Nicolás Francella entre la actuación, la producción y la gastronomía: “No me siento cómodo con un único camino”

El actor se luce en Una flor en el barro, una película que marca un quiebre en su carrera. Sus comienzos en el medio, los consejos de su padre y la importancia de aprender a disfrutar la profesión

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Nicolás Francella Habla De Los Riesgos De La Profesión

Con un apellido ilustre, y con un parecido físico que no necesita otra acreditación, Nicolás Francella eligió hacer su propio camino. Y la industria del espectáculo, esa que conoce desde siempre, lo esperó con paciencia. Resistió las tentaciones y las presiones del medio, empezó como meritorio y le hizo caso a los impulsos, siempre matizados por la razón. De a poco, el tiempo le está dando la razón y aquel debut en Papá es un ídolo junto a Guillermo, a la distancia parece una travesura.

Como parte de ese camino personal y a conciencia, Nicolás se luce en el protagónico de Una flor en el barro, donde como nunca antes le pone el cuerpo a una historia que conmueve e invita a pensar. Aquí es Francisco Cardoso, un maestro con una vida algo errática tanto en lo personal como en lo profesional, que toma una suplencia en una escuela pública en una zona olvidada. El destino le pone enfrente a Sofía -la notable Lola Carelli- una alumna de 8 años que le despierta un interés inédito. La niña resuelve cuentas matemáticas a una velocidad sorprendente para su edad. Manifiesta una sensibilidad que lo conmueve. Le hace preguntas para las que no tiene respuesta, justo a él, que parece tener una respuesta para todo.

A solas con Teleshow, con una tranquilidad que no deja ver los nervios propios del estreno, Nicolás repasa cómo se encontró con esta historia que marca un quiebre en su carrera. “Al leer el guion sentí una conexión inmediata, había muchos condimentos que me que me impulsaban a querer filmarla”. Lo dice con un hablar pausado, en el que piensa cada palabra y transmite también con los silencios y con las miradas. El rodaje entre las restricciones de un brote pandémico y la ola de calor de un enero impiadoso le pusieron más épica al asunto. Y ahora, con los primeros soles de la primavera, es hora de esperar la cosecha.

—Si bien no es un documental, hay una cuestión muy testimonial en la película donde tu personaje carga con un peso importante.

—La idea de Nicolás Tuozzo, el director, fue poner sobre la mesa este tema, que es actual, universal y que por un montón de formas de pensar todavía no se modifica. El primer impulso de este maestro es querer que se le preste atención a esto y que se le dé lugar que no se le viene dando por otro tipo de prioridades que hay en la escuela. Y habla de esta lucha para que Sofía pueda progresar y tenga un lugar y herramientas para poder desarrollarse.

Nicolás Francella habla de su protagónico en Una flor en el barro

—¿Cómo se fue construyendo la relación con Lola?

—Casi que no tuvimos mucho tiempo para ensayar, nos conocimos en el inicio del rodaje. Ella tenía un compromiso enorme, mucho entusiasmo pero al mismo tiempo estaba despojada de todo tipo de presiones. Y entre docente y alumna se fue construyendo un vínculo muy lindo y muy tierno, en el que también hay una cuestión muy paternal, de acompañarla y ayudarla sin que ella tenga noción lo que está haciendo este profe. Hace poquito la vi después de dos años y había crecido una barbaridad. Traté de ponerme en su lugar, y la vi con las cosas muy claras y disfrutando. Hay que tener un poco de cuidado con qué se le pregunta una nena. Y me encantó verla muy suelta, sin ningún tipo de fantasmita.

—Hablás de ponerse en su lugar y te pienso a los 8 años, no con dificultades como las de Sofía, pero sí creciendo en un entorno diferente al de tus amigos, con un papá muy famoso. ¿Sentiste alguna incomodidad con eso?

—Honestamente no, y creo que mi hermana tampoco. No he tenido malas experiencias, ni recuerdos de hartazgos o situaciones de ese tipo. Tengo la suerte que todo el entorno recibió constantemente amor y empatía y la gente ha tenido siempre muy lindas actitudes conmigo. De chico siempre fui un poco inconsciente y, a medida que me metí dentro de este medio, lo veo con otros ojos. Y si bien es todo lindo, mi papá tiene un trabajo y una dinámica de vida en la que lo he encontrado domando algunas situaciones, siendo el centro de atención. Yo no lo disfruto, me incomoda, pero en ningún momento tuve malas experiencias.

—Volviendo a la película, no queda la sensación de que esté planteada en términos de buenos y malos. Muestra una realidad y tu personaje intenta que sea de otra.

—Es así, y creo que también un poco lo que me pasó al leerla, es sentir que no hay un estereotipo. Creo que hay un tema muy instalado de base. La escritura es simple, no hay nada subrayado para atraer otras cosas ni una búsqueda de romantizar o exacerbar algo. Para mí siempre menos es más, y me parece que Nico eligió el camino correcto para contarla.

El tráiler de Una flor en el barro

El ojo del productor

Una flor en el barro es también el desembarco de Nicolás en la producción audiovisual. Un área que retoma su primera experiencia en los medios y había quedado postergada ante el crecimiento del actor. “Sin que esté planificado, se me abrió una ventanita para entrar en el proceso de venta y en la estrategia de comunicación de la película. En cómo comunicarla, cómo construir el tráiler y a mí me divierte mucho eso”, explica el actor, que considera esta herramienta tan importante como el libro, la edición y las actuaciones.

—¿Influyó este momento tan particular de la industria para tomar la decisión?

—No lo pensé con la lógica de aprovechar el momento. Creo que la industria hace mucho se viene modificando y los caminos arrancan a ser diferentes. Durante la pandemia, con todo el boom de las series, cada plataforma quiso empezar a posicionarse con producir todo lo que podía, y más o menos construirse una identidad. Pero si me meto más en un rulo más financiero, o en una estructura económica de cada plataforma, este año creo que mermó. Siento que el teatro creció muchísimo, el cine está empezando a crecer de vuelta este año. Una flor en el barro es una película que por ahí podríamos haberla estrenado hace seis meses, pero a las producciones nacionales hay que cuidarlas entre algodones. Es una peli con una producción chica pero con una base, una idea y un corazón fuerte, entonces hay que cuidarla. Después, la gente es la que decide.

—¿Qué te gustaría que pase con la peli, ahora que se estrena y ya pasa a tener vida propia?

—Siento que hay como una devolución honesta, que la gente conecta con esta historia que le gusta, y que la disfruten tanto como nosotros. Yo creo que el arte puede cambiar las cosas y acá la decisión del director es poner el tema sobre la mesa para que se vuelva a tener conciencia. Después, es un proceso largo...

Nicolás Francella se reparte entre el productor, el actor y el gastronómico (Gastón Taylor)
Nicolás Francella se reparte entre el productor, el actor y el gastronómico (Gastón Taylor)

Una caja de sorpresas

Mientras la cartelera proyecta Una flor en el barro –que también se verá en streaming por Star+-, Nico espera el estreno de dos producciones extranjeras que lo tienen entre sus créditos. En España, participó de Galgos, donde interpreta al personaje de Oscar Martínez en su juventud. Y para una producción estadounidense, The fishermen and the penguin, filmó entre la Patagonia y Brasil y comparte cartel con Jean Reno, aunque no lo cruzó en el rodaje. “Entré a través de un casting y fue la primera vez que trabajé con otro acento hablando en inglés. Es una película hermosa, basada en una historia real que trata sobre el vínculo de un pingüino y un pescador. Es muy movilizante”, resume, en lo que parece ser una constante a la hora de dar pasos en esta etapa de su carrera.

—¿Cuánto pesa la historia, lo que se cuenta, a la hora de aceptar un proyecto o presentarte a un casting?

Lo primero es lo que te pasa cuando leés la historia. Después la idea con que cada director lo quiere contar, lo sincero que pueda ser el director con uno, qué te despierta también un poco esa idea y la intriga que te puede dar como como se plantea cómo se va a resolver. Yo creo que si te comés el libro es la mejor señal, y es lo que me pasó en estas dos, conecté muchísimo con la historia y no muchas veces no te pasa.

—¿Tu papá es una fuente de consulta a la hora de elegir un trabajo?

—Es una de las personas que consulto, y dos productores amigos que confío mucho en su criterio. Pero eso no quiere decir que me condicione, que si vengo con una idea positiva de un proyecto me la tiren debajo de un puente.

—Desde el principio te planteaste contar tu propia historia en la industria.

—Yo creo que son caminos diferentes por un tema de momentos, de edades, de formas de trabajar, de diferentes oportunidades. Cuando tenés 18 o 19 años recién te estás encontrando con lo que querés hacer, y estás lejos de conseguir respuestas. Después, creo que es un proceso larguísimo donde vas encontrando un montón de ramas y viendo cuál es la que te queda más cómoda, la que te divierte más, de cuál aprendes más y también estoy ese proceso, de ir descubriendo distintas ramas dentro de la opción que elegí.

Nicolás con sus padres Guillermo y Marynés y su hermana Yoyi
Nicolás con sus padres Guillermo y Marynés y su hermana Yoyi
Nicolás con sus padres Guillermo y Marynés y su hermana Yoyi (RS Fotos)
Nicolás con sus padres Guillermo y Marynés y su hermana Yoyi (RS Fotos)

—¿Nunca te pesó el apellido?

—Tomé la decisión de encarar esta profesión con inseguridades, con seguridades, pero honestamente sin fantasmas. Disfruto lo que hago, y uno puede tener un poco una idea de lo que quiere, del camino que está haciendo, de hacer otras cosas paralelas. A mí me gusta hacer un montón de cosas, trabajo de lo que me gusta y me gusta hacer otras cosas cuando no hay trabajo. He tenido charlas con un montón de colegas, con mi papá, y es una profesión muy particular, que es tan poco estable que no te permite planificar y hay que disfrutar cada momento.

—¿Cuesta encontrar ese disfrute?

—Creo que vas aprendiendo. Está bueno ver la profesión con otros ojos, escuchar otras voces, saber en qué anda cada uno. Está buenísimo escuchar a los colegas, conocer sus montañas rusas emocionales, porque en un momento te van a pasar a vos y hay que estar preparado.

—Dentro de esta búsqueda de otros horizontes, ¿en qué momento aparece la gastronomía?

—Es un proyecto que encaró mi primo, y cuando se me habilitaron seis meses sin trabajar, porque se cayó una película, sentí que era el momento para emprender. Él me preguntó si quería poner unos huevitos en otra canasta y a mí me encanta la gastronomía y era un proyecto en familia, distendido que después empezó a crecer y se transformó en un emprendimiento lindo para nosotros. Creo que es parte de oxigenarme un poco de mi trabajo, reemplazar ese ocio con otra oportunidad laboral y esa dinámica es donde me siento cómodo.

—¿Cuál es tu función ahí?

—Me encanta cocinar, ser anfitrión, disfruto mucho de ese rol, pero no estoy en el día a día, mi aporte es desde otro lado. Al principio fue con el diseño, la arquitectura, la comunicación. Fui encontrando el equilibrio con otras cosas, porque no me siento tan cómodo con un único camino, siendo actor, necesito algo más, conectar con otra cosa.

—Y acá vuelve a aparecer la familia como sostén.

—Sí, cumple un rol muy importante, muy cercano y muy presente. Tenemos una relación muy linda, sabemos mucho del otro todo el tiempo y si surge algún conflicto, tratamos de resolverlo lo antes posible. Hacemos viajes, estamos muy juntos y buscamos mantener la tradición familiar del almuerzo de los domingos. Cuesta un poco con los tiempos de hoy en día, pero lo intentamos.

—Tenés un perfil bajo, en tu vida personal, en las redes. ¿Eso viene de la familia también?

—Es lo que me queda cómodo, no hay una búsqueda, o una construcción para que me frene a la hora de querer publicar algo. Lo llevo mejor así.

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