Cuando Raymond Chandler escribió: “Hay rubias y rubias, y hoy es casi una palabra que se toma en broma. Todas las rubias tienen su no sé qué…” era 1953 y no sabía -ni podía saber- que 37 años después, un 2 de julio de 1990 nacería Margot Robbie, una rubia que -como el escritor describe en El largo adiós- es como “un sueño atravesado en el camino”, una rubia que “ni siquiera era de este mundo. Inclasificable, tan remota y clara como el agua de la montaña, tan evasiva como su color”.
La vida de esta actriz australiana comenzó muy bien. Tercera de cuatro hijos, con una mamá fisioterapeuta y un papá granjero, nada parecía perturbar la estable felicidad hasta que el hombre abandonó el hogar. Lo que quedaba de la familia se instaló en Dalby, un poblado rural que permitía ir a surfear en apenas veinte minutos.
Instalados en la granja de los abuelos, Robbie alternaba cuidar vacas con intentar ver televisión. “Teníamos tres canales y un televisor para compartir entre cinco. Elegir lo que querías ver era imposible, así que nunca miraba televisión, veía videos repetidamente y luego los actuaba. Mi mamá me preguntaba “¿Cómo recuerdas todas las líneas? Solo lo miraste veinte minutos”.
A los 16 años, Margot demostró que era de las que hace mucho cuando se tiene poco. Las cuentas familiares no cerraban y decidió ayudar. Asistía a la escuela, a clases de teatro y tenía no uno sino tres trabajos. Vendía en una tienda de artículos para surf, limpiaba casas y atendía la caja en una cadena de sándwiches. Todo lo que hacía lo hacía bien, tanto que la eligieron “la empleada del mes” y enmarcaron su foto.
Cierto día, un grupo que rodaba un film clase B por la zona quedó encantado con el encanto de esa cajera. Le propusieron sumarse al equipo, aceptó. La experiencia fue mejor que la película -jamás la vio- y la incentivó a buscar un agente que le consiguiera alguna audición. Logró ambas, con 17 años se instaló en Melbourne en la casa de un tipo llamado Mark de aspecto aterrador pero que -como contó en Harpers Bazaar- resultó ser “la persona más hermosa del mundo”.
En ese tiempo, una serie arrasaba en la televisión australiana: Neighbours. Robbie logró audicionar, pero la convocatoria no llegaba y voló a Canadá con su novio para practicar snowboard. Camino a la pista, conducía una camioneta sin una puerta cuando recibió una llamada desde Melbourne: la convocaban para la serie. Con dinero prestado volvió. Del aeropuerto fue directo a grabar, tanto que se apareció con la tabla de snowboard. “Empecé de inmediato, ni siquiera regresé a Gold Coast para recoger ropa durante un par de semanas. Trabajé cinco días a la semana, 17 horas al día, a tiempo completo. Esa fue mi vida durante tres años”, recordaría.
Con jornadas laborales implacables y un contrato seguro, uno podría pensar que la muchacha o se daba por satisfecha o se agotaba. Pero ella demostró que era dueña de ese fuego interno que algunos llaman ambición, otros vocación y otros, convicción. No se conformó con Neighbours y se preparó para cumplir su gran sueño: triunfar en Hollywood. Gastó poco, ahorró mucho, tomó clases de actuación, pagó de su bolsillo a un entrenador de dialectos que le enseñó a hablar con acento estadounidense, y llamó con insistencia a su nuevo agente -casi al límite del acoso- para que le consiguiera audiciones en Los Ángeles. Cinco días después de que terminara su contrato con Neighbours, en vez de tomarse un año sabático o vacaciones y sin contrato se mudó a California. Antes de partir se quedó despierta toda una noche pintando tazas para regalarles a cada uno de los compañeros con los que trabajó.
En Los Ángeles realizó una audición para una nueva versión televisiva de Los ángeles de Charlie, no la eligieron. No se preocupó, sabía que “Si algo salía mal, siempre podía pagar un taxi al aeropuerto y comprar el boleto para volver a casa”. Semanas después le ofrecieron interpretar a una azafata en la serie Pan Am. El programa duró una temporada pero ella disfrutó de todo como buena fanática de la década del 60, no solo de su estética, también de sus ideales. Además conoció a Christina Ricci, se hicieron tan amigas que compartieron departamento.
Su debut en el cine llegó con la comedia romántica About time. La audición la hizo a través de una aplicación pero se la vio tan natural y bonita que nadie dudó que sería una gran estrella. No se equivocaron, aunque la protagonista era Rachel McAdams, Robbie logró que todo el mundo se preguntara ¿quién es esa chica? Fue en El Lobo de Wall Street dirigida por Martin Scorsese y con Leonardo DiCaprio donde todos tendrían la respuesta.
Para lograr el papel sorprendió a todos. Se esperaba que besara al actor, pero improvisó una bofetada fuera de guion. Creyó que nunca más volvería a trabajar, sucedió lo contrario. Martin Scorsese y DiCaprio comenzaron a reír y el actor incluso le pidió que lo golpeara de nuevo. Su audacia le valió el papel de Naomi Lapaglia, la amante de Jordan Belfort (Di Caprio) que luego se convirtió en su esposa. En su rol le tocó actuar escenas íntimas, con poca ropa y todavía recuerda una.
La secuencia mostraba su entrepierna mientras se masturbaba frente al actor. Si bien dura apenas unos segundos, significaron horas de incomodidad. “No te das cuenta cuando estás viendo la película, el público no lo ve, pero en realidad estábamos en una habitación pequeña con 30 personas del equipo alrededor. Todos hombres”, explicó a la revista Porter. “Durante 17 horas fingí estar tocándome”, y señaló que fue “una cosa muy extraña, debes enterrar la vergüenza y lo que te parece absurdo… Fue realmente incómodo, profundo y completamente comprometido”.
En otra escena de seducción con DiCaprio apareció desnuda con una bata de baño. Antes de grabarla, para relajarse, bebió de un tirón tres tragos de tequila, además del alcohol fue fundamental el rol de Scorsese porque “No explota la desnudez ni la usa como una herramienta para impactar”, explicó. Después de Scorsese, Robbie demostró ser alguien que se mueve cómoda en el cine “de prestigio”, pero también en el comercial. Participó en diferentes propuestas “pochocleras” como The Big Short o La leyenda de Tarzán y en Suicide Squad donde sorprendió como tatuadura. Con una pistola especial y conocimientos de ese arte le realizó tatuajes a varios del elenco.
Su versatilidad le trajo reconocimiento y fama, pero la última vino con claroscuros, ya sabemos que si bien garantiza el acceso a lugares inaccesibles y privilegiados también supone la pérdida de la privacidad y cierta libertad. Sincera reveló en Vanity Fair que “algo estaba sucediendo en aquellos primeros momentos y todo fue bastante horrible. Recuerdo decirle a mi madre: ‘No creo que quiera dedicarme a esto’. Y ella se me quedó mirando, imperturbable, y me respondió: ‘Cariño, creo que es demasiado tarde como para no hacerlo’. Ahí fue cuando me di cuenta de que la única manera de proceder era seguir adelante”.
No solo siguió adelante, también continuó sorprendiendo al mundo. En 2018 en Yo soy Tonya, contó la historia real de la patinadora Tonya Harding. Y acá abrimos paréntesis, si el lector no la vio, no dude en hacerlo, no solo es un planazo de domingo sino una gran película. La australiana se aleja del papel de rubia sexi para meterse en la de una patinadora que era un pit bull en la vida y una Ferrari sobre el hielo, con una madre -encarnada por la increíble Allisnon Janney- de esas que mejor perder que encontrar. La actriz -que nunca había patinado de modo profesional- entrenó durante tres meses y protagonizó muchas de las escenas.
Instalada ya como una estrella y no fugaz, participó en la película Una vez en Hollywood donde interpretó a Sharon Tate -otra actriz mítica por belleza, talento y trágico final-. Dirigida por Quentin Tarantino, al lado de Brad Pitt y Leonardo Dicaprio y ocupando poco tiempo en pantalla, cada vez que aparece parece una aparición que enmudece a todos con su magnetismo. A la lista se sumó El escándalo donde brilló a la misma altura que las increíbles Nicole Kidman y Charlize Theron.
Entre trabajo y trabajo se fueron conociendo algunos datos de su vida fuera de los focos. Se sabe que en tiempos de comunicaciones virtuales le gusta escribir cartas de su puño y letra. Para conseguir su papel en la película de Tarantino, le escribió una carta con argumentos de por qué debía considerarla para el rol. Lo convenció.
Además de amar la década del sesenta y escribir cartas, también es fan de Harry Potter. En su adolescencia leyó todos los libros y vio todas las películas, además usaba lentes sin necesitarlos con el único fin de sentirse unida con el mago creado por J. K. Rowling. En su tiempo libre y como toda buena australiana le encanta surfear, ama andar en moto, pero en una característica no tan australiana, le fascina el hockey sobre hielo y es fanática de los Rangers de Nueva York.
Cada día más célebre sigue detestando las consecuencias de la celebridad. Como esa vez que de vacaciones en la Argentina con su amiga Cara Delevingne dos hombres encargados de su custodia dejaron hospitalizado a un paparazzi que las fotografió. Su familia en Australia vivió situaciones riesgosas escapando de fotos sin pautar. “Si mi madre muere en un accidente porque querías una foto mía en el supermercado o si tiras a mi sobrino de una bicicleta… ¿Todo eso para qué? ¿Por una foto? Es peligroso, pero aún así, lo extraño es que nada parece cambiar”, reflexiona enojada.
El enojo y la impotencia con cierto asedio de la prensa no es fortuito. A los rumores de romances y embarazos falsos pero que se publican como verdaderos se suman situaciones entre patéticas e insólitas. En una ocasión trascendieron imágenes donde parecía que lloraba cerca de la casa de Delevingne. Su madre la llamó preocupadisima. Su hija no solo le aseguró que estaba bien, le explicó que la imagen no era en casa de la modelo sino un Airbnb que había alquilado para cinco días. Para terminar con un “Y no salgo llorando. Tenía algo en el ojo. Estaba intentando agarrar mi mascarilla, sujetar el café y no podía quitarme un pelo del ojo”.
Ante tantas mentiras verdaderas, Robbie acabó aceptando que es imposible refutar todas las historias falsas. “Quieres corregirlo, pero no puedes. Tienes que… no sé, mirar hacia otro lado”. Las entrevistas de promoción la estresan. “Solo quieren fragmentos de sonido y no es eso lo que me molesta, lo entiendo: tienen apenas tres minutos”, se sinceraba en Vanity Fair “Pero es como bailar claqué en un campo de minas: estás cansada, llevas horas haciéndolo y debes estar en guardia todo el tiempo… Puedes decirlo bien mil veces, pero con que lo digas mal una, ya estás jodida”.
En cuanto al amor, en el año 2014 conoció a Tom Ackerley, tercer asistente del director de la película Suite francesa donde ella trabajaba. Comenzaron siendo amigos y ella fue la que inició el romance. “Era soltera y la idea de tener una relación me daba ganas de vomitar. Con Tom fuimos amigos por mucho tiempo pero siempre estuve enamorada de él. Pensaba: ‘Él nunca me amaría’. Me dije: ‘No seas estúpida, dile que te gusta’”, contó en Vogue.
En 2016 se casaron, ella asegura risueña que de haber sabido que Ackerley aparecía como extra en una de las películas de Harry Potter se habría casado mucho antes. Juntos cofundaron la compañía de producción, LuckyChap Entertainment. “Soy una gran defensora de hacer negocios con tu pareja. Estar casada es en realidad lo más divertido que existe, la vida se volvió mucho más divertida de alguna manera”, sostiene.
Hoy la actriz está a punto de estrenar la película Barbie que protagoniza y produce. Dice que “Hacer una película obvia sobre Barbie habría sido demasiado fácil. Y cualquier cosa fácil probablemente no merezca la pena” y enfatiza que “La gente tiene sentimientos intensos. Desde luego, lo prefiero a la indiferencia. Y ahora permitidme trastocar vuestras expectativas. Es mucho más aterrador, pero también supone un gran punto de partida”. Y lo dice ella, que con 33 años demostró que a pesar de lo que escribió Chandler de las rubias, a ella hay que tomársela en serio.
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