Cuando en agosto de 1995 Mel Gibson decidió contar la historia de un escocés que en el siglo XIII peleó contra los ingleses, se habrá preguntado: “¿Qué es un héroe? ¿Quién es el héroe de una nación?”.
Para la respuesta podría haber recurrido a Borges, que dejó pistas en su maravilloso cuento Tema del traidor y del héroe. Allí narra la historia de Fergus Kilpatrick, un héroe que es un traidor pero acepta ser condenado en “circunstancias deliberadamente dramáticas, que se grabarán en la imaginación popular y que apresurarán la rebelión”. En Batman: el caballero de la noche, Christopher Nolan -reconocido admirador del autor argentino- utiliza mucho de lo que sucede en la trama de ese cuento. También existe esa intertextualidad con el capítulo Lisa, la iconoclasta, de Los Simpson.
No sabemos si Mel Gibson, como Nolan, leyó a Borges, pero sí que logró romantizar no solo la figura de William Wallace, también enalteció a un personaje con poca trascendencia histórica y cuya rebelión se evaporó en cuestión de un año.
Corazón valiente (Braveheart) fue el vigésimo segundo filme de Gibson como actor, el quinto como productor y el segundo como director. La idea original no fue suya sino del guionista Randal Wallace que, viajando de turista por Escocia, se encontró con estatuas y relatos del mítico Wallace. Aunque compartían apellido no los unía parentesco, pero el guionista supo que la vida de este héroe era un buen cuento para contar.
Al volver a su país escribió un guion que llegó a manos de Gibson, quien lo leyó de un tirón, encantado con esa historia que le recordó a Espartaco, una de las películas favoritas de su infancia. “Realmente me atrapó. Me preguntaba si esa gente había existido de verdad o si era todo inventado. Tuve mis dudas de que fuesen completamente reales”, explicaba en The New York Times. Investigó en enciclopedias, consultó a un historiador que le confirmaron que el personaje existió. Tres veces filmó la historia en su mente. Decidió lanzarse no a la batalla pero sí a la película.
Protagonizar, dirigir y producir fue un triple desafío ante el que no se acobardó. Como actor, estaba convencido de que el género de acción era en el que mejor se desenvolvía, sin embargo en Corazón valiente cambió su registro actoral y salió victorioso de escenas de gran romanticismo y otras de intriga policial. Lejos de preocuparse por su imagen, el hombre que figuraba en la lista de los más sexys y lindos no dudó en colocarse extensiones, aparecer desnudo y usar kilt, la clásica pollera escocesa. Si bien con su pinta no tenía inseguridades, con 38 años se sentía demasiado viejo para interpretar a una figura histórica de unos 20. La duda la resolvió el estudio Paramount, que le advirtió que si no protagonizaba la película tampoco la dirigiría.
Como productor, Gibson encaró el desafío de recrear armas de guerra y combates del siglo XIII. Decidió lanzar flechas de verdad en lugar de crearlas digitalmente; él y todo el elenco se entrenó para manipularlas. Para las batallas se contrataron 1600 extras, muchos eran soldados del ejército irlandés. “Había 3500 personas en el set, nueve cámaras y yo en una motocicleta de cuatro ruedas disfrazada, con la cara azul (maquillada), dando vueltas, comprobando las posiciones de las cámaras porque solo tenía como dos monitores. Fue divertido”, contó en una entrevista en Usa Today.
Como el presupuesto se excedía, esos mismos soldados interpretaban a los dos bandos -al inglés y al escocés-, cambiando de ropa. Algunos de los extras contratados eran miembros reales del Clan Wallace, por lo que -rigurosos de sus costumbres- no usaban ropa interior debajo de sus faldas. Gibson contó que en una ocasión le preguntó a uno que usaban y la respuesta fue: “El lápiz labial de tu esposa”.
Como director dedicó 40 de los 105 días de rodaje a filmar la batalla de Stirling. De las 90 horas rodadas poco terminó en la versión final. Si hubiera incluido todo lo filmado, la película duraría cuatro horas y 45 minutos, y no las dos horas y 15 minutos que llegó a las pantallas. “Mucho quedó tirado en el piso. Había escenas en las que ahorcaban a chicos y eso era demasiado”, justificaba el director, famoso por el realismo, que hasta parece regodeo, que imprime en las escenas de violencia.
En las batallas aparecían caballos golpeados y atravesados por lanzas. “Si queremos hacer cosas horribles, tenemos que hacer caballos falsos”, dijo Gibson, y reveló que “realizamos esqueletos de acero con goma espuma y piel, y luego los pusimos sobre objetos que hacían este movimiento ondulante con el que parecía que estaban corriendo. Eran como juguetes grandes”. Los caballos mecánicos se veían tan reales que una sociedad protectora de animales los denunció por maltrato. “Tuvimos que mostrarles algunos videos para convencerlos de que yo no lastimaba a los animales”, añadió, y confesó: “Me sentí un poco halagado por el hecho de que pensaron que lo había sido”.
Para esas jornadas donde parece que todo lo que debe salir bien sale mal, recurría a un recurso infalible para levantar el ánimo del equipo. “Teníamos tres marionetas que peleaban: una monja, un rabino y un dinosaurio -contó el editor Steven Rosemblum-. Cuando estábamos tensionados, Mel, el productor asociado y yo, tomábamos los muñecos, los hacíamos luchar y liberábamos un poco la tensión”.
Durante la filmación el actor no paraba de hacer bromas tanto que el productor Joel Silver lo apodó el Cuarto Chiflado. Cierta vez Wallace, el guionista, caminaba por estudio ensimismado por cómo resolvería una escena. En eso escucha ladridos y siente que algo le muerde la pierna. Sobresaltado, intenta dominar su miedo y al bajar la vista se encuentra que el “perro” no era otro que… Gibson.
No solo sabía hacer reír: también motivaba al trabajo sin destratar. “En Escocia había jejenes y mosquitos terriblemente molestos. Todos sufríamos por culpa de ellos -reveló el productor Alan Ladd-. Pero nos bastaba con mirar a Mel, capaz de dirigir durante seis días seguidos y además de eso actuar y bromear, así que uno pensaba: ‘¿De qué puedo quejarme?’”.
El director llegó a estar 105 días consecutivos en el set. Al terminar confesaría había sido más duro que rodar tres películas seguidas de Arma Mortal. En total fueron cuatro meses de grabación.
René Russo, que trabajó con Gibson en Arma Mortal 3, contaba que el actor “puede ser más divertido que cualquiera y no solo cuando eructa. Pero al mismo tiempo es muy sensible, ves su tristeza y querés hacerte cargo”. Y algo de eso ocurría cuando él contaba como al pasar alguna anécdota de su infancia. Como esa vez que de chico, mirando por la ventana, vio cómo su mamá apiló toda la ropa de la familia que debía lavar e intento prenderle fuego. “Era una mujer buena pero lavar la ropa de 11 hijos enloquece a cualquiera. Desde ese momento empezamos a colgar la ropa. No queríamos ver nuestros pantalones reducidos a cenizas”.
Tampoco ocultaba la admiración por su padre, el que se animó a abandonar Estados Unidos y radicarse en Australia cuando a su hijo mayor lo citaron para combatir en Vietnam. La admiración por su coraje minimizaba la violencia que vivió en su infancia. “Una de mis hermanas se molía a golpes con otro de mis hermanos. Eran enemigos mortales. En una de sus cotidianas peleas, mi padre se hartó, los agarró del cuello y estrelló sus cabezas al mejor estilo Los tres chiflados. Casi los desmaya. Les prohibió hablarse por seis meses y cumplieron. Cuando terminó la penitencia eran amigos, y siguieron siéndolo”, narraba, para concluir: “Mi padre no era un tipo fácil pero siempre nos dio lecciones de sabiduría”.
El 10 de agosto de 1995 Corazón valiente se estrenó y arrasó en taquilla. Recaudó más de 250 millones de dólares de los 70 que se invirtieron. Fue nominada a diez Oscar, ganó cinco, incluyendo mejor película y mejor director. Gibson los guardó en una caja de zapatos Armani. Aunque las batallas recreadas recibieron elogios también hubo críticas a ciertas licencias históricas y al exhibicionismo de traseros escoceses ante el ejército rival. “Nunca se han visto tantos glúteos al aire en la historia del cine”, minimizaba el actor. El personaje de Eduardo II y su amante homosexual fueron criticados por la comunidad LGBTQ+ por el tratamiento burlón de las preferencias sexuales del heredero del trono inglés en aquella época.
Pese a las críticas se considera a Corazón valiente como una de las películas más icónicas de la década de 1990. Para mejorar el relato se colaron muchos errores históricos, por ejemplo, las famosas faldas escocesas, conocidas como kilts, no se empezaron a utilizar hasta el siglo XVI. Los guerreros no se pintaban la caras ni se trenzaban el pelo. La muerte de Wallace fue mucho más brutal de lo que se muestra. El real, condenado a muerte, fue enganchado a una carreta y arrastrado desnudo hasta el lugar de la ejecución donde le cortaron la cabeza para después quemar sus entrañas. El cuerpo fue descuartizado y sus partes fueron enviadas a diferentes lugares del país: Newcastle, Berwick, Stirling y Perth.
Con semejante horror es improbable que Wallace -como muestra la película- haya gritado “¡Libertad!” en medio de su tortura. Quizás Gibson como Nolan, el personaje de Borges, decidió silenciar el descubrimiento y contar una historia no de la traición, como el caso de Kilpatrick, ni de la crueldad en el caso de Wallace, sino a la gloria de ese héroe. No porque fuera así, sino porque necesitamos creer que fue así, y poder seguir andando nomás en tiempos donde sentimos que lo que sobran son derrotas y escasean los héroes.
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