“No sean cagones que no pasa nada, jajaja. Está trabada, ¿ven que no dispara?”. Fue lo último que dijo Walter Olmos aquella madrugada trágica del 8 de setiembre de 2002 mientras les mostraba a los integrantes de su banda una Bersa calibre 22 largo automática, que un amigo le regaló como si se tratara de un juguete. Habían pasado algunos minutos de la medianoche cuando el estruendo sonó seco y agudo dentro de la habitación 22 del residencial San Cristóbal Inn, donde el cantante creía que “jugaba” con la pistola, hasta que en uno de tantos intentos acercó el arma a su sien derecha, gatilló y una bala perforó su cráneo. Apenas emitió un resoplo y cayó boca arriba sobre su cama. Tenía tan solo 20 años.
Hasta allí el clima era de alegría como sucedía cada noche previa a un show. Una grande de muzzarella y dos botellas de litro de cerveza helada se llevaban las miradas y el interés del grupo reunido alrededor de una sencilla mesa, donde abundaban las clásicas servilletas de papel brillante que ensucian más de lo que limpian. También estaba presente Gabriel Passaro, hermano de Vanesa, ex dancer del grupo Damas Gratis y por entonces pareja del cuartetero, que solía oficiar de asistente.
A propósito de Vanesa, fue con ella con quien había hablado por teléfono minutos antes de iniciar un juego macabro. “Mi amor, aunque esta madrugada me acueste tarde después de cantar, me voy a levantar más o menos temprano y te hago el desayuno como a vos te gusta”, le dijo como un romántico que era. Ella, feliz con la promesa de su novio, susurró enamorada: “Siempre te dije que sos un tierno”.
Cortó, y en el cuarto dio inicio a una especie de “ruleta rusa” que ninguno de los presentes comprendía, dejándolos casi mudos. Al principio y sin el cargador colocado, aproximaba la pistola a las sienes de sus compañeros y accionaba el gatillo. “Perdiste, dame la plata”, les decía a cada uno de sus músicos y sonreía. Luego hacía lo propio con él mismo. Nada sucedía, pero el ambiente se iba enrareciendo de a poco. Cuando dio el segundo paso al colocar el cargador, las miradas empezaron a cruzarse con gestos de alarma y pánico. “Ahí trabó el arma, siguió con la ronda y volvió a dispararnos de a uno, como divirtiéndose, hasta que se volvió a apuntar él y todo terminó mal”, aportó Passaro a los pesquisas, a quienes les costaba comprender lo que escuchaban. “Su cráneo explotó, literalmente”, confió uno de los investigadores.
Lo que siguió fue caos y angustia. Debido a que los testimonios de los testigos que compartían la habitación coincidieron, el juez Mariano Bergés caratuló la causa como “Accidente fatal”. La policía criminalística le informó que el cadáver de Walter no presentaba golpes ni muestras de que hubiese ocurrido alguna pelea, por lo que descartó que se analizara la posibilidad de un crimen.
La llegada al hotel de Vanesa Passaro generó el malestar de sus seguidoras, fue agredida y esperó como pudo hasta que retiraron el cuerpo rumbo a la morgue judicial. La custodia policial finalmente pudo retirarla en medio de un ataque de nervios, pese a los agravios de los fans que la hostigaban. Ante la crisis depresiva que sufría, fue atendida en la Clínica Mansilla, donde permaneció internada. Cuando pudo recuperarse, le confió al juez de la causa que ella estaba haciendo todo lo posible para que Olmos dejara las drogas. Por eso Bergés mandó a investigar de inmediato si alguien de su entorno más cercano era quien le proporcionaba los estupefacientes. Pretendía ir más allá: quería llegar a la mafia que, según estaba convencido, generaba gran tráfico y negocios millonarios a la sombra del mundo de la bailanta.
Otra palabra clave fue la que brindó Mercedes, una de las trabajadoras del hotel donde se alojaba Walter Olmos, sus músicos, y otras tantas bandas de la movida tropical. “Siempre cuando llegaba y cuando se iba lo saludaba con un abrazo, cruzábamos chistes, era muy respetuoso y gracioso, se hacía querer por su buena onda permanente con todos los trabajadores, sin distinción. Ese sábado noté que tenía algo como metálico atrás, en el pantalón. Me llamó la atención y de curiosa le pregunté qué era eso. ‘Un teléfono, Negra’, dijo. Estiré otra vez mi mano, volví a tocar su cintura y no me callé: ‘Es un revólver, ¿qué hacés con eso, no seas loco?’, le dije muy sorprendida. ‘No te asustes que no funciona, la traje para hacerle una joda a los muchachos’, me contestó como siempre, con una sonrisa. Fue la última imagen que me llevé de él y no me la puedo borrar”.
La Locomotora Catamarqueña
Así lo había bautizado Daniel La Tota Santillán en sus inicios porque tenía tanto ímpetu que nada lo detenía. De chico había sufrido y mucho. “¡Se lustra, se lustra!”, voceaba cuando era apenas un niño para poder acercar alguna moneda a su humilde hogar y de alguna manera aguantar un poco el hambre que sonaba como una chicharra en el estómago de sus padres y sus ocho hermanos.
Contado por él mismo, se supo que la necesidad cruel que padecía lo llevó a tomar algo que no correspondía para poder comer, él y su familia, lo descubrieron y fue a parar un tiempo a un centro de rehabilitación de menores, por entonces conocido como reformatorio. Fue creciendo y le repetía a toda su gente que él iba a triunfar con su voz porque le fascinaba cantar. Lo hacía en su casa, en la calle, con sus amigos era el centro de detención.
Un determinado día, ya adolescente, andaba por el centro de la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca, entró a la Catedral basílica de Nuestra Señora del Valle, y le pidió a la Virgen poder cumplir su sueño de convertirse en músico. Al tiempo se le daba: se sumaba al reconocido grupo local Los Bingos “para asegurarme la comida de todos los días”, sabía reconocer siempre sin ningún pudor.
Claro que Walter no esperaba que la Virgen a la que tanto le rezó por su familia y su futuro hiciera un poco más. Una noche de paseo por bares y bailantas, Rodrigo Bueno, ídolo del cuarteto cordobés, llegó a un show y mientras tomaba una cerveza de espaldas al escenario, lo sorprendió la voz del cantante. Enseguida preguntó quién era y quiso conocerlo. No se separaron más. Se miraban, se señalaban el uno al otro y al unísono se gritaban: “¡Compadre!”. Así nació un código cómplice entre ambos, que era mucho más que eso, casi una hermandad, podría decirse. Por eso tuvieron semejante éxito cuando crearon “Por lo que yo te quiero”, un éxito que cantó todo el país y trascendió las fronteras.
Con semejante respaldo, Olmos se atrevió y fue por más mientras el cordobés continuaba batiendo récords. El catamarqueño sacó entonces “De pura sangre”, el público lo hizo Disco de Platino y semejante popularidad lo llevó al Luna Park, el primer anhelo de cualquier cantante. Muy rápido llegaron giras por varios países de Latinoamérica y la consagración en su propio país. Su sueño estaba casi cumplido...
“Tenía temor de no llegar a viejo”
La noche de la fatalidad, la familia de Walter estaba mirando una película alquilada cuando sonó el teléfono en su casa de Catamarca, por eso nadie atendía. Como de costumbre, Noemí del Valle Nieto, la mamá, fue la que se paró para recibir el llamado más tremendo de su vida. De inmediato, los ocho hermanitos del cantante que no entendían lo que sucedía empezaron a seguir los “Último Momento” de Crónica TV desde el comedor de la vivienda. Su madre, desesperada, comenzó a pedir ayuda para viajar a Buenos Aires porque no tenía ni medios ni cómo hacerlo. Pudo llegar porque la gobernación de la provincia fletó un avión en su ayuda.
Mientras tanto, Bartolomé, el papá del músico, hablaba con palabras duras y no se callaba nada. Repetía con ojos furiosos que sospechaba que detrás de la muerte de su hijo podía estar lo que llamó “La mafia de la bailanta”. Puso énfasis en que se investigara el suministro y venta de drogas: “No me cierra lo que me cuentan. En los últimos tiempos le venían pasando cosas extrañas. Estoy convencido de que detrás de su muerte tiene que haber una mano negra. Ojalá se investigue bien, no a las apuradas”, arriesgaba en aquel momento caliente del inicio de la causa.
Cuando la mamá de Walter arribó a Aeroparque y luego la acompañaron para que lograra observarlo en la morgue, casi se descompuso. Aseguró que deseaba que algo le pasara para morir y poder estar a su lado. “Me lo quise llevar conmigo, pienso en encontrarme con él. Me siento destruida, no lo puedo entender ni aceptar. Si me llamó pocas horas antes y estaba lo más bien. Había llegado al hotel feliz porque tenía varios shows en Berazategui, Quilmes y La Plata. Me dijo: ‘Viejita, con lo que gane esta noche te voy a hacer un regalito’. Siempre me repetía eso para jorobar y hacerme reír. Estoy desesperada, quiero que me den el cuerpo de una buena vez, no aguanto más la espera...”.
El traslado del féretro para la despedida también dio que hablar. Antes de llegar a destino, mientras el coche fúnebre avanzaba a muy baja velocidad por la avenida General Paz por la gran cantidad de fans que acompañaban, Vanesa Passaro bajó de su auto en un momento que el recorrido se detuvo para pedir, entre sollozos, que le permitieran despedirse. Noemí, la mamá de Walter, no se lo permitió. Nunca le cayó bien. Solía decir acerca de ella: “Jamás me gustó para él, lo ponía mal, nervioso, nunca lo cuidó demasiado”, insistía coincidiendo con las fans, que pocas veces la recibieron bien.
Finalmente, el adiós al ídolo ocurrió en la bailanta Mundo Bailable en Ingeniero Budge, a metros del mismísimo Puente La Noria, ante una multitud que no salía de su asombro.
Su mamá acariciaba el cajón, le hablaba al oído a su amado hijo, y al salir, admitía: “Yo lo notaba muy cansado y supe que a una amiga le había contado que tenía temor de que le pasara algo parecido a lo de Rodrigo porque no paraba de laburar. Lamentablemente pasó lo que él veía en su propio camino. Tenía temor de no poder llegar a viejo. Y su duda se terminó haciendo realidad”.