Aparecer en Google lo salvó de ser asesinado por Hezbollah en una de sus coberturas. Y no fue la única vez que vio de cerca la muerte. Sin embargo siempre que puede elige volver a la calle, a las historias, a su lugar. Es el director de contenidos periodísticos de Grupo América y conductor del noticiero central del canal, pero en esta charla quedará clarísimo que nada puede ganarle a la pasión: “Llega un momento donde está todo bien con los estudios o los escritorios, es un laburo que me gusta, pero periódicamente me da abstinencia de viajes. Y dónde hay un quilombo allá voy”, dice Rolando Graña.
Por ahora, el 2023 lo encuentra instalado en Buenos Aires y analizando la crisis Argentina de cara a las próximas elecciones. Sus días transcurren entre el canal, su productora y el hogar que formó junto Gisele Kruger. “Llevamos nueve años juntos. Estamos en el cuarto año de crianza de nuestra hija y nos lo debíamos”, dice el periodista sobre su reciente casamiento, y adelanta que están pensando hacer en una fiesta de la que seguramente pronto tendremos noticias.
Alina, la hija que tienen en común, se suma a sus cinco hijos anteriores: “Es la última. Hay seis de cuatro cosechas. Hay tres que ya van por la vida solos, y tengo tres nenas todavía para criar”, explica Graña, que disfruta su vocación por la paternidad. “Criar hijos nos hace mejores. Es más, tengo una teoría poética: los hijos, en algún lugar del mundo, de la energía, nos eligen a nosotros” reflexiona, al tiempo que asegura que si no hubiera tenido hijos, hubiera estado perdido: “Yo creo que me salvaron de la droga. Me salvaron de cantidad de tentaciones que no pude tener porque tenía que criar hijos, bajar la cabeza y darle para adelante. Entonces me hicieron mejor, sí”.
“Mi único punto de abandono fueron los viajes -admite-. Cada vez que me iba a alguna cosa de riesgo, todos me decían: ‘Papá, no pensás en nosotros’. Decía: ‘Sí, chicos, voy a volver, no jodan...’”.
—¿Te acordás de la vida antes de ser periodista?
—Sí, claro.
—¿Y quién era Rolando Graña antes de ser periodista?
—El hijo de la mucama. Yo soy el hijo de la mucama. Nací en una casa de clase media baja pero que se fue a la mierda definitivamente cuando se murió mi viejo a los 10 años. Mi vieja, que era una ama de casa común, empezó a limpiar casas. Hasta que unos años después, pasó de limpiar casas por hora a tener trabajo en un hotel. Primero en un hotel alojamiento y después en un hotel de turismo. Para ella había sido un ascenso social. Como era buen alumno mi vieja, que era muy áspera, me dijo: “Tenés que ir al Pellegrini”. La educación pública te permitía un salto de calidad. No un salto en guita porque yo seguía siendo el mismo pibe pobre, pero tuve contacto con otra gente que no era de mi mismo poder adquisitivo, y medio me cuidaban: cuando yo no tenía guita me daban de comer y esas cosas.
—¿Cómo sigue el recorrido?
—Un día entré en crisis y mandé todo a la concha de la lora: Dije: “Esto no es para mí”. Salí de Ciencias Económicas y estudié Letras. Tuve todo un período de docencia: fui 10 años docente e investigador de la UBA en Letras. Hasta que en un momento dado tuve que optar entre la biblioteca y la calle. Ya sabés el final. Preferí la calle.
—Qué bien esa mamá puso fichas para que estudiaras.
—Sí. Mi vieja era un personaje muy contradictorio porque yo no sería quien soy sin ella, porque me agarró de la solapa, y me dijo: “Andá a estudiar, nene”. Pero era una vieja muy dura, muy áspera, muy poco cariñosa.
—¿Violenta?
—No. Bah, qué sé yo. En un momento dado, yo creo que también fue parte de la crisis: a los 17 años me voy de mi casa cuando me quiso pegar con un candelabro por la cabeza. Huí. Me escapé. Estuve un verano repartiendo quesos. Hasta que en un momento mi espíritu racional me dijo: “No vas a terminar el secundario si no volvés”. Pero mi orgullo me impedía pensarlo, entonces dije: “Voy a trabajar para no pedirle plata y voy a vivir con ella”. Casi no nos hablábamos. ¿Qué era lo que hacía para no pedirle plata? Trabajaba en un teatro de striptease. Pero no bailando: era el boletero. Una situación absolutamente delirante. Me mantuve hasta que después a los 20 entré a trabajar como telefonista en Entel.
Historias que marcan
“En el año 2006 hubo bombardeos sobre Líbano. Como hay ahora entre Gaza e Israel pero en ese momento también había bombardeos en la zona del Líbano”, recuerda Graña, que en ese momento -siendo gerente de Noticias de América- decidió irse por 20 días a la guerra. “Fui a Israel y cometí la audacia de entrar después al Líbano. Entré por Siria y me quedé una semana cubriendo la guerra. Y es la guerra... Nada se compara con la guerra”.
—¿Qué se siente ahí?
—Primero, que sos un insecto. Cuando vos escuchás una explosión de esas sos un insecto. No sos un cuerpo que puede resistir, correr, salir. Sos un insecto en una realidad mucho mayor que te puede destrozar. Nosotros no sabemos lo que es un edificio cortado al medio, un cráter donde había una plaza. Todas esas cosas no forman parte de nuestra realidad cotidiana. Yo estaba tan entusiasmado que paraba el auto, me bajaba, metía un copete, y aparecían los de Hezbollah calzados con armas y me decían: “No, señor, no puede estar acá”. “Bueno, bueno, ya me voy, ya me voy”. Así me fui entusiasmando, hasta que me pongo a conversar con un par de muchachos del Hezbollah, que estaban todos vestidos igual, remera negra, pantalón de camuflaje, 45 al cinto. Y me dicen: “No, tiene que irse”. “¿Pero puedo ir por allá?”. “Sí, vaya”, me dijeron. Era el barrio del Hezbollah que Israel había bombardeado. Se veían ahí los edificios, el desastre. Cuando me meto nos cruzan dos camionetas y ya no se bajan tipos con 45; se bajan tipos con ametralladoras. “¡Pasaportes! ¡Pasaportes!”. Pasaba el tiempo. Me pongo a hablar con uno hasta que me dice: “No puedo hablar más con usted”. Se retiran. Nos separan de la avenida y nos meten en un callejón. Ahí me acordé que Hezbollah había sido de los primeros que había secuestrado periodistas. El tipo que viene a verme, esta es una teoría poética: tenía la mirada opaca de los asesinos. Yo he conocido varios asesinos y se les va un brillo de la mirada. Éste tenía la mirada opaca de los asesinos. Hablaba inglés. Y me dice: “¿Y cómo sé que usted no es un espía israelí?”. “Porque soy argentino”. Me dice: “hay muchos argentinos que son espías israelíes. Usted, la cara, los ojos...”. Le digo: “No, mire, yo soy periodista”. “¿Cómo sé que usted es periodista?”. Y ahí tuve una iluminación, después de haber dicho Argentina: “Ponga mi nombre en Google”. Y le salieron miles de menciones. Los tipos me dejaron ir. Me dijo: “No puede venir así, tiene que pedir permiso”. “Sí, permiso” (risas). Nos fuimos a la mierda. Esas cosas son las que después, cuando volvés, te cambian la vida y te cambian la mirada. Volví del Líbano teniendo una noción de que la vida se te va en cualquier momento, y volví absolutamente trastornado. Dije: “Tengo que cambiar mi vida. Basta, las cosas hay que hacerlas ahora”. Me separé. Armé una empresa. Renuncié a la gerencia, empecé de nuevo.
—O sea que aparecer en Google te salvó de que te asesine Hezbollah.
—Me salvó la vida, sí, claro.
—Es imposible volver siendo el mismo.
—Sí. Desde el año 95 con CNN empecé a ir a las favelas y me quedé con algunos contactos y sobre todo con la fascinación. Volví diez o 15 veces a hacer notas a Brasil. Entre ellas una donde me secuestran en la favela. Ya tenía tal relación con los narcos que entraba, charlábamos, tomábamos cerveza. Y una vez, ya hinchado las pelotas que me pusieran custodia, entré solo. Y me agarraron a las tres cuadras. Iba con mi camarógrafo, agarré la cámara y le dije: “Estoy harto de que me custodien, vamos a entrar solos a ver cuánto duramos”. Y entramos. Tres cuadras duramos (risas). Nunca hablé mejor portugués en mi vida. Uno imagina que el peligro es como en las películas, y las situaciones de peligro son kitsch. Cuando vos después las recordás decís: “No puede ser que sea todo tan grotesco”. Nos llevan al pasillo de la favela y yo dije: “Me van a meter un precinto, una capucha”. No. Me estaba esperando un tipo en un pasillo de la favela, en un barcito. El tipo lleno de oros, sentado en una mesa un poquito más alta, una silla, una cerveza, él tomando cerveza, un vaso vacío al lado. “Amigo, ven para aquí, amigo”. Me hace sentar. “¿Cerveza?”. Tomo cerveza. Mientras yo hablaba con el señor que me invitaba a sentar, los otros ya habían guardado el arma, se pusieron al costado, había un DJ haciendo en scratch, y yo sentado ahí, con el tipo tomando cerveza. Me dice: “Usted sabe que no puede entrar así”. El guía mío se llamaba Cacau. Él se había quedado jugando al fútbol, nos habían invitado y me escapé del partido con el camarógrafo. Mi productor y el guía de los narcos se quedaron jugando al fútbol. “No puede entrar solito acá. Usted me pregunta, le pregunta a Cacau, nosotros no tenemos ningún problema. Le mostramos todo lo que hay que mostrar. Pero no puede entrar solo”. “Tiene razón”. Hasta que en un momento dado en una moto llega Cacau con mi productor, Hernán De Lorenzi, transpirando, diciéndome: “¡Qué carajo hiciste, pelotudo! ¿Por qué te fuiste, la puta madre?”. Y yo le digo: “Estoy tomando cerveza con mi amigo”. Porque el tipo todo el tiempo me decía “amigo”. Porque el narco menudeo en Río de Janeiro, que estaba dominado por el Comando Vermelho, había una fracción del Comando Vermelho que se llama ADA, que era Amigos dos amigos. Por eso el tipo me decía amigo todo el tiempo. Las situaciones de peligro son épicas, son grotescas.
—Me imagino lo que sufrió tu productor...
—Otra vez en el golpe carapintada del 3 de diciembre de 1990, donde le pegan disparos a Carnota, a Jorge Grecco, yo estaba laburando para CNN, iba para el Edificio Centinela, que era uno de los lugares donde estaban los Albatros. De pronto veo que caen unas hojitas. Me estaban disparando. Me habían visto con la cámara y estaban disparando una ráfaga de ametralladora, y caían hojitas. Después agarré la credencial para intentar cruzar por el acceso Cangallo, voy con la credencial: “Soy periodista”. Me tiraron un tiro en el piso. Batí el récord de los 100 metros llanos. Cuando me di vuelta ya estaba arriba de la barranca escondido, parapetado, corriendo con mocasines.
Argentina y los narcos
“Yo no creo en la cosa conspirativa de que hay un gran titiritero detrás de los narcos. Creo que los narcos crecen en los vacíos legales. Lo que hay acá es un garantismo mal entendido que ha configurado una especie de barroquismo judicial”, sostiene Graña, y cuestiona la inacción o la lentitud de jueces y fiscales de distintos niveles.
“Un delito que se está cometiendo en flagrancia, como es la venta de drogas, el narco menudeo, se considera algo que hay que investigarlo y ver. Y ahí uno dice: ‘Che, pero los jueces, los fiscales, federales y territoriales, ¿por qué no lo hacen? ¿Es que no pueden porque hay un marco legal barroco que ha generado esto? ¿Es que tienen miedo?’. Porque en el territorio, al narco lo tenés ahí nomás. Acá las policías provinciales operan como los entes reguladores del delito salvo en algunos casos como en Santa Fe, donde los narcos ya desbordaron a la policía. Pero acá los narcos no son tan grandes ni son tan poderosos. Podrían terminarlo”.
—¿Es así? ¿Podrían terminarlo?
—Un ejemplo interesante es el de la villa 1-11-14 donde hice mi primera nota con un arrepentido, en 1999. Uno de esos arrepentidos sirvió para desmantelar a los narcos peruanos. En el 2017 se logra tener el primer organigrama acabado de cómo eran los narcos peruanos de la 1-11-14: 70 tipos. Allanan, algunos van presos, otros se escapan, quedan algunos sueltos. Siguen manejando la villa un tiempo hasta que finalmente ahora empezaron a caer todos en dominó. Claro, a rey muerto rey puesto: entraron otras bandas que quisieron copar la villa. Por suerte ahora los allanaron. Si hay una decisión judicial de ir y tomar un territorio, y si cae presa una banda y quiere entrar otra los volvés a sacar, porque ya el que viene no es tan poderoso como el que está instalado, los podés sacar rápido.
—O sea, es un tema de decisión judicial.
—Algo de sentido común que quedó demostrado con lo del barrio Empalme Granero: los vecinos se dieron cuenta de que los narcos vendían en ese búnker y que estaban ahí y que por eso habían venido otros narcos a balear, y los vecinos fueron, destruyeron el búnker; se acabó el problema. La lógica de la sociedad no entiende por qué esta cosa barroca de la Justicia. Si ahí están vendiendo falopa, ¿por qué no van y los detienen?
—¿Y por qué?
—Un punto de venta de droga por día factura 3.000 dólares. Berni, el ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, dice en público que a él le toma seis meses promedio que le den un allanamiento a un búnker un juez de garantías. ¿En serio seis meses? Y durante seis meses, saca la cuenta, a 3.000 dólares por día, ¿cuánta gente podés coimear? ¿Cuántas comisarías podés comprar? ¿Cuántos jefes de calle, cuántas brigadas?
—Cuando vos empezás estas coberturas en Brasil, ¿imaginabas que ibas a hablar de sicarios en la Argentina?
—La Argentina tiene una tradición violenta. Que nosotros nos hayamos olvidado de la existencia de violencia política en la Argentina con la guerrilla, con la represión…
—¿Pero que valga tan poco la vida? ¿Qué vos le puedas pagar a alguien para que vaya y mate a un chico?
—Eso a mí no me espanta. Lo que hubo fue un trasvasamiento: de ser violencia política con algún grado de, comillas, convicción de por qué se mataba, a una violencia territorial estimulada por el consumo de droga. Los sicarios hoy por hoy son menores porque saben que los contratan, matan y salen por la otra puerta. Hay que rediscutir porque si no estamos entrando en un territorio de barroquismo judicial que lleva a disparates, y aquí sí viene el peligro para mí, esta desilusión de la democracia. La democracia que vino a darnos una mejor calidad de vida se enrosca en formalismos judiciales que permiten que en la realidad de la gente en los barrios crezcan los narcos, crezca la pobreza, crezca la marginalidad. Entonces hay que repensar las cosas porque en definitiva los sistemas judiciales, además de ser legales, tienen que ser eficientes. Porque si no pierden su esencia. Se supone que uno sanciona leyes y esas leyes se cumplen para mejorar el funcionamiento de la sociedad, no para que el juez cuide su culo, el fiscal cuide su culo, el político cuide su culo.
Cambio de época
“El final del gobierno de Alberto se parece mucho al final del gobierno de Alfonsín. Ni Alfonsín ni Alberto entendieron la gravedad de la crisis estructural que generaba la deuda. ¿Qué deberían haber hecho? Cada cual tiene una discusión: la solución de Menem fue pactar con quien tenía que pactar. Otra solución, la solución Néstor, fue pagarle al FMI. Pero la cuestión de la deuda es estructural. Ni Alfonsín ni Alberto entendieron la gravedad estructural de lo que representaba la deuda y lo que iba a condicionar sus gobiernos, y así terminan: siendo progresismos impotentes. A Alfonsín le pasó lo mismo. Es verdad que Alfonsín tenía problemas peores porque tenía a los militares, tenía a los carapintadas resoplándole en el cuello, tenías cosas tremendas por detrás”, analiza Graña, y se mete de lleno en la agenda del país.
“Alfonsín se fue desprestigiado. Durante años no podía aparecer en ningún lado porque todo el mundo le facturaba la hiperinflación. Y Alberto, no sé qué pasará con él, pero sí te puedo decir que el recuerdo que vamos a tener por un tiempo de él va a ser un presidente que no supo, no quiso, no pudo. Fijate que la crisis se limpió de un plumazo a tres presidentes que podían ser candidatos: Macri, Cristina, Alberto. Los tres dijeron: ‘No podemos’”.
—Un presidente que no va a la reelección.
—Porque son parte del problema. Macri trajo la deuda, Alberto no lo supo manejar, Cristina tiene el pasado de la grieta y sabe que con esa deuda no se puede hacer nada. Y que aunque ganara no va a tener el capital político para hacer las reforma que tiene que hacer para discutir la deuda. La solución yo creo que es un cambio de época. ¿Adónde virará? No sé. Pero creo que se parece mucho al giro al híper giro a la derecha que fue de Alfonsín a Menem.
—Y de repente estamos discutiendo nuevamente la ESI en los colegios.
—La política es pendular. La crisis del progresismo impotente de Alberto va a llevar a que todo lo que esté vinculado a él vaya a ser puesto en cuestión. Brasil tuvo a Bolsonaro, y lo tuvo cuatro años.
—¿Puede un país construir así, de extremo a extremo y echándole la culpa siempre al anterior?
—Hay un libro muy interesante que se llama Por qué fracasan los países, dnde analizan casos como si fueran ecuaciones y dicen, por ejemplo, de un lado está El Paso en Estados Unidos y del otro lado está Ciudad Juárez. La gente tiene más o menos la misma composición étnica, son mezcla. El clima es el mismo: desértico. Los separan una frontera y unos kilómetros. Sin embargo de este lado el PBI per cápita es 3.500 dólares por año y de este lado es 1.500 dólares por año. ¿Cuál es la diferencia entre Ciudad Juárez y El Paso? La política. El sistema político. Lo que le cambia la vida a la gente es el sistema político. Son las leyes. Son las decisiones sociales. Es el sistema político. Por eso es tan importante que nosotros votemos y votemos bien. Hasta que no haya una decisión de refundar el capitalismo en la Argentina con algún criterio común, decir bueno, qué capitalismo, ¿un capitalismo a la europea con un Estado de bienestar, o un capitalismo a la americana con un mínimo Estado y liberando las tensiones sociales? Un capitalismo con competencia, que es como son los capitalismos en el mundo donde se compite. Acá no se compite. Es una sociedad rara, donde no hay competencia. Hasta que no se refunde el capitalismo en la Argentina no hay mucho futuro. Si el deporte de echarle la culpa al otro como si fueran panelistas de televisión... La verdad es que la política no es ser panelista de tele. El panelismo de televisión es para la campaña electoral. Cuando termina la campaña electoral tenés que calzarte el traje de estadista y buscar consensos, no peleas. Y el consenso se busca con los diferentes, no se busca con los iguales.
—¿Quiénes crees que van a ser los candidatos al final?
—Sabés las cenas que me ganaría... Creo que va a haber una cosa de decantación: el Frente de Todos necesariamente necesita correrse a la derecha, buscar capturar un electorado moderado que se le fue. La persona para eso debería ser Massa. La lógica indica esto. ¿Pero qué pasa? Si hay una PASO, qué se van a decir todos entre sí. La discusión de la PASO puede generar un deterioro en la alianza que cambie el voto: que gane uno en la PASO pero después ese no retenga los votos.
—Que se vayan un poco más.
—A la izquierda o a la derecha. Lo mismo en Juntos por el Cambio. La discusión entre Larreta y Bullrich pinta para ser sangrienta. ¿Y qué va a pasar con esos votos? ¿Si gana Larreta esos votos que en la PASO votan por Bullrich se quedan en la general o se van a Milei para ser un voto bronca? Y después falta el balotaje, porque todos sabemos que va a haber balotaje, que nadie va a ganar por el 40% del voto con 10 de diferencia. Es una partida de ajedrez tan compleja...
—¿El año de elecciones se disfruta periodísticamente?
—No, porque yo sé que al día siguiente de las elecciones vamos a estar hablando de las mismas cosas. En términos periodísticos, me parece mucho más apasionante la calle que la discusión política. No quiere decir que la ignore, pero me apasionan mucho más otras cosas.