Debutó a los siete años como cantante en Córdoba. En la escuela lo llamaban El Antiguo. En su adolescencia, ya instalado en Buenos Aires, empezó a trabajar en una radio de zona oeste, hasta que se presentó con éxito en un casting de FM 100. Sería el trampolín para insertarse en los medios de comunicación masivos. Locutor nacional y licenciado en Comunicación Audiovisual, durante 15 años condujo distintos programas en la emisora y, a pesar de que su vínculo con los oyentes era hipnótico y lograba altas mediciones, un día su deseo por cantar fue mayor. Y Cristian Palacios renunció.
Amante del tango, canta canciones clásicos pero también composiciones propias. Su ductilidad no lo limita a ningún género. En los últimos años se dedicó a componer -sobre todo- acerca de diferentes temáticas sociales, muchas de ellas hoy invisibilizadas o ignoradas. Actualmente además de presentar su show de tango por todo el país, conduce con su estilo propio Palacio Real, todos los sábados y domingos de 17 a 23 por Radio Rivadavia.
En esta charla íntima con Teleshow, el conductor recuerda sus inicios en la profesión, le agradece a Ricardo Montaner un gesto que le cambió la vida y cuenta lo mucho que le cuesta desarrollarse como profesional en un mundo que está acostumbrado a las etiquetas. Se anima a ahondar en el sufrimiento ajeno, invita a la sociedad a tratarse mejor y reclama que el tango debe ser mucho más protagonista.
—¿En qué momento de su vida se encuentra y qué está haciendo hoy?
—Ahora soy conductor de radio, que siempre lo hice de chiquito, y paralelamente me dedico a la música. Soy cantante, entonces estoy abocado 100 % te diría a la música, al tango. Y bueno, sería 50 y 50 con mis dos actividades.
—¿Siempre se conjugaron las dos actividades?
—No. En un momento tuve mi drama porque en Argentina tenemos la manía de encorsetar. De que “este es cantante”, que “es bailarín”, que “es actor”, “¿qué es?”. Y para las dos profesiones, estudié. Entonces de chiquito, yo siento que soy cantante.
—De chico, ¿a qué edad?
—Siete años. Yo vengo de Córdoba, soy cordobés, me gusta el vino y la joda (risas). Y desde ahí empecé a mamar la música, el tango fundamentalmente, y otros géneros. Y me dedico a la comunicación, formalmente, desde los 16, 17 años, cuando empecé a hacer radio.
—¿Hasta cuándo vivió en Córdoba?
—Mi llegada a Buenos Aires fue a los siete años; mis viejos me trajeron acá.
—¿Su familia tiene antecedentes en la música?
—No, no, no. Mamá era docente, papá vendedor. Pero muy melómanos los dos. Y creo que de eso nació.
—¿En qué momento de su vida recuerda haber dicho “quiero ser cantante” o “quiero ser comunicador”?
—De chico tengo esa inclinación por cantar. Mi papá coleccionaba vitrolas y discos de Gardel, entonces era muy común cantar de chiquito. No sé si sabía que me iba a hacer cantante. Cuando empecé la adolescencia sí quería, soñaba. Había artistas que a mí me gustaban, como Caetano Veloso, era fanático de Gardel. Y comunicador, creo que cuando empecé como un juego a los 16, 17 años, en una radio en el oeste del Gran Buenos Aires; yo me había mudado a Moreno, La Reja. Y ahí empecé a forjar. Me gusta el humor, siempre me gustó el divertimento, y dije: “Esto me parece que es divertido”.
—¿Cómo llegó a trabajar en la radio?
—Y como todos los que empezamos en esa radio en particular: empecé pagando el espacio. Pagaba un espacio y buscaba publicidades, aunque era malísimo buscando, como ahora (risas). Mi viejo un día me dijo: “¿Cuántas necesitás?”. Le pedí diez publicidades; en una tarde me trajo diez publicidades. Y así empecé a pagarme ese espacio de radio. Me escucharon y al mes el director de la radio me dijo: “Che, ¿vos no querés trabajar de lunes a viernes?”. Le dije que sí, terminé el secundario, y a la tarde empecé a hacer un programa donde me pagaban. Dije: “Esto es una locura, ¿cómo me van a pagar por hablar?”. Y ahí dije “voy a estudiar”. Pero tenía otra carrera en mente, iba a estudiar Medicina. Nada que ver. Seguí Hemoterapia un año. Y paralelamente, ese programa de radio. Pero dije: “Me voy a dedicar a la comunicación”. Cantaba, animaba karaokes, boliches. Así que tenía mucho laburo a los 17 años.
—De la radio de zona oeste, ¿cómo llegó a conducir en FM 100?
—Empecé a estudiar Locución. Me iba bien en el oeste, ya tenía fans, gente que me llevaba pastaflora. Y cantaba en los karaokes. Era como el animador de un karaoke. Y en un momento se hace un casting para informativista. Yo tenía el pelo muy largo, así que me até una colita, fui, me puse una corbata y me presenté. Estaba en tercer año como locutor, tendría veintipico de años. Y me tomaron. Hice pavadas, conduje como venía conduciendo hacía mucho, mucho background de mucha historia del Conurbano, y fue simplemente ser yo. Les gustó y me tomaron. Y ahí empecé.
—¿En qué programa comenzó?
—Me tomaron para la trasnoche. Y después fui pasando. Me iba muy bien. En la trasnoche paraban los taxistas y me venían a saludar. Fue un furor lo de la trasnoche. De los 90 estoy hablando. Y de ahí dijeron: “Este pibe anda bien, vamos a ponerlo a la noche”. Y a la noche también venía gente a visitarme a la radio. Y se empezó a generar algo… No había WhatsApp, no había redes, era muy loco lo que empezaba a suceder. Entonces dijeron: “Lo vamos a poner a la tarde”. Y así pasé por todos los horarios hasta que llegué a la mañana. Disfruté mucho.
—Si le iba tan bien, ¿por qué no continuó en la radio?
—Yo quería cantar… Y ahí no estaba la posibilidad para cantar. Lo planteé. Yo quería dedicarme a la canción, a cantar lo que yo quisiera. Empecé a componer, a estudiar. Hacía diversos cursos de poesía, de composición.
—¿Pero por qué dejó la radio?
—En ese entonces no se podían hacer las dos cosas en paralelo. Me dijeron taxativamente: “Vos cantás o conducís; acá no se pueden las dos cosas”. Bueno, yo quería cantar.
—¿Renunció?
—No, tardé un poco en renunciar. Hasta el 2010 duré. Porque mi espalda económica era la radio y todo lo que circundaba a eso. Yo salía a cantar pero no podía decir que cantaba; siempre sotto voce cantaba algún tema arriba.
—¿Por qué no se podían hacer las dos actividades?
—”Dos profesiones no”; fue tajante. En ese momento me enojé mucho con la situación porque me frustré. Yo quería cantar y ahí es como se dice: “El que quiere algo busca los medios y el que no, busca excusas”. ¿Y sabés quién me dio la posibilidad en 2006? Ricardo Montaner. Un día vino como invitado al programa de la radio y me preguntó si yo cantaba y se armó un lío en el estudio, me acuerdo, porque él quiso que yo probara mi disco al aire.
—¿Y los directivos de la radio?
—Imaginate, empezaron a decir: ”¿Qué está diciendo Montaner? Está loco”. Y me hacían señas. Y le dije: “No, Ricardo, no puedo hacerlo”. “Tú vas a poner el disco pues ya, cuando yo te digo, lo pones”. “No, pero me van a echar”. E hicimos todo un sketch… Finalmente me dejaron ponerlo al aire: yo operaba y Montaner escuchaba. Me dijo: ”¿Sabés qué? Tú vas a ser quien abra mi show en el Luna Park”. Y yo me quería morir, dije que no. Estaba sonando para todo el país una canción mía y ahí se armó una de San Petersburgo. Pasó de todo lo que te puedas imaginar. El jefe, enojado: que “¡cómo puede ser!”, que “Montaner no suena más”. Yo esperé un mes hasta que viniera a tocar y abrí sus shows en el Luna Park. En esta ocasión hice prensa por las mías y también me dijeron que no hiciera más prensa.
—¿Se sentía censurado?
—Estaba censurado. Pero yo lo hice igual.
—¿Y cómo convivió con esa situación?
—Con mucho estrés. Con mucha adrenalina. Siempre me tomé la vida, como te digo, desdramatizando esto. Lo tomaba como un sketch. Para mí era gracioso que me pasara esto. Era como Rogelio Roldán. Y después me llevó al Orfeo de Córdoba y canté.
—¿Cómo siguió en la radio después de los shows?
—Continué porque los directivos de la radio sabían que yo medía, los oyentes me respondían, hasta que en 2010 dije basta. Tenía que hacer un proceso de ahorro, mínimamente. Me lancé al vacío a cantar y a hacer lo que yo realmente quería. Que también tenía que ver con no solo cantar por una cuestión yoísta y egocentrista de “me gusta cantar”, sino una mirada social, que en ese entonces la tenía pero a escondidas, porque también estaba mal visto hacer cuestiones sociales. Entonces me decidí a visitar lugares de gente en vulnerabilidad. Lo hice muchas veces. Y era difícil después. Eso no lo podías comunicar o decir.
—¿Qué lugares visitaba?
—Cantaba en geriátricos. Cantaba en lugares donde habita gente vulnerable. En fiestas, a escondidas en eventos multitudinarios de Cáritas, donde conducía esos eventos y no podía decir que estaba ahí, porque iba de onda.
—¿Y qué aprendió de esos nuevos lugares? ¿Qué lo sorprendió o qué le dolió?
—Siempre me duele. Siempre soy permeable a lo que pasa en la Argentina. Si bien desdramatizo todo, trato de ayudar. Es decir, la línea que por ahí yo bajaba desde el humor tenía mucho que ver con lo social. Hacía un personaje en ese entonces que era marginal. Yo contaba ciertos valores que tiene la gente más humilde y que estaba como estigmatizado. La cumbia en ese momento estaba estigmatizada. A mí me encanta la cumbia. Me gusta el cuarteto. Y se dio una persona popular, a mí me gustan los distintos vértices que tiene la palabra popular. Y durante mucho tiempo la palabra popular no era bien vista. Era un sesgo grasa. Pero en los focus group que hacían sobre mi persona, a partir de mi estudio académico, daban que podía ir a las clases más populares y a las clases por ahí más acomodadas. Eso es lo que me daba funcionalidad como producto. Y lo que aprendí fundamentalmente es que siempre vamos a necesitarnos los seres humanos. Somos una red. Siento que la extensión, cuando digo una mano son las dos manos. Y a eso me dedico, humildemente. Pero creo que el comunicador tiene que tener las dos tareas, la de comunicar cosas buenas y también las otras noticias que nos atraviesan. Pero hay que involucrarse un poco más y trato de hacerlo desde la cultura, sobre todo. Me parece que en Argentina necesitamos una fuerte dosis de humanidad. En realidad, en todo el mundo.
—¿Cómo se vive siendo cantante? ¿De dónde llegan los principales ingresos?
—Hoy las plataformas y las redes sociales son una manera de meterte en el negocio musical. En mi caso, los ingresos llegan a través de los shows de tango, y a veces voy de manera gratuita si hay algo que tiene una movilidad social.
—Bajo su profesión, ¿cómo ve la realidad del país?
—Es una realidad aciaga la que vive el país, hay que remarla mucho. El tango es algo que nos llenamos la boca en Argentina y es muy admirado en el mundo, pero acá hay pocas políticas culturales que pongan realmente un acento al tango, nuestra música, el Río de la Plata. Pero sé que hay mucha gente que ama el tango, que descubrió el tango. Hay una frase que dice: “El tango te alcanza”. Yo porque me crie con eso, era el pibe antiguo cuando tenía siete, ocho años, a los 12 años cantaba en los actos escolares del día de la patria y cantaba un tango. Por eso me decían El Antiguo. Pero toda esa experiencia de los años hoy hace que sienta que el tango tiene que ser mucho más protagonista, no solo en la danza, que es maravillosa, sino en la palabra, en tangos nuevos que cuenten el contexto social. Y estoy trabajando en eso, aunque todavía en el tango soy bastante desconocido.
—¿Qué busca un cantante además de plata y de prestigio?
—Prestigio, prestigio, porque nunca fui muy afín al dinero. Lo he charlado en muchas ocasiones. Es importante para algunas cuestiones el dinero, claro, pero creo que aprendimos en la pandemia que a la salud no hay con qué darle.
—¿Por ejemplo?
—Por ejemplo, la locura. Será porque tengo muchos 2 en el documento y a mí siempre me dijeron El 22, El Loco. Siempre el loco tiene una mirada hasta poética. Y es una construcción social la locura. La locura, no soy neurólogo, tiene que ver con el tratamiento siquiátrico de situaciones muy feas que viven personas que están esquizofrénicas o con demencia. Pero a partir de un texto de Raquel Mosquera que leí hace muchos años, donde hablaba de la locura poética, empecé a ver que se romantizaba la locura y dije: “Este es un tema que no está abordado en Argentina”. Además empecé a estudiar la Ley de Salud Mental. Ahora estoy estudiando gerontología, por ejemplo. Estoy aprendiendo un montón. Y antes hice un seminario con una fundación de la cual soy parte, que se llama Corimas, sobre demencia y música. Cómo la música puede atenuar los efectos del alzhéimer, por ejemplo. Y me metí muy de lleno.
—¿Esos temas los elige al azar o alguna cuestión personal lo invita a ahondar en ellos?
—Yo creo que todo siempre es desde la subjetividad de experiencias personales. En la familia tenemos un tío que padece esquizofrenia hace muchos años. Está en Córdoba. Y creo que me acompañó esa mirada, aunque alguna parte de la familia se rio en algún momento.
—¿Cómo que se rieron en algún momento?
—Y... porque el loco siempre es expulsado de todo. De hecho, los manicomios sirven para aislar. Hay muchos médicos psiquiatras, mucha gente que trabaja para externar y entender de qué manera hacer un seguimiento con esa externación. Eso es todo lo que aprendí en estos años. Y es muy difícil la temática porque la familia siempre tiene a la persona como, entre comillas, sin razón, sin razonamiento, el loco construido socialmente. Entonces vi el sufrimiento, me metí en ese sufrimiento, conocí a otras personas que padecen demencia. Y la verdad es que fue muy duro.
—¿Qué es lo más duro?
—Es muy duro para la familia. Hay muchas canciones que lo han romantizado. “Loco tu forma de ser”, de los Decadentes. “Esos locos bajitos”, del gran Serrat. “El muelle de San Blas”, de Maná, la loca que espera. Pero nadie se mete en el sufrimiento de esa persona que está atravesada por una situación que, entre comillas, no razona. Y hoy la locura ocupa otros aspectos.
—¿Usted se metió en ese sufrimiento?
—Yo me metí en ese sufrimiento y compuse una canción que se llama “Gentes de razón”, que un amigo, Antonio Romo, le puso la música. Y me parece que es un hallazgo porque, dije, esto es lo que a mí me representa. Estas son las cuestiones que yo vengo tratando de visibilizar desde la radio, desde la música. Desde el tango incluso como cultura, como un acervo cultural argentino. Yo soy argentino y tanguero. Y en el mundo quiero que me vean así. Pero también hay unas cuestiones que hay que visibilizarlas. Y bueno, esa canción está para eso.
—Volvamos a su rol de comunicador. Regresó a la radio. ¿Cómo es sentarse frente al micrófono hoy? ¿Cómo ve la evolución de Palacios?
—Es mejor ahora. O sea, siempre es mejor el presente. Del pasado no me acuerdo prácticamente de nada. También tengo un problema con la memoria, que será selectivo, pero me interesa el presente, este momento. Me interesa que la gente viva el presente, que sienta qué está pasando y que estudie qué está pasando realmente y que no seamos unos corderos que nos llevan de un lado para el otro. Por eso creo que ahora me siento feliz con este presente que me encuentra con familia, con mi esposa, mis hijos, amigos que son de fierro. Tengo dos hijos que me llenan de amor. Gracias a Dios tengo a mi papá. A mi esposa que también es una gran compañera. Que entiende esta lógica.
— ¿Qué cosas le molestan, le dan bronca? ¿Cuál es su límite?
—La falsedad.
—¿Cómo se maneja con las críticas?
—En mi época full-full, a algunos seguro no les gustaba lo que hacía. De hecho no les gusta lo que hago ahora, quizás. Pero yo sé que trato de hacer el bien, de comunicar desde un lugar humano. A veces me equivoco, tomo posturas que quizás no caen bien a todo el mundo. Hablo de la locura sin un conocimiento neurológico, no soy un médico, pero sí sé de cuestiones humanas en ese entorno. Hablo de los adultos mayores, o en realidad vejeces, como estoy aprendiendo la terminología ahora. Y me da bronca: salto si veo que a un abuelo, una persona mayor, se le falta el respeto. Me adentré mucho en algunas ONG. Mi mamá lamentablemente padeció cáncer, y la pelea burocrática para conseguir la dosis de quimio fue casi saltar el mostrador. Y no está bien. Sufre mucho la familia y te desestabilizás. En ese entonces veía gente en el hospital que viene de muy lejos y les explican mal las cosas o con poca voluntad. Entonces yo trataba de intervenir ahí: “¿Le podés explicar bien?”. Cualquier persona con sentido común va a tratar de atender esas cuestiones, pero pasa mucho. Está en la educación ser amables.
—¿Cómo es ser hijo y enterarse de que su madre tiene cáncer?
—Fue tremendo. No lo podía creer. Mamá era muy sana. Son trompadones muy fuertes. Salí corriendo a la nada, gritando, no sé qué hice. Pero yo me acuerdo que salí corriendo. Me da la noticia una prima de Córdoba, mi mamá estaba en Córdoba de paseo, con mucho dolor en los ovarios. Ella tenía un espíritu de guerrera. Para mí quienes atraviesan eso son guerreros. Yo creo que creía que se podía salvar. No entendía nada de cáncer yo. No entendía qué era la palabra. Y empecé a buscar posibilidades de salvarla creyendo que uno, un simple mortal, puede.
—¿Cómo se llamaba su mamá?
—Haydé, la cordobesa.
—¿Qué piensa que diría hoy de usted?
—Mamá era muy fanática. Antes de irse me dijo tres cosas: “Buscá la felicidad, no discutas y nunca pierdas la alegría”. Porque a mí me conocen muy jocoso. Siempre, soy cordobés, entonces siempre tiro un chiste, desdramatizo todo. Y es una frase: nunca perder la alegría. Nadie te puede sacar la alegría. Pero la alegría bien entendida. Uno tiene que atravesar el dolor pero con estoicismo, con una madurez que antes no tenía. Y seguir aprendiendo porque uno es acá un eterno aprendiz. Yo soy un buscador y nunca terminás de aprender. De esa experiencia aprendí mucho, que me sirvió hoy para poder contarlo y contarlo así, sin el llanto. Yo no podía, iba por la calle llorando. Y quedó papá, que es un tipazo.
—Para finalizar, ¿usted se siente un hombre bien tratado?
—Sí, ahora sí. De hecho si hay algún destrato lo charlo. También tengo mi temperamento. No acepto el destrato por el destrato. Pero siempre desde el corazón. No hay otra. Ya dimos vuelta. Los argentinos tenemos tantos golpes que, bueno, el destrato no me gusta.
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