“Este personaje me llevo al límite en un montón de aspectos. En lo emocional, en lo físico, lo mental, en lo que yo mismo creía posible como actor. Es mi primer protagónico y no me voy a olvidar nunca”. Matías Mayer habla con orgullo y algo de incredulidad de lo que está pasando con el Polaco que construyó para Barrabrava y que significó un quiebre en su carrera. Entre el llamado al casting y el estreno de la serie de Prime Video, transcurrieron dos años que cerraron el círculo del papel que no sabía que necesitaba. El que lo iba a conectar con el hincha que lleva adentro, con el actor que huye de la zona de confort, con el hombre que se hace cargo de sus decisiones. Y que a sus 32 años lo encuentra en un estado de plenitud.
Cuando en marzo de 2021 le llegó la propuesta del casting, Matías estaba filmando Iosi, el espía arrepentido, un paso lógico en su carrera cada vez más comprometida y ascendente, en una etapa de mucha intensidad laboral. Enseguida sintió que era para él. Que si tenía prejuicios, los propios y los ajenos, iban a volverse una fortaleza, una barrera a saltar. En clave futbolera, se propuso dejar todo en la cancha, que los directores Jesús Braceras y Gabriel Nicoli decidieran, pero él no iba a reprocharse nada. La estrategia dio resultado, y cuatro meses después, el papel era suyo.
Barrabrava, una de las grandes apuestas de Prime Video para este año, se filmó en Uruguay en el segundo semestre de 2021, todavía bajo algunas restricciones de la pandemia. La política de encierro contribuyó para reforzar los vínculos entre el staff, que se trasladaron del otro lado de la cámara. “Haber estado todos juntos generaba un foco de concentración mucho mayor, y nos hacía respirar todo el tiempo el aire de la historia”, evalúa a la distancia.
A primera vista, la historia de Barrabrava podría resumirse como la de un grupo violento orbitando todo lo que genera un fenómeno como el del fútbol. Pero sería un juicio erróneo, o apenas una simplificación. Porque también es la historia de una familia sobreviviendo en medio de las balas y a pesar de los dolores. O la de dos hermanos en busca de un destino, o acaso huyendo de él. O la vida y la obra del Polaco, un joven que construyó una coraza sobre sus frustraciones y al que la vida le tiene guardada una caja de sorpresas.
Para incorporar ese entramado de sentimientos, Matías se cimentó en el fanático del fútbol que lleva adentro, en el pibe que soñaba con jugar en la primera de Boca y que se tuvo que conformar con alentarlo desde la tribuna. “Más desde la platea que desde la popular”, admite. Lo completó con la lectura de Haciendo amigos a las piñas, un ensayo de José Garriga Zucal que le abrió la cabeza. “Me dio una mirada más sociológica de lo que es una barra brava desde adentro, una herramienta para correr la lupa del hincha estereotipado y entenderlo como parte de un engranaje de distintas funciones”, explica.
El esqueleto de Barrabrava se construye sobre el Polaco de Mayer y el César de Gastón Pauls, dos hermanos que son expulsados del grupo hincha de su amado club después de una feroz pelea interna. Solos, sin dinero, ni protección, comenzarán una guerra que pondré en riesgo su hermandad.
Pero el fútbol, la violencia, los negocios, las traiciones, los combates son apenas algunos escenarios en los que transcurre la trama definitiva de Barrabrava. “Es la historia de una familia y de sus vínculos, algo con lo que todos podemos empatizar y conectar”, sintetiza Matías, que trabajó para lograr ese objetivo. “Me interesaba ir de lo más frágil a lo más duro, poder mostrar entre líneas cómo en un entorno donde el que pisa más fuerte es el que manda, se puede generar generar este personaje súper sensible, pero con esas capas que se fue armando él con el pasar del tiempo como para poder sobrevivir y no dejarse afectar por lo que venía de afuera”.
—¿Fue un desafío tratar que Barrabrava le guste tanto al futbolero como al que no?
—Eso fue algo que me preocupó desde el principio, que charlé con los directores y sentí que estábamos muy alineados en contarlo con la mayor fidelidad, el respeto y verosimilitud posible. En el set se sentía clima de cancha, y esa credibilidad ya me dejaba tranquilo. Por otro lado, sentía que el mayor desafío de la serie era que atrapara a los que no les gustaba el fútbol, y en el fondo tenía la convicción de que esto era una historia de una familia atravesada por el universo del fútbol, pero que, si la ponías en otro contexto, también se sostenía.
—¿Tuviste que trabajar mucho el aspecto físico?
—Sí, me costó un montón y terminé agotado. Nunca me agarré a piñas en mi vida, soy muy cagón y desde ese el lado físico para mí era un desafío enorme porque si se veía que el Polaco no sabía pelear era un papelón, más siendo rubio, de ojos claros. Tomé clases de boxeo porque quería transmitirlo como un chabón se cagó a piñas un montón de veces, como un personaje que se ve súper tranquilo pero si se le salta la cabeza, te destroza enseguida.
—A su manera, el Polaco tiene la vida resuelta. Un lugar de privilegio en la barra del club del cual es hincha, la familia como sostén, la lealtad de sus amigos. Hasta que algo se rompe.
—Sí, a medida que van pasando los hechos se empieza a desmoronar esa coraza y queda más expuesto, en carne viva. Al final es un pibe que creció en ese contexto y que se fue adaptando a lo que le tocaba vivir, pero que no deja de ser una persona muy frágil por dentro, muy sensible.
—Una de las claves de la serie es el vínculo del Polaco con César, tu hermano en la ficción que interpreta Gastón Pauls. ¿Cómo fue el trabajo con él?
—Desde el día uno conectamos muchísimo, y trabajar con alguien con tanta trayectoria, a quién admiraba, era algo que podía trasladar a los personajes. El respeto tácito que siente el Polaco por César, que a medida que van pasando ciertas cosas se pone en duda, sacarlo un poco del pedestal y todo se empieza a desmoronar, se tergiversan algunos vínculos y afecta internamente a la familia.
—En este esquema de relaciones familiares y afectivas, el Polaco pivotea con todo el universo femenino de la serie. Su madre, su amante, el amor que empieza a asomar y, sobre todo, la aparición de una hija adolescente
—Ese un vínculo hermoso, y de alguna manera lo termina de descolocar. Desde el día uno con Viole Narvay, mi hija en la ficción, tuvimos algo de entendernos con la mirada. Y cuando el Polaco la ve por primera vez, los dos estaban medio nerviosos, y él se da cuenta que por primera vez no puede zafar de hacerse cargo de lo que le pasa, que esa estructura de barrabrava y la distancia que había construido para no tener que lidiar con lo emocional empieza a vulnerarse. Y no tiene escapatoria, porque tiene que lidiar con eso sin poder usar la violencia que es como que acostumbra a arreglar las cosas.
Del escenario a la tribuna
Matías reconoce que todavía no se acostumbra a verse en las gigantografías del Polaco que se ven por las calles de la ciudad. Si bien la caracterización del personaje es más emocional que física, cada contacto visual funciona como un espejo que refracta hacia atrás y hacia adelante. “Se me viene mucho todo el camino recorrido hasta acá, el nivel de sacrificio, de esfuerzo, las ganas de poder seguir reinventándome y la lucha contra muchos prejuicios que hay para los que venimos del teatro musical”, enumera. Y en cierta medida, sorprende.
—¿Existe ese prejuicio todavía? Hoy parece ser un gran momento para los musicales.
—Sí, es algo que siempre hablamos con los colegas del género. Hay un montón de talento, gente recontra formada en todas las disciplinas, pero todavía falta romper algo para que te consideren para otro tipo de proyectos. Yo lo sentí así y no bajé los brazos, de golpe aparecía un personaje súper chiquito en alguna serie y trataba de sacarle todo el jugo posible para poder mostrar lo que venía trabajando. Así, cuando apareció esta posibilidad tenía internamente la sensación de que me podía hacer cargo con todo lo que implica un protagónico. Quizás cinco años atrás me hubiese agarrado más endeble.
Matías empezó a construir esta fortaleza en una casa en la que el arte sobrevolaba. Menciona a su hermano Tomás como una referencia cercana, que tocaba el piano y él cada tanto lo acompañaba, pero asegura que nunca fantaseó con tener una banda ni ser una estrella de rock. Se imaginaba sí sobre las tablas, aun lejos de alimentar el cliché de ser histriónico ni el gracioso de la familia. Sentía que el escenario le quitaba los nervios y la timidez. Cada obra de teatro en el colegio era el momento más importante del año y a la hora de pensarse en la vida adulta siempre tuvo en claro para donde quería ir y se formó para eso.
Estudió teatro, canto y complementó con algo de danza. Audicionó y quedó para Jake & Blake, una producción de Cris Morena para Disney. Se perfeccionó con un curso en Nueva York, donde vio la versión original de Casi normales. Los hilos empezaban a moverse, solo faltaba tocar la tecla justa.
Cuando en 2012 quedó para la versión local de Casi normales estaba terminando segundo año en la carrera de Administración de Empresas. Ni el arte ni los estudios respondían a algún tipo de mandato familiar sino más bien a una dualidad autoimpuesta, una puja entre lo que quería y lo que sentía, el salto al vacío y la red de contención, que lejos de entrar en conflicto convivieron en armonía. “No me pienso bajar a esta altura”, se juramentó mientras se lucía en el recordado musical que protagonizó con Alejandro Paker, Laura Conforte, Fer Dente, Flor Otero y Mariano Chiesa. Las convicciones estaban firmes y logró terminar la carrera, aunque nunca ejerció. “Tenía facilidad para los estudios, me servía para ocupar la cabeza, me enseñó a pensar también en muchas cosas”, justifica.
La decantación fue lógica. Con cuatro años de Casi normales rompiéndola en calle Corrientes ya había cumplido el otro sueño del pibe, ese que se había enamorado de La Bella y la Bestia. El nuevo desafío era romper los prejuicios y sus papeles del último tiempo siguieron ese camino. Historia de un clan, Un gallo para Esculapio, ATAV, Un crimen argentino, Iosi, el espía arrepentido. Una sucesión de historias calientes, muchas basadas en hechos reales, otras apuntando a la recreación de época, todas con un pretendido ojo crítico en las problemáticas sociales
—¿Te seduce especialmente interpretar hechos reales?
—No lo había pensado, pero sí, hay algo que me conecta desde otro lugar. Por ejemplo, en Un crimen argentino (la película basada en el libro de Reynaldo Sietecase) filmamos en Rosario en los mismos lugares en los que habían pasado los hechos, y sentía algo energético. Frenaba dos segundos, miraba para los costados y se me ponía la piel de gallina. “Esto pasó acá, en otro tiempo, pero en esta misma calle”, pensaba. Lo mismo con Historia de un clan (donde interpretó a la primera víctima de la familia), lo que me pasaba a mí alguien lo había vivido en serio. Hasta el día de hoy, siempre que paso por enfrente de la casa de los Puccio en San Isidro, hay algo ahí que me interpela.
—¿La comedia musical quedó en el pasado?
—No sé, porque el musical es algo muy de mi esencia. Lo que más me tira siempre es no sentirme achanchado en un lugar, cuando me siento en una línea muy recta ya me tira como cuando necesito volver a meter un desafío algo que me saque un poco de esa comodidad. Por eso busco personajes nuevos que me lleven a expandir un poco los límites.
—¿Cómo querés que siga tu camino profesional?
—Estoy con algunas propuestas que todavía no sé bien para dónde voy a ir. Igual venía de dos años muy agitados, de filmar mucho, y estos últimos meses me los tomé para poder disfrutar todo este proceso. Y ya que hablamos mucho de fútbol, quiero parar un poco la pelota, ver dónde estoy parado y mirar tranquilo hacia donde ir, porque este camino es muy largo.
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