Roger Waters anunció su vuelta a la Argentina y para ponerle cierre a una historia que va mucho más allá de la relación de un artista y sus fans. El histórico líder de Pink Floyd actuará en el estadio de River el 16 de noviembre, en la quinta vez que el británico actúe en nuestro país. Todo parece indicar que será la última y buscará el récord de conciertos en el estadio más grande del país. Sin embargo, más allá de lo que ocurra sobre el escenario del Monumental, su vínculo con Argentina será eterno.
Para esto sus canciones juegan un papel esencial, desde ya, pero no es el único. Pink Floyd fue un puente generacional entre padres e hijos en tiempos en los que el rock imponía sus límites bien marcados, y resiste todavía en la era de los sonidos urbanos. Aun bajo la a veces tramposa etiqueta de la “buena música”, tejió su vínculo con los fans argentinos desde las butacas de los cines, con las míticas proyecciones de The Wall, tal como ocurriera con grupos como Led Zeppelin y The Rolling Stones.
La tormentosa obra firmada por Waters fue cita obligada para los rockeros de principios de los ‘80. Sin embargo, la salida de Waters en 1984 y la escasa actividad en los escenarios del grupo luego comandado por David Gilmour fue postergando la ilusión de ver a Pink Floyd en vivo. Durante un largo tiempo corrió el mito -rasgo fundamental para alimentar las pasiones- de una potencial visita y a alguien se le ocurrió que no había mejor sitio para escuchar su música que el Valle de la Luna, la maravilla natural enclavada en la provincia de San Juan.
Con ese concierto todavía pendiente, hubo que esperar hasta 2002 para que un Pink Floyd toque por primera vez en Buenos Aires y fue Roger Waters en Vélez. En sus sucesivas visitas, el bajista actuó dos veces en el Único de La Plata y once en el estadio de River, lo que lo ubica a la puerta de igualar el récord de los doce de los Rolling Stones, obtenido a lo largo de tres visitas.
Pero la ligazón de Waters con nuestro país va más allá de cualquier número y está unido a uno de los sentimientos más caros al pueblo argentino: la Guerra de Malvinas. Su gestión fue clave para que los familiares de los caídos puedan identificar los cuerpos de los soldados. Una lucha que hizo propia por su espíritu antibelicista, y también porque era demasiado parecida a la suya, que todavía no sabe dónde está enterrado su padre muerto durante la Segunda Guerra Mundial. Antes y después de esta gesta, siempre manifestó un compromiso inquebrantable con los derechos humanos, con los más necesitados, con las minorías, sin perder de vista nunca la calidad artística ni escatimar en recursos propios de un espectáculo de rock. Como lo demostró cada vez que pisó un escenario en nuestro país.
Ecos del tiempo
A la luz de los hechos posteriores, la primera visita de Roger Waters adquirió ribetes de culto. Fue en el estadio de Vélez el 7 de marzo de 2002, con un país que se recuperaba de la crisis y que tuvo en el concierto de Waters una mezcla de bálsamo y redención histórica. Y un artista que se encontró con un fanatismo y un calor desproporcionados al repertorio de corte intimista que lo acompaña.
Waters presentó In the flesh, el tour que lo devolvió a los escenarios después de más de una década con una retrospectiva bastante surtida de su carrera con Pink Floyd. La puesta fue austera en comparación de lo que vendría después, aunque sin escatimar ningún recurso tecnológico. La nitidez del sonido, lo magistral de sus canciones y el elemento intangible de la emoción lo volvieron casi un milagro, o quizás haya sido una alucinación, para un país en plena reconstrucción.
Pasaron cinco años para el regreso de Roger Waters y el entorno había crecido exponencialmente. Fueron dos noches en el estadio de River, 17 y 18 de marzo de 2007, con una propuesta que no era tan común por entonces: reproducir en orden exacto un disco entero, en este caso el emblemático The Dark Side of the Moon. El álbum sonó como lo había hecho en tantos vinilos, casettes y compactos, respetando el orden y los climas de un trabajo que hoy no deja de sorprender a 50 años de su publicación.
Pasó otro lustro para ver a Roger Waters, y esta vez rompió todos los esquemas con su epopeya The Wall. Un espectáculo que derribaba el concepto tradicional del concierto de rock, con una cruza de obra de teatro, musical de Broadway y cine a cielo abierto apto para cualquier tipo de público. Del 7 al 20 de febrero de 2012, fueron nueve lunas, cada una ante unos miles de testigos que todavá recuerdan el zumbido en 360 grados de los helicópteros zumbando en 360 grados, el chancho volador y su permanente reclamo de justicia grafitteado con un “Dónde está Julio López” y la estremecedora explosión de la pared en mil añicos.
Durante su larga estadía en nuestro país, el músico grabó un videoclip en el Barrio 31y tejió un lazo con la producción cultural La Garganta Poderosa que mantiene hasta hoy. En los tiempos más álgidos de coronavirus, cuando la muerte de Ramona Medina, cocinera y referenta, sacudió al barrio, ahí estuvo él para dejar su mensaje a modo de pésame: “Ramona tenía toda la razón”, sintetizó a través de un video.
En 2018 Waters volvió al país en su visita más emotiva y es difícil que algo la supere. En dos conciertos en el Estadio Único de La Plata -el 7 y 10 de noviembre- presentó algunos temas de su flamante disco solista, repasó sus canciones de siempre y habló como nunca antes de la realidad argentina y latinoamericana. Se veía que estaba cada vez más empapado de lo que ocurría en esta parte del mundo, y así pidió justicia por Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, reconoció a las madres de los desaparecidos y expresó su preocupación por la reciente asunción de Jair Bolsonaro en Brasil, aún arriesgándose a no caerle simpático a parte de su audiencia.
Pero lo que lo marcó su ligazón eterna es algo que excede a cualquier canción, aunque bien sintetiza parte de su obra: su aporte fue decisivo en la lucha de los familiares de los combatientes caídos en Malvinas a ser identificados con nombre y apellido.
Un hombre atravesado por las guerras
Roger tenía apenas cinco meses cuando su padre Eric Fletcher Waters fue alcanzado por un proyectil durante la sangrienta Batalla de Anzio en los tramos finales de la Segunda Guerra Mundial. Su abuelo, Sapper George Henry Waters, había muerto durante el transcurso de la primera. De allí que la temática bélica fuera recurrente en su vida y en su obra, obteniendo un clímax en The Wall, álbum conceptual publicado con Pink Floyd en 1979.
Tres años después, el grupo preparaba lo que pensaba como un dossier del álbum anterior cuando estalló la Guerra de Malvinas. El concepto cambió y se orientó a lo que ocurría en el Atlántico Sur. En The final cut -el que sería su última placa con Floyd, editado en 1983- de nuevo Waters hablaba de la guerra, pero con otra perspectiva. Ya no era aquel bebé que reconstruía su historia desde los escombros de los relatos. Ahora, era un hombre de 40 años, con muchas cosas para decir.
Con Margaret Thatcher (Maggie) como blanco predilecto, el músico menciona a lo largo del disco a otros políticos e incluye una cita a Leopoldo Galtieri en “Get Your Filthy Hands Off My Desert” (Quita tus sucias manos de mi desierto), el presidente de facto que condujo a la guerra. Malvinas quedó guardado en la memoria de Waters, y muchos años después, tuvo la posibilidad de completar con acciones sus palabras. Y en una conmovedora y simbólica ceremonia sobre el escenario sintió que todo había valido la pena.
La cruzada por Malvinas
“Cuando escribí The Wall creí que era sobre mí y sobre mi padre, después me di cuenta de que era una historia mucho más grande”. En una charla con Infobae durante su última visita a Argentina, Roger Waters resumía de alguna manera el vínculo definitivo con nuestro país: su compromiso para ayudar a identificar las 121 tumbas de soldados argentinos sin nombre del cementerio de Darwin, en las Islas Malvinas.
La causa se movilizó desde la Argentina, como eslabones de una cadena que no se sabía dónde ni cómo iba a terminar. El llanto desconsolado de Nélida Montoya, mamá de Horacio Echave, por desconocer donde habían enterrado a su hijo caído en las islas. El dolor amargo de un excombatiente, Julio Aro, creador de la fundación No me olvides, por no saber dónde estaban los cuerpos de sus compañeros. Y una pregunta que sirvió para atar cabos. “¿Nos ayudás a buscarlos?”, le soltó Julio a la periodista Gabriela Cociffi, directora editorial de Infobae, con el testimonio de Nélida todavía retumbando en la memoria.
Se pusieron manos a la obra y la búsqueda empezó a dar sus frutos. Un grupo de excombatientes viajó a Londres y dio con el militar británico Geoffrey Cardozo, a quien le habían encomendado la difícil tarea de recoger los cuerpos de los campos de batalla y darles honorífica sepultura en el cementerio. Al regreso, con documentación suficiente para empezar la búsqueda, se reunieron con el prestigioso Equipo Argentino de Antropología Forense y con integrantes de Cruz Roja Internacional. Golpearon las puertas que había que golpear y cuando ya no hubo más, buscaron un golpe de efecto.
En diciembre de 2011, Cociffi le envió un mail a Waters, conociendo su historia personal y ante la proximidad de su visita para dar la serie de conciertos en River. “Hay 121 soldados no identificados. Como luchador por los derechos humanos y movimientos antibélicos le pedimos que ayude a estas madres de Malvinas que desde hace más de 30 años no tienen dónde dejar una oración o una flor”, decía el texto.
Waters contestó a los dos días y se puso de inmediato al servicio de la causa. En su viaje a la Argentina en 2012 le pidió a la presidenta Cristina Kirchner por los soldados argentinos y esas madres. También le escribió al ministerio de Relaciones Exteriores británico, a la Cruz Roja Internacional, habló con los embajadores ingleses en los distintos países a los que lo llevó su monumental tour The Wall, y finalmente envió una conmovedora carta a la Asamblea Legislativa de las islas donde los instaba a actuar, poniendo como ejemplo su historia personal. En los rostros de aquellas mujeres imaginaba el dolor y la desesperación de su madre, de su abuela. Y se reflejaba el propio.
En 2017, finalmente los primeros cuerpos de los caídos, referido cada uno hasta entonces como Soldado argentino solo conocido por Dios, empezaron a ser sepultados bajo sus nombres y apellidos. Y un año después, en su regreso a la Argentina para actuar en La Plata, pudo conocer a algunas de aquellas madres. Las saludó una por una antes del show, las invitó al escenario y les regaló, claro está, “Mother”, fuera de programa pero dentro de la inevitable sensación de gratitud.
Las mujeres no tenían muy claro quién era ese señor canoso y altísimo, uniformado en negro y de profundos ojos verdes, leyenda de la música y pasión de multitudes, salvo el hombre que había ayudado a sanar parte de su historia. Lo que tampoco sabían, es que de alguna manera ellas lo habían ayudado a mitigar la propia.
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