Fue testigo del suicidio en vivo del Malevo Ferreyra, metió un carpincho en un estudio y reivindica los 50 puntos de rating del casamiento de los enanos. Además, armó toda la cobertura y el show de placas rojas de las elecciones del 2015. En paralelo al trabajo audiovisual escribió dos libros: Argentina una historia de placas, declarado de interés cultural por la Ciudad de Buenos Aires, y Finales.
Ansioso, Facundo Pedrini llega puntual a los estudios de Infobae y con muchas ganas de hablar. En una charla distendida, cuenta cómo fue el proceso de cambio de la marca Crónica, las nuevas forma de comunicar y la gran responsabilidad que siente frente a una pantalla social. Revela porqué los políticos no quieren ir a Crónica y adelanta con qué placa sintetiza las próximas PASO.
Facundo Pedrini es una conjunción de la renovación con lo mejor de la tradición. Disruptivo pero comprensivo, sabe que en tiempos de incertidumbre y desigualdad, lo importante es acompañar.
—¿Quién es Facundo Pedrini?
—Soy periodista. Licenciado en Comunicación. Trabajé toda mi vida en Crónica TV. También laburé en A24, escribí para Perfil, revista Crisis, Mu y News Digital. Tengo un programa de radio en la 107.5. Hace dos años estoy en la dirección de noticias del canal.
—¿A qué edad y haciendo qué ingresó a Crónica TV?
—A los 18 años. De casualidad. Era generador de caracteres, lo que hoy es un videografista, aquel que se encarga de los títulos, las placas y los zócalos. Empecé a la noche, de 22 a 06. Salía de ahí y tenía que hacer tiempo parar cursar en una Universidad Jesuita, de Callao y Córdoba. Y dormía atrás de los decorados o en la plaza de Callao y Paraguay. Así dos años.
—¿Lo dejaban dormir atrás de los decorados?
—Sí, porque Crónica en ese momento tenía varios estudios. Yo dormía atrás de los decorados del mítico Estudio C, donde se grababa Argentinísima satelital, con Julio Mahárbiz. Ahí donde Sandro hizo los videoclips con Los de fuego, donde Pipo Mancera volvió con sus Sábados Circulares. Y a veces en el estudio A, donde se emitía Poder vacante, con el Turco Asís, y donde salía Anabella Ascar con su tradicional programa Hechos y protagonistas.
—¿De videografista a director de noticias?
—No, en el medio pasaron cosas. Pasé a la coordinación de aire, a la producción periodística, a la producción ejecutiva. Y hace dos, tres años, empecé como director de contenidos.
—¿Qué es Crónica para la gente?
—Crónica es un tigre del Conurbano. Es una marca demasiado arraigada, que ya no le pertenece a nadie: es de la gente. Que este año cumplió 60 años. Que nació de la cabeza y del corazón de Héctor Ricardo García, el primer Ciudadano Kane del país.
—¿García fue reconocido como debía?
—No. Yo creo que los tipos que hacen cosas populares no son reconocidos en este país porque se manejan en un andarivel de cosas inconfesables. Los que hacen cosas populares, que les gustan a las mayorías, nunca tienen a favor la alfombra roja. Se los reconoce desde un lugar culposo.
—¿Qué quiere decir con culposo?
—Claro: nadie va a reconocer que vio enanos casándose durante una hora, pero definitivamente lo vio el país porque hizo más de 50 puntos. Cuando García está a punto de lanzar Crónica va al programa de Mauro Viale, dos mitos del periodismo popular, y Mauro lo chicanea al comienzo de la conversación y le pregunta por qué Crónica publicaba tantos cadáveres en tapa. Y García lo mira y le dice: “Porque la gente se muere”. Desde la sangre se puede contar un país. En Estados Unidos cada generación tuvo su guerra, en Argentina cada generación tiene su tragedia. Y Crónica creo que interpela e interpreta muy bien ese sentimiento popular, ese momento donde el pueblo se queda en silencio esperando que alguien le diga que no es cierto.
—¿Qué es lo que más duele haciendo Crónica?
—Contar sin poder cambiar. Son historias cíclicas, están loopeadas. Hay una Argentina pre democrática, pre ideológica: el país que muestra Crónica no le conviene a nadie. No le conviene a la política, no le conviene ni a la oposición ni al oficialismo. Muestra historias quietas de vecinos que hace muchos años están igual, que no han encontrado ni dentro ni fuera del Estado, una solución. Y que llaman a Crónica como un auxiliar de Justicia. De un tiempo a esta parte, Crónica se convirtió en el cuarto mostrador del Estado. Los vecinos llaman a la comisaría, no obtienen respuesta; van a una fiscalía, no les dan bola; acuden al municipio, nadie los registra. Llaman a Crónica: alguien les cree.
—Llaman a Crónica, ¿y...?
—Y piden las cosas que el Estado no les da. No lo vas a creer pero Crónica se convirtió en un canal comedor, porque hay gente en la puerta haciendo fila con un túper en la mano para comer. Es un escenario conmovedor. La gente se acerca a la puerta para traer rosarios, para traer intenciones o para reclamar todo lo que las diferentes carteras del Estado no hacen por ellos.
—¿Qué opina de la gente que cataloga a Crónica de grasa?
—Son miradas que tienen que ver con el tratamiento, no con los temas. La televisión viró hacia el contenido de Crónica. Todos cuentan lo que cuenta Crónica pero con diseño gráfico y lágrimas de backstage. Hoy se narran más historias que noticias y hacen policiales por tres razones. La primera, por el triunfo del panelismo por sobre el periodismo: en televisión se opina más de lo que se informa. La segunda, porque el policial es para muchos que juegan a interpretar lo que pasa en el país y no a contarlo, una forma de materializar lo que creen: bajan línea con caras, validan la grieta con nombres propios, es un blindaje civil. Tercero, porque en televisión se terminó la verdad.
—¿Cómo que se terminó la verdad?
—A partir de la seis de la tarde en televisión se terminó la verdad.
—¿Y qué hay después de las seis de la tarde?
—Hay misa, en donde no se discute fe o una empresa de demolición que no sabe qué hacer con los escombros.
—Explíqueme mejor.
—Hay sacerdotes que refundan sus convicciones en el país que quieren que pase. Se llama sesgo de confirmación.
—¿Por convicción o por conveniencia?
—Por las dos cosas: hay periodistas que están obsesionados con hablar con una maza en la mano mientras todo se cae, y otros, de negar las evidencias. Los dos tienen la picardía de haber sido tomados por los adjetivos.
—¿Cómo se cuenta la verdad en Crónica?
—Mostrando. En televisión decís o contás.
—¿Qué quiere decir?
—Claro, decís o contás. Nosotros no hablamos de puentes, elegimos hablar con la gente que vive abajo de uno. Mostrar te genera un vínculo pre ideológico con la gente. A veces pre argumental. No tenemos enciclopedistas, no tenemos editorialistas, no tenemos sacerdotes que impongan una manera de pensar antes de que pase. Y elegimos que la línea editorial del canal sea la calle.
—¿Algún periodista editorializa en Crónica?
—No.
—¿La opinión es libre?
—Se puede opinar de lo que sea. Pero no de manera sesgada.
—En la mayoría de los canales de noticias hay editoriales y hay pases. ¿Qué opina al respecto?
—Hay canales que son de pases. O sea, borraron la identidad de los programas y básicamente construyeron sentido a través de un discurso. No es el caso de Crónica. El problema es que quedás afuera de la repartija de sentido que reafirma. Hay algo en televisión que se llama sesgo de confirmación, que es estar todo el tiempo reforzando lo que el otro cree que es cierto, o cree que es falso, para generar una relación feligrés con la audiencia. Crónica, lamentablemente, no lo tiene, entonces nadie ve Crónica para reafirmar lo que cree: vienen a buscar lo que desconocen. Lo ven para impresionarse, para conmoverse, para abrazar lo pendiente, pero no para justificar sus propias miserias o sus propias virtudes.
—Hablando de información, ¿cómo se manejan con el tema de las fuentes, del chequeo?
—Mirá, la producción de Crónica habla más con familias que con dirigentes. En Crónica hay más víctimas que funcionarios. La agenda del país real, falsamente llamada contra agenda, porque que no salga en el Boletín Oficial o en los principales portales no lo vuelve contra agenda, lo vuelve carne, lo vuelve hueso, a veces es muy difícil chequear lo que el pueblo sabe por viejo, porque dependés de la buena voluntad de los ojos. En este país el dolor no te convierte en perito y ni en especialista, ni muchas veces hace que tengas razón. Ese es un problema, porque el público de Crónica, que cada vez se parece más a las víctimas de Crónica, tiene la razón del testigo. Es lo que el pueblo sabe por viejo, a veces el tiempo no te da la razón pero la historia si. Ahí es donde terminás en un escenario en donde explicas “por qué la vida”, como si fueras un traductor, por qué las cosas son así, gran parte de los llamados que recibe la redacción no terminan en una nota, sino en una tranquilidad.
—¿Por ejemplo?
—La guerra por el suelo. Los conflictos vecinales por terrenos, casas y baldíos que es una de las cosas que más sale en la pantalla. Ocupaciones. De un tiempo a esta parte, sin pretenderlo, de manera inorgánica, Crónica abraza la agenda del Papa: tierra, techo y trabajo. Hay vecinos que creen que por pagar impuestos son dueños, que habitar da derecho. Es una programación que es pendular entre lo absoluto y lo relativo. Esas conversaciones o notas, no tienen una solución más que un oído. Es una pantalla que no solo resuelve problemas, resuelve soledades.
—¿Mucha gente sola?
—Mucha gente sola.
—¿Crónica es la gran compañía?
—Es una compañía. Por eso hay mucha gente que la ve sin volumen.
—¿Usted consume Crónica?
—Todo el tiempo.
—¿Además consume otros medios?
—Todos. Estoy enloquecido por el minuto a minuto.
—¿Obsesivo o enloquecido?
—Estoy obsesivo y enloquecido.
—¿El minuto a minuto lo condiciona a la hora de programar?
—Sí, claro. Yo no programo a partir de mi propia mano, lo hago a partir de lo que le gusta a la audiencia. Y no me parece que el rating sea ni una mala palabra ni una mala noticia. Podemos hablar sobre los elementos de medición y cuáles son las herramientas reales para advertir lo que quiere la audiencia, que haya 1100 decodificadores solamente en Capital Federal y Gran Buenos Aires no hace justicia en el Interior del país, pero en tevé, medir es una forma de cuidar.
—Es una prueba precaria.
—Sí, una empresa brasilera que se llama Kantar Ibope Media, a partir de esa relación, de esa referencia, dialoga con las empresas de publicidad, con las centrales de medios, con la pauta privada, con el valor de tu segundo, condiciona programas, atravesiesa presupuesos, afecta salarios.
— Ccuál es el promedio de rating de Crónica?
—Y... ahora Crónica está peleando el podio. Algo impensado hace un par de años. Para Crónica no existe izquierda o derecha; hay arriba y abajo. Delinear esa cartografía popular la hizo más efectiva, y al mismo tiempo mas sincera. Está peleando el podio de noticias en 1.4, 1.3, que no tiene relación con los números históricos de televisión pero teniendo en cuenta que hubo una migración de audiencia hacia las plataformas y hacia el consumo on demand, que conspira con ese minuto a minuto, es muy valioso. Pensá que el canal de noticias más visto es TN, y promedia 2 puntos.
—Poco, ¿no?
—Cuesta mucho hacer 2 puntos.
—¿Cuesta mucho? ¿Qué es lo que busca la gente?
—Cuesta mucho instalar un mensaje en una generación que no tiene relación con el hábito, que no puede esperar omitir el anuncio de YouTube de seis segundos mientras vos le das ocho minutos de tanda. Cuesta mucho tener casi 100 minutos de publicidad oficial y electoral en el marco de las elecciones y no puedas pivotear artísticamente sobre contenidos competitivos porque estás todo el tiempo interrumpiendo un mensaje. Es difícil.
—¿Qué noticias dan más rating?
—En Crónica, las novelas. Crónica cuenta una historia vecinal como si fuera un tema de Estado: un conflicto de medianera para Crónica es cadena nacional. Y es una pantalla que cuenta Argentina a través de los planos detalle, de los nombres propios. La relación de la gente que ve Crónica con sus propios periodistas es maravillosa. Tal vez no sabe cómo votan ni qué piensan ni a qué Dios le rezan pero saben el nombre del hijo. No te consumen, te adoptan como si fueras parte de la familia.
—¿Qué requisitos tiene que tener una persona para poder trabajar en Crónica? ¿Qué no puede faltar en el ADN de ese empleado?
—Crónica esencialmente se ensancha en la subjetividad del otro. Los bordes de la marca están repletos de versiones y de gente que implica un valor agregado todo el tiempo. Pasamos de ser un canal bizarro a un canal popular.
—Eran un canal bizarro. ¿Por qué dice eso?
—Pensá que hace 12 años se suicidó un tipo en vivo: el Malevo Ferreyra se pegó un tiro en cámara mientras la Momia Blanca, con la boca manchada porque estaba comiendo medialunas y tomando café con la hija de Martín Karadagian, esperaba el turno para grabar un programa en otro estudio, al lado de un hombre que afirmaba tener un chip en la cabeza y de Zulma Lobato, quien venía a hacer una denuncia policial y terminó con un conchero en el Maipo. ¿Sabes lo que cuesta salir de eso? Hay una percepción de la marca como un presente continuo, en donde nadie envejece pero nadie sale. Vos te subís a un taxi, le decís: “Voy a Crónica”, y te citan personajes que ya no están, programas que nunca pasaron, periodistas que ya se fueron o móviles de hace 20 años. Es una marca que no envejece, es un Peter Pan de José C. Paz. Vibra una zona aristotélica de pura potencia. Costó mucho salir de eso. Costó mucho que la tomen en serio.
—¿Cómo fue el proceso o la estrategia para desactivar ese bizarrismo?
—Nos estabamos quedando chicos contando el país. Había demasiadas cosas que no estábamos diciendo. Y eso, para un medio popular, es inconfesable e imperdonable. A vos no te puede quedar algo afuera. No te podés quedar con agenda corta. Porque si pivoteás todo el tiempo sobre lo bizarro te están quedando afuera un montón de dolores, un montón de emociones. Y eso es algo letal. No se puede prolongar en el tiempo.
—Lo que no se modificó en Crónica son las famosas placas rojas. ¿Cómo nacieron y cómo se producen hoy?
—Héctor Ricardo García a través de su primer director de noticias, Mario Gavilán, inventaron un estilo. De hecho, cada vez que se habla de creador que no son ellos, a mí me da mucho pudor, porque los continuadores nunca vamos a ser creadores. Fue un recurso que quedó huérfano cuando el Gallego decidió vender. Dentro de una tarea comunitaria nosotros empezamos a tuitear en vivo las cosas que pasaban. La placa es un recurso pre Twitter en donde en 140 o en 280 caracteres vamos complementando o describiendo y adelantando las cosas que pasan. Y empezó como una contestación de carcajada y terminó siendo, a veces, una respuesta política, terminó por momentos describiendo desde la ironía algo que era muy difícil de atravesar. Procesos políticos duros, de ajustes, de desfinanciamiento de diferentes áreas, de clubes que cerraban, de tarifazos, de marchas, de gatillo fácil. Y me parece que fue un recurso que empezó a dialogar con lo que estaba pasando y con el humor social cada vez de forma más efectiva.
—¿Era consciente en ese momento del poder de ese recurso?
—Fue más intuitivo que consciente, a tal punto que hoy a la placa se le pide la cantidad de días que faltan para el verano, que sea meme, que sea imagen, que sea justa, que sea precisa, que sea lo que no nos pasó. Se le pide todo. Pero no siempre se le pide que sea verdad: hay aplicaciones de Internet que emulan placas verdaderas como si fueran falsas. Pero son la reputación de esas placas falsas, que podés crear vos desde tu propio celular, lo que sostienen la reputación de las verdaderas.
—Si tuviera que definirse o venderse en una placa, ¿qué pondría de Facundo Pedrini?
—Un salesiano que viene del sur.
—¿Cuánta gente hay hoy haciendo las placas?
—Son dos o tres operadores por horario. En total son casi 10, y están los productores ejecutivos y los productores periodísticos.
—¿Tienen algunas placas ya armadas?
—Hay placas preseteadas. Hay placas de rutina. Más de agenda. Más repentistas. Se dan mucho en las elecciones. En lo que fue el G20. Cuando hacemos algún evento especial, locros, asados; incluso en el cierre de listas.
—¿Cuál de todas las placas que vio en su vida fue la que más lo impactó?
—La muerte de Maradona.
—¿Qué estaba haciendo en ese momento?
—Llorando en el control, haciendo el aire mientras estaba chequeando por todos los medios posibles si el deceso de Diego era cierto o no. La placa fue: “No puede ser”. Siempre Crónica usó pocas palabras para definir esos momentos en donde el pueblo se queda en silencio. Cuando murió Perón la tapa del 2 de julio, del otro día, del 74, fue “Murió”. Una placa tácita, que no tenía nada para decir ni nada para explicar.
—Ahora, en el momento electoral que estamos transitando ¿qué placa publicaría?
—“No va más”.
—¿Cómo ve el futuro del país?
—Veo un país quebrado. Desangelado. En donde más de la mitad de los argentinos no elige qué comer, en donde la política discute su propia ficción. Los funcionarios no pueden mirar a un pobre a la cara, eligieron no caminar los barrios. Hay una disociación entre lo que pasa y lo que creen que pasa, que es cada vez más abismal.
—¿Qué pasa y qué creen que pasa?
—La política cree que la ciudadanía discute la agenda del círculo rojo.
—¿No es así?
—La política no solo habla a través de Twitter, dimensiona a través de Twitter. Casi todos los temas que sostienen que creen que pasan no son importantes.
—Los políticos no van muy seguido a Crónica.
—Los políticos no van a Crónica. No.
—¿Por qué no van?
—Porque no les conviene.
—¿Por qué no?
—Porque no tienen nada para decir. Si yo a las 20:15 le hago una nota a una vecina que caga en un balde porque no tiene cloacas, ¿qué le va a decir un político? Hay una necesidad no resuelta que destroza todo relato. No les conviene. Están acostumbrados a debatir con la política, no a explicarle a la gente lo que pasa.
—Aparte de trabajar en Crónica, ¿cómo es su vida?
—No tengo. El periodismo es una misión que no se negocia.
—¿Cuál es su misión?
—Contar más, contar mejor. Yo creo en el periodismo social.
—¿Quién lo acompaña en su misión?
—Hay una gran directora de programación, Verónica Crespo, y dos jefes de turno, que son Carlos Álvarez y Hernán De Lorenzi., junto con Marcelo Álvarez, que es el jefe logístico, y un equipo técnico y periodístico increíble. Ellos son la mesa chica de la conducción del canal. Crónica tiene a los mejores productores del país y a los mejores movileros del país. No hay ninguna duda de eso.
—¿Hay algún límite en Crónica?
—A mí no me gusta dar suicidios. Generan una correlación directa en las voluntades y en el accionar del que está viendo. Podés llegar a generar algún tipo de reacción parecida.
—¿Qué periodistas son los más creíbles para Pedrini?
—Respeto mucho a Jorge Lanata; a Lanata todos lo putean pero nadie lo supera. Escucho a Carlos Pagni: marca los lineamientos de la semana y ayuda a pensar también. Me gusta Nancy Pazos, disfruto del viejo Asís, aunque prefiero su reencarnación Oberdán Rocamora; lo escucho con un ojo medio cerrado y medio abierto y lo leo en su portal. Estudio las columnas de Martín Rodríguez. Valoro el trabajo de Diego Genoud. Pero no están en la tele. Y voy a la guerra con todos los periodistas de Crónica, sin excepción.
—Hoy, ¿si no estás en la tele, no existís?
—No, existís. El problema es que los que hicieron pie en medios digitales, en nuevas plataformas y en sus propios medios lo hicieron con credibilidad analógica. Fueron en la tradición para ser en el futuro. Recién hablábamos de Fantino y del universo Neura. Y es fantástico. Hizo lo que hizo porque primero llegó a los hogares de pared descascarada que todavía no tienen Internet.
—¿Qué opina del streaming, de los chicos jóvenes que hacen su propio medio? ¿Cómo ve el futuro del streaming?
—Como algo positivo. Es un medio que combate soledades, que se edifica a través de una gran conversación en donde todo es coralidad, en donde los temas están atravesados por una horizontalidad absoluta. Y está bien, o sea, apuestan a lo polifónico, apuestan a la empatía, apuestan a generar temas que podríamos hablar nosotros. El problema es que en algún momento eso va a desaparecer porque si nosotros le damos a la gente lo mismo que tiene, ¿para qué servimos?
—¿Cómo se ve de acá a diez años?
—Creando contenido.
—¿El contenido siempre sigue siendo el rey?
—El contenido es el rey. Siempre lo fue. Construir a través de contenido te vuelve más impermeable a cualquier tipo de época. No dependés de las figuras para edificar competitividad. No dependés del humor social para generar un contrato con una audiencia.
—Ahora que se vienen las elecciones, ¿cómo se maneja Crónica con el tema editorial?
—Damos todo. Sabemos que nada es ingenuo, que hay una fake news por metro cuadrado. Que casi todos los videos virales están operados. Que una encuesta es un spot. Pero sí, Crónica da todo. La línea editorial de Crónica es todo lo que es popular. Es una pantalla que no tiene enemigos. No se mete en el cuarto oscuro con nadie, espera afuera para celebrar la democracia.
—Si tuviera que votar hoy el público de Crónica, ¿a quién elegiría como presidente? ¿Cuál sería el mejor presidente para Crónica?
—Yo creo que el público de Crónica está desencantado. Que votó mayoritariamente al peronismo pero que se sintió defraudado. No apostó al Frente de Todos desde un sosten ideológico, de lógica regional, cerca al grupo pueblas, se mudó de la doctrina a la necesidad, confió en el país que se puede tocar, eligió desde el voto heladera. Y el público de Crónica, que es el verdadero público desesperado, se desencantó del peronismo. El peronismo lo tiene que volver a enamorar.
—No hay tiempo, me parece.
—Yo veo un escenario complejo.
—¿Tiene padres?
—Tengo papá. Mi mamá murió cuando yo tenía 22 años.
—¿Qué piensa qué dirían hoy de Facundo?
—Que estuvo bien. Ella fue muy generosa conmigo e hizo muchísimo para que a mí me vaya bien. Cuando empecé a cursar, ella se enfermó. Después empecé a trabajar en Crónica y usaba esos espacios vacíos de dos o tres horas para dormir detrás de los decorados para acompañarla a hacerse quimioterapia. Y después, rayos. Y fue un dolor, un gran dolor, el peor dolor. Creo que estaría orgullosa porque lo intenté bien.
—Y su papá, ¿qué le dice? ¿Opina de Crónica?
—A mí papá no le gusta Crónica. Pero bueno, yo le explico en todas las sobremesas que no programo para él.
—¿Por qué no le gusta Crónica?
—Porque es una pantalla que, desde el tratamiento de la noticia, es muy cruda. Es el resultado de trabajar sin intermediarios. Una pantalla sin mosquiteros es una pantalla brutal. Mi viejo es profesor de Historia, abogado; a veces siento que está encerrado en el siglo pasado. No lo puedo atribuir a una cuestión generacional, pero hay muchos que decidieron cerrar las compuertas de la novedad y empezar a releer. La relectura es buena. Hay un punto en donde el único verbo compatible con la novedad es revisar. Entonces lo único que hacen es rezarle a un archivo, escuchar autores muertos, artistas que ya no cantan, escritores que ya no publican.
—Cuando la gente le pregunta dónde trabaja y usted le responde “en Crónica”, ¿qué reacción percibe de la gente?
—Depende. Para muchos Crónica es un consumo pop. Es un consumo snob. Es un consumo donde hacer una revisión en formato meme o lo ven como una carcajada digital, o como un canal que siempre está a la altura del chiste. A mí me parece mucho más serio que eso. Hacer cosas populares es muy difícil.
—¿Qué es lo más difícil?
—Interpretar en pocas palabras lo esencial. Sacar tu propio prejuicio del contenido. Y estar todo el tiempo por encima de lo que vos creés que es importante. Nos rendimos ante lo que el pueblo sabe desde siempre, pero lo vive todos los días. Y eso es un registro que te plantea desafíos todo el tiempo.
—¿Cuál es el mayor prejuicio de los argentinos?
—Hacia el pobre. La principal minoría más rota, más ignorada y más vapuleada es el pobre.
—Hagamos un juego. Le regalo una caja con todas las cosas que perdió en estos 34 años. Puede abrirla y recuperar por un instante una sola cosa. ¿Qué sería?
—Los asados en donde estábamos todos. Para mí el mejor escenario posible es la familia completa. Rimbaud decía que París se repoblaba. Bueno, uno se va despoblando.
—¿Está en sus planes tener una familia propia?
—Sí. Es un ritmo complicado para aprender a cuidar. Hay apagones. La velocidad te lleva al apagón todo el tiempo. Y es complicado. Para cuidar hay que tener tiempo. Para habitar, para generar calidez, para generar imágenes completas, hay que tomar la decisión de ocuparse. No es lo mismo ocuparse que preocuparse. Vos te podés preocupar en el taxi, te podés preocupar enloquecido entre un off y una reunión. Ocuparse: estar ahí, agarrar una mano, tomar una fiebre, cambiar un paño, hacer un té con limón, es otra cosa.
—¿Algo más que quiera que la gente sepa de Facundo?
—Que lo intento bien. Y que trabajo en el mejor canal del mundo.
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