“La gente siempre está dispuesta a consumir un tutorial de cómo doblar la ropa y eso es lo que son verdaderamente los videos: un tutorial de cómo ordenarnos. Y hay un tipo hablando de fondo y a la gente no le molesta”, afirma Eial Moldavsky en esta charla con Teleshow. Pero sabe que lo que logró desde sus redes sociales es muchísimo más que eso.
“Si vos me decías a mí, cuando yo empecé a hacer los videos, que esto algún día lo iban a ver miles de personas, yo te decía: ‘Está muy bien, si vos cambiaste de dealer, hablémoslo y vemos cómo lo podemos resolver juntos’. Pero acá estamos: por videos de filosofía”, agrega, feliz de todo lo que fue pasando -casi sin buscarlo-, y que lo encuentra hoy en la conducción de Sería increíble por Olga, la nueva plataforma de streaming de los hermanos Cella junto a Migue Granados.
“Admiré toda la vida a un tipo como Migue Granados y crecí consumiendo radio -recuerda Moldavsky-. Lo que era Metro, que ahora devino Urbana. Perros de la calle, Matías Martin, Fernando Peña; yo me despertaba escuchándolo. Wainraich mismo”.
—¿La estás pasando bien?
—La estoy pasando muy bien. Estoy muy contento. El estudio es una masa. Me encanta que tengamos vista a la calle: ver cómo amanece, más allá de la tragedia de levantarse a las seis y media, de noche. Pero por fuera de esa adaptación, estoy feliz. Mis compañeras, Nati (Jota) y Leti (Siciliani), ambas me parecen adorables y personas que al aire me hacen sentir muy cómodo. Así que espectacular.
—¿Cuál fue el primer video de filosofía que subiste?
—Uno sobre la angustia de Heidegger. Hablando de pagar facturas, servicios, y la angustia que eso conllevaba. Era un domingo y estaba todo dado.
—¿Cómo se te ocurrió hacerlo?
—Creo que tiene algo de que la noche anterior habíamos cenado con mi viejo y la banda de música del show, y habíamos tenido un cierto momento típico de “bueno, ¿a qué te vas a dedicar, de qué vas a laburar cuando termines con la carrera, qué vas a hacer con la filosofía?”. Se ve que algo de todo eso me quedó dando vueltas y al otro día, domingo, un día ideal para hacer algo de Filosofía que tenga que ver con deprimirse. Se ve que yo estaba estudiando algo de Heidegger para preparar para algún examen. Se alinearon los planetas: no fue una planificación. No es que dije: “Está este nicho sin explorar, voy yo”. No lo pensé, no lo imaginé, no lo planifiqué en absoluto.
—La clave en los videos de Filosofía en un minuto es esa forma de llevar la Filosofía a lo cotidiano. Todos nos podemos ver reflejados en algo que es híper profundo, pero que también es de todos los días y que nos pasa todo el tiempo.
—Yo siempre tenía la sensación de que la Filosofía era algo de todos los días. Tal vez costaba convencer al resto. Pero la Filosofía estaba ahí: yo lo veía cuando yo estudiaba. Obviamente, como en toda carrera hay discusiones. Los arquitectos estudiarán cosas que después no las aplican a la hora de diseñarte una casa, un edificio, tu living o lo que sea, pero como toda carrera Filosofía tiene discusiones que pertenecen más a la academia. Pero yo siempre sentía, y sentí y siento, que las cosas que leo repercuten de manera concreta en mi vida cotidiana. Entonces, para mí eso no era una dificultad. Sí quizás encontrar el formato del minuto y en última instancia, mi enorme facilidad para procrastinar fue lo que ayudó, porque se ve que yo estaba estudiando para un examen y dije: “¿Qué mejor puedo hacer que ponerme a grabar un video para subir a una red y dejar de estudiar en este momento?”. Y fue lo que hice.
—¿Y ese ya la pegó?
—No creo que ese video tenga muchas reproducciones. Lo tendría que buscar a ver en qué anda, a ver si alguien lo recuperó por algún lado o cuál fue su situación, pero debe tener unos números propios de una persona que no tenía una cuenta masiva.
—¿Con qué video entendiste que algo estaba pasando?
—Con el video “No seas trolo, man”, que tiene un gran título, que por eso lo digo, de Bourdieu, que habla sobre la violencia masculina. Y lo subí a TikTok, que era una red nueva para mí, y lo subí haciendo tiempo, esperando; estaba al pedo. Este es el tema de mis redes: son hijas de mi deseo de ocupar el tiempo en otra cosa. No es que yo soy un planificador; yo soy una persona que evita, y las redes me ayudan a evitar. Y se ve que estaba haciendo tiempo para algo, dije: “Voy a subir este video”, lo subí con la peor de las ondas, en horizontal, sin colaborar en nada con el algoritmo. Sin hashtag, sin nada. Y algo pasó. ¿Qué? No sé. La gente lo compartió porque esto funciona, entiendo, así. Y ese video fue el primero que tuvo un ciclo de reproducciones, de comentarios, de likes y de notificaciones que no se parecía a lo que yo venía teniendo.
—Sos lo opuesto a lo que te dice cualquier community manager: que la planificación, que esto es un trabajo. Para vos era el escape a algo, por lo menos en ese momento.
—En ese momento.
—¿Hay un equipo que trabaja ahora?
—Sí, ya hay una agenda, ya hay cosas para cumplir. Ya hay gente que me insulta si no cumplo con las cosas. Mensajes que me presionan y todo eso. Pero…
—¿Y se sigue disfrutando a pesar de todo eso?
—Sí, sí. Sí, porque la verdad es que yo me siento un invitado a una vida que me parece espectacular pero que no era la vida que yo estaba armando. Yo estaba estudiando Filosofía para ver si era profesor o si me dedicaba a otra cosa y de pronto alguien me dijo: “Vení, hablale a un vidrio en una esquina espectacular, en una radio, todos los días, con dos personas bárbaras, y fijate de qué se trata esto”. Y si bien es una vida que por momentos disputa muchos valores y muchas búsquedas personales que uno tenía y que te hace preguntarte mucho sobre tu identidad, quién sos, qué cosas dejaste y qué cosas te acompañan, también es una vida muy linda. Y estoy muy contento de poder vivirla.
—¿Es verdad que decidís estudiar Filosofía porque te bocharon en un examen?
—Es cierto. Me la llevé en cuarto año de la secundaria y dije: “Ahora los hago mierda. Ahora lo voy a estudiar y los voy a destruir”. Y acá estoy. Y me hice una cuenta en Instagram para derrotarlos.
—Tengo una frase tuya que dice: “Encontré en la Filosofía un lugar para sentirme como el orto”.
—Sí. Vos sabés que yo, como miembro activo del pueblo judío, en donde veo malestar, profundizo, y en la Filosofía me parecía que tenía una carga de malestar tan elevada que cómo no estudiarlo durante diez años. Así que sí, fui a buscarlo. Es verdad que la Filosofía tiene mucha facilidad para recordarte cosas que te hagan sentir como el orto tanto como tiene para leer cosas hermosas en el mundo.
—Cuando decidís estudiar Filosofía y se los contás a tus padres, ¿qué pasa?
—Y... por unos años no nos hablamos.
—(Risas) No, dale. En serio.
—Ahí fue cuando mis viejos se separan. Se divorcian ahí. ¿Qué pasó? Se pelean y… No, no, la verdad se lo tomaron bárbaro. Mi viejo es sociólogo, más allá de su personaje de comerciante del Once y demás. Mi vieja es abogada. No era descabellado Filosofía.
—Ambos venían de formación universitaria.
—Estaba por ahí. Mi hermana también estudió Sociología. Somos una familia que evidentemente tiene una tendencia a discutir durante muchas horas temáticas de la humanidad y deprimirse, entonces, yo no fui una persona que trajo ninguna novedad a las cenas familiares. Me bancaron un montón los dos. La verdad que siempre para todo fue una familia que me hizo la vida muy fácil. Y en esto, también.
—Tuve la oportunidad de entrevistar algunas veces a tu papá y entender un poco su recorrido. Cuando vos nacés, ¿en qué momento familiar estaban?
—Ahí estaban en el kibutz. Mi viejo y mi vieja, viviendo ahí. Nací en Israel. Vivíamos en el kibutz tres años. Yo no tengo recuerdo de ahí pero, técnicamente, durante tres años estuve viviendo en el kibutz con ellos y después nos vinimos a Argentina. Mi hermana nace acá y ya toda la vida es acá.
—Y cuando tu papá la empieza a pegar, ¿a vos qué te pasaba con eso?
—Para mí fue muy loco ver el cambio. Yo creo que uno de los primeros impactos fue la cartelería en la calle. Y los saludos. Fue decir: “Che, esto está muchísimo más lejos de lo que me hubiera imaginado nunca en la vida”. Para mí fue espectacular porque no es tan común acompañar el cambio de la vida de un padre, ¿no? En términos de vida natural, de lo que todos estamos acostumbrados, socialmente acostumbrados, los padres acompañan a sus hijos en sus transformaciones y no son tantas las oportunidades que tienen los hijos de ver transformaciones significativas de los padres. Y mi viejo cambió su vida cuando yo era bastante grande. Tenía 20 años. Y me acercó a una versión muy humana de mi viejo en términos de entender que es una persona que estaba encontrando algo que le hacía muy feliz profesionalmente. Ver todo el cambio, ver que tome una decisión arriesgada como es cambiar una vida, renunciar al trabajo de toda su vida, arrancar una profesión nueva, jugársela, más allá de que creo que es un mensaje muy lindo para dejarles a tus hijos, porque al final los mensajes son eso: decisiones que se ejecutan en la vida. Acompañarlo en el éxito. Obviamente, el éxito siempre facilita, pero el éxito no puede ser la única evaluación de los procesos sino los procesos en sí mismos, y creo que ver el tránsito de ese cambio es una oportunidad muy increíble para un hijo.
—Ustedes trabajaron en el teatro también. ¿Cómo fue esa experiencia?
—Bárbara. Somos muy parecidos. Yo no venía del teatro así que básicamente me amoldé a su forma de trabajar. Y creo que eso facilitó.
—¿Paga bien?
—Siempre fue un tipo muy generoso. Él negocia con Yankelevich y nosotros recibimos la negociación exitosa. Siempre fue un tipo muy generoso, y es algo que yo siempre valoré y que trato de reproducir. Este es un mundo que tiene una invitación muy fácil a habitarlo en soledad, a crecer en soledad, a desarrollarse en soledad. Y la verdad es que es mucho más lindo compartir la felicidad, incluso disminuyendo la propia, en términos si uno quisiera económicos, porque ¿quién quiere estar solo en una habitación llena de plata?
—En algún momento empezaste a ganar plata con tus redes. ¿Cómo te llevaste con eso?
—Bien. Lo que pasa con la plata es que para hablar mal de la plata hay que tener mucho privilegio. Entonces uno siempre cuando va a hablar mal del dinero, que es lo que estoy por hacer, hay que poner ese asterisco, porque si no es como que lo decís de sobrado. Para hablar mal o para regular a la plata hay que tenerla, hay que estar en paz. La vulnerabilidad, no tener resueltas algunas cuestiones muy elementales, que tienen que ver con la tranquilidad de habitar este mundo, que se maneja operando dinero, impiden tener un vínculo racional y planificado con la plata. Pero la plata realmente no sirve para nada, digamos, más que para darte una vida mejor, que no es menor, pero en sí misma no es un fin; es un medio. Yo no soy una persona desesperada por acumular plata al infinito, yo estoy desesperado por tener una vida muy buena con la gente que quiero y por tratar de que esa plata me ayude a mí a vivir bien, y a que un montón de gente que no está teniendo acceso, y gente que yo quiero mucho, a la vida que estoy teniendo también tengan una vida mejor conmigo.
—¿Tener una buena vida tiene que ver también con el agradecimiento y el entender que uno está en una posición de privilegio en un determinado momento?
—Tener una buena vida es un cálculo muy complejo. El problema es que el privilegio es algo para tener en cuenta en todos los momentos. Yo nací y crecí con muchísimo privilegio incluso ganando muchísima menos plata de la que gano con las redes o de la que gano ahora. El privilegio es una condición múltiple que tiene que ver con, además de tener plata, tener mucha paz en un montón de órdenes de la vida. De salud, de saber que uno puede tomar decisiones riesgosas.
—¿Y la felicidad?
—La felicidad es una institución muy difícil de habitar. Es un lugar muy complicado ser feliz en presente, ¿no? Casi siempre es una proyección o un recuerdo. Hay como cierta dificultad para estar contento con uno mismo. Habitar el éxito. Cuando pasan algunas cosas relevantes, significativas, que nos ponen en perspectiva, nos sacan algunos dolores chiquitos que teníamos y nos permiten poner los dolores en su lugar y poner los privilegios o los disfrutes en su lugar. Uno puede tener pequeños dolores y está bien que te duelan, tanto como está bien después ponerlos en perspectiva si eso sirve para estar un poquito mejor también. Pero me parece que el problema que tiene la felicidad es la enorme ansiedad que nos causa llegar a los lugares que pensamos que nos hacían felices, ¿no? Y que disparan felicidades posteriores. La felicidad en tiempo presente es una de las cosas más difíciles que conozco.
—¿Somos conscientes de la gran problemática que tenemos hoy con la ansiedad?
—Una cosa es la salud mental, que obviamente yo no puedo opinar y que creo que amerita un tratamiento mucho más delicado, y otra cosa es el péndulo del deseo, que es hasta donde me permite la Filosofía o algunas cosas que leí. Es la negociación entre desear una mejor versión de nosotros y conformarnos con lo que tenemos. Porque el riesgo que hay cuando uno invita a: “Listo, ya está, sos feliz, agarrá lo que tenés”, es hasta dónde estamos invitando a tener una vida mediocre. Quizás tenga que ver con la justa medida. Quizás tenga que ver con encontrar en dónde uno tironear un poco más de la vida y en donde desconectar todo, apagar el teléfono, juntarse con un amigo. La felicidad son las dos cosas, ¿no? A mí me parece bien la felicidad ambiciosa tanto como me parece bien ser feliz estando en una cena con mi mejor amigo, incluso sin hablarnos.
—¿Y las redes sociales? Que tan bien nos hacen en algunas cuestiones, pero qué miedito en otras…
—Exacto. Esa es la definición: las dos cosas. Conviven las dos cosas. Son un enorme riesgo y una enorme distracción. Una enorme evasión del tiempo presente. De algunas preguntas significativas, de cosas piolas, de relaciones concretas, vínculos concretos. Cuesta mucho.
—¿Te bancás aburrirte?
—Hay una parte cuando te empieza a ir bien con las redes que es una sobreabundancia de propuestas interesantes, gente que te empieza a seguir que no podés creer. Mensajes que te llegan de personas que nunca esperaste. Entonces el teléfono se convierte en un atractivo, es lo más sexy que tenés en tu vida, y tenés que aprender a ignorarlo, porque hay muchas de esas cosas que son súper atrapantes y súper piolas y que te alimentan la dopamina, te dan la manija de la recompensa en el cerebro, que igual son vínculos poco significativos y son cosas relativamente efímeras. Lindas de tener: yo le deseo a todo el mundo que las viva porque son experiencias espectaculares. Pero verdaderamente, la gente que te va a atajar en momentos más jodidos, que los vas a tener, no importa lo que esté pasando con tu teléfono, son las notificaciones que no te aparecen como prioridad. Entonces uno tiene que desarrollar algunas herramientas para que el teléfono pierda valor.
—Es muy interesante lo que decís.
—Yo no quiero hablar en contra de las redes porque soy un tipo que estaba filmándose con un teléfono sostenido por un vaso en jogging en su cocina, y un día estoy en Infobae y me están haciendo una nota. Las redes me abrieron un mundo de posibilidades muy piola, pero también merecen, como todo, una gestión.
—Recién hablabas de la dopamina. ¿Quién te siguió que te haya impactado?
—Mucha gente. Creo que la primera persona que dije: “Ah bueno, esto es un montón”, fue Lali Espósito, que me siguió y dije: “Esto sí que no me lo veía venir”. Y después sí, yo soy un consumidor de toda la gente que me está siguiendo (risas). Yo a Nati Jota la consumía, a Leti la veía por la tele, a Migue Granados lo veía por YouTube. Yo estaba del otro lado de la pantalla y un día toda esa gente me empezó a seguir, y ahora estoy con ellos sentados en el mismo lugar. Estoy feliz, siento que hacemos una buena dupla.
—Tengo una frase tuya que dice: “No soy un fanático de la verdad”.
—La verdad, sin ninguna subjetividad en el medio, puede ser una forma de crueldad. A veces la gente se lava las manos con la excusa de “yo estoy diciendo la verdad”. No decimos la verdad en el uso cotidiano todo el tiempo. Lo gestionamos. Uno tiene un mal día, va a la verdulería y no le dice al verdulero: “Dame un kilo de tomates, fracasado”. Lo trata bien. Y a veces te cruzás con amigos que están reventados y te dicen: “¿Y? ¿Me ves muy mal?”. “No, te veo bárbaro. Estás perfecto”. Porque sabemos que tenemos cierta responsabilidad de cuidado con el otro, porque la verdad por sí sola no es una herramienta para que el mundo sea mejor, y me parece bien. Hay que gestionarla.
—¿Está sobrevalorada?
—Sobrevaloradísima. Como la dignidad.
—Uno te escucha hablar y sos súper claro. ¿Te pasa que la gente te escriba para que los ayudes a resolver conflictos?
—Me parece muy adorable que pase porque es como que hay alguien en el mundo que cree que yo le puedo dar un consejo que le resulte útil para algo en la vida, y yo soy una persona que a duras penas puedo gestionar a mi perro como para encima andar dando consejos sobre vida a las otras personas. Me parece lindo, pero también creo que es algo que todos tenemos que es el deseo de encontrar alguien que nos explique cómo hacer para vivir. Estamos todos con ganas de encontrar una respuesta. La vida es muy difícil, es un quilombo, está llena de dolor, y tenemos muchas ganas de que alguien nos explique cómo vivir mejor y lo depositamos en todos lados. Y entiendo que a veces hay algo de ese depósito que me cae a mí de rebote.
—¿La Filosofía tenía que ver con esa búsqueda en tu caso?
—La Filosofía que a mí me gusta tiene, entre sus premisas, un deseo de vivir un poco mejor.
—¿Y te va llevando a ese lugar?
—Muchas veces no (risas). Porque la verdad es que no hay adónde. Y lo más lindo, aunque lo más doloroso, es encontrarse con respuestas contradictorias que expliquen lo mismo, digamos.
—¿Y no es muy agotador?
—Agotador. Es lo peor que hay.
—¿Vos estás todo el tiempo con este nivel de pensamiento y de elaboración?
—No.
—¿Y la desconexión por dónde pasa?
—El fútbol. Las series me funcionan mucho. A veces prendo la televisión para agarrar el celular y tratar de que todos los aparatos de mi casa a la vez prendidos, el microondas, lo que haga falta, con tal de que se apague el cerebro. Y a veces me concentro bastante con las series
—¿Estás noviando?
—No estoy noviando.
—Te adjudicaron hace muy poquito algo con Lali.
—No hay nada para adjudicar. Les agradezco igualmente que crean que puedo participar de ese partido.
—(Risas) Está muy bien la respuesta. Pero hubo un título ahí, ¿no?
—Hubo un título. Me encantaría que esto sea un anuncio, mas no lo es.
—Ay, a mí me encantaría esa primicia.
—A mí... Bueno, ni bien la tenga te llamo.
—Te lo pido por favor. Hoy no hay pareja.
—No tengo ninguna pareja.
—Si charlamos en cinco años y salió todo genial, ¿dónde te encuentro?
—Vos te crees que si hace cinco años me decías que íbamos a estar haciendo videos de Filosofía y hace cinco fue el primero, porque 2018 es el primero, así que imaginate si yo voy a poder decirte en cinco años dónde me encontrás... En donde sea. Voy a estar con esta misma respuesta diciendo: “No te puedo creer, y hace cinco años estábamos diciendo esto”. Voy a tener la misma reacción.
Entrevista completa a Eial Moldavsky