“Me acuerdo y lo disfruto, me río de situaciones que hemos pasado, pero soy de vivir muy de vivir el presente”. Histórica vedette y actriz de los 80 y 90, Judith Gabbani acepta recordar aquellos años pero lo hace sin nostalgia, lo que no quiere decir con olvido. “Tengo muy buena memoria del pasado y sobre todas las cosas buenas que ha vivido, pero ya está. Si me engancho en el pasado no puedo vivir el presente”, advierte. Y con esos reparos, invita a Teleshow a desandar un camino que nos llevará a un tiempo que ya no es.
A días de su vuelta al teatro después de cuatro años, Judith se siente como cuando era una niña a punto de empezar las clases, con ganas de reencontrarse con sus compañeros, estrenar los útiles, jugar en los recreos. Desde este sábado en el renovado teatro Carlos Carella, la actriz será una de las (Des)Hechas de amor, la obra de Walter Ghedin, con la dirección de Gastón Marioni y con las actuaciones de Cecilia Tognola, Jessica Shultz, Ana Padilla y Mónica Salvador. Cinco amigas que se encuentran varadas en una estación de tren después de asistir a un entierro, y en ese tiempo incómodo y eterno empiezan a conversar y recordar anécdotas y saldar cuentas perdidas de la vida.
Una excusa ideal para conocer el hoy de una de las bombas sexy de los ‘80 y ‘90, con paso por éxitos que quedaron guardados en la videoteca del recuerdo. Las gatitas y ratones de Porcel, De carne somos y La familia Benvenuto, histórica comedias capitaneadas por Guillermo Francella, Cara a Cara con el protagónico de Verónica Castro o como elenco estable de Matrimonios y algo más, emblema de la picaresca televisiva.
“Había trabajo, ofertas, y eso mismo te generaba una exposición porque estabas en todos lados casi al mismo tiempo”, cuenta la actriz sobre aquel tiempo, y compara con la escena del espectáculo hoy: “Ahora no hay trabajo de actores en televisión. Que haya una novela no quiere decir que haya trabajo”, analiza. Y desentraña que pasó en el mientras tanto, en el que por decisión propia y de manera paulatina empezó a dejar que la luz cenital apuntara en otras direcciones.
—¿Te costó salir de la exposición?
—No, y nunca me sentí mal, porque esto se va reciclando y en su momento yo ocupé el lugar de otra actriz. La gente quiere ver caras nuevas y esto es un ciclo, por eso no me agarra enojos cuando no estoy trabajando. Hoy tengo la posibilidad de elegir qué hacer, que no siempre tuve, me encanta el teatro porque se siente el contacto directo con la gente, pero si no aparece algo que me gusta no me vuelvo loca.
—¿El público te suele recordar aquella etapa de la alta exposición?
—Sí, sobre todo la etapa con Porcel, que pegó muchísimo y no solo acá. En 2018 estaba en Estados Unidos, haciendo un trámite en la Aduana y me atendió un chico chico jovencito. Nos ponemos a hablar y cuando le dije que soy actriz y le cuento mis trabajos, escucha Porcel y le cambió la cara. Me dijo que su abuela era fanática, empezó a googlear y vio que era cierto. También le llamó la atención mi aspecto en las fotos y le dije “bajame 30 años que no vivo con el Photoshop” (risas). Fue muy gracioso y nos terminamos sacando una foto.
—¿Cómo era ser una vedette en aquellos años?
—En mi vida y sobre todo mi carrera, no viví esa cosa de la mujer como objeto sexual o que era solo el pie para que el cómico diga algo. Diría que siempre fui bastante feminista, si me pasaba algo en la calle no la dejaba pasar. Me han tocado y empecé a los gritos y no me importaba nada, sentía un odio que lo quería matar. Creo que el acosador, el machista, el manipulador existe, posiblemente ahora lo maneja de otra forma, pero es muy difícil sacarse esa mentalidad de la cabeza, sobre todo la gente grande.
—¿Cómo fue tu experiencia con Jorge Porcel? Hace poco Georgina Barbarossa relató un episodio de acoso, y vos compartiste trabajo con ellos.
—Conmigo Porcel ha sido un señor, y hay un montón de gente que lo puede atestiguar. Ahora, si me preguntás por si vi algún acoso, la respuesta es no, porque el acosador lo hace en privado. Es tu palabra contra la de él, ese es el juego del acosador. Con Georgina hicimos juntas Lo viste a Porcel en el 85, imagino que Georgina si fue acosada habrá sido en privado.
—También se habló mucho de sus malos tratos en el trabajo.
—Maltrato sí he visto, tengo que reconocer que no ha tratado muy bien a mucha gente. Eran los que más lo franeleaban, los más obsecuentes y yo creo que el Gordo sabía. Él tenía ese mambo entonces los menospreciaba. También me gustaría que haya mujeres que ahora salgan a hablar de todos lo que las acosaron que están vivos, a ver si se pueden defender. Porque yo sé de compañeras que han sido acosadas por mucha gente que no se las nombra. Esperemos que no estén muertos, porque me parece de mal gusto. Pero repito, a mí jamás nadie me faltó el respeto ni siquiera me levantó la voz, pero no solamente en el ambiente, en mi vida. No se lo permito a nadie desde chica.
—¿Eras muy brava?
—Sí, pero no tengo mal carácter, soy divertida, es muy difícil que me enoje. Trato de trabajar siempre con buena onda y por eso me gusta tanto hacer comedia.
—No se te recuerdan escándalos mediáticos
—No tuve. Para mí el trabajo es un placer, es como ir a Disney. Admiré a muchos compañeros que fueron excelentes actores, pero no sé si los tendría de amigos. Y no por eso soy falsa, frívola o tarada. Hay gente problemática, que lleva y trae, que si uno llegó tarde o si a la otra la aplauden más. Yo nunca estuve en esa, y si tuve que decir algo, lo dije en el momento.
Volviendo al hoy, el regreso al teatro la encuentra en un momento de plenitud. “Es un presente feliz con actividades que elijo yo: voy al gimnasio, salgo con mis amigas y voy mucho al teatro. Es un presente de disfrute”, resume. Estuvo más de veinte años en pareja con Ovidio García, histórico productor de Susana Giménez, y tras la separación logró consolidar una muy buena relación de expareja: “Vivimos cerca y compartimos la tenencia de Beto”, dice en referencia al simpático perro que la acompaña en su foto de WhatsApp y en la mayoría de las publicaciones de sus redes.
—¿Nunca pensaste en la maternidad?
—Siempre tuve muy clarito que no iba a tener chicos biológicos no sé por qué, supongo que porque mis padres tenían una mala relación. Sí me hubiera gustado tener un hijo del corazón, que para mí es lo mismo que llevarlo en la panza. Pero no se dio, o porque estaba soltera y era muy difícil o porque cuando estuve en pareja las otras personas no querían. No todos tienen la capacidad como para recibir a una criatura que no sea biológica y yo tengo que respetarlo. Se dio así.
—Sos de las que dicen la edad. Tenés 65 recién cumplidos
—Sí, no tengo problema con eso. Es más, hace un tiempo Wikipedia me había sacado dos años, decía que era de 1960 y me desesperé, hasta que pude cambiarlo. Dos años de tu vida es mucho tiempo para que te lo quiten así nomás, y yo no me arrepiento de nada.
—En tus comienzos había un culto a la exposición del cuerpo que desde hace tiempo está en discusión. Hoy está mal visto opinar del aspecto físico de los otros.
—Creo que siempre va a haber gente que va a opinar. Lo que sí me parece bárbaro es que las chicas se muestren tengan el cuerpo que tengan. Una chica con más o con menos kilos hoy se siente sexy igual que la de 90-60-90 que parece una Barbie, se pone las mismas ropas y hace las mismas poses. Me parece fantástico que tengan esa autoestima alta. Yo en realidad siempre fui muy flaca, entonces también de chica tenían mis complejos por mi delgadez, esas cosas típicas de la inseguridad. Me parece bien que las chicas se sientan seguras de su cuerpo porque saben que no lo van a cambiar. Si no podés acomodar tu genética como a vos te gusta, por lo menos amigate y querete cómo sos.
—¿Esos complejos tardaron en irse?
—No, siempre están, y después te aparecen los nuevos, se te cayó esto o lo otro, pero te lo tomás con gracia porque el tiempo no lo podés parar. Mi consejo es “asumilo, reíte y seguí para adelante”, porque por más cirugías que te puedas hacer, es algo inevitable. Acá también recurro al humor y lo lamento por el que te ve y todavía se quedó enganchado con la foto de hace 30 años, porque es su problema. ¿Por qué no se mira él cómo estaba hace treinta años? Si estoy así, es porque estoy viva y disfrutando la vida; si estuviera espléndida como Marilyn Monroe, estaría muerta.
—¿Nunca caíste en la tentación de las cirugías? Sobre todo durante el boom de la juventud eterna, el rostro perfecto...
—No me enrollo, pero si me llego a hacer una, me gustaría que me la hagan bien. No voy a nombrar a nadie de acá, pero ves a famosas como Madonna o Meg Ryan que son monstruos. La cirugía te puede ayudar, pero la calidad de la piel es algo genético. Y lo que sos, lo reflejás en la cara; por más cirugías que tengas hay un rictus que tiene la gente jodida que es como el retrato de Dorian Gray: por más que permanezca escondido, por algún lado te refleja.
—¿Cómo afrontaste el paso del tiempo?
—Con humor. Hubo gente que se suicidó por no poder soportar el paso del tiempo. Mi papá siempre decía todos quieren llegar a viejos, pero nadie quiere serlo. El humor es mi oxígeno, mi alimento, no tenerlo sería estar muerta en vida. No te digo que me pongo contenta porque me salió una arruga, pero bueno, habrá a quienes le salen dos.
—¿La primera arruga sí molestó?
—Es que acá está la parte graciosa: por suerte no tengo arrugas. Y eso se lo debo a la genética.
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