El mismo vestuario, los mismos trucos y casi la misma lista de temas. En el juego de las diferencias entre el último show de Kiss en Buenos Aires y el anterior, no se llegan a contar siete: solo el marco -el festival Masters of Rock, el cual cerraron tras las actuaciones de Scorpions y Deep Purple-; el escenario -las ruinas del Parque de la Ciudad en lugar del Campo de Polo-; las estatuas gigantes de Paul Stanley, Gene Simmons, Tommy Thayer y Eric Singer que combinaron con la Torre Espacial y los restos de una montaña rusa detenida hace tiempo; y “Makin’ Love” en vez de “Tears Are Falling” fueron las únicas variantes entre lo ocurrido en abril del año pasado y el viernes último, un año y cinco días después.
La excusa sigue siendo la misma: el End Of The Road World Tour con el que la banda se está despidiendo de su público después de 50 agitados años en esto del rock & roll, oficio que manejan con total maestría. Nadie lo hace como ellos, que tienen guionados hasta los solos y las zapadas, que saben a qué cámara hay que tirarle un beso a sabiendas de que su público los está viendo por las pantallas, que tienen marcado dónde pisar con sus aparatosas botas para no ser alcanzados por las llamaradas repentinas y cómo tienen que mover los mástiles de sus instrumentos para detonar los fuegos artificiales. No hay riesgo, nada está improvisado, todo está exactamente en su lugar para que solo haya disfrute entre ellos y su fiel Kiss Army.
Las viñetas de su comic-rock son tan repetidas como icónicas: desde las plataformas aéreas con las que bajan al escenario para arremeter con “Detroit Rock City”, la primera de la lista; la espada de Simmons con la que escupió llamaradas para coronar “I Love it Loud” y su lengua reptiloide sangrando como prólogo a “God of Thunder”; hasta el viaje de Stanley por sobre las cabezas de su gente en “Love Gun”. Apenas hubo un instante fuera de libreto y algo desfasado de acuerdo al canon de la época: cuando Gene llamó “puto y maricón” a un imaginario rival del Doctor Love que encarna en, justamente, “Calling Doctor Love”. Segundos después, se tragó la punta del micrófono como si le estuviera practicando sexo oral y generó un suspiro: la intensidad de estos superhéroes no afloja en ningún momento y tampoco les interesa variar entre los distintos matices que puede haber en su música. Rock, rock y más rock.
Si bien partieron desde la música, con los años Kiss se convirtió en una marca tan grande que también vende merchandising de todo tipo -desde muñecos hasta ataúdes- e incluso las vacaciones soñadas para cualquier ortodoxo a bordo de un imponente crucero. Y sus fantasías animadas siguen contagiando a todos los que nacieron desde que existen.
Esto se reflejó, una vez más, en su público transgeneracional, nutrido de familias que asistieron con caras pintadas como ellos. “Ooohhh, soy kissero, es un sentimiento, no puedo paraaaaar”, devolvió con orgullo una multitud que estuvo dividida: mientras los del campo vip tenían a tiro el escenario, para los de atrás -ubicados a 100 metros de la acción- no había ni siquiera una pantalla. Solo podían verle las caras a los encargados de seguridad apostados entre el vallado para que nadie osara atravesarlo. Eso sí, el audio tuvo buen volumen y fue nítido en todo momento.
Un breve descanso le dio aire al grupo para cerrar la faena. Singer cambió la batería por el piano para cargarse “Beth” mientras sus compañeros lo rodeaban. En “Do You Love Me” hubo una suelta de globos con el logo del grupo y hubo quienes lucharon contra el viento de la noche para intentar llevarse un souvenir. Y con “Rock and Roll all Nite” quemaron los últimos cartuchos y se despidieron... ¿para siempre? A pesar de que vienen anunciando largamente su retirada, con estos viejos zorros nunca se sabe y no sería raro tenerlos de vuelta por acá en poco tiempo.
Con una audiencia cercana a las 35 mil personas, el Masters of Rock había comenzado de día y bajo un sol ardiente, poco habitual para esta época del año. En esas primeras horas hubo espacio para los shows de los locales Horcas, los sinfónicos Avantasia, el power metal de Helloween y la vigencia de Deep Purple, con el baterista Ian Paice como único miembro original pero con los históricos Ian Gillan y Roger Glover en la formación. Los tres fueron parte de la grabación de Machine Head (1972), acaso el disco más clásico del grupo y que en este show sonó casi completo: “Highway Star”, “Pictures of Home”, “Lazy”, “Space Truckin’” y “Smoke on the Water” fueron parte de la lista.
Antes de Kiss había sido el turno de los alemanes Scorpions. Los solos del explosivo baterista Mikkey Dee y la pirotecnia guitarrera del tándem conformado por Matthias Jabs y Rudolf Schenker, sostuvieron el show por encima de Klaus Meine, un cantante que a cada segundo transcurrido fue perdiendo su escaso carisma y caudal de voz nasal. Entre algunos de sus temas más celebrados, como “Send me an Angel” y el cierre con “Rock You Like a Hurricane”, sonó su megahit “Wind of Change” con su indeleble silbido. El tema, que había sido inspirado por la caída del muro de Berlín, esta vez fue dedicado a Ucrania con un explícito pedido de paz ante la guerra, que se imprimió como símbolo azul y amarillo en las pantallas mientras se enfocaba a la multitud.
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