La cita es en una vieja casona reciclada del barrio porteño de Villa Urquiza. Entre múltiples ambientes, paredes pintadas de colores y plantas, aparece una sala acustizada que sirve de espacio de ensayo y composición de La Delio Valdez. Y entre ellos, una cara por demás conocida: la de Ivonne Guzmán, la colombiana que con la fuerza de su talento se abrió camino primero en Bandana, cuando todavía era menor de edad, y ahora entre pantalones, tambores e instrumentos de viento, convirtiéndose en la voz femenina de la banda de cumbia que no para de crecer.
Pero Ivonne ya no es esa chica de 16 años, de pelo largo y enrulado que interpretaba temas de Christina Aguilera para pasar instancias en el casting televisado del reality Popstars (El Nueve), que dio origen a una de las bandas pops más populares de Argentina. La cantante nacida en Bogotá ya tiene 38 años, es madre, forma parte de una cooperativa musical que divide riesgos y ganancias y cuenta con una sólida carrera en la música. Se muestra segura y decidida, como la vez que le dijo que no a sus excompañeras y fue la única de las cinco que no retornó a Bandana.
Sobre la relación con ellas -Lourdes Fernández, Lissa Vera, Valeria Gastaldi y Virginia da Cunha- hablará en esta entrevista con Teleshow. Además, por primera vez volverá a aquellos años en los que la maquinaria de la industria estaba en marcha y los shows eran parte de su rutina casi diaria, su cara salía en la portada de discos, revistas, útiles escolares, mochilas y hasta en álbumes de figuritas. Pero también contará cómo es mudarse al otro extremo de la producción, el trabajo en cooperativa, girar con su hijo y su pareja por todo el país, y comenzar otra vez, siguiendo el pulso de su sentir. Reinventarse, con alma, corazón y vida.
La voz de la cumbia
Con la banda en marcha y años después del éxito arrollador de Bandana, Ivonne se subió al tren de La Delio Valdez. La banda que suma popularidad, premios (tres nominaciones a los reciente Gardel) y una agenda completa de presentaciones con La Gira y la Serenata, mostrando su séptimo disco de estudio que nació en pandemia. Los esperan tres Luna Park el 16, 17 y 18 de junio y luego partirán para Trelew, Comodoro Rivadavia, Córdoba, Chile, Paraguay, México y el primer viaje a España. “Estamos súper contentos y felices de este presente tan próspero y que nos enorgullece mucho, que la verdad representa muchos años de trabajo y de esfuerzo”, asegura.
—Tienen cada vez más seguidores. Se convirtieron también en referentes de la cumbia. ¿Esperabas un poco eso cuando te sumaste?
—Yo creo que es esta sensación de grupo que nos lleva hacia adelante. También todo el tiempo tenemos un cable a tierra, que eso lo genera el grupo: no perder la esencia, no olvidar de dónde venimos, todo lo que trabajamos. Nos pasó un poco la primera vez que viajamos a México el año pasado que cantamos en lugares para 80 personas y fue como volver a empezar. Realmente la magia que tiene eso, de recordar que la esencia está en el disfrute de lo que hacemos y en esa cosa de parcería que vamos hacia adelante. Así que soñando en grande, pero no olvidando dónde venimos.
—Y demostraron que hay otra forma de hacer música también, con una cooperativa musical que da buenos frutos...
—Totalmente, la verdad que esta manera de hacer música en una industria que hasta hace muy poco, digamos, el mundo independiente parecía que no llevaba a ningún lado, de repente, nosotros estamos planteando un sistema cooperativista dentro de la música. Si bien hay, ha existido esta modalidad, estamos como abriendo camino, un poco investigando cómo funciona, de qué manera podemos ir creciendo en este mismo formato. Es un desafío y yo siento que es bastante revolucionario dentro de lo que sucede, nos generamos estabilidad y dignidad laboral que en la industria de la música, lamentablemente, no es moneda corriente.
—¿Y en este contexto económico es redituable una cooperativa?
—A nosotros nos está funcionando. Yo creo que las cosas también tienen que ver con el contexto, pero también con el amor y la constancia que uno le mete, el esfuerzo y la dedicación. En este grupo hay una particularidad que es que todas las energías mágicamente tiran hacia el mismo lado, no hay nadie que tire para atrás o que priorice otra cosa, eso puede pasar en grupos. Es muy difícil a veces congeniar las energías y somos muchos, así que aquí hay un gurú, una cosa espiritual, muchos factores nos llevan a todos a creer en esto, llevarlo adelante y poner toda la energía.
—Y todos hacen todo: levantan la mano, organizan asambleas. ¿Cómo funciona?
—Sí, hacemos asamblea, todos opinamos de todo, también hacemos comisiones para poder ocuparnos de todo porque es mucho trabajo realmente. Tenemos nuestro almacén que funciona con nuestro merchandising, parte de los chicos son los mismos que fabrican las prendas, los que estampan, arman el diseño; otros se ocupan de SADAIC, toda la burocracia o prensa, pero bueno generamos el espacio donde estamos todos, se presenta y votamos. Todo se decide, debatimos, también las formas van cambiando, es como un organismo que a medida que vemos que algo no funciona bien o si alguien está cansado de hacer tal cosa, se puede rotar.
—Y en el medio fuiste madre. Imagino que la cooperativa es un espacio más amigable para las condiciones laborales de una mamá.
—La verdad que sí, observando cómo es en otros espacios realmente siento un gran privilegio de estar formando parte de esta familia que comprende perfectamente lo que implica maternar, paternar, las necesidades y los tiempos que eso conlleva, y entonces desde ese lugar la verdad que a mí ha sido bastante orgánico incorporar mi vida materna, a mi hijo. Él viaja conmigo a todos lados, mi compañero también, y es parte de la familia Valdez, es un sobrinito que está viajando con nosotros. Después, bueno, todo lo que es cansancio y todo eso es como que...
—Como todas las madres.
—Como todas las madres, te acostumbrás, ¿viste? Me acuerdo antes de ser madre, decía: “Yo, si no duermo ocho horas, no puedo cantar” (risas).
Su infancia, entre Colombia y África
Ivonne conoce de reinicios y vuelta a empezar. A los diez años, junto a su familia dejaron Bogotá y se fueron a vivir a Camerún por el trabajo de su padre, un contador. En África vivió hasta que cumplió 15 años y cuando ya todos estaban aclimatados a las nuevas costumbres, volvieron a armar las valijas para instalarse definitivamente en Argentina, en Salta precisamente.
“Me marcó mucho viajar, imagínate que África fue como un cambio cultural bien fuerte, un shock en todo sentido, porque allá nadie hablaba español, yo estaba en tercer grado, inglés tampoco sabía. Y además iba a un colegio internacional que, si bien era americano y nos enseñaban en inglés, éramos alumnos de todas partes del mundo, de Pakistán, de Francia, Nigeria, Alemania, Costa Rica, o sea, así”, recuerda sobre su niñez. Pero también destaca el aprendizaje de aquella experiencia: “Me enseñó a muy temprana edad la importancia del respeto por las diferencias. Yo tenía una amiga que era pakistaní y cuando iba a jugar a su casa en un momento ella se iba a rezar. Era normal y el respeto por las diferencias, esa cosa de enriquecerse del otro, de no escandalizarse o asustarse porque el otro sea distinto”.
—¿Y para esa chica de ocho o nueve años que no hablaba el idioma fue difícil acostumbrarse?
—La verdad que al principio fue duro, era como... ¡Nunca voy a aprender! A los tres meses ya estaba hablando. Con amigos. Porque además ahí en el colegio estaban acostumbrados a recibir niñas que no hablaban el idioma. Entonces había mucha camaradería y fue una etapa hermosa. Siento que soy un poco de ahí.
—¿Volviste alguna vez?
—Volví, después de 10 años, mi familia volvió y fue espectacular, me di cuenta que amo África, más allá de que conozco solamente Camerún profundamente y fui a algunos otros pueblos pero solo de vacaciones. Es un continente increíble y me dejó de las mejores memorias de mi infancia.
—Y después se instalaron en Salta.
—Después vinimos a Salta; mi familia vivió 10 años en Orán, mi padre trabajaba en el Ingenio San Martín del Tabacal. Y bueno, yo estuve ahí un año y después vine a Buenos Aires.
—También otro shock, ¿no?
—Fue un cambio fuerte porque era volver a estudiar en español. Yo medio que ya casi que me olvidaba el español y es difícil, o sea los acentos, escribir, la ortografía y además venía de un colegio que éramos cinco por aula y entré a un público donde éramos 40, con uniforme otra vez. Pero siempre tuve una predisposición medio nómada, como que los cambios los acepto y me adapto rápidamente, por suerte tengo esa cualidad. Entonces me adapté, la gente aquí en Argentina nos recibió súper generosamente y nos guiaron y nos acunaron.
—¿Siempre supiste que ibas a ser cantante?
—Siempre. Era eso o ser tenista.
—¿Y qué pasó con el tenis? ¿Jugás?
—Jugué hasta los 15 ponele, competía y todo, pero ¿sabés cuál era mi problema? Acá (se señala la cabeza). O sea, perdía un punto y perdía el partido. Era muy muy pasional, muy visceral y eso no sirve para el tenis.
El torbellino Bandana
Fueron varios años rodando por todo el país, llenaron estadios, hicieron presentaciones en la televisión y hasta tuvieron su propia película, Vivir intentando. El casting novedoso para la época, allá por el 2001: televisado, en el que las participantes iban pasando instancias hasta convertirse en las elegidas. Cinco chicas de características diferentes unidas por el amor a la música. Así nació Bandana, la carrera musical y la hermandad.
—Y de Salta fuiste al casting de Popstar, con el número 107 que te llevó a la final y con un tema de Christina Aguilera.
—Y vos sabés que en ese mismo CD que mandé a Popstars con el tema “Genio en la botella”, de Christina Aguilera, y otro de Amargo y Dulce, lo había grabado hacía como cinco años, a los 13. Fue lo único que tenía grabado en esa época, no era como ahora.
—¿Cómo se despertó ese deseo de ir a un casting? Porque no se sabía nada, fue la primera edición..
—Yo cantaba todo el tiempo y a los 10 años tenía mi micrófono, cantaba todo el tiempo, en el colegio ya había participado de un grupo que hacíamos coreografías entonces todo el mundo ya sabía que cantaba. Una amiga me dijo que iban a hacer el casting y me anotó. Entonces le dije a mi madre que quería presentarme y me respondió: “Bueno, ¿tú quieres ir?”. Yo tenía 16 años. Mi madre y mi padre me apoyaban pero con un poquito de miedo, pero bueno, ya no había mucho que hacer. Yo quería. Y sentía que ya a los 10 años les había dicho: “Yo voy a ser cantante”.
—En el casting la rompiste porque ya te mostrabas súper profesional, jugabas con la cámara.
—Sí, me hacía la canchera (risas). Pero bueno, evidentemente tenía que estar ahí.
—Fue una explosión la popularidad, ¿Y eso cómo lo ves ahora a la distancia?
—Bandana fue un boom aquí en Argentina y fue mucho trabajo. Fue un shock en muchos sentidos porque la popularidad fue tanta que en un momento fue abrumadora, la cantidad de gente, la intensidad, personas que dormían en la puerta de mi casa, la cantidad de trabajo era mucha, o sea, hacíamos funciones en el Gran Rex de miércoles a domingo, dos por día. Era como una cosa muy fuerte, el cansancio era extremo y era lo que significaba ese fenómeno, ¿no? A la distancia me agradezco a mí misma haberlo atravesado tan cautelosamente porque siempre tuve esta cosa de enfoque, de saber que estaba trabajando y no perderme en la joda. Me agradezco a mí yo de los 17, teniendo esa templanza y teniendo esa cordura, porque acá estaba lejos de mi familia, estaba sola y no sé, yo no sabía ni pagar la luz. La primera boleta que me llegó de pago me fui a la oficina de Edesur, como: “Hola, vengo a pagar”; “No, acá no se paga”. La primera vez que deposité un cheque sin endosar, lo dejé ahí. Y la siguiente vez que volví al banco, la chica que me reconocía, me dijo: “Mira, te voy a enseñar algo, que no te vuelva a pasar...”, y me enseñó a endosar el cheque. Cosas así, de ir al supermercado, de que la heladera no se llena mágicamente, boludeces. Y a la par trabajando muchísimo cuando yo ni siquiera había terminado el colegio.
—¿Y con la escuela cómo hacías?
—Terminé después, rendí libre tres años.
—Tuviste que dejar la escuela...
—Tuve que dejar la escuela.
—Y a la distancia, ahora, ¿qué pensás? Si tuvieras una hija, ¿te gustaría que repitiera la historia o te parece que estuvo bueno pero no lo querrías para ella?
—Es algo peligroso, no voy a decir que no me parece que sea. Es un espacio difícil de navegar emocionalmente hablando y que no te vuele. Pero entiendo que es algo que yo tenía que transitar y que tenía que hacer, y que si no lo hacía quizás hoy no estaría donde estoy. Entonces a un hijo mío yo no podría prohibir nada, si le tocase vivir algo similar trataría de acompañar como me acompañaron a mí y trataría de brindarle las herramientas para que pueda navegar lo que le toque navegar. No es mi vida a vivir, es su vida y le van a tocar muchas cosas difíciles. Entonces yo, más que darle herramientas a lo que puedo aspirar, es a que sea un ser íntegro.
—En un momento podías seguir con tu carrera solista y las Bandana volvieron pero vos no quisiste volver. ¿Crees que lo decidiste bien?
—Siempre fui una persona que se manejó mucho por el deseo y la intuición. Fue algo que siempre tuve y en el momento en el que se dio la oportunidad de volver con Bandana, mi intuición y mi deseo no estaban ahí. Directamente, físicamente, yo lo sentía. O sea, me imaginaba en ese lugar y me sentía mal, entonces yo respondo a eso, entonces en ningún momento fue una decisión difícil de tomar.
—Se dio natural para vos...
—Fue natural y de ninguna manera tampoco es en detrimento de lo que ellas deciden, o sea me parece que estamos muy acostumbrados a una sociedad que compite, compite, compite, compite, en el arte no se compite. No sé si hay algún ámbito de la vida que sea sano competir, viste que te venden que competís con vos mismo, tampoco, o sea yo pienso que hay que compartir, creo mucho en lo colectivo y en crecer en comunidad, y creo mucho también en el autocuidado y en esto de guiarse por la intuición porque al final, la intuición es como yo la pienso como una conexión con tu ADN, que es mucho más viejo y ancestral que tu cerebro que tiene tu edad, es como una data más sabia que yo.
—¿Estás en contacto con las chicas, siguieron hablando o no?
—No mucho la verdad, pero no por mala onda ni nada. Simplemente una cosa que nos se dio. Tenemos vidas y caminos muy diferentes.
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