Miguel Ángel Álvarez era un joven de 27 años cuando tuvo la gran oportunidad de su vida y no la desaprovechó. Corría el año 1964 y lo convocaron para formar parte de un clásico de la tele argentina que perduró por tres décadas como Operación Ja-Já. El programa tenía un sketch emblemático, La mesa de café, que luego derivó en el clásico Polémica en el bar. Ahí, ya como Javier Portales (su nombre artístico) descolló en esa creación de Gerardo y Hugo Sofovich junto a grandes de la talla de Juan Carlos Altavista, Jorge Porcel, Alberto Olmedo, Carmen Morales, María Rosa Fugazot, Mario Sánchez, Luis Tasca, Adolfo García Grau, Rolo Puente, Fidel Pintos...
La sola mención a Pintos trae al recuerdo aquellas escenas memorables donde el cómico sanateaba como nadie en la mesa respecto a por qué subía el dólar, ya en aquellos años. Ahí se armaba la clásica discusión entre Portales y el Minguito Tinguitella que interpretaba Altavista, mientras Fidel introducía su mano derecha dentro de su saco dando a entender que tenía un arma.
Otro hito en la carrera de Javier fue el siempre recordado sketch junto a Olmedo como Borges y Álvarez (el Negro lo había bautizado así porque ese era su apellido real) en No toca botón. Como ocasionales partenaires, desfilaban Silvia Pérez, Divina Gloria, César Bertrand, Vicente La Russa y el “paren las rotativas”, y la aparición en el final de una descollante Beatriz Salomón con su “llamaron de Canal 9 para que aporten nuevas ideas para un programa...”. Algunos mojones en una carrera que tuvo de todo.
Era cordobés, nacido un 21 de abril de 1937 en Tancacha, localidad agrícola ganadera ubicada en el centro de la provincia. Solía viajar hasta Rosario para iniciar su carrera de actor en radioteatro, hasta que de adolescente se instaló en Buenos Aires para seguir probando suerte. Y la tuvo obteniendo un lugar en Quinto año nacional, con textos de Abel Santa Cruz, acompañado de Julio de Grazia y Santiago Gómez Cou. Aquel programa para la familia le sirvió para hacerse más popular y ser convocado por los hermanos Sofovich para la mesa del bar que hizo historia.
Claro que su carrera siempre en aumento y positiva contrastó con su vida privada, que le provocó numerosos sinsabores hasta morir abandonado en la pobreza con la sola compañía de su hijo Javier Ángel. A pesar de que habían estado un tiempo distanciados, fue quien lo acompañó y asistió durante sus últimos trágicos días, cuando las luces del centro se habían apagado y ya nadie se le acercaba.
De amores y pesares
Su primera mujer fue Yolanda Vitulano, madre de su único hijo Javier, de quien se separó a principios de los años 60, cuando el niño era muy pequeño. Enseguida, conoció a Delia Novoa, su compañera por más de dos décadas hasta que la relación estalló en pedazos cuando Portales fue descubierto mientras mantenía una relación paralela.
Javier Ángel padecía a Delia, no la quería ver ni en figuritas porque siempre que podía lo hacía a un lado. Su padre, por entonces enamorado de ella, lo permitía para no entrar en fricciones. La pareja viajaba por el país y el mundo y a él lo llevaban poco y nada, con una excusa recurrente: “Andás mal en el colegio, cuando mejores venís”. Pero aunque sus notas mejoraran, eso nunca sucedía. Por estos maltratos que había recibido de niño, un poco se alegró cuando ya era un joven formado, tenía escasa relación con su padre y casi ninguna con Delia, y se enteró de que ella lo había descubierto con otra.
La amante en cuestión era la guionista Marina Gacitúa, un par de décadas más joven que el actor. A mediados de los ‘90, Portales vivía un momento de esplendor más allá de haber sufrido como nadie la muerte de su coequiper, Alberto Olmedo, ocurrida en 1988. Según relata Javier Ángel, su padre y Marina fueron descubiertos mientras tomaban un café cerca del Teatro San Martín. El encuentro llegó a oídos de Delia, con quien estaba casado legalmente. Podría decirse que en ese preciso instante comenzó la debacle para Portales en su vida y en su salud.
Delia lo esperó paciente en el hogar que compartían, un piso de 500 metros en Dean Funes y Venezuela. Cuando llegó, le dijo sin vueltas que se había enterado que la engañaba. Lo expulsó del departamento, y cuando él llegó a la puerta de salida, hasta le tiró algunas de sus pertenencias por la ventana. No era una escena de ficción tan recurrente de la picaresca de la época, esto se trataba de la vida real. Portales, humillado, tuvo que descansar alguna que otra noche en su flamante Ford Sierra hasta encontrar nueva morada. Además, su ex le inició un juicio de divorcio millonario y no solo recibió una fortuna en efectivo sino que se vio beneficiada porque el magistrado que intervino resolvió que recibiría el 17 por ciento de todo lo que Javier percibía de los contratos firmados a través del gremio de Actores.
Más allá de haberle generado una debacle financiera, Portales siguió adelante con su incipiente romance con Marina. Su hijo, que había incursionado en el mundo del cine como meritorio y otros roles, le advertía que ni ella ni su familia “le cerraban”. Insistía con el tema de la desconfianza, en especial cuando compartían tareas en el teatro, donde ella trabajaba como libretista. Javier Ángel le decía a su padre que con un talento como el suyo, que además de su rol como cómico había sido autor y director de una obra emblemática como La sartén por el mango, no podía seguir a merced de una mujer. Hasta el cansancio le repetía que él había hecho Chejov, Shakespeare, montones de filmes y hasta fue distinguido con el Premio Podestá por su gran trayectoria. Pero su padre no lo escuchaba, solo tenía ojos y corazón para Marina cuando justo comenzó a padecer inconvenientes en su salud.
Las enfermedades, los dolores y la muerte
Fue en su casaquinta de Francisco Álvarez, en el oeste del conurbano bonaerense, cuando sufrió un resbalón y cayó de espaldas. Los estudios demostraron que padecía una hernia de disco que se fue complicando y lo tuvo a maltraer. Sufría de fuertes dolores de espalda y hasta tuvo que recurrir a una silla de ruedas para trasladarse. Lo operaron de la columna, pero lejos de reponerse, su situación empeoraba de manera preocupante. Por eso decidió viajar a Cuba en busca de recuperar su movilidad. Al regreso, y luego de un tratamiento intenso de fisioterapia, sufrió su primer ACV. Quiso volver a Cuba pero sus condiciones físicas se lo impidieron. Luego padeció otro ACV y tres infartos que lo dejaron varias veces al borde de la muerte.
Entretanto, la relación con Marina Gacitúa que convivía con él y su pequeña hija, se resquebrajaba cada día más. “Estaban con él por interés, ella y su familia. Se habían adueñado de sus bienes y hasta sus cuentas bancarias”, denuncia Javier Ángel, y asegura que ella estaba en Estados Unidos cuando su papá padeció el ACV y que al enterarse no regresó de inmediato. Mientras tanto, Portales se debatía entre la vida y la muerte en el Instituto del Diagnóstico. Cuando fue dado de alta y llegó a su hogar lo ubicaron en otra habitación. “Con la excusa de que estaba cuadripléjico”, rememora su hijo, y contrapone su versión.
“Lo hizo para que él no se diera cuenta cuando llegaba o se iba, hasta que allá por el 2000 se fue de la casa, lo dejó librado a su suerte y se instaló en San Telmo”, dice con dolor. “Mi viejo no tenía un mango. Yo se lo advertí, pero no me hizo caso, no me escuchó. Fue raro, porque no niego que le encantaban las mujeres y hacía cualquier cosa cuando se enamoraba, pero más le gustaba la plata... Yo digo que se descuidó o lo descuidaron, el que lee me va a saber entender. Es muy triste para un tipo que facturó millones, amasó una fortuna.
Más allá de los millones de pesos o dólares que pudo haber tenido Javier, cuando su hijo se hizo cargo de él dos años antes de su muerte, las deudas se multiplicaban y los problemas de salud también. Estaba postrado con numerosos gastos en médicos, medicamentos, pañales, bolsas de colostomía porque estaba con un ano contra natura, e insulina por la diabetes avanzada que padecía. El estado de situación era caótico. Y su hijo cuenta que hasta tuvo que vender su propio departamento para poder seguir con el tratamiento. Pero su cuerpo ya no resistió más, y la muerte lo sorprendió a los 66 años, un 14 de octubre de 2003.
Hoy a sus 62 años, Javier Ángel -que alquila un departamento donde vive con su eterna compañera, Susana- lo recuerda con una sonrisa, más allá de reconocer que su padre lo ignoró durante gran parte de su vida. Dice que no le guarda rencor, al contrario, confiesa sin pudor que lo quiso, lo quiere y lo recuerda a su manera. “Extraño su perfume cuando entraba a casa. A veces siento ruido de puerta y por un instante pienso que es él”, expresa con cariño y entre sonrisas. Lo que más desea es llevar al teatro su obra La sartén por el mango, cuya propiedad es la única herencia que recibió de su padre: “Me encantaría que me llamara un productor para reestrenarla algún día y así darle la alegría pendiente que se merece”, anhela.
Hablar de Portales es también hacerlo de Olmedo, a quien Javier Ángel conoció y también quería mucho. Dice que El Negro, en un viaje que hicieron los tres por España, lo tomó como hombre de confianza. “Me daba todas las responsabilidades para que yo decidiera dónde ir, cómo ir, qué podíamos hacer”. Y reflexiona en voz alta y con un dejo de tristeza: “Fijate lo talentosos que fueron mi viejo y él, la guita que ganaron, y cómo terminaron los dos, trágicamente...”.