El día que Kathy Bates cumplió 42 años sintió que llegaba a esa etapa donde muchas personas creen que la vida más que brindar nuevas oportunidades impone limitaciones. Era 1990 y sabía que, con una prolífica carrera en el teatro, gozaba de cierto prestigio, y que en el boca a boca se repetía que si ella actuaba, valía pagar la entrada. Sin embargo, lo que le sobraba de prestigio lo carecía en popularidad. Ninguna de sus presentaciones había sido un exitazo de taquilla ni mejorado notablemente sus cuentas. Fuera del selecto mundillo teatral era una ilustre desconocida. No se sentía defraudada pero tampoco plena.
Fue entonces que llegó a sus manos pequeñas y regordetas el guion de Misery. La invitaban a ponerse en la piel de Annie Wilkes, una fanática (alerta spoiler) de apariencia inofensiva que, bajo la premisa “Soy tu fan número uno″, secuestraba a su novelista preferido y lo torturaba para que reescribiera su próximo libro.
Su agente le explicó que el director y productor Rob Reiner tenía bien en claro que la protagonista de Misery no sería una actriz famosa. Ninguna se atrevería a encarnar el personaje de una desquiciada con quien quedarían identificadas. Tampoco podía ser dueña de una belleza impactante porque precisaba verse como una mujer común. Es cierto que sin una cara famosa, quizás la película no sería un éxito. Pero el gancho no eran sus protagonistas sino su autor, Stephen King, y la pasión que provocaba en sus lectores.
Con su estilo tan adictivo como atractivo y su capacidad para narrar historias que cuentan miedos intrínsecamente humanos, King contaba con una legión ya no de lectores sino de fanáticos. Para escribir su novela número 25 se inspiró en el caso de Genene Jones, una enfermera voluntaria que, aunque no había secuestrado a ningún escritor, sí se descubrió que inyectó drogas peligrosas a varios bebés. Su objetivo era crear una emergencia médica para luego ser reconocida por atenderlos y cuidar de los que parecían sus protegidos, y en realidad eran sus víctimas.
Celoso de su obra, King impuso como condición que la adaptación en la pantalla grande de su novela estuviera a cargo de Reiner, el único director que no lo había defraudado al pasar su texto a pantalla en Cuenta Conmigo. Reiner nunca antes había filmado una película de terror pero se inspiró en el gran maestro del rubro, Alfred Hitchcock. Su trabajo fue tan bueno que el autor de Carrie asegura que Misery es una de las mejores adaptaciones entre las 71 de sus historias que se llevaron al cine. Eso sin contar los relatos que cede a proyectos de aficionados y estudiantes a cambio de ¡un dólar!
Con la idea en marcha y un presupuesto de 20 millones de dólares, Rainer y su guionista, William Goldman, se centraron en encontrar a una actriz de cara desconocida pero con talento reconocido. Alguien de mediana edad, con aspecto confiable y de buena persona, con un rostro agradable pero no de esos que se perciben de otro level. Necesitaban una actriz capaz de interpretar a una inofensiva ama de casa, más a una apasionada admiradora y una terrible psicópata. Un auténtico tres por uno.
La primera convocada fue Anjelica Huston, pero lo rechazó no porque no le gustara la idea sino porque se había comprometido con otro proyecto. La segunda opción fue Bette Midler, que al conocer la historia se negó a participar porque algunas secuencias le resultaron demasiado violentas. Con los años reconocería que aquella decisión fue bastante “estúpida”.
Alguien sugirió el nombre de Kathy Bates. Cuando la actriz de teatro llegó a la prueba de cine con su sonrisa tímida y belleza normal algunos dudaron que fuera la indicada, pero ella se encargó de demostrar que no siempre “la primera impresión es lo que cuenta”. Apenas Rainer comenzó a grabar, Kathy enmudeció a todos. Si el lector vio la película puede dar fe. La transformación de esa actriz de apariencia intrascendente es fenomenal. Bates logró imprimirle a su personaje una dosis adecuada de patetismo, ternura y desquicio. Su Annie hasta el día de hoy figura como un de las malas más malas del cine y, sin embargo, en vez de odiarla no podemos menos que sentir pena por ella. Más que ganas de que termine presa queremos que la internen en un buen psiquiátrico; eso sí, alejada de martillos.
Elegida la protagonista faltaba conseguir al protagonista. Y acá lo que parecía una oportunidad se transformó en problema. Aunque era un protagónico y en una película que desde el vamos tenía destino de éxito, muchos actores rechazaron el rol. Warren Betty, Harrison Ford, Dustin Hoffman y Robert De Niro se negaron a interpretar a un escritor sometido por una mujer, que pasaría gran parte del rodaje atado a una cama y no precisamente en escenas de galán seductor ni del tan mentado alto contenido erótico.
Otro que descartó el convite fue Michael Douglas. Aseguró que aunque no tenía problemas para ponerse debajo de una mujer, ya sea en una película como en su vida real, esa historia le parecía muy sádica. Jack Nicholson también rechazó convertirse en Paul Sheldon. A él no le molestaba el personaje sino el autor. No quería actuar en otra película basada en un libro de Stephen King, ya que había protagonizado El resplandor, en 1980.
Con la lista de candidatos cada vez más acotada surgió el nombre de James Caan que con su irascible Sonny en El Padrino y su violento veterano de Rollerball se había ganado el apelativo del “nuevo cowboy”. Según Caan, su elección fue “fue una broma privada de Reiner, que dijo: ‘Consigamos al más neurótico actor de Hollywood y pongámoslo en una cama durante 15 semanas’”. Aceptó.
El artista consagrado conformaría con la actriz prestigiosa pero desconocida una de las duplas más memorables del cine. Sin embargo, pese a la excelencia de ambos actores, no les fue fácil congeniar. Sus problemas no se debían a la incompatibilidad de caracteres sino de metodología de trabajo. Desde el comienzo surgieron las diferencias. Para entender más a su personaje, Bates había leído la novela, pero Caan ni siquiera la había comprado. No fue la única gran diferencia, ella al tener una formación en teatro pedía ensayar bastante, algo a lo que el actor se negaba. Al terminar la jornada, Bates le sugería repasar las escenas del día siguiente, pero su compañero rechazaba la sugerencia con un frase que era su filosofía de vida: “Cuando termino el trabajo, quiero estar con mis amigos. Quiero relajarme yendo al rodeo, a beber o de putas”.
Otro gran enojo surgió la vez que Caan apareció alcoholizado en el set. Todas las escenas que grabó fueron inservibles. Hubo que volver a filmar. El actor, al darse cuenta del dinero que le hizo perder al estudio, ofreció descontarlo de su salario pero del tiempo perdido nada dijo. Estas actitudes enfurecían a Bates y se lo comentó al director, que le aconsejó que canalizara en su personaje la ira que sentía por su compañero.
Pese a su ira controlada, Bates también entendía el esfuerzo que implicaba componer a Paul. Durante 15 días Caan grabó sus escenas atado e inmovilizado en una cama, mientras ella desplegaba su talento por toda la casa. “Estar atrapado en esa cama, en la que está toda la película, tenerlo encerrado, creó más frustración y lo ayudó a interpretar el papel”, comentó Reiner. Pasar tanto tiempo quieto y acostado aumentó el agobio del actor, que le fue transmitiendo esa misma frustración al personaje. Lejos de calmarlo Reiner alimentaba su inquietud diciéndole antes de rodar: “Jimmy, en esta escena estás en la cama”, y luego lo abandonaba acostado e inmóvil ante la cámara.
La certeza de los actores elegidos se mostró en una escena que quedó inmortalizada en la historia del cine y merece ser vista en todos los talleres de actuación. Con un martillo Annie rompe los tobillos del escritor. Si la escena aterroriza, en el original era mucho peor. La mujer le cortaba a su prisionero el pie izquierdo con un hacha y luego le cauterizaba la herida con un soplete de propano. Al leerla en la novela, Reiner y Goldman la consideraron demasiado brutal. Además, como explicaron en una entrevista en la versión DVD de Misery, “queríamos que Paul Sheldon al final de esta película saliera victorioso sobre Annie Wilkes, y si terminaba sin un pie, incluso si terminaba golpeándola y ella moría, entonces tal vez pagaba un precio demasiado alto por eso”.
Para decidir si incluían la escena tal cual estaba en el libro o la adaptaban, autor y director no convocaron costosos focos group sino que comenzaron a preguntarle a todos los trabajadores del estudio si preferían tobillos rotos o pie cortado. A los primeros, según cuenta Vanity Fair, los llamaron “los inmovilizadores” y fueron los que se impusieron.
El día indicado para grabar la escena no fue fácil para Bates. “Kathy es tan antiviolenta, o antiviolencia, que literalmente estaba llorando al momento de filmar”, revelaría Caan. Pese a su reticencia logró hacer historia. Su Annie descarga una fuerza desencajada, mientras en su rostro transmite una mezcla de amor y locura que –luego del susto inicial- lleva al aplauso de pie del espectador. La escena es tan icónica que la misma Bates al recibir el Oscar dijo con humor: “Me gustaría darle las gracias a Jimmy Caan y disculparme públicamente con él por lo de los tobillos”.
Cuando la película se estrenó le gustó a la crítica y, aunque aterró a los espectadores, se convirtió en un éxito. Sin recurrir a monstruos, casas embrujadas, efectos especiales o situaciones inverosímiles, la historia lograba aterrorizar y entretener. Para Bates, la película representó su primera nominación al Oscar como mejor actriz. Otro dato digno de pasar a los manuales de historia del espectáculo. Es que Bates lo obtuvo siendo casi una desconocida y a una edad donde en la mayoría de las industrias a las mujeres se las considera “viejas”. Hasta ese momento de los 88 Oscar entregados a mejor actriz, 64 lo habían ganado mujeres menores de 40 años y 29 premiadas eran menores de 30. La estatuilla cambió su carrera ya que, como ella explicó con fina ironía, le trajo “mejor salario, trabajar con mejores personas, mejores proyectos, más exposición, menos privacidad”.
A diferencia de Bates, la carrera de Caan se estancó y su vida privada desbarrancó. En 1981, su hermana menor, Bárbara, murió a causa de la leucemia. “Ella era como mi mejor amiga y la única persona en el mundo a la que le tenía miedo. Cuando murió, la pasión se volvió todo para mí. Eso es lo que amaba de mi hermana: era muy apasionada en todo lo que hacía. Empecé a tomar cocaína, que es como una sentencia de muerte. Eso duró un tiempo”.
Dispuesto a recuperarse, abandonó Hollywood, desapareció de los sets y se dedicó a entrenar chicos en béisbol. En los 90 volvió a trabajar en proyectos interesantes como Mickey Ojos Azules, Elf y fue parte de Dogville, dirigido por Lars von Trier. La comedia Queen Bees, de 2021, significó su última presencia en la pantalla. Falleció el 6 de julio del 2022 a los 82 años. Hasta sus últimos días la gente le preguntaba: “Hey, Jimmy, ¿cómo están tus piernas?”.