Darío Barassi entra a la escenografía en construcción de ¡Ahora Caigo! esquivando cables, saludando técnicos y con una sonrisa que denota su estado de ánimo. Al otro lado de la imponente construcción circular lo espera la cámara de Teleshow para conocer en profundidad cómo lo encuentra este nuevo desafío, que es doble, y por eso le resulta más atractivo. Sabe que viene de dejar atrás el 100 argentinos dicen que le cambió la vida, y que desde este lunes a las 18.30 es la gran apuesta del canal para recuperar el rating vespertino.
“Me despertó como el bichito, del hambre y la conquista y así salgo a la cancha”, dice Darío convencido, en la semana previa que transita entre los “nervios” y el “cagazo”, estados de ánimo que considera positivos. “Es como en el oficio del teatro, cuando empezás a ponerle el cuerpo y a hacer pasadas te vas aflojando un poco. Tuve que familiarizarme con el estudio, con la escenografía, con las ocho cámaras y todos los recursos con los que tengo que convivir”, agrega, y se va entusiasmando como lo que es. Un animal competitivo. Un enamorado de la televisión. Un apasionado de su trabajo.
Los nervios, las ansiedades y los temores propios de la situación dialogan con la confianza que le da saberse capaz de superar la prueba. Es un reto a su medida, un formato de preguntas y respuestas con la posibilidad de interactuar al límite con cada participante, con una potencial caída de tres metros como vedette del ciclo. Y esa seguridad se sostiene en el hombre feliz y pleno que es hoy, camino a los 40. En Darío, el esposo de Lucía y el padre de Emilia e Inés. Y también en Barassi, el adorable personaje que supo construir. Y que tiene muy en claro para dónde quieren ir.
—¿Cuánto tiene del Darío de entrecasa del personaje de Barassi que vemos en la conducción?
—Creo que disfruté tanto de la conducción porque entendí que conducir también a componer un personaje. Barassi existe desde el 2009, cuando empecé de notero en otro canal, y empezó a forjarse esa personalidad que, obvio, tiene que ver conmigo. No soy muy distinto a lo que ven. Soy más tranquilo, menos agresivo, más empático. Hay determinadas características buenas o malas, que están exacerbadas para construir ese personaje que tiene un 75% de Darío y el resto es la magia de construcción.
—¿Cómo te llevás con ese personaje?
—Ahora estoy curtido y muy amigado. Al principio, como es tan parecido a mí, me generaba una duda de hasta dónde ser Barassi y hasta dónde no. Por suerte tengo una mujer que me baja a tierra, y me dice “en casa sos Darío, anda a cambiar pañales y a pagar el gas”. El personaje me divierte, la gente es muy afectiva conmigo y me encanta entretener. Desde siempre fui un pibe centro, me encantó hacer teatro y la masividad que tiene la tele y la popularidad que me dio 100 argentinos dicen todavía me tiene asombrado.
—¿Tan grande fue el salto?
—Sí, yo en la tele venía haciendo un crecimiento paulatino del que siempre fui agradecido, porque siento que tengo una carrera angelada. Pero con 100 argentinos ese salto ya no fue de escalón en escalón. Me mareó un poquito, fue repensar dónde estoy parado, qué me pasó y en un rol distinto al que yo quería. Yo quería ser actor, le escapaba a la conducción y de repente todo este movimiento se generaba conduciendo, que me demandaba más cuerpo, más cabeza, más alma y más tiempo, pero estaba bárbaro. Es la carrera que elegí y la disfruto un montón, y también me da la posibilidad, si quiero, de parar un rato y hacer una serie o algo de teatro que son rutinas también exigentes, pero con menos exposición.
A finales de 2021, Darío puso fin a 100 argentinos dicen, desoyendo uno de los grandes mandatos del medio -”los éxitos no se abandonan”-, pero siguiendo el propio. Esa intuición que había demostrado cuando guardó en un cajón el diploma de abogado o cuando emprendió un viaje iniciático y revelador a Nueva York. “Sentía que era un ciclo exitoso, que estaba instalado, que no estaba en decadencia. Pero todavía necesito desafiarme en el laburo, y cuando siento que lo hago de taquito y desgranado, pierdo la magia. Y para eso, hubiera seguido siendo abogado”, sentencia.
En ese amor por el riesgo, en su voracidad competitiva, en el prohibido mantenerse quieto lo llevó a ir por otro lado. Y en la apuesta de ¡Ahora Caigo! va por todo: “Quiero conquistar de vuelta las tardes de El Trece. Nadie me habla de números, pero yo quiero hacer 25 de rating, no me conformo con poco y nunca me definió hacer la plancha. Ni como estudiante, ni como pareja, ni en mi vida social”, enfatiza como un precepto innegociable.
—Los dos sabemos que la tele cambió y esos 25 puntos son una utopía. ¿Cuán pendiente estás realmente del rating?
—Mi primera preocupación es que mi trabajo como conductor esté bien y hacer un programa de calidad. Que la escenografía esté buena, instalar la dinámica del juego, que esté bien producido y de eso con la gente de Boxfish no tengo dudas. También sé que la gente del canal me cuida un montón y que lo van a promocionar perfecto. En ese sentido estoy amparado y me deja tranquilo. Como conductor, me falta terminar de adueñarme el formato, pero eso va a pasar. Estoy convencido. Después, lo otro no es que me tenga sin cuidado, para nada. Yo juego a ganar siempre, si no, no juego. Es utópico porque sé cómo están instaladas las cosas con los números de la tarde del canal, pero creo que cada formato va a encontrando su lugar. Con 100 argentinos dicen arranqué en 5 y llegamos a hacer picos de 11. No es que quiera copiar ese fenómeno, pero voy a tratar de que el público que me había elegido antes me vuelve a elegir, y también quiero atraer público nuevo. Siento que es un formato bien ATP y espero que funcione.
—Hoy se habla mucho de las formas de consumir la televisión, y algo que tuvo 100 argentinos dicen es que funcionó tanto en el formato clásico como en las plataformas y en las redes. Mantuvo su promedio de rating, explotó en las visualizaciones en YouTube y fue tendencia permanente en Twitter.
—Sí, a mí esa filosofía me encanta en la medida que sume, pero no me gusta para justificarme. “Mido poco porque me ven mucho en YouTube”, ese discurso no va, porque hay un público cautivo. Hay gente que ve tele. Si Telefe está en 8 puntos y El Trece en cinco, hay 13 puntos, bueno, entonces vamos a llevarlo a 7 y 7, a que sea más parejo. Todo lo otro me encanta y siento que mucha de la masividad del personaje Barassi tuvo que ver con las redes sociales, con YouTube, con los stickers de WhatsApp, que exceden a la tele en sí. Pero este es un programa de tele, confío en la tele, siento que está recontra viva y cuando hay productos de calidad, que están angelados, funcionan y el público lo ve. Me parece espectacular el mundo paralelo, pero yo soy tele.
La frase, dicha como una máxima en un mega estudio, con productores, iluminadores y sonidistas construyendo eso que llamamos la magia de la televisión, no se contradice con el permanente generador de contenidos. Ese que, al finalizar de la nota, detecta algo instagrameable, saca su celular y se dispone a compartirlo con sus 4 millones de seguidores. Claro que Barassi es tele, pero también es redes, un universo en el cual los dos personajes se hacen uno. “Soy así en la vida”, resume, como si quedaran dudas.
—No hay mucha producción entonces a la hora de cranear un posteo.
—Me resulta bastante cómodo y cercano el código de las redes. Soy recontra familiero, soy amiguero, soy pajuerano, soy un gordo careta, no disimulo, me hago el cheto para hablar. Todo lo que digo es una realidad muy cercana a quién soy y vendo bastante transparencia porque soy transparente en la vida. Por eso no muestro a mis hijas, porque hay ciertos aspectos de mi vida que me gusta que se mantengan en algún lugar íntimo. Siento que a veces abro demasiado, por eso me gusta llegar a mi casa y que todo el universo Barassi esté afuera y respetar esas cositas sagradas de la intimidad.
—Inés es chiquita todavía, ¿pero Emilia ya empieza a darse cuenta del papá que tiene? Que es famoso, que la gente lo quiere mucho, que quizás tiene que compartirlo más de la cuenta…
—Y, está con este tema, encima tuvo una hermanita y estaba con eso de “papá es de la gente, ésta es de mamá… ¿Y yo de quién soy?” Tuvo sus mambos, pero soy muy contenedor y estoy empezando a traerla a los trabajos. La llevé con sus amiguitas a la serie que grabé para Disney porque me gusta que vayan curtiendo un poco quién soy y a qué me dedico. Y no lo quiero sentenciar, pero a Emilia la veo recontra artista, es re sensible. Actuamos y lo hacemos de verdad, yo soy Mulán y ella es un capitán chino, se pone en personaje y es todo un delirio. Hay una magia ahí, le veo interés por esto.
En el mundo de Barassi hay también un código de humor que no negocia. Sabe que juega al límite y ahí vuelven a estar los afectos para mantenerlo a raya cuando está perdiendo el rumbo. “Mil veces mis amigos o mi mujer me dijeron ‘Gordo, te fuiste al pasto…’”,admite. Y aclara que no está dispuesto a buscar el chiste a cualquier precio: “El límite en el humor siempre es el otro, tanto para actuar como para conducir”, asegura.
—¿Sentís que ese código de humor ayuda a liberar ciertos prejuicios?
—La ironía y esa cosa cínica no es algo excluyente mío, creo que la tenemos un poco todos. Yo lo tengo un poquito exacerbado y me acerca al código de los más pendejos que se divierten mucho, y quizás el adulto se engancha con la cosa más paternal. Pero todos los grupos tienen su código de bardeo, con mis amigos siento que cuando más nos bardeamos, más nos queremos. Y cuando bardeo en el programa, lo hago con el participante que mejor me cae, y tengo la capacidad para registrar si está entendiendo el código o no. Si lo veo incómodo lo voy a dejar de hacer, porque mi intención es empatizar y entretener, no hay malicia.
—¿Cómo te llevás con los 40 que vas a cumplir? Lo mencionaste al pasar varias veces durante la charla, pero no se te ve muy preocupado. Quizás la procesión vaya por dentro…
—Me gusta mucho la vida, estoy contento con la familia, los amigos, la casa y el trabajo. Quisiera vivir este momento por 100 años más, pero sé que el tiempo pasa. Mi hija más grande creció un montón, la bebita ya no es tan bebita, la vida va pasando. No me estreso, pero es un cambio, como cuando te pesás: si pasás de los 120 a los 130, es mejor 129 que 130. Bueno, lo mismo pasa con la vida, por ahí prefería a los 39 y no los 40 que ya suena como la mitad de vida.
—Mencionás el peso, y hace tiempo venís hablando de empezar a cuidarte un poco más por una cuestión de salud. En tus historias te mostraste comiendo saludable, yendo al gimnasio…
—Es que como la escenografía está a tres metros de altura, a veces pienso que me voy a caer entonces quiero bajar un poquito de peso para estar un poco más sólido (risas).
—¿Qué cuesta ahí? ¿La disciplina?
—Es el gran talón de Aquiles de mi vida. Nací con 6 kg 100 y toda la vida fui gigante, tengo una espalda gigante, tengo las piernas gigantes. Mido 1.85 y la gente que me ve por la calle me dice que soy mucho más alto que en la tele, y convivo con esa estructura física de toda la vida. Me gustaría tener más tiempo para ocuparme, el tema es que termino de grabar y me voy un evento, y de ahí a una comida para poder ver a amigos o voy a comer con mi mujer. Es una vorágine de vida que no me permite ordenarme, porque soy el gordo que come 4 kilos de pollo y 6 kilos de tomate, no el de la milanesa con papas fritas; por eso también los valores me dan bien y de salud dentro de todo me mantengo. Pero no soporto este pesaje, de hecho recién vi al Gordo Portaluppi que se bajó un par de kilos con algún balón gástrico y le mandé un mensaje para que me cuente.
—Hablás sin vueltas y hasta te permitís bromear sobre un tema en el que suele haber mensajes de odio y agresividad.
—Agredir a alguien por cuestiones físicas o de elecciones ya me parece tan prescrito y de un nivel de pelotudez gigante que no puedo entender que siga pasando. ¿No se te ocurre otra manera de atacar? ¿Pensás que no me doy cuenta que soy gordo? Lo que sí no me gusta de la lectura de esta personalidad mía, es que muchas veces me adjudican que hago una apología de la obesidad, y para nada. Yo a la obesidad la sufro, es una enfermedad que no puedo controlar y eso que soy un tipo metódico, objetivo que quiero en la vida, objetivo que consigo. Así que para nada es una apología y obvio que preferiría estar más sano. Dicho esto, estoy súper cómodo con mi imagen y con mi cuerpo y nunca padecí patológicamente la obesidad. Nado, juego al tenis, me casé con quien quise, tengo los amigos que quiero y trabajo de lo que quiero en una escenografía a tres metros de altura. Sostener que la gordura no tiene que ser un limitante, no es hacer una apología.
La entrevista completa a Darío Barassi
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