“La última novia de mi papá se aprovechó de su enfermedad”. A casi veinte años de la muerte de Javier Portales, su único hijo -Javier Ángel- rompió el silencio sobre los últimos años del genial capocómico. Y volvió a colocar en la agenda de los medios la vida, pero sobre todo los últimos años, de quien supo conquistar la inmortalidad gracias a sus trabajos en el mundo del espectáculo, dedicando toda su vida a hacer reír a millones de argentinos.
Compañero inseparable de Alberto Olmedo, Portales se ganó su propio lugar como uno de los cómicos más grandes que dio la televisión y durante cuatro décadas hicieron reír a todo un país. Gozó de fama, prestigio, popularidad y llegó a ganar mucho dinero -80 mil dólares mensuales- dedicando su vida al humor. Hasta que un día esa vida se transformó en un verdadero calvario, convirtiéndolo en un fantasma trágico de sí mismo que lo llevó a una profunda depresión.
“No pienso que el Negro estaba en un mal periodo de su vida, estaba atravesando un buen momento”, declaró Portales en 1988, cuando supo que su gran amigo acababa de morir al caer desde un balcón en Mar del Plata. 15 años más tarde esa parte de su historia que había sobrevivido a la muerte de su gran amigo y compañero de trabajo se iría extinguiendo lentamente hasta que la muerte lo encontró a sus 66 años: solo, postrado en una silla de ruedas, con serios problemas económicos, pero sobre todo agotado tras su última relación amorosa, que terminó muy mal.
Todo comenzó en 1969 cuando conoció a Delia Novoa. La mujer se convirtió rápidamente en su pareja y fue una especie de segunda madre para el pequeño Javier Ángel (por entonces de siete años), el único hijo del actor. Se casaron y estuvieron juntos durante dos décadas y media, hasta que en 1995 en los pasillos de un canal de televisión Portales conoció a una mujer 25 años menor que él. Así fue cómo inició -a escondidas de su esposa- un affaire con la guionista Marina Gacitúa, que en esa época tenía 33 años.
La relación prohibida se terminó cuando al poco tiempo Delia los descubrió. Su exesposa iniciaría un juicio de divorcio que terminaría en un desastroso acuerdo para el actor. Dos millones y medio de dólares y una clausula en donde Portales se comprometía a cederle el 17% de lo que ganara. Ese sería el preámbulo de lo que vendría…
Pero al actor, su nueva relación no solo le traería problemas con su exmujer, sino también con su hijo. Javier Ángel no veía con buenos ojos a la novia de su padre y comenzó a distanciarse de él. Durante muchos años no podrían terminar una conversación sin pelearse.
En 1997, y a pesar de que seguía trabajando en televisión y teatro, Portales se quejaba de fuertes dolores en la espalda ya casi insoportables, según les comentaba a sus compañeros. Sus piernas ya no le respondían como lo deseaba, y se cansaba. Hacia cinco años que un accidente casero había comenzado a deteriorar notablemente su salud y su ánimo.
A finales de aquel año, y después de varias operaciones en su columna, el cómico viajó a Cuba por primera vez para someterse a un tratamiento de fisioterapia. Poco a poco se iría encaminando. Para ese entonces ya convivía con Marina y la hija adolescente de la guionista en su piso de Caballito.
El 21 de febrero de 1998, casi dos meses después de su viaje a Cuba, es tal vez el día en el que comienza el peor momento en la vida de Portales. El actor, que siempre escribía en su agenda todas las actividades que realizaba, hizo una última anotación y ya nunca más volvería a abrirla. Se dejó vencer por su enfermedad y la depresión. Con muchas dificultades para trasladarse, que le impedían trabajar, y con problemas con su pareja, Portales comenzó un largo periodo de reclusión en su casa.
Según declaró su hijo, en esos meses Gacitúa lo sacó de la habitación principal del departamento para trasladarlo a una habitación de servicio, con la excusa de que allí estaría más cómodo. Pero el verdadero motivo de la mudanza -según Javier Ángel- fue porque de esa manera la mujer de Portales podía ir y venir del departamento sin que el actor lo advirtiera, evitando sus cuestionamientos. Además, había logrado que el actor le firmara un poder general sobre todos sus bienes.
Después de varias internaciones en las que Portales estuvo al borde de la muerte, Gacitúa lo abandonó y viajó a España, donde comenzó una relación con otro hombre. De golpe Javier se encontró solo, enfermo y sin dinero. Ni siquiera tenía plata para pagar una cobertura médica privada.
Los abogados del actor iniciaron una querella contra Marina Gacitúa por abandono de persona. Por otra parte Delia Novoa logró quedarse -en un fallo judicia-l con el piso del barrio de Caballito y con otro departamento más.
Miguel Ángel Álvarez, tal el verdadero nombre del famoso escudero de Alberto Olmedo, nació en Córdoba el 21 de abril de 1937, pero se convirtió en Javier Portales por influencia de un poeta santafesino. Rezaba la barroca traducción del nombre artístico que el hombre de apellido Álvarez adoptó una noche en Río Cuarto cuando todavía era un desconocido. Luego, ese presagio de buena suerte que encerraba su nombre se convertiría en realidad.
El éxito, la fama y el dinero durante muchos años fueron moneda corriente. Javier Portales hizo de todo: desde grandres dramaturgos, como Shakespeare y Chéjov, hasta su dupla humorística inolvidable con Alberto Olmedo.
Convertirse en un actor cómico no fue un dilema intelectual, sino más bien una combinación de intuición y azar que lo llevaron a tener un perfil popular. Su carrera en el mundo del espectáculo se inició a los 14 años haciendo radio teatro en Rosario, ciudad a la que se había mudado junto a su madre después de la muerte de su padre. Mientras estudiaba, en sus horas libres trabajaba en un taller de máquinas de escribir hasta que un día llamó una mujer, que enseguida se enamoró de su voz. Esa mujer era la actriz Erika de Boero, quien inmediatamente le preguntó a ese desconocido que estaba del otro lado del teléfono si quería hacer radioteatro, ya que tenía una voz muy particular.
Un Portales todavía adolescente comenzó a dar sus primeros pasos en ese fascinante mundo del teatro del que tanto quería formar parte. A los 17 años, luego de haberse desempeñado en varios grupos de teatro independiente, sintió que Rosario le quedaba chico y decidió probar suerte en Buenos Aires. Ese sería el origen de una rica y exitosa trayectoria.
Hizo más de 100 películas, interpretó a los clásicos en teatro y fue el autor de La sartén por el mango, una notable obra que fue declarada de lectura obligatoria en el Conservatorio de Arte Dramático. Pero sin lugar a dudas, Javier Portales se ganó la inmortalidad en sus trabajos en cine, teatro y televisión junto a los grandes cómicos de la Argentina.
Hoy, en la esquina de la avenida Corrientes y Uruguay se distinguen las estatuas de dos hombres sentados en un sillón: que representan a Borges y Álvarez, los célebres personajes que Portales interpretó junto a Olmedo en el programa No toca botón, de gran suceso en la década de los 80.
Javier Portales murió el 14 de octubre de 2003, a los 66 años, producto de una descompensación diabética en una cama del Hospital Ramos Mejía. De esta manera, tan triste y solitaria, se marchó una de las más grandes figuras del humor argentino, quien pasó sus últimos días solo, postrado en una silla de rueda y siendo un fantasma trágico de sí mismo, que nada tenía que ver con esa imagen cómica que hizo reír a miles de argentinos durante cuatro décadas seguidas.
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