Hugh Laurie nació hace 64 años Oxford, en una familia presbiteriana de origen escocés, tan austera como disciplinada. James Hugh Calum Laurie, como lo bautizaron, fue el último de los hijos de Ran Laurie y Patricia Laidlaw, antes habían llegado Charles, Susan y Janet. Los hijos crecieron sabiendo que su padre era médico pero ignorando que había sido campeón de remo y medallista olímpico porque con un sentido extraño de la humildad, el hombre jamás les mostró sus medallas ni les contó sus logros.
Patricia no era lo que se define como una “madre cariñosa”, al contrario según le contó Laurie a James Lipton en su entrevista del Actor’s Studio, “fue presbiteriana no sólo en fe, sino en personalidad. Desconfiaba del placer. Por algún motivo, yo no le gustaba. Con el paso del tiempo, mi relación con ella se hizo más y más distante. Desaprobó mi casamiento y las circunstancias del nacimiento de mis hijos, así que me congeló. No lloré cuando murió, aunque mi duelo fue y es muy profundo. Pero sencillamente no pude producir lágrimas físicas”.
Los Laurie tenían altas expectativas en su hijo menor y lo inscribieron en el colegio Eton, una de las instituciones más exclusivas y privilegiadas del Reino Unido el mismo donde estudió el príncipe Carlos, y al que el actor definía como “el más privado de los colegios privados”. Al terminar se inscribió en la universidad de Cambridge para estudiar Antropología. La eligió no tanto por vocación sino porque era la única que le permitía pasar ocho horas en el río practicando remo. Llegó a ser bastante bueno, hasta que una mononucleosis frustró sus expectativas y las paternas.
Cuando el remo dejó de ser futuro para convertirse en pasado decidió anotarse en el Cambridge Footlights, el club de teatro de la Universidad, semillero de comedia inglesa del que surgieron miembros de Monty Python como Graham Chapman y John Cleese o humoristas como Peter Cook. En el grupo conoció Stephen Fry, pero quedó encandilado con una compañera tan divertida como talentosa, una tal Emma Thompson. “Observar a Emma era como mirar al sol o al viento o a alguna otra fuerza elemental. Su talento era imposible de no advertir”, contó él de ella. “Es una de esas pocas personas que tienen un lado sexy triste”, contaba ella de él para explicar por qué se enamoró de ese actor flaco, algo desgarbado y con un humor a veces cínico, a veces simple pero siempre inteligente que seducía mucho más que una belleza perfecta.
Ella sería su novia, y él su pareja en un dúo cómico que duró casi diez años y que llegó a la televisión en 1982. Laurie pronto se convirtió en un referente del humor, un especialista en interpretar personajes tontuelos de clase alta de esos que dicen estupideces creyendo que son brillantes y en satirizar las instituciones más tradicionales del Reino Unido. En 1987, se unió al elenco de Blackadder, una sitcom histórica escrita por Elton y Richard Curtis (Cuatro bodas y un funeral, El diario de Bridget Jones) y que se considerada entre las mejores comedias televisivas. Laurie empezó a trascender y consiguió algunos papeles en el cine. Fue parte de Sensatez y sentimiento junto a su ex novia Emma Thompson y también actuó en Stuart Little. Se lo vio en la película de las Spice Girls, Spiceworld (1997). En 1998 participó de un capítulo de Friends, junto a Jennifer Aniston. Interpretó a un pasajero british que viajaba a Londres junto a Rachel.
Entre trabajos y chistes a Hugh le llegó nuevamente el amor. Conoció a Jo Green una productora teatral. Primero fueron amigos -ambos amaban las motos-y luego se enamoraron. Se casaron en 1989 y en cinco años llegaron tres hijos: Charlie, Will y Rebecca.
Llevaban ocho años de matrimonio cuando a Laurie le ofrecieron filmar en Australia. Tuvo un affaire con la cineasta Audrey Cook que llegó a los oídos de Jo. La mujer, lejos de protagonizar un escándalo, tuvo una actitud muy “british”: le escribió una carta a Cook donde le pedía que dejara a su marido porque seguía siendo su mujer, él era el padre de sus hijos y sobre todo el hombre que amaba. Laurie volvió a Londres, pidió perdón y fue perdonado. Sin embargo, cayó en un pozo depresivo. Con tiempo y ayuda logró controlar la enfermedad que nunca lo dejó del todo. “No puedo parar de pensar las cosas. Y lo más destructivo es que siempre es en retrospectiva. Pierdo tiempo pensando en lo que debería haber dicho o hecho”, describió.
Laurie retomó su vida familiar y su carrera. Así fue como le propusieron participar de la película El vuelo del Fénix. Se grababa en Namibia y para allá partió. Trabajaba mucho, descansaba poco y todos los días se preguntaba si su madre no tenía razón cuando le decía que a la vida se venía a sufrir.
Fue en esas condiciones que le pidieron que mandara una prueba de cámara para una serie sobre un médico. El hotel era tan lúgubre que el único lugar con buena luz era el baño y ahí decidió grabarla. El actor disimuló su exquisito acento british y habló con otro tan estadounidense que parecía nacido y criado en ese país. Cuando David Shore, el creador y productor de la serie, vio a ese actor desaliñado no tuvo dudas. Era la persona ideal para encarnar a House, el médico más inteligente, cínico y narcisista de la historia de la televisión.
Para los fanáticos de la serie no sería posible un House sin un Laurie, sin embargo, para el actor fue complejo el desafío. En una entrevista de la Rolling Stone le dijo a Neil Strauss: “Me resulta más fácil interpretar a estúpidos, por eso House, que no lo es, me exige tanto como actor. Que me resulte fácil se puede deber a que yo sea estúpido, o a que no entienda al mundo. Encuentro al mundo incomprensible y no le veo sentido. Mi emoción más común y predominante es la estupefacción, y eso sale en ese tipo de personaje. Ser el tonto, el bufón”.
Laurie estaba convencido de que la serie duraría solo unos meses. Sus compañeros de elenco se instalaron en casas de Hollywood Hills, pero él se hospedó en un hotel y se negó a desarmar sus valijas. Contrario a sus pronósticos la historia se convirtió en un mega éxito visto por más de 80 millones de espectadores en 66 países. Ese hombre que aseguraba que lo suyo no era la seducción, “Ni siquiera mi mujer me ve sexy. Es un milagro que haya tenido hijos”, se convirtió en alguien mundialmente deseado.
Lejos de sus afectos -la familia se había quedado en el Reino Unido para no interrumpir la escolaridad- y ante el éxito inesperado de House, la oscuridad lo volvió a rondar. Después de ocho años y aún con el salario más grande de la industria –llegó a cobrar 400 mil dólares por capítulo– comenzó a detestar a su personaje. Si le preguntaban si House lo hacía feliz, su respuesta era dudosa: “Si digo que no, pareceré ingrato, así que mejor diré que tengo buena suerte, pero también lo lamento, que es como yo lo entiendo”.
Es que a Laurie le agradaban sus compañeros y el ambiente de trabajo, pero no toleraba las consecuencias del éxito. Le molestaba que la gente le pidiera diagnósticos en los restaurantes y odiaba la estricta rutina de filmación “Estoy todos los días en el estudio, sin ver la luz del sol. L.A. es mi lugar de trabajo. Me levanto a las 5:00 am, me voy al estudio en moto, estoy ahí 14 horas y regreso a dormir”
No le importó convertirse en uno de los nombres más googleados, ni ser nombrado Caballero de la Orden del Imperio Británico, ni entrar al récord Guinness por ser el hombre más visto de la televisión. Laurie aborrecía moverse en auto con vidrios polarizados y sobre todo, no soportaba estar a 11 horas de vuelo de su familia. “El problema es que todo me pone ansioso. Siempre pienso: ‘No voy a mencionar a mi psiquiatra en la próxima entrevista’, pero no aprendo nada. Me olvido de todo. Me olvido de los guiones ni bien los leo. Me olvido de los libros. Soy lo opuesto a Fry, que es tan inteligente que me repugna. Creo que se acuerda de cada palabra que leyó. Al mismo tiempo, mi autoindulgencia y mis preocupaciones me parecen fatuas”, explicaría en el Times antes del estreno de la quinta temporada de House
Para evitar que la depresión volviera a atraparlo, Jo ideó un plan. Durante el receso escolar la familia se mudó a Los Ángeles, además Laurie buscó la contención de un profesional y retomó su entrenamiento de boxeo porque “un golpe, no solo no te quita las preocupaciones, sino que te quedás con un dolor de cabeza tremendo durante una semana”.
Con los demonios no vencidos pero dominados, Laurie grabó 177 capítulos “que son como 50 películas o más”, como explicó. Alguna vez le preguntaron qué había hecho con el dinero que ganaba. “Vencí el gran temor que tenemos los actores de no poder mantener a nuestros hijos ni lograr retirarnos con dignidad” y admitió que se compró un Ford Galaxy convertible de 1966. También trascendió que donó lo que ganó en diferentes publicidades a causas benéficas.
En 2012 la serie llegó a su fin y Laurie aseguró que por un tiempo no deseaba aparecer más en pantalla ni encarnar ningún personaje importante. “No estoy seguro de poder ser el protagonista de otra cosa. Asumir la responsabilidad de algo es difícil”, comentó entonces. Se dedicó a su otra pasión, la música y editó dos discos uno en 2011 y otros en 2012. “Me gusta el tema de la música. Hay un placer involucrado que simplemente no puedo obtener actuando”, mencionó, en The Guardian. Toca el piano y canta desde los seis años, además domina la guitarra, la batería, el saxofón, la armónica y es un ferviente amante del blues.
Paralelamente a su carrera como actor y comediante y su pasión por la música escribió el thriller El vendedor de armas, una novela de suspenso con una cuota de humor que se convirtió en best seller; también la adaptó a un guión cinematográfico. Su siguiente novela fue The Paper Soldier, una secuela de la primera.
En 2015 volvió a la pantalla, como el senador Tom James para la serie Veep. Luego se lo vio en tres películas y seis series pero ninguna alcanzó el mega éxito de House.
Nunca se creyó divo y es frecuente cruzárselo en Londres un día cualquiera, despeinado, desaliñado y paseando a su perro. Sigue sosteniendo que ser famoso es aberrante. Detesta las entrevistas o ser reconocido y sobre todo lo pone de mal humor que le pregunten algo de House. “No me gusta el acto de hablar, me hace sentir mareado. Me pongo un poco hipertenso”.
Aunque no suele hablar de la serie hace un tiempo reconoció que el personaje fue una bisagra. “Me cambió... Antes de él no estaba seguro de si pertenecía a la actuación, porque no tengo ningún certificado que dijera ‘este es un actor calificado’. Así que House me hizo sentir que no tenía que disculparme por actuar”. Es que podés ser uno de los hombres más famosos y mejor pagos de la televisión, pero la autoestima no es algo que se gana con el sueldo los libretos ni viene en las cláusulas del contrato.
Quizá por eso Laurie admite, con ese humor inglés tan irónico como maravilloso, que como actor “Soy un dolor en el culo. Es terrible trabajar conmigo. Pero tengo que reconocer que me fue mejor que a mucha gente. El otro día fui a tomar algo al pub con Kenneth Brannagh y un tipo le gritó: ‘Ey Brannagh, sos un pelotudo’. Eso debe ser duro”. Es que ya lo dijo House: “La humanidad está muy sobrevalorada”. De la fama y la actuación se puede decir lo mismo.
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