“Hago gimnasia todos los días, y mucho o poco, pero hago. No lo dejo de hacer porque me siento bien. Es como el enfermo que toma una cosa para curarse: a mí, la gimnasia me cura. Después me doy un baño y estoy de 10″.
Hasta el último de sus días Rubén Peucelle -más conocido como El Hércules Argentino o simplemente, El Ancho- se mantuvo activo. Primera generación de fisicoculturistas en el país, y también parte de los primeros patovicas, encontraría en el catch una disciplina a su medida.
Nacido como Rubén Ovidio Piucelli el 2 de septiembre de 1933 en la localidad de Arribeños, Buenos Aires, desde muy joven se sintió atraído por las revistas de fisicoculturismo, en particular las de Charles Atlas, lo que lo llevó a dedicar gran parte de su vida al entrenamiento.
Para Peucelle, su cuerpo se convertiría en un templo sagrado, dedicándole incontables horas de esfuerzo y disciplina, evitando cualquier tipo de exceso y manteniendo una vida centrada en el cuidado físico. A pesar de ser padre y abuelo, nunca contrajo matrimonio, considerándose a sí mismo como un espíritu libre, no atado a las convenciones sociales.
“Yo estaba en el culturismo, y tres de esos muchachos estaban con Martín Karadagian en la época del Luna Park. Éramos siete u ocho culturistas que estábamos haciendo gimnasia desde la tarde hasta las 10 noche”, recordaría El Ancho sobre esas jornadas en el balneario El Ancla, de Olivos, donde los musculosos se daban cita; con ellos formaría un grupo llamado Los Patovicas. “Con tres o cuatro amigos fuimos los primeros patovicas de la Argentina -rememoraría-. Y te estoy hablando de los años 52, 53. Íbamos a la playita de acá nomás, y nos venían a ver especialmente”.
Si bien varios de ellos fueron de la partida en Titanes en el Ring, en 1962, Peucelle tomaría en un principio otro rumbo, ya que una troupe de peleadores mexicanos se instaló en el país para hacerle frente a la creación de Karadagian desde la pantalla de Canal 13. “Yo no sabía mucho de catch ni de caídas, nos preparamos un mes en el gimnasio de San Lorenzo, en Avenida La Plata, y salimos al aire con el programa llamado directamente Lucha Libre”.
Su apodo, El Ancho del 13, hacía referencia a las dimensiones de su impresionante espalda y al canal, claro, en el que se emitía el programa. Sin embargo, al poco tiempo Peucelle decidió unirse al elenco de Titanes..., programa que se transmitía por Canal 9 y que gozaba de una mayor popularidad. Y su denominación artística debió ser reducida, bautizándolo para siempre.
La fama del Ancho creció rápidamente, al punto que se comercializaron juguetes y figuritas con su imagen. Además, recibió un segundo apodo, El Hércules Argentino, en honor a su imponente físico y habilidades en el ring. “Yo me cuidé de las grasas y las calorías. Siempre. Creo que me pasé como 40 años sin probar un chocolate”, detallaría el hombre que reconoció haberse pasado toda la vida mirándose al espejo, obesesionado.
Rubén se destacó por su técnica y destreza en la lucha, siendo conocido por maniobras emblemáticas como el molino, la llave y el candado, el volantín, la paloma y la media paloma, entre otras. Su estilo de lucha, limpio y sin recurrir a golpes bajos, lo convirtió en un ídolo para muchos niños de la época. En la década del 70 Titanes en el Ring alcanzó picos de audiencia de 30 puntos, y la imagen del Ancho se convirtió en un ícono, apareciendo en diversos productos de consumo masivo.
“Imaginate que esto salió en la tele durante 20 años, y por ejemplo, terminábamos el programa el viernes a la noche y ya nos teníamos que ir directo al micro para las funciones en el interior del país. No hay pueblo de la Argentina que no conozca. Tengo kilómetros y kilómetros arriba de un micro. Siempre mi lugar era al lado de los choferes, tomando mate. Hacíamos dos festivales el sábado y dos el domingo, como lo hacían los conjuntos de música”, contaría Peucelle, sobre las épocas de gloria. “Una vez llegamos a Dean Funes, en Córdoba, a las 12 de la noche, y el show terminó a las 2 de la mañana y la gente todavía estaba ahí, firme. Son cosas que hasta el día de hoy no me las explico”.
Jorge Bocacci atribuiría al público presente el origen de La Momia Negra: “Dueña de un sufrimiento milenario, la leyenda cuenta que a este esclavo negro lo obligaban a boxear. Abrumado por esta condición adversa de sus patrones, de sus amos, se quitó la vida con barbitúricos y volvió a la vida momificado para vengarse”. La realidad era apenas distinta.
Fue casual. Tan casual como el hecho de que el atuendo de La Momia Blanca se había lavado y, al quedar al revés, exhibió su color negro. Rápido de reflejos, Karadagian encontró allí un nuevo personaje. Pero el inconveniente era quién interpretaría a La Momia boxeadora, la que se vengaría de los tormentos sufridos en el pasado. Desde hacía tiempo el campeón argentino andaba con ganas de pasarse al bando de los malos, pero de un modo en que no fuera reconocido por los niños, para evitar perder su cariño. Y así fue cómo Rubén Peucelle se calzó ese traje: El Ancho fue también La Momia Negra.
Los golpes y los cortes también eran un clásico. Porque no era todo tan fácil como parecía. ¿Cómo olvidar esa jornada en que El Pibe 10 enfrentaba a Ararat y, debido a una mala caída del ring, sufrió una lesión que todavía impacta al verla? Otra de esas veces, Rubén necesitaba hielo tras haberse luxado un hombro. El método era fácil: al piso, con una barra apoyada en la zona lesionada. “¡Y no sabés cómo se le ponía! En carne viva…”, recordaría en su momento Juan Carlos Agostinacchio, el ayudante que fue a buscar la barra a una fábrica que quedaba cerca.
Pero cargando el hielo sobre un hombro, Agostinacchio no tuvo mejor idea que, en vez de intentar escabullirse y hacer un rodeo, pasar entre medio del público, a un costado del ring. Desde el control de cámaras Karadagian casi se muere: no entendía cómo al asistente se le ocurría transitar por ahí, quedando al descubierto.
En el mismo momento en que se cuestionaba la inoportuna decisión del hombre, a Karadagian le llamó la atención la reacción de los espectadores ante la escena. “Si la próxima vez que te haga pasar la gente vuelve a reaccionar de la misma manera, ¡te salvás!”, le advirtió. Dicho y hecho. Y así nacería El Hombre de la Barra de Hielo, un misterio nacional.
Luego de Titanes en el Ring, Peucelle decidió emprender su propio camino creando Lucha Fuerte en 1988, un programa que produjo Héctor Ricardo García y que se transmitió por Canal 2 con el mismo esquema que el antecesor, con personajes estereotipados y una canción característica para su ingreso. Allí también tendría la posibilidad de, además de ser el campeón del pueblo, interpretar a uno de los personajes malos: El Reptil Verde.
Con la llegada de los 90, el mundo de la lucha libre en Argentina sufriría un declive, acentuado por la muerte de Martín Karadagian en 1991. Peucelle decidió retirarse de la televisión, pero años después, con el surgimiento de 100% Lucha, un programa que buscaba revivir el formato clásico de lucha, regresó como manager y jurado entre 2006 y 2010.
Es más, la suerte quiso que aún queden registros del año 2008, cuando con 75 años se subió a un ring en una jornada de prácticas para enfrentar a Hip Hop Man y demostrar que, pese a admitir que se encontraba retirado, su vigencia aún estaba intacta, con una seguidilla de golpes y tomas que recordaban a los de sus mejores tiempos.
A lo largo de su vida, El Ancho también participó en diversas películas, tanto de Titanes en el Ring como de 100% Lucha, y hasta tuvo un papel en Alma Mía, la comedia romántica protagonizada por Pablo Echarri y Araceli González.
Vivió 81 años en Olivos, cerca de las playas donde solía exhibir su físico. Murió el 8 de septiembre de 2014, dejando un legado imborrable en la historia de la lucha libre argentina.
Meses antes de partir, El Ancho Peucelle contaría: “Me levanto temprano y salgo a caminar por el río, hasta la General Paz. En verano me encanta tomar sol en el río. Además de a la gente, le tengo que agradecer la buena salud a la gimnasia. Si yo me tuviera que quejar de la vida que hice, sería un cínico: nunca la pasé mal”.