Cualquier bicho de radio argentino que se le pregunte quiénes son sus referentes, nombrará a Jorge Cacho Fontana, Héctor Larrea y Antonio Carrizo. Profesionales admirados y respetados, los tres forman la Santísima Trinidad de todos los que aman el éter. Dicen los que saben que Carrizo aportó la cultura, Larrea inventó el oficio de “entretenedor” y Fontana creó el show. Entre ellos no había “problemas de cartel” sino una genuina fascinación con el trabajo del otro. Por eso, cuando Teleshow contacta a Héctor para que recuerde a Cacho, no duda en compartir recuerdos y emoción, el día que su amigo hubiera cumplido años.
“Hablar de Cacho es un enorme gusto para mí. Nunca me olvido de que el 23 de abril es su cumpleaños porque en esa misma fecha nació mi hija mayor. Siempre lo hablábamos con él. Cuando ella nació yo hacía Rapidísimo en Continental y él estaba con el Fontana Show en Rivadavia. Entonces me mandó uno de sus famosos móviles, para que habláramos del nacimiento de mi hija. Él le daba mucha importancia a todos los acontecimientos familiares de sus amigos algo que siempre le agradecí”, cuenta como hombre que extraña más que como colega que admira.
Larrea asegura que “de Cacho como profesional no puedo decir nada nuevo. Todo el mundo sabe lo que significó para la radio y para la televisión”. Sin embargo, con una memoria envidiable nos ayuda a repasar la trayectoria del gran locutor. “Él llega poco después que Carrizo a radio El Mundo. Carrizo había llegado en el 48 y él, en el 50 y pocos. Cacho había estado en algunas emisoras chicas como Radio del Pueblo. Cuando lo llaman de El Mundo, da la prueba con López Bretón, el famoso jefe de locutores en la época de esplendor de esa radio. Entra como suplente, como entraban todos. Pero al poco tiempo, así como López Bretón se dio cuenta de que Cacho tenía una voz distinta para trabajar y una personalidad distinta, también se dio cuenta el público”.
¿Qué hacía que ese hombre nacido en Barracas se distinguiera? Larrea explica que “Cacho, con Carrizo, cambiaron bastante el color del aire de radio El Mundo. Cacho fue una novedad absoluta. La primera publicidad que escuché dicha por él era la de un aperitivo. En esa época, yo era oyente de todas las radios, particularmente de radio El Mundo, y sabía distinguir por sus voces a todos los locutores, a todos. Debe haber habido muy pocos locutores de los que yo no conociera el apellido. Pero en esa publicidad esa voz me pareció absolutamente distinta y empecé a preguntar por todas partes cómo se llamaba ese sujeto. Hasta que me dijeron que se llamaba Jorge Fontana, pero le decían Cacho”.
En un guiño para entendidos, Larrea cuenta que Cacho “rápidamente va la televisión, y rápidamente entiende lo que es la televisión. Él era un gran seductor. Sabía cómo debía seducir a la gente en radio y cómo debía seducir en televisión. En televisión, ya se sabe, siempre fue un tipo de muy buena pinta. Con su imagen de porteño peinado a la gomina, canchero, entrador. Además, todos lo suponíamos buen amigo, y le gustaba mucho a las mujeres. Sabía colocar la sonrisa en el momento que la sonrisa debía ir, sabía estar serio cuando tenía que estar serio, sabía todo. Tenía una gran intuición, así como siempre también tuvo una gran intuición periodística. Él tenía un olfato para el periodismo impresionante. Sabía que uno de los elementos de atracción de los medios de difusión, de todos los medios, tanto radio como televisión, era la sorpresa”.
“A Cacho le gustaba sorprender. Pero sorpresas grandes. Por ejemplo, una vez daban un premio Nobel, no me acuerdo ahora a quién, y se fue con Emilio Stevanovich -un crítico teatral y musical pero también intérprete y traductor- y con quien ya era su mujer, Liliana Caldini, al lugar donde era la premiación. Estuvieron en la ceremonia, hicieron el reportaje y se volvieron. Otro día se fue a hacerle un reportaje a Luis Aguilé, que se había enfermado. Tomó un vuelo a Madrid, realizó el reportaje, lo grabó y se volvió en el vuelo siguiente. Eran cosas que solamente Cacho podía hacer”.
Los recuerdos siguen, la melancolía mezclada con la memoria no para. Larrea revela que “hay una cosa de la que no se ha hablado, me parece, y es que Cacho era un gran contador de cuentos. Él, que era tan gracioso en televisión, también lo era en su vida privada, porque traía cuentos que vos no conocías. La gente por lo común cuenta cuentos que le han contado otros, vos vas y contás un cuento en una reunión y muchos dicen ‘sí, yo ya lo conozco’. Pero los cuentos de Fontana, además de muy buenos eran originales. No sé de dónde los sacaba pero siempre narraba cosas que no conocías. Además algunas cosas las inventaba, sobre todo cuando se relacionaban con él”.
“Hay un cuento que siempre cuando nos encontramos, amigos que hemos sido amigos comunes con Cacho, lo recordamos. Un día viene y cuenta que había estado en un asado organizado en una quinta por uno de los dueños de radio Rivadavia. En ese tiempo, principio de los 70, no había tanto barrio cerrado, camping, esa cosa más evolucionada, solo estaban las quintas, que por lo general tenían pileta, que eran medio una chacrita en algunos casos”.
“Y en una de esas -continúa Larrea- Cacho había ido al asado, y en determinado momento necesita ir al baño. Estaba la puerta sin llave y entró. Era un baño grande, enorme. Se mojó la cara, se peinó, se refrescó los ojos… Y de pronto, que mira hacia la derecha y en fondo del baño ve a una mujer sentada en el inodoro que lo miraba petrificada. Era una mujer que conocía y trabajaba en la radio, en la parte de administrativa. Él la miró y vio que ella estaba congelada, muy impresionada, sorprendida. No había cerrado el baño con llave, fue a hacer sus necesidades y de pronto se encuentra con Cacho”.
“Entonces, ¿cómo termina? -se pregunta Larrea y nos preguntamos todos-. Cacho se acercó a la señora, que permanecía petrificada y sentada, le dio la mano y le dijo: ‘Mucho gusto, Cacho Fontana, desde hoy un amigo más’. Cómo resolvió la situación siempre nos pareció que fue un invento gracioso de él. Yo creo que hizo lo que contó, o a lo mejor inventó todo, pero era tan gracioso. Y lo particularmente gracioso era cómo lo contaba. Porque otro de los grandes atractivos o de las grandes cualidades de Cacho era que la gente se riera, que la gente fuera feliz, y no es poco”.
Y quizás por eso, cuando Larrea termina su relato y Cacho el ausente, se hace presente, esta cronista como seguramente el lector, no podrá negar que como Larrea y Carrizo no habrá ninguno igual, no habrá ninguno.
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