico en Hidalgo, dirigido por Joe Johnston, pero también situaciones insólitas como la de una admiradora japonesa que le escribía tres cartas por día; eso sí “todas muy bonitas”. Hasta el día de hoy no le molesta sacarse fotos ni firmar autógrafos. Con sus ojos claros y porte viril, solía arrancar suspiros pero él descreía de esa fama de sex symbol esbozando un “solo soy la versión canosa de Brad Pitt”.
Viggo no solo se expresa en el escenario o en pantalla, además toma muy buenas fotografías, escribe poesía, hace rock experimental, dibuja y pinta. Fundó Perceval Press, una editorial que publica poesía, arte y crítica literaria, y que se enorgullece de “jamás publicar un libro que apoyara la guerra contra Irak o la desmedida explotación de los países más ricos hacia los más pobres”, como declara. Asegura que el gran éxito de su emprendimiento es no es haber vendido mucho -sus tiradas son de 500 a mil ejemplares- sino lograr un libre y enriquecedor intercambio de ideas, sentimientos, palabras e imágenes.
Su pasión por el club San Lorenzo es conocida. Nació en esa infancia porteña cuando José Areán, Victorio el Manco Casa, Horacio el Loco Doval y Héctor Bambino Veira, apodados Los Carasucias, fascinaban con su atrevimiento, audacia ofensiva y juego creativo. “Me gustaba cómo jugaban pero sobre todo cómo luchaban”, recordó el actor. Su padre lo llevó a la cancha una sola vez y la experiencia no fue la mejor. “Tendría cinco años y fuimos a ver un partido a River. Le digo a mi padre: ‘Está lloviendo’, y él me contesta que no. ‘Sí, papá está lloviendo’. Lo que parecía lluvia en realidad era un hincha orinando”.
La primera vez que pisó el estadio Nuevo Gasómetro -hay testigos-, besó el pasto, emocionado; arrancó un poco y ¡se lo comió! En sus películas suele aparecer vestido con los colores cuervos -azul y grana-, y en su camarín siempre cuelga un banderín de San Lorenzo. Debajo del traje con el que personificaba a Aragorn llevaba la camiseta del Beto Acosta. En las entregas de premios como los Globos de Oro y los Oscar, o cuando asiste a distintos programas, ya sea el de Jimmy Kimmel en Estados Unidos o el de Susana Giménez en Argentina, luce siempre un emblema del conjunto de Boedo.
En el 2012, por su pasión casi termina preso en el Aeropuerto de Washington luego de gritar el 3 a 2 del Ciclón en una remontada histórica frente a Newell’s para evitar el descenso. En 2008, para el centenario del club pidió permiso para ausentarse tres días del set de La carretera y asistir a la fiesta. Ese día se subió al escenario y cantó un tango que reflejaba su amor por San Lorenzo.
Cuando el cardenal Jorge Bergoglio -otro cuervo reconocido- fue elegido Papa, Mortensen lo vivió como un “alivio” a su rol de hincha más famoso. “Ahora no voy a tener que explicar en el mundo, tanto como antes, qué es San Lorenzo. La gente se ha dado cuenta y cuando me vean el escudo no van a pensar que soy del Barcelona, por ejemplo. El Papa me ha quitado un peso de encima porque él no esconde que es hincha y socio de mi club”.
Además de un apasionado del fútbol no duda en mostrar sus posturas políticas. En un popular talk show apareció con una remera pintada a mano en la que se leía “No more blood” (”No más sangre por petróleo”), la consigna de los manifestantes que se oponían a la guerra contra Irak. Cuando en The New York Times un grupo de artistas e intelectuales firmó una solicitada antibélica, la primera firma era la de Viggo.
En otro momento usó la ironía para hacerle un pedido al presidente Obama por Diego Maradona. Según el diario El País, le escribió al por entonces nuevo presidente: “Querido Obama: ahora que se acerca el amistoso entre las selecciones de fútbol de Argentina y Estados Unidos, creo que Maradona (en ese momento director técnico de la albiceleste) tiene prohibido el acceso a nuestro país. O le deja entrar o podemos celebrar el partido en algún sitio neutral, como Guantánamo, que es tierra de nadie, ¿no?”.
Divorciado de Exena Cervenka, actriz y cantante punk con la que mantiene una excelente relación, desde el año 2008 está en pareja con Ariadna Gil. Ella era una actriz conocida en España que estaba en pareja con David Trueba, director de cine y padre de sus dos hijos. Se conocieron en 2006 y se hicieron amigos; dos años después se volvieron a encontrar durante la filmación de Appalosa. Para aceptar, Viggo impuso una única condición: compartir elenco con Ariadna. Desde entonces están juntos.
La pareja decidió compartir su vida en Madrid. Los fotógrafos hace rato que dejaron de perseguirlos de tan cotidianos que resultan. “Ha habido momentos complicados -reconocería Gil-, con paparazzis durmiendo en el portal de mi casa. Y al final, ¿qué? Nos pueden hacer una foto paseando al perro y ya está, porque no damos más. No hay noticia. No hay nada más que enseñar”.
La declaración de su mujer va en sintonía con las actitudes de un actor que podría escribir un manual del anti divo. Suele caminar descalzo, evita las entregas de premios, se mueve sin guardaespaldas, durante años no usó teléfono móvil, siempre lleva una libreta para anotar sus ideas y una cámara de fotos para registrar lo que ve. Le encanta subirse al auto con su hijo y conducir durante horas haciendo paradas donde desea y cuando lo desea.
Cada vez que aterriza en Buenos Aires le pide al taxista o a quien lo vaya a buscar que, antes de dejarlo en el hotel, primero lo lleve hasta donde era el Gasómetro, el desaparecido estadio de San Lorenzo, en Avenida La Plata. No importa el horario: se baja en la sede y camina de una punta a la otra despacio, como saboreando el regreso. Solo entonces siente que llegó a este país tan extraño como entrañable que lo convirtió en el más argentino de los actores de Hollywood.