“Un compañero le acercó una pizarra, de esas nuevas, y alcanzó a deletrear la palabra ‘Vivo’”. El amigo de Adrián Ghio no podía escapar de una conmoción: en la noche del 12 de junio de 1991, tres días después de haber armado esa palabra letra a letra, el actor perdió la vida.
Su suerte había quedado marcada un mes y medio antes, el 4 de mayo. En esa madrugada de Palermo, el Peugeot 504 que Ghio manejaba a baja velocidad fue embestido de frente por un patrullero que circulaba de contramano y había cruzado el semáforo en rojo, con la sirena apagada. Debido al fuerte impacto el volante del auto se incrustó en su tórax, provocándole fracturas múltiples y contusión pulmonar.
Agonizó 39 días. Más bien, ofreció batalla durante 39 días, ante una situación que se presentó como delicada desde un primer momento. Porque “era un luchador feroz”, como lo describió una Ana María Piccio muy emocionada, en la puerta de la casa velatoria. “Lo recuerdo vibrando de felicidad porque él siempre estaba así: muy feliz -lo recordaba la actriz-. Como buen ariano, cuando salía a la calle empezaba a sonreír”.
Actor de raza, estirpe de galán
Su vocación estuvo clara desde siempre: sus padres (Lidia Rosen y Carlos Montalbán) también eran actores. Y sin embargo, en un principio Ghio probó con el Derecho mientras participaba de obras independientes para niños. También fue taxista y vendedor ambulante.
Hasta que en 1971 hizo a un lado su intención de ser abogado para incursionar profesionalmente sobre las tablas, tras haber sido formado por grandes maestros como Agustín Alezzo y Raúl Serrano. Ghio se convirtió en revelación ya en el mismo debut, en la obra Madre Coraje.
Hasta el éxito que en 1991 estaba protagonizando Pareja abierta con Cecilia Rossetto, había participado de 19 piezas teatrales (su consagración fue en Doña Flor y sus dos maridos), actuado en 16 películas (como Los gauchos judíos, Yo gané el Prode, ¿y usted? y El camino del sur) y 24 ficciones televisivas (desde Alta comedia y Teatro como en el teatro hasta Hola Crisis, la última). No obstante, renegaba de la pantalla chica: quería ser un actor de carácter antes que un galán subestimado.
Y todo aquello en apenas dos décadas: este “rubio de ojos claros y sonrisa tierna y radiante” -como lo describía una revista en 1975- tenía 25 años cuando interpretó su primer papel. Además, a su carrera habría que restarle cuatro años: la Dictadura lo prohibió entre 1976 y 1980.
Un cruce trágico
En esa madrugada de mayo de 1991 Adrián llegó a la fatídica esquina de Honduras y Scalabrini Ortiz portando una carrera artística sólida y una vida familiar plena: era padre de dos adolescentes, Florencia (hoy, periodista) y Carolina, fruto de su relación con Ana Ferrer, con quien se había reconciliado en una relación que supo de idas y venidas.
Ghio se dirigía a su casa tras una nueva función de Pareja Abierta. Hasta que… “El patrullero salió de la Comisaría (25°), se mandó en rojo y venía el 504 en verde: lo tocó de atrás y (el Peugeot) empezó a chocar”, narró aquel día un testigo del accidente, que observó cómo el auto golpeaba un Ford Taunus estacionado junto al cordón. “(Ghio) estuvo tirado 40 minutos en el piso”, aseguró otro hombre.
“Adrián es una de las personas más prudentes que yo he conocido”, contaba el actor Edgardo Nieva horas después de que su amigo fuera internado en el Hospital Fernández. Allí le practicarían múltiples operaciones, en una de las cuales le fue extirpado el vaso. “Mi actual auto se lo compré a él, y en tres años nunca lo había pasado de 100 -agregaba Nieva, quien al año siguiente protagonizaría Gatica, el Mono-. Adrián maneja muy despacio, muy tranquilo. Y es una persona profundamente sana: hace vida casi de deportista, no toma, no hace nada afuera de lo normal”.
El cabo Juan Carlos Aguerre era quien conducía el móvil policial que terminó incrustado en el frente de una zapatería. Acompañado por otro oficial y con una joven trans viajando en el asiento trasero, detenida, parecía ir apurado: Aguerre chocó el auto de Ghio a 90 kilómetros por hora. El juez Hugo Lezama lo condenó a dos años de prisión en suspenso por homicidio culposo.
“Si tenés en cuenta la leyes en vigencia, se tendría que decir que el fallo es justo. Pero no, no considero que se haya hecho Justicia. ¿Un patrullero a 90, de contramano y cruzando en rojo, con la sirena apagada? ¿Y dos años de prisión en suspenso? Eso no es Justicia…”, le decía tiempo atrás Florencia Ghio a Teleshow. Tenía 17 años cuando su padre murió.
“Ellos siguieron haciendo su vida normal, aunque creo que se le dio de baja de la Policía. Y desde ese tiempo hemos visto muchos accidentes así, incluso con patrulleros involucrados, y las condenas fueron leves”, lamenta Florencia, quien además de periodista es actriz: el legado familiar no se detiene.
El juez Lezama también estableció las indemnizaciones: 271 mil pesos para la hija mayor de Ghio y 405 mil para la menor; Ana Ferrer (quien había organizado una conmovedora movilización de fe cuando su marido estaba internado) recibió mil pesos por daño psicológico. Pero tras varias apelaciones, el 10 de agosto de 2011 (20 años después del accidente) la Sala D de la Cámara Civil redujo los montos en un 30%.
La muerte de Ghio conmovió y movilizó al país, al punto que Diego Maradona fue la gran figura de un partido a beneficio donde se juntaron fondos para comprar un tomógrafo y destinarlo al Fernández. El hospital no contaba con uno propio, y cada vez que se le debía realizar una tomografía el actor era trasladado a otra clínica, pese a su delicado estado de salud. “Era una cosa ridícula”, sostiene Florencia.
En el partido se disputó la Copa Ghio, y a Maradona se le sumaron Diego Torres, Guillermo Francella y Adrián Suar, entre otros. El nombre de la sala del Hospital Fernández donde desde entonces se realizan las tomografías también rinde homenaje a este hombre de sonrisa tierna y radiante. Y también eterna, desde aquella madrugada de mayo de 1991 donde la imprudencia, la impericia, el disparate, la aberración marcó a fuego su destino, letra por letra.
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