Aunque lleno de glamour y con presupuesto millonario filmar una película no deja de ser un trabajo. Y como en cualquier trabajo hay gente con la que se congenia y con la que no, algo que comprobaron actores y director de Hook, la película de fantasía y aventuras que intentó mostrar un Peter Pan adulto. Julia Roberts, la actriz de la sonrisa perfecta, venía de protagonizar Mujer bonita y era la artista del momento. Su presente laboral brillaba, pero su vida personal transitaba turbulencias ¡y qué turbulencias! Había roto su noviazgo con Kiefer Sutherland y cancelado su boda tres días antes de la ceremonia para fugarse a Irlanda con Jason Patrick, el mejor amigo de su ex. Toda la atención de la prensa se centró en ella y poco en Sutherland, que días antes de la boda había tenido un affaire con una stripper.
Metida en ese huracán mediático, Roberts debía filmar Hook. Aunque por su rol le habían pagado siete millones de dólares, no dejaba de ser una chica de 23 años que había roto con su novio y enamorado de otro. Todos los que rompimos o alguna vez nos rompieron el corazón, sabemos que no es fácil transitar esas situaciones. Queremos gritar “paren el mundo, me quiero bajar”, pero sabemos que nadie nos va a escuchar. Roberts lo sabía y para peor su trabajo no era en una oficina aburrida que le permitiera encerrarse en el baño a llorar o pedir licencia por “motivos personales” sino en una película donde cada día de atraso significaba perder miles de dólares. Y como sobre llovido mojado, debía interpretar a Campanita, una hada mágica y enamorada, cuando su ánimo estaba mas acorde para cubrir el rol del Capitán Garfio.
Al comenzar a filmar, Roberts intentó dejar sus problemas personales a un lado, pero no siempre lo consiguió. Algunas situaciones contribuían a su malhumor. Para simular que volaba debía permanecer largo tiempo colgada de distintos arneses. Suspendida en el aire, acompañada solo por una pantalla verde que serviría para realizar los efectos especiales, ni siquiera podía charlar con sus compañeros. Era imposible mantener una conversación que no fuera a los gritos. Su imagen debía lucir impecable, tanto que un asistente tenía como único trabajo limpiarle la planta de los pies. Es que al rodar debían aparecer impolutos y si Julia había mínimamente pisado el piso para sentarse un rato en una silla, se debía garantizar que no quedaran huellas.
Agobiada por sus problemas personales, Roberts solía llegar tarde al rodaje. En uno de esos retrasos le dijo al equipo que la esperaba impaciente: “Ya estoy lista”, y Spielberg le replicó: “Estamos listos cuando yo digo que estamos listos, Julia”. Para peor, la actriz contrajo una enfermedad viral que le provocó una altísima fiebre lo que la llevó a permanecer internada una semana. Cuando volvió, todavía debilitada, solo lograba sonreír ante las cámaras.
Sin embargo, no todas las personas en el set vivían experiencias negativas con Roberts. Dante Basco, quien interpretó a Rufio, el líder de Lost Boys, le decía a todos que la actriz era “siempre dulce” con él. Pese a algunos comentarios positivos, los compañeros de Julia cambiaron su nombre ficcional de Tinkerbell a Tinkerhell, algo así como Campañilla del infierno.
Los rumores de la mala relación entre Julia, el director y el equipo comenzaron a expandirse. La actriz aseguraba que no sabía que la llamaban de ese modo y defendía su temperamento argumentando que no era “perfecta” y que “tenía frustraciones”, como todo el mundo. “Soy una persona normal. O sea, si estoy sentada en mi tráiler sin hacer nada durante seis horas, voy a decir: ‘¿Qué carajos está pasando?’”, reaccionaba en una entrevista.
Si bien se rumoreaba que el vínculo entre la actriz y el director no era el mejor fue el mismo Spielberg que se encargó de transformar el rumor en hecho. Después del estreno y antes de la entrega de los premios Oscar de 1992, cuando Hook contaba con cinco nominaciones (no ganó ninguna), Spielberg estuvo invitado al programa 60 Minutos. Hablaba de sus inseguridades como cineasta y su trabajo, y cuando le preguntaron por Roberts la destacó como profesional pero sembró dudas sobre su personalidad. “Su vida personal se vino abajo, y ella se presentó a trabajar en el mismo fin de semana. Fue un mal momento para ella, y bajo esas condiciones emocionales altamente cargadas, fue una profesional”, para cerrar asegurando que no la volvería a convocar.
Roberts se sintió herida por los comentarios de Spielberg, en ese momento calló pero años después lo expresó en una entrevista con Vanity Fair de 1999. Recordó lo “difícil” que fue filmar una película mientras atravesaba una situación emocional tan compleja y encima escuchar a Spielberg decir lo que dijo. Es que las palabras del director no solo eran dolorosas sino también peligrosas: que uno de los cineastas más poderosos de la industria calificara a una actriz de “difícil” era suficiente para destruir su carrera ya que pocos se animarían a contratarla.
Solo el carisma de Robert pudo sortear esa fama. En esa misma entrevista remarcó que lo que se dijo sobre ella “no era verdad” y que le dolió muchísimo. “Vi eso (la entrevista de Spielberg) y se me salieron los ojos. No podía creerlo. No podía creer que esa persona que conocía y confiaba había dudado en salir en mi defensa”, sentenciaba. “Fue una lección dura de aprender. Fue la primera vez que sentí que tenía a un acomodaticio en mi mundo”. Otro detalle que quizás contribuyó al enojo justificado de Roberts es que tanto Spielberg como Robin Williams y Dustin Hoffman fueron a porcentaje sobre las ganancias de la película, acuerdo del que ella fue excluida.
Si la relación entre Spielberg y Roberts era compleja hubo otro vínculo que sí fluyó, y fue entre el director y Robin Williams. El actor solía encantar a todos con su histrionismo y buen humor. En los tiempos muertos amenizaba la espera con imitaciones que arrancaban la risa de todos. Además era capaz de gestos de una amabilidad poco frecuente en el mundo de las celebridades. Solía burlarse de su cuerpo velludo, de sus manos llenas de pelo aseguraba que eran “guantes de fibra antincendio” y contaba que cuando por la calle si le gritaban “¡Mork!”, por su célebre personaje, él respondía: “No soy un extraterrestre, soy un oso”. Sin embargo cuando notó que ser tan peludo provocaba cierto temor en los chicos con los que debía interactuar, no dudó en depilarse.
Al terminar de filmar, la amistad de Spielberg y Williams siguió. Cuando el cineasta filmó La lista de Schindler, solía quedar agobiado y triste. Robin sabía por lo que estaba pasando, y una vez a la semana, lo llamaba y realizaba unos 15 minutos de stand up telefónico. No se despedía hasta lograr que Spielberg se riera y lograra soltar toda la angustia acumulada. A veces, el cineasta le pedía que lo llamara mientras filmaba y dejaba abierto el altavoz de su teléfono para compartir la experiencia con todo el elenco.
El actor no solo se hizo amigo del director, sino también de otro de sus compañeros: Dustin Hoffman. Se sabía que el protagonista de Rain Man también era una persona compleja y de trato difícil y eso que no estaba pasando por una ruptura amorosa. Meryl Streep podía dar testimonio de la agresividad de Hoffman cuando durante el rodaje de Kramer vs Kramer, él la abofeteó en una escena fuera de lo pautado y sin su consentimiento. No fue la única que soportó la agresividad del actor. Vanessa Redgrave contó que en El misterio de Agatha Christie, Hoffman no le dirigió la palabra en todo el rodaje.
Con su histrionismo, Williams logró frenar el divismo de Hoffman. Compartían tráiler y sus carcajadas se escuchaban por todo el estudio. Como reseña el portal Películas de culto, mientras filmaban una escena no salía como Hoffman quería y pidió repetirla porque, según argumentó, había perdido su “motivación”. Williams replicó con un sarcástico “cuando todo lo demás falla, trata de actuar.” Una referencia a la famosa frase que Laurence Olivier le dijo a Hoffman durante el rodaje de Maratón de la muerte.
El protagonista de Tootsie guardó silencio, pero cuando Williams se equivocó, aprovechó el momento y mirando a cámara pregunto: “¿Qué se puede esperar de Mork?”. Estas bromas ayudaban a mejorar la incomodidad cotidiana que implicaba para Hoffman no ponerse la piel pero si ponerse el traje de Garfio. El vestuario pesaba tanto y era tan caluroso que tuvieron que idear una chaqueta refrigerante para que no se desmayara por el calor.
Aunque el traje podía ser incómodo, al menos el actor logró no separarse de su familia. Sus tres hijos aparecen en la película. Max Hoffman interpretó al Peter Pan de cinco años, Rebecca Hoffman fue Jane en la obra de teatro del comienzo de la película y su hijo mayor, Jake Hoffman, es uno de los jugadores de béisbol en el partido que juega Jack.
La película se estrenó el 11 de diciembre de 1992. Aunque fue un éxito comercial y de los 70 millones de dólares que se invirtieron recaudó 300, jamás aparece en las listas de “las mejores de Spielberg”. Es demasiado larga (dura 140 minutos) y aunque tiene escenarios fantásticos, no logra ser fantástica. Esa alquimia que suele lograr Spielberg entre conmover y entretener, entre lo siniestro y lo fascinante, no aparece. No transmite la ilusión de un nene que cumple su sueño, sino la decepción de ese adulto que regresa al lugar en el que de niño fue feliz pero ya no es capaz de disfrutarlo. Y si es por ver adultos desencantados alcanza con un rato de noticiero, no es necesario que nos lo recuerden en el cine y en pantalla grande.
No solo los críticos critican a Hook, su director admite que pasan los años y sigue sin gustarle. “Espero que algún día la pueda volver a ver y tal vez me guste algo”, y da las razones de su desagrado: “Me sentí como un pez fuera del agua haciendo Hook. No tenía confianza en el guion. Tenía confianza en el primer acto y en el epílogo pero no en el desarrollo. No sabía muy bien lo que estaba haciendo y traté de disimularlo con el valor de la producción. Cuanto más inseguro me sentía al respecto, más grandes y coloridos se volvían los decorados”.
Eso sí, rescata que la película le permitió comenzar su amistad con Robin Williams. Pero de volver a filmar con Julia Roberts, nunca volvió a decir nada.
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