En la mañana fresca y temprana como una rosa / un duendecito, frágil, chiquito, sale a pasear / Él lleva un sueño, lindo y pequeño en un bolsillito / que cada día, con alegría quiere estrenar.
Son varias las generaciones en las que el dial de nuestra vida se detiene por un instante al escuchar estas palabras en la voz de Rubén Blades. Y retrocedemos mágicamente hacia la infancia, a la hora de despertarnos para ir al colegio, con la banda de sonido de nuestra niñez, que era la inconfundible cortina musical de Rapidísimo. Madrugar siempre fue tedioso, pero gracias a Héctor Larrea, su equipo y aquella canción, los ojos se abrían con felicidad.
La explosión y masividad fue en Radio Rivadavia, pero el comienzo del programa había sido en otra emisora y en distinto horario. El lunes 3 de febrero de 1969, en El Mundo, se levantó el telón, con apenas media hora de duración: 9:30 a 10. A manera de presentación del variado gusto y conocimiento musical de su animador, en esos 30 minutos se escucharon dos tangos, el folclore en la voz de Ramona Galarza y el delicado toque extranjero, con un tema de jazz. Larrea quería más tiempo, pero el gerente de programación le había dicho que solo disponía de esa franja y Héctor respondió: “Bueno, hagámoslo rapidísimo”. Y en esa informal charla, quedó un sello para todos los tiempos.
Dos años en El Mundo y luego otros dos en Continental, donde el programa fue definiendo su formato, al tiempo que se expandía hasta tener tres horas diarias, siempre en la mañana, donde fue galardonado con el premio Onda en España. Sobre fines del 72 le anunciaron a Larrea que, pese al éxito, Rapidísimo iba a ser levantado porque la radio tenía decidido apuntar hacia otro público: el ABC 1, donde no encajaba su estilo.
Le llegaron los ofrecimientos de dos emisoras importantes como Mitre y Belgrano para ocupar esa misma franja, pero él, contra la opinión de algunas personas cercanas, decidió ir a la tarde de Rivadavia: “Era una radio atorranta, gritona y muy popular. Estaban Cacho Fontana, Antonio Carrizo y el Gordo Muñoz. Los oyentes se van a identificar con mi estilo”, dijo alguna vez Hetitor. Se la jugó y acertó un pleno absoluto.
Entrevistado a comienzos del 73, cuando el pase ya era una realidad, Larrea dejó en claro cuál era una de las bases de Rapidísimo. “Me gusta la cosa argentina, a través de la música popular. Cuando se procede sin sectarismos, hay mucho para mostrar, y si el conductor está bien ubicado, sin pretensiones intelectualoides, puede dar la cosa popular en su estado puro, a través de la música de las distintas regiones”.
Su debut en la nueva casa se pautó para el lunes 12 de marzo, pero se adelantó un día, en la que no fue una jornada más: aquel domingo los argentinos volvieron a votar luego de muchos años. Fue el arranque informal de Rapidísimo de 15 a 18, en el que iba a ser su horario, recibiendo el pase de otro prócer, con quien compartiría muchos años: Antonio Carrizo.
Fueron dos años en la tarde, hasta que llegó el momento de pasar a la mañana, como lo evocó Héctor Larrea: “A fines del 73, de forma inexplicable, Cacho decidió levantar El Fontana Show y allí nos ofrecieron cubrir el espacio y yo dije que ni loco, porque la gente iba a comparar y perdíamos como en la guerra. Yo quería ir a la mañana, pero no reemplazar a Fontana. La radio decidió poner otro programa y me dijeron: ‘Si este anda bien, olvídate’. Lo acepté, no les fue como esperaban y para la temporada 75 nos pusimos de acuerdo y fuimos en el horario matinal”.
Y allí fue el quiebre, porque el Rapidísimo esplendoroso, el que más se recuerda, fue aquel que iba de lunes a sábados, desde bien temprano hasta el mediodía. La impronta de Héctor se afianzó, pero también ayudaron a hacer más sólida aún la propuesta dos voces que se sumaron y, a su manera, fueron marca registrada. “El primer año no quise a las locutoras de Fontana, que se quedaron sin trabajo, pero después las trajimos, primero a Beba Vignola y luego a Rina Morán”, recordó el animador. Ellas no eran las simples locutoras que acompañaban al conductor, eran partenaires de lujo que, con sus risas y salidas espontáneas, creaban ese clima único del programa.
La canción emblemática del ciclo fue obra del propio Larrea. “Una tarde, al salir de Rapidísimo, escribí en un papelito una especie de manifiesto o poema, que quedó tatuado al programa y lo identificó para siempre: ‘Los transistores toman colores iluminados / porque dibujan una burbuja monopatín / y Rapidísimo, contentísimo, entusiasmado / es el piloto, de este alboroto, irreal al final’, decía la segunda estrofa”.
A Larrea le remarcaban que gritaba, pero él decía que lo hacía de esa manera porque les hablaba a los obreros, que tenían las máquinas prendidas en las fábricas
Eran los tiempos de la explosión de Guillermo Vilas y la pasión por el tenis en nuestro país. Radio Rivadavia tenía un especialista que lo acompañó por todo el mundo y que también era parte de Rapidísimo: Juan José Moro, quien no solo se abocaba al deporte, sino que Larrea le daba espacio para hacer notas variadas.
“A Héctor lo conocí en 1970 cuando estaba en radio El Mundo, donde yo hacía las salidas desde Mar del Plata en la temporada de verano. Al año siguiente, cuando pasó a Continental, ya me sumé fijo al equipo, donde hacía un poco de todo: podía estar entrevistado a un tanguero en El Viejo Almacén o al cantante Donald, que estaba de moda, en Punta del Este. A comienzos del 74 ingresé a Rivadavia y nos reencontramos con Larrea, con quien siempre tuve una relación excelente”.
“Al poco tiempo de estar por las mañanas, en los primeros meses del 75 -relata Moro-, me mandó a hacerle una nota a Aníbal Troilo, que fue un lujo. Luego supimos que fue su última entrevista, porque falleció un tiempo después y debí hacer esa cobertura, con el cortejo desde el centro hasta el cementerio de la Chacarita. Enseguida comencé a viajar con el tenis, siguiendo la carrera de Vilas, y ya me aboqué directamente a eso. Héctor jamás me dejó esperando, cuando yo llamaba para salir al aire desde algún torneo, donde incluso, en ciertas ocasiones, le hice notas sobre tango, pero a modo complementario, porque mi prioridad era el tenis. Otro punto alto era la tangueada, donde Héctor solía decir: ‘No se baje del auto’, para dejar la expectativa de lo que estaba por venir. Y era así, porque a mí me pasaba como oyente”.
La Oral Deportiva tenía su lugar en los atardeceres desde hacía muchos años y varios de sus periodistas pasaban por Rapidísimo para hacer la columna. Uno de ellos fue Marcelo Tinelli, que así lo recordó en diálogo con Infobae: “Para mí era un honor tremendo trabajar en esa radio, que era la que se escuchaba todo el día en mi casa en Bolívar, y cuando me dijeron que iba a estar con Larrea, no lo podía creer, era como tocar el cielo con las manos. Estuve en el programa en los comienzos de mi carrera, a fines de la década del 70, haciendo los flashes deportivos y fue inolvidable. Recuerdo perfectamente a las dos locutoras, Rina Morán y Beba Vignola. Iba muy feliz, e incluso he faltado a otros compromisos si de Rapidísimo me pedían grabar una nota o hacer algo que necesitaran”.
“De Larrea puedo decir mil cosas, la principal es que era un devoto de su trabajo -destaca Tinelli-. Siempre decía que se levantaba como cuatro horas antes del inicio del programa. Lo que sabía de música era impresionante. Sinceramente, la tenía atada: era impactante, desde su forma de ser hasta su tono de voz, que muchos le remarcaban que gritaba, pero él decía que lo hacía de esa manera porque les hablaba a los obreros, que tenían las máquinas prendidas en las fábricas, y lo mismo hacían Rina y Beba, con unas carcajadas tremendas”.
“Era todo un honor cuando Héctor decía: ‘Marcelo Tinelli para Rapidísimo’, y aparecía yo con el micro de deportes y era maravilloso, porque, además, compartía en aire con Luis Landriscina o Mario Sánchez, genios del humor. Héctor conmigo fue uno de los tipos más cariñosos y generosos en todo sentido. Fueron momentos hermosos de la radio y para mí, en ese momento, Rapidísimo era todo”.
El ritmo era incesante. Con la batuta de Larrea, desde los míticos estudios de Barrio Norte se iban intercalando entrevistas, notas de actualidad, móviles en el lugar donde estaba la noticia, música de la más variada y un elenco de humoristas extraordinario, como pocas veces se juntó en un programa de radio: Mario Sapag, Mario Sánchez y Luis Landriscina, con Don Verídico, un paisano que conocía cada rincón del país.
Con el paso de los años apareció un personaje que sería muy querido por la gente: el doctor Pueyrredón Arenales (referencia a la esquina de la emisora), protagonizado Víctor Harriague, un locutor que había sido compañero de Larrea en el ISER y era la reconocida voz de Campeones, una de las tiras más longevas en la cobertura del automovilismo. Se ponía en la piel de un refinado aristócrata, que dejaba en claro su linaje en cada intervención, que siempre comenzaba con un “Distinguidísimo Héctor...”.
Nubes repletas de vagonetas y trovadores / Ilusionistas, magos, artistas, viajan también/ son seres tiernos, son los eternos componedores / de un mundo loco, que piensa poco en portarse bien. La tercera de las cuatro estrofas de la canción del programa también deja en claro el sentimiento de Rapidísimo, donde todos podían tener su lugar, pensando poco en portarse bien, porque, al fin y al cabo, era una linda travesura de Larrea, que acompañaba una fiel legión de oyentes, más allá de las fuertes competencias que fueron apareciendo a lo largo de los años en las otras emisoras, con profesionales de renombre. Pero el binomio Rivadavia – Rapidísimo fue imbatible en ese segundo lustro de la década del 70 y en buena parte de los 80.
Entre los muchos sellos distintivos que tuvo el programa, los móviles fueron de los más destacados, porque contribuían al ritmo con la actualidad en estado puro. En el muy buen libro de Martín Giménez: Héctor Larrea, una vida en la radio, Gustavo Campana, por entonces movilero, recuerda una anécdota que vincula a Diego Maradona con Rapidísimo.
“En febrero del 93 Diego volvía a la Selección luego del dóping en el Nápoli, para enfrentar a Brasil. Comenzó a bajar la escalera caracol del predio de AFA y todos nos preparamos para sacarlo en vivo. Nadie me atendía en la producción, el cable se enredó y Maradona comenzó a alejarse junto a la jauría de periodistas, hasta que sucedió algo mágico: de pronto, él pegó media vuelta e hizo el camino inverso, viniendo hacia mi posición. En ese momento, Larrea me pregunta: ‘Mi amigo, ¿cómo le va? ¿Diego está por ahí?’. Cuando lo tuve a un par de metros, mi respuesta fue: ‘Héctor, lo está escuchando Diego Maradona’. El Diez tomó el teléfono y tiró la mejor definición de Larrea que jamás volví a experimentar en mi vida: ‘Héctor, usted es la cocina de mi vieja en Fiorito’”.
Habían pasado 20 años desde el debut en el 630 del dial cuando a fines de 1993 llegó el anuncio que pocos esperaban: Larrea se iba de Rivadavia. El último programa fue en diciembre de ese año, produciéndose un sorpresivo pase a El Mundo, y dejando atrás una historia inmensa de la radiofonía argentina.
En su nueva casa tuvo como locutora a Marita Monteleone, que así nos evocó aquellos momentos. “Allí fue donde lo conocí a Héctor, que me convocó porque le gustaba mi risa, que era muy contagiosa, y él me había escuchado en trabajos anteriores. Me hicieron una prueba y quedé para Rapidísimo. El primer día, me presentó: ‘Marita Monteleone está con nosotros’, y enseguida le dije: “Buenos días, Héctor, esto es como jugar en Primera’. Me lo compré de arranque, pero era algo que sentía profundamente”.
“Hacíamos radioteatros, con el detalle de que el guión nos lo traían cinco minutos antes, no podíamos ensayar. No veía la hora de llegar al estudio y arrancar el programa. Un día me fui a sacar sangre, llegué en ayunas y era su cumpleaños, un 30 de octubre. Me tomé cinco copitas de sidra sin desayunar, imagínate (risas). Había que locutar un aviso muy largo de un supermercado y él me dio el pie. Yo en lugar de leer todo eso, respondí: ‘Sí, Héctor, este supermercado es lo más’. Todos muertos de risa, menos él que tomó la hoja y lo leyó. Cuando fuimos al corte me aconsejó: ‘Andá a lavarte la cara, tomate un café y volvé'. Al otro día vino el hombre de comerciales de la radio a decir que el cliente quería que el eslogan fuera ese. Y quedó ‘es lo más’ (risas)”.
“Fue una experiencia maravillosa, porque por allí pasaba todo el mundo, hasta venía un muy joven Fernando Peña, que estaba en la FM (Horizonte), y se daba una vuelta para hacer su personaje de Milagritos. Larrea siempre fue un caballero, que le dio un lugar destacado a todos sus compañeros, empezando por las locutoras. Y la mejor que tuvo, no tengo dudas, fue Rina Morán. Todos éramos felices trabajando con él. Héctor es un profesional 100% que tiene la discoteca más grande del mundo. Y es también un artista”.
En 1998 se produjo el retorno a Rivadavia y fue por espacio de cinco años, pero ya las cosas habían cambiado mucho, sobre todo en los medios, donde la comunicación se estaba ampliando hacia las FM y las nuevas plataformas, como la incipiente Internet. Incluso Rapidísimo tampoco regresó a su horario habitual, sino que lo hizo de 11 a 14, perdiendo un poco de su público. En 2003 fue el final de un ciclo histórico, cuando Héctor siguió su rumbo en Radio Nacional.
Si usted confía en que todavía conserva al niño / entre asombrado e ilusionado dentro de sí / piérdase un rato en el garabato de esta aventura / diaria mentira de una gran gira monopatín.
Así se cerraba la canción, única y maravillosa, que fue tan original como Rapidísimo. Por suerte, la mayoría de tus oyentes confiamos en conservar al niño que tenemos dentro, con el mismo asombro y la ilusión de aquellos tiempos. Gracias infinitas, señor Héctor Larrea, por haber dejado una huella profunda. Esa que nació e hizo nido en nuestros corazones enseguida, de un modo Rapidísimo.
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