Una recorrida desde El Raval en el centro barcelonés virando luego hacia el Parc del Fòrum permite darse cuenta de inmediato que la ciudad está tomada por el Primavera Sound. Durante el día, por las calles se distingue al público del festival porque llevan en sus muñecas las correspondientes cintas para acceder. Y después de una primera noche intensa, en este viernes que acaba de irse se los vio dedicados a bajar un cambio y recargar pilas turisteando un poco, tapeando con cañas a la hora de un almuerzo tardío, tal vez disfrutando de la programación libre del Primavera al Raval en el patio del CCCB -el jueves, ahí mismo, tocaron las argentinas Ibiza Pareo quienes hoy también se presentaron en el Fòrum- e incluso tomando un poco de aire playero...
Aunque, como cantara alguna vez el ciudadano Manu Chao “el viento viene, el viento se va” y las nubes morigeraron el poderío del sol al punto de amenazar con lluvia. Por suerte no cayó agua y antes de que se hagan las 8 de la tarde, la multitud encintada encaró como en una procesión para el Primavera. Claro, es que tiraban paredes dos de los más impactantes y sólidos shows que se pueden ver hoy en día alrededor del mundo: Kendrick Lamar, el mesías negro (perdón, D’Angelo), y Depeche Mode, la aplanadora del pop & roll, salieron en continuo a sus respectivos escenarios, apostados uno al lado del otro.
A bordo de su aun flamante Mr. Morale & the Big Steppers y su flow inigualable, el rapero de Compton se adueñó de las palabras, todas ellas. De celeste y blanco -porque encima de todo también es campeón del mundo- se paró de frente a un telón oscuro y largó la primera, “The Heart Part 5″, esa en la que recordó el momento en que se enteró el cruento asesinato que sufrió su amigo Nipsey Hussle. “I’m in Argentina wiping my tears full of confusion”, fraseó sobre aquello que ocurrió en paralelo a su hasta ahora única visita a Buenos Aires. Y también fue punto de partida para poner en escena su vibrante rap teatral en modo Pantera Negra atravesando historia, sentimiento y complejidades de la cultura afroamericana. Es más, si existe la expresión memística “CINE”, lo que hace KL justifica la posible existencia de “TEATRO”.
Al abrirse la cortina en “N95″, comenzó a revelarse una original escenografía en capas que fueron quitándose o cambiándose. Una serie de telones reprodujeron parte de la colección de acrílicos Warning Shots Not Required del artista-activista Henry Taylor y quedaron como fondo de pantalla que dejaron en claro que Kendrick no se olvida de lo artesanal. Un recurso inteligente que amplificó polaroids de la vida negra en Estados Unidos: de manera análoga a lo facturado por su colega Donald Glover en la fundamental e insular serie Atlanta, la primera que se vio parecía una versión exagerada de un Kendrick retirado, recostado en algo que parece un sillón (o incluso un cuerpo yaciente) al lado de una mujer de hoodie rojo con la palabra “California” impresa en el pecho.
Para “Worldwide Steppers” asomaron la nariz una media docena de dobles de Kendrick que caminaban impasibles y con la boca cerrada, mientras el verdadero seguía soltando las balas en su lengua contra el violento fuego policial o rompiendo lanzas por el esclavo rebelde Kunta Kinta (”King Kunta”). Al mismo tiempo en que sonó la intro espejada de “Backseat Freestyle” (“Martin -Luther King- had a dream / Kendrick have a dream”, cayó un telón y reveló otro en el que aparecieron un grupito de pibes que tranquilamente podrían pasar como descendencia de algunos de los que coparon la Casa Blanca en la tapa de To Pimp a Butterfly.
Como sabe que le podría tocar estar en la mira, en “m.A.A.d city” se bajan todos los telones para que una tira de luces finas lo atraviese a Kendrick desde el techo, de forma transversal; efecto que además se quedó para reforzar el sentido mafia de “LOYALTY”, con la voz de Rihanna en la pista. Luego se apagó todo para que en “DNA”, la figura Kendrick se multiplicara visualmente por primera y única en la pantalla del fondo.
A esta altura, el contagio de las rimas ya era total con los pies rebotando contra el suelo y las manos sobre el aire para acompañar la fuerza de “HUMBLE” y “Money Trees”. Los dobles de Kendrick seguían entrando, saliendo y caminando las tablas, mientras reaparecían los telones. Al finalizar cada tema y hacer su correspondiente silencio, la postura de Kendrick era quedarse quieto a lo Bob Dylan como diciendo “acá estoy, apláudanme”. Algo que terminó logrando y fue muy especial tras la plegaria lenta de “Bitch, Don’t Kill My Vibe”.
Lo último que le quedaba al rapero era levantar ya que, después de todo, seguimos vivos: un último bloque que comenzó con “Alright”. Siguió con “vent y “family ties” junto a su primo Baby Keem como invitado; más temprano había tocado sobre ese mismo escenario para presentar su álbum The Melodic Blue. Y la despedida la selló “Savior”, ya sin telones y fundiendo a negro. No podría haber sido de otra manera.
9 y media de la tarde, hay luna llena asomada entre las nubes y la claridad permite ver a un lado los rascacielos espejados, al otro el reflejo líquido del Balear y de frente un mar de cabezas que tapaban todo, hasta las siluetas de los Depeche Mode, que salieron de día. Pantallas en negro a los costados mientras de frente una M -de “mode” o de “music”, da igual porque en este caso son sinónimos- comenzaba a dibujar su contorno de manera intermintente al ritmo increscendo de “My Cosmos Is Mine”, extraído del cosecha 2023 Memento Mori.
Dave Gahan y Martin Gore quedaron como dúo creativo tras la muerte de Andy Fletcher ocurrida el año pasado. De esta oscura pérdida, volvieron a sacar algo que los llenó de una vitalidad que se pudo palpar en vivo a través de la arrolladora energía escénica del cantante y la pericia de prestidigitador que carga el multiinstrumentista, acompañados por Christian Eigner en batería y Peter Gordeno en sintetizadores.
El contexto para este funeral de la tristeza se fue adecuando de a poco, teniendo en cuenta que a trazo grueso el público de Primavera Sound está hecho de europeos de vacaciones, en plan fiesta, que baila como si no hubiera mañana y calma la sed en rondas bulliciosas de amigos: a veces, las charlas casuales suben de tenor y para algunos parecen ser más importantes que la música, desde un “hicieron un gran disco” a un “pon otra, me aburroooo” que gritó uno que venía algo chispeante mientras se terminaba la primera del set.
Una vez que los bordes de la “M” quedaron bien dibujados, sirvieron para filtrar todo tipo de imágenes alusivas -animales, paisajes, calaveras, diablitos- mientras las pantallas laterales comenzaban a devolver los detalles del paso del tiempo en las pieles de los músicos.
Pero también los atractivos movimientos de un Gahan que transpiró la camiseta hasta que se le corrió el maquillaje. Si volvemos al lenguaje meme, lo suyo fue “SEXO”, meneando la cola y girando a velocidad sobre su eje en “Ghosts Again”, hasta la hipnosis, con los lados rosa y negro de su chaleco de lentejuelas. Y Gore se convirtió en “Martin GOD” con el solo final “It’s No Good” y, apenas después, al transformar finalmente la tarde en noche con el motivo pegadizo de “Everything Counts” mientras en la pantalla las manos de un mimo tiraban de las teclas.
El público siguió hablando y una chica festejó con un “bona nit, Barcelona” la llegada de “Just Can’t Get Enough”, casi en el final. La marea de manos moviéndose por lo alto y de izquierda a derecha en “Never let me down”, resumieron en una foto lo que significa esta música para las masas que es gozada como una misa. Y como retribución última a este impuesto de fe, “Personal Jesus” dejó todo con una vara tan alta en el cielo que creíamos inalcanzable. Hasta que llegó Kendrick.
Un rato después de la faena de Kendrick Lamar, en la otra punta del predio llegaba el turno de Trueno. Después de una caminata al borde del parkour, entre rampas, escaleras, personas, escenarios y más, una multitud de jóvenes locales hicieron sentir ídem al rapero xeneize -entre el público estuvo la infaltable 10 celeste y blanca de Lionel Messi y hasta una casaca número 41 de Luca Langoni- en su segunda vuelta por España. Y devolvió el cariño saliendo a rapear en monopatín eléctrico, como una especie de shout-out a uno de los medios más utilizado para desplazarse por esta ciudad, justo a tiempo para terminar de prender fuego lo último que quedaba con “Hoop Hoop”, secundado como siempre por su padre Pedro Peligro, el inefable KMI420 y su elástica banda.
Argentino como un fernet, mezcló un cóctel en el que saludó a Catupecu Machu con la coda de “Atrevido” transformada en “Y lo que quiero es que pises sin el suelo”; abrazó a los que eligieron exiliarse por un futuro mejor y a los “argentinos que nacen donde quieren” con, claro, “Argentina”; y terminó por dejarlo claro con la tensión emotiva de “Tierra Zanta”, canción tan campeona del mundo como La Scaloneta o Kendrick Lamar. Con Trueno agitando en cueros, el estadounidense fue homenajeado junto a los IKV en la festiva “Dance Crip”, la última.
Como cada tarde noche, los recovecos del Parc del Fòrum habilitaron música distinta a cada paso. De tarde y en el precioso anfiteatro Cupra hubo lugar para el indie cosplayer de los regresados Moldy Peaches -empujados en tándem por una Kimya Dawson sobre una silla de ruedas y lookeada como el Capitán Toad de Mario Bros y Adam Green en traje marinerito a lo Quico-. Y como pase de magia entre los tablados principales, el frenesí trasnochado lo aportaron las vibras complementarias de Skrillex -casi totalmente lavado de dubstep y dedicado a pinchar & pitchear tracks propios como “Fine Day” o de otros como Kendrick Lamar y Travis Scott- y Fred Again... con su combo hitero.
Este sábado será la última tarde noche de Primavera Sound y Barcelona se prepara para recibir con todo a su hija pródiga Rosalía, pero también a los hits de Calvin Harris, el corte italiano de los rockers Måneskin, el jazz multiforme de los fabulosos DOMi & JD Beck y seguro algo del espíritu de Lou Reed entre los shows de John Cale y Laurie Anderson.
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