Si a un millón de argentinos, mayores de 40 años, se le pide cerrar sus ojos y escuchar un “con seguridad”, dirán sin dudar: “Es Cacho Fontana”. Su voz artística marcó rumbo y se transformó en algo único e identificable. Ese niño que en su casa de Barracas jugaba a ser locutor con un cepillo como micrófono, se transformaría en el profesional que cambió el estilo de locución en la Argentina. Hoy cumpliría 91 años y los que trabajaron con él comparten su recuerdo con Teleshow.
Jorge Cacho Fontana o Norberto Palese, tal su verdadero, nombre nació el 23 de abril de 1932. Sus padres eran humildes trabajadores y la magra economía familiar no permitía grandes placeres, el momento de alegría era la radio. Por eso, el juego favorito de ese hijo tímido era, con un cepillo como micrófono, soñar que estaba en la radio y lo escuchaban miles de oyentes.
Como tantos chicos de esa época pasó de niño a adulto sin conocer la adolescencia. De día trabajaba de auxiliar en una compañía de transporte y a la noche animaba la presentación de orquestas. Para promocionar su trabajo imprimió tarjetas personales con su nombre, pero cuando las recibió, en vez del Palese aparecía Fontana. Lo que fue un error de imprenta se convirtió en una marca registrada.
Con apenas 15 años le llegó la propuesta de debutar como locutor comercial en Radio del Pueblo. Luego otra prueba le permitió entrar a Radio El Mundo, pero en el equipo suplente. En 1955, ya como titular, le propusieron conducir el horario de 10 a 11, algo marginal, ya que los programas estrellas eran por la noche. Aceptó, pero pidió la responsabilidad artística y comercial del espacio.
Contrario a todo lo que se escuchaba hasta el momento, propuso un programa que incluía mucha información, música, actualidad, entrevistas y hasta horóscopo. Abel Santa Cruz, Miguel Coronatto Paz, Carlos Arturo Orfeo, Hugo Moser y Alberto Migré aceptaron colaborar como guionistas, fascinados con ese proyecto único que rompía los cánones de la época. Así nació el mítico Fontana Show, que duraría 16 temporadas y bajo la batuta de Cacho revolucionaría lo establecido.
Pero no solo cambiaría la radio, también brillaría en televisión. Así lo recuerda Julio Lagos, otro de los grandes referentes de los que vendrían después. “Tuve la suerte de trabajar con él bastante”, le dice Lagos a Teleshow. “Trabajé en La campana de cristal, él fue conductor y yo hacía los exteriores. Estuve cuando él hizo la primera transmisión de televisión de ida y vuelta, audio y sonido, algo que hoy parece tan elemental, pero en 1979 no existía. Para el día de San Martín hicimos enlace desde distintos lugares en vivo, con imagen y sonido. Magdalena Ruiz Guiñazú fue a las Cataratas de Iguazú y yo transmití desde Ushuaia. En pantalla partida, insisto algo revolucionario para la época, aparecíamos uno en cada lado y Cacho en el piso de lo que era Argentina Televisora Color”.
Su profesionalismo, la confiabilidad y su voz inconfundible hicieron que las marcas más importantes de la época su disputaran su trabajo como locutor para sus publicidades. “Cacho simboliza el locutor comercial creíble, el del compromiso con el producto. Un profesional que si decía algo significativo de un producto establecía una comunicación directa, confiable. Eso era el locutor comercial, y la máxima expresión en eso ha sido Cacho Fontana. Hoy las empresas y los responsables de los productos dejan de lado ese detalle que es sustancial para establecer el grado de confianza que se requiere del consumidor”, reflexiona Lagos.
Más allá de su reconocimiento como profesional, Lagos recuerda “una enseñanza que lo pinta de cuerpo entero y que a mí me sirve hoy todavía. Camarín de Canal 13, año 77 o 78. Cacho era el conductor de La campana y yo hacía exteriores. En esa época yo trabajaba en varios lugares. Todo entusiasmado se lo cuento y él que se estaba maquillando, mirando al espejo, me dijo: ‘Nunca abras sucursales de vos mismo’”.
Uno de los clásicos televisivos de Cacho Fontana fue el programa de preguntas y respuestas Odol pregunta. De ese ciclo todavía perdura su “con seguridad”. Esa muletilla fue un invento propio. “Al principio decía: ‘Sí, con seguridad, ganó’. Lo sentía largo, poco convincente y pedí permiso para solo acotar ‘Con seguridad’. Me dieron cuatro programas para probar. Y ya al segundo estaba instalado en la calle”.
Entre los participantes del programa se destacó un nene de nueve años que contestaba sobre mitología griega, Claudio María Domínguez, que le cuenta a Teleshow: “Televisión blanco y negro, tres canales en esa época y los miércoles a las 22 el país se paralizaba para ver Odol pregunta. Fui a contestar y se dio la magia entre ese profesional consagrado y un chico que contestaba sobre mitología. Él se transformó en un extraordinario mentor, amigo y fan. Para mí participar era un juego, pero gané. Al otro día de recibir el millón de pesos, Fontana se convirtió en una especie de padrino que me anticipó todo lo que vendría: que en la calle me conocerían, que no sería lo mismo”. Así fue.
Dos años después Fontana lo volvió a citar, Claudio María volvió a ganar. “Después me llevó a la Máquina de mirar, a mis 16 años me hizo viajar por el mundo. Volé con Favaloro a Boston a los congresos de cirugía cardíaca, entrevisté a Sábato, a Bioy Casares, a García Márquez en Cartagena. No había director de cine, actor de esa época que nos negara la entrevista. Depardieu, Catherine Deneuve, Emile Gibson, Jodie Foster, Bertolucci, Lelouch, Woody Allen antes de las polémicas, Coppola, Dustin Hoffman, Meryl Streep, Bob Fosse: todo eso conseguía Fontana. Y me daba viático para viajar y que no corriera ninguna penuria”, recuerda.
Vaya a saber si Fontana no veía en ese pequeño que crecía un sucesor, cuando el exconcursante se volcó a lo espiritual, Cacho se sorprendió mucho y le dijo: “Si tu conciencia te lleva por ahí, va a ser un paso muy sabio”. El vínculo no se rompió, aunque no se veían seguido se llamaban, y Fontana difundía todo lo que el ex chico Odol hacía por el mundo como cuando contó la historia de Gandhi desde los lugares donde había vivido. “Fue un creador sublime, un gran empresario y gran profesional, pero sobre todo conmigo fue una gran persona”, remarca Domínguez.
Pero además el chico que contestaba sobre mitología fue testigo de ese gran amor que vivió Fontana con Liliana Caldini. Él locutor transitaba los 38 y ella había cumplido 17. Se conocieron a la salida de la radio y fue uno de los grandes romances de la época. “Yo les hacía de Cupido, de mensajero del amor cuando había que decir una cosa, explicar otra; me sentía en éxtasis. La pareja más exitosa de la Argentina y yo ahí en el medio, diciéndoles que se amaran todo el tiempo, que no se enojaran, que había que entender los ritmos de vida, la diferencia de edad” revela pícaro.
El muchacho se iba caminando desde su casa en Montevideo y Córdoba hasta la casa de Fontana en San Isidro. “Caminaba esas 200 cuadras feliz y cuando llegaba, Cacho te explicaba, te enseñaba. Era generoso para compartir, muy gracioso, pícaro, algunas puteadas memorables que yo aprendí a esa edad y venía y se las contaba a mi abuela, fascinado, y mi abuela me decía: ‘¡Qué horror!’”.
Historias de radios
Si como locutor fue único y con el ciclo de preguntas marcó una época, fue en la radio donde hizo historia. El periodista Carlos Mollard fue parte de su equipo en Radio Argentina y esto cuenta: “Conocí un Cacho profundamente humano. Frágil. Era amigo de sus amigos, muchos del deporte, y Tito Lectoure sobresalía entre todos. A mi gusto, fue el comunicador y locutor más importante, el de mejor decir, el de la presencia elegante; las marcas comerciales no existían hasta que las decía Cacho”.
De todos las notas que hicieron juntos hay una que es la más emblemática. “Habíamos comenzado el programa Enhorabuena por Radio Argentina y la revista La Semana publicó una nota al destituido general Camps en la que el represor revelaba a quién le había dado coimas. Le propuse a Cacho hacer una nota con los denunciados, entre ellos, Francisco Manrique. Lo llamamos y cuando le pregunté al aire qué pensaba de los dichos de Camps contestó: ‘Es un hijo de puta’. Cacho se puso blanco, se mezclaron al aire murmullos y silencio. Era la primera vez que se decía una mala palabra al aire, estábamos en gobierno militar. Cuando el programa terminó, Cacho me pidió que nos reuniésemos. Fui a ese encuentro esperando lo peor y Cacho me dijo: ‘Pibe, andé pensando qué otras notas como esta podemos hacer, están hablando del programa en todas partes’. Ese era Cacho”.
Aunque Fontana era un profesional exitoso y un hombre deseado, también tenía sus momentos de pena. Mollard comparte que “solía llamarme cuando se sentía triste. Nos juntábamos en su piso de Libertador y yo lo escuchaba. Después que terminaba de hablar, cerca de una hora, me decía: ‘Bueno pibe, tengo mucho que hacer’. Yo no había dicho nada y me despachaba”.
Claudio Orellano es otro de los profesionales que trabajó con Fontana. “Para los que somos amantes de la radio fue una figura magistral, impactante. Profesionalmente es intachable. Fue la guía, la voz que nos sedujo y conmovió. De pibe lo escuchaba en la radio de mi abuelo en el Fontana Show y marcó un antes y después. A comienzos de la década del 70 inventó la mañana de la radio. Fue un visionario, un innovador que introdujo las unidades móviles donde estaba Magdalena Ruiz Guiñazú y Enrique Llamas de Madariaga. Era el programa líder absoluto”.
El exconductor de Crónica TV asegura que, pese a las diferencias ideológicas, siempre sintió un profundo respeto por Fontana. “Nadie puede cuestionarlo profesionalmente. En el 83 convocó a un casting de voces para Radio Argentina. Se presentan 200 voces y estoy entre sus cuatro elegidos, que empezamos alternar entre Radio Reloj con Ariel Delgado y Enhorabuena que conducía Cacho. Recuerdo su profesionalismo. Llegaba a la radio a las seis para preparar el programa que empezaba a las ocho. Su equipo lo integrábamos unas diez personas con profesionales como Liliana López Foresi, Enrique Macaya Márquez y Raúl Portal”.
“Yo duré cuatro meses -continúa Orellano-. Compartí una época compleja de él donde vivía muchos altibajos en su vida afectiva. Nos volvimos a encontrar en Rivadavia, en el programa Sexta edición. Él era un gran bastonero, un gran conductor. Más adelante, cuando se me empezó a conocer más por Crónica TV, Héctor Ricardo García lo convoca para grabar publicidades y forjamos una gran relación. Recuerdo un día que se enferma y García me pidió que grabara una publicidad que hacía él. Aproveché una pausa y grabé dos frases. Fontana se entera, me llama y me dice: ‘Claudio te agradezco que me reemplazaste, pero te quiero pagar por tu trabajo, decime cuánto’. Le contesté: ‘Nom maestro, para mí es un honor grabar tus publicidades, olvidate’. Pasaron unos días y una tarde en una pausa, aparece vestido impecable -era otra de sus características- y viene con un sobre largo y una tarjeta con su nombre real, Norberto Palese, y me entrega una corbata fina de seda italiana como compensación. Fue un gesto de amor que guardo en mi corazón. Lo volví a ver en Desestresados, un programa donde lo homenajeamos. Hoy ya no está, pero fue y sigue siendo una guía y lo recordamos porque es un grande y porque es un verdadero prócer de la radio”.
Sus décadas de trabajo en radio y televisión dejaron decenas de recuerdos invaluables y sellos personales. Liliana Manna, que acaba de ser galardonada en New York Festivals Radio Awards por su documental Malvinas 40 años: Nuestros Héroes Indígenas. Las otras voces, fue una de las productoras que se sentaba en esa mesa de Radio Argentina que relató Orellano.
“Cacho era el bastonero, la mejor palabra para definir a lo que hoy decimos un conductor de programa -destaca Manna-. Cacho repartía las cartas de una manera genial. Yo era flashera y daba las noticias de último momento, y verlo trabajar era una experiencia, un viaje de ida, digamos. Cacho saludaba al entrevistado, pero la entrevista la hacía el especialista, e intervenía si algo se complicaba. Otra de las cosas que aprendí de él fue lo que llamamos el mano a mano. Cacho les pedía a todos sus columnistas que se fueran. Así vi entrar a ese estudio de Uruguay 1237 de esa casona hermosísima, primer piso, a Luis Miguel de la mano de su papá para que Fontana lo entrevistara. También a Carlos Monzón con su altura impresionante y un lomo que imponía respeto. Otra con Leonardo Favio; esa fue imperdible. En esos reportajes solamente se hacía la pausa cada media hora para los noticieros”.
Las lecciones de Fontana, Manna luego se las trasladó a sus alumnos. “Fue un creativo, un generador de ideas. Fue el que metió cronistas en el exterior, el que sacó el móvil a la calle, fue prácticamente el creador de lo que llamábamos los programas ómnibus, que hoy llaman magazines. Quería hacer una mañana entretenida, pero donde el oyente tuviera un servicio: para él era importantísimo tener informada a la gente sobre el tránsito. Fue el primero en meter humor. Era un programa donde encontrabas todo; si no estabas escuchando a Cacho no te enterabas de todo”.
“Siempre asumió que su rol era el de repartir las cartas a sus colaboradores, a los que saben, a los que manejan el tema; no significa que él no estuviera informado -explica Manna-. Cuando se le ocurría, levantaba la manito dentro del estudio y el periodista que estaba haciendo la entrevista le daba el paso directamente a Cacho. Él se rodeaba de gente extremadamente profesional y capaz. Aprendías el respeto por el compañero, el respeto por la audiencia, el no te metas si no sabés. Y además, se divertía mucho. Es un tipo que hizo historia dentro de la radiofonía argentina, sin lugar a dudas. Recordarlo siempre está bueno. Fue uno de los grandes maestros de la radiofonía argentina. No había nadie que manejara el aire como él”.
Y si de algo estamos seguros que, en el cielo de las estrellas Fontana tiene asegurado un lugar… Con seguridad.
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