Empezamos esta crónica con un reto. Intente el lector recordar la película Flashdance sin cantar de inmediato What a feeling… bein’s believin’. I can have it all now, I’m dancing for my life (Qué sentimiento... ver para creer / Puedo tenerlo todo ahora, estoy bailando por mi vida). ¿Lo logró? Es casi imposible no tararearla. Si un mérito tuvo la película dirigida por Adrian Lyne es lograr poner a toda una generación a bailar y cantar, además de convertir polainas y remeras que muestran un hombro en moda. Es que Alexandra Owens, esa joven de Pensilvania que soñaba ser bailarina mientras trabajaba de soldadora logró que todas las chicas que la veían en pantalla pensaran que bailar era sencillo y que volar por los aires era fácil. Algo que no fue ni tan fácil ni tan sencillo de llevar al cine.
Cómo se gestó el guion de esta película merece su propio guion. La historia oficial asegura que salió de la creatividad de Thomas Hedley Jr. Pero parece que su idea no fue original sino que se basó en la vida de Maureen Marder y Gina Healey, dos strippers de Toronto. Hedley las conoció cuando era periodista y luego de una jornada laboral ya sea agobiante o aburrida se iba a despejar o divertir en clubes nocturnos con entradas acordes a su magro sueldo. En uno de eso tugurios conoció a Marder que le contó que alternaba su trabajo de bailarina hot con tareas de albañil. Sus compañeros de fratacho y el mismo Hedley no podían creer que la misma chica que alzaba bolsas de cemento por la mañana, bailara sensual por las noches. Gina, por su parte, deslumbraba con sus bailes no tan sensuales pero con acrobacias dignas no de Maya Plisetskaya pero sí de Nadia Comaneci.
La vida de Marder y Healey era tan cautivante que Hedley decidió escribir un guion y enviarlo a diversos estudios. Cambió la protagonista albañil por una chica soldadora, mantuvo las dotes gimnásticas y de coprotagonista en vez de un periodista curioso y pobretón colocó a un ricachón deprimido por su reciente divorcio. Para terminar de convencer a los productores de lo bueno de su guion lo acompañó con fotos auténticas de las chicas. Para Hedley, la historia tuvo un final que no sabemos si fue feliz pero al menos sí redituable, su idea fue aceptada y muy bien pagada pero a las bailarinas no les fue tan bien. Mal asesoradas firmaron un acuerdo con la productora en el que renunciaban a cualquier derecho sobre su historia a cambio de solo 2.500 dólares.
Con el guion aceptado se comenzó a buscar un director. David Cronenberg y Brian De Palma rechazaron el trabajo. Adrián Lyne fue la tercera opción, el británico solo había dirigido una película, Foxes pero era uno de los mejores directores publicitarios. Guion en mano, Lyne no estaba convencido de aceptar y no porque tuviera planes mejores sino porque la historia le parecía tonta. Al director frases como “Cuando abandonas tus sueños, mueres” y que la película se tratara de un romance con alegato de metas logradas no le parecía gran cosa y propuso sumar una trama más sórdida que incluyera abuso en la niñez. Sus ideas fueron rechazadas. Pese a todo aceptó dirigirla. “No estaba loco y por eso lo rechacé, un par de veces. Quizás tres. Pero sabía que iban a gastar los 8 millones de dólares en la película, así que finalmente acepté. Supongo que demuestra que de verdad se debe tener una mente abierta. Creo que es muy peligroso esperar y esperar a que aparezca la película perfecta”.
Para el rol de Alex, se pensó en Demi Moore, Melanie Griffith, Daryl Hannah y Jamie Lee Curtis. Alguien propuso el nombre de Jennifer Beals que tenía 18 años, terminaba el secundario y solo había tenido un papel menor en la comedia juvenil My Bodyguard junto a Adam Baldwin y Matt Dillon. Una leyenda asegura que Beals estaba sin un dólar antes de presentarse a la audición, tanto que durmió en un banco del Central Park la noche anterior a su prueba.
Existen dos versiones de por qué la eligieron. Desde Paramount aseguran que consultaron a distintas secretarias y asistentes que trabajaban en el estudio para que votaran qué actriz les resultaba más amigable y Beals se impuso. El coguionista Joe Eszterhas da otra versión: sondearon a unos 200 técnicos y mecánicos que decidieron que Jennifer era la más atractiva de todas. “No era la mejor bailarina, pero era muy dulce”, declaró Eszterhas.
Como en todas las historias románticas de la época, era necesario un hombre para allanar el camino de la heroína. Nick Hurley, (alerta spoiler) interpretaba al jefe de la metalúrgica en la que Alex era soldadora de día para comer, mientras bailaba en un club nocturno para soñar. Él gracias a sus contactos le consigue una audición en la compañía a la que ella aspiraba entrar. El hombre la doblaba en edad y entre los candidatos a ocupar el rol estaban John Travolta, Mel Gibson, Richard Gere y un, en ese momento desconocido, Kevin Costner. Incluso sondearon a Gene Simmons, el bajista de Kiss, quien lo rechazó porque no quería que su imagen de chico malo cambiara por la de un dulce príncipe salvador. El elegido resultó Michael Nouri. Fue el conde Drácula en La maldición de Drácula, el mafioso Lucky Luciano en la miniserie Crónica de gángsters, no era tan famoso como los otros candidatos pero su salario era mucho más accesible y su agenda estaba libre.
Apenas comenzó la filmación surgió un gran problema. Beals bailaba bien, se movía con gracia pero no era una profesional de la danza ni contaba con la técnica que brindan los años de formación. Así que recurrieron a dobles.
Dos de las escenas más recordadas, cuando descarga un chorro de agua mientras baila con una silla, y la audición final donde deslumbra a los conservadores jueces no son protagonizadas por ella. En la del agua la que baila es la actriz francesa Marine Jahan. La gimnasta Sharon Shapiro se encargó de filmar las escenas que incluían acrobacias y el bailarín Richard Colón hizo la secuencia de breakdance del baile final, eligieron a un varón porque ninguna de las dobles podía realizar las piruetas. Para que pareciera una bailarina, al bailarín lo obligaron a usar una peluca y depilarse las piernas, pero cuando le pidieron que se quitara el bigote dijo “hasta acá llegamos”. Según dicen y si se tiene el tiempo y la paciencia de observar la escena final cuadro por cuadro se puede comprobar a la bailarina con bigotes. Y un detalle más, para que no se notara el trabajo de los dobles, las escenas de baile se rodaron con una luz tenue que impedía ver que la que parecía bailar en realidad no bailaba.
Otras dos situaciones que en la pantalla impactaban y después se imitaban en la vida real fueron producto de la casualidad. La remera de cuello ancho que luce Beals y deja su hombro descubierto no fue creación del equipo de vestuario sino un aporte de la actriz. Según reseña Vanity Fair, la joven tenía una camiseta favorita que encogió después un mal lavado, como quería seguir usándola, le hizo un agujero en el cuello y se presentó con ella en la audición. A Lyne le encantó el look y se convirtió en uno de las imágenes asociadas para siempre con Flashdance.
Otro de los momentos favoritos de los espectadores y que más de una imitó es cuando Alex se desprende el corpiño sin quitarse el jersey. El director había visto a Beals hacerlo de manera automática en los cambios de vestuario y decidió incorporarlo al personaje. Alex llega a su casa y realiza el mismo gesto que millones de mujeres realizan cada día, no para sentirse sexis sino para sentirse cómodas y así se refleja en la película. Si el guion era flojo y las escenas de baile, impactantes; un tercer elemento resultó inolvidable: la música. La banda de sonido incluye temas interpretados por Laura Branigan, Donna Summer y Maniac con Michael Sembello. En la primera versión de la película, la canción final What A Feeling era cantada por un hombre. El productor Don Simpson y Adrian Lyne pensaron que si la protagonista era una mujer, la canción debía ser cantada por una mujer y decidieron llamar a Irene Cara.
Tres años antes, Irene había sido Coco Hernández, una de las protagonistas de Fama, la película dirigida por Parker donde interpretó Fame, la canción principal, y también, Out Here on My Own, la otra melodía de la película. Su voz era tan increíble que en los premios Oscar fue la primera vez que dos canciones de un mismo film e interpretadas por la misma persona quedaron nominadas en la misma categoría. Cara no solo era una buena voz. Cuando los productores de Flashdance la llamaron mientras viajaba en taxi hacia el estudio de grabación reescribió la letra original de la canción que unas horas después interpretaría.
En el estudio la esperaba el compositor de la música, Giorgio Moroder, que ya había puesto a bailar a todos con sus temas interpretados por Donna Summer. Con Cara lograron una canción intensa que se llevó el Óscar a la Mejor Canción, un Grammy a la Mejor Interpretación Pop Femenina, un Globo de Oro a la Mejor Canción Original, y los Premios de la Música Americana a la Mejor Artista Femenina de R&B y al Mejor Single Pop del Año. El álbum vendió 20 millones de copias en todo el mundo y desbancó a Thriller de Michael Jackson luego de 17 semanas como número 1 en Billboard. Pero sin duda el mayor premio fue que What a feeling se convirtió en un emblema de superación y de esperanza para aquellos que creen que los sueños se cumplen.
Con la película terminada, el estudio dudaba en estrenarla. Les parecía un híbrido, palabra que no se usaba mucho en ese momento. No era una historia de amor clásica -luego de hacer el amor el hombre se despierta solo en su cama porque ella se fue a trabajar, algo revolucionario hace 40 años- tenía bailes y música pero no era una comedia musical. La única ejecutiva que creía en la película era Dawn Steele, una autodidacta del marketing que en 1987 sería la primera mujer en dirigir una compañía de cine (Columbia). Según el programa E! True Hollywood Story, su impensada aliada resultó ser la esposa de uno de los mandamases de la Paramount que lo acompañó a una de las funciones privadas y le gustó tanto el filme que lo convenció de estrenarlo.
La película llegó a los cines de Estados Unidos el 15 de abril de 1983, los críticos la destrozaron pero el público la amó. Recaudó 200 millones de dólares en todo el mundo. Sin embargo, al tiempo de estrenar se armó una gran polémica. Antes de comenzar las entrevistas promocionales, una de las productoras le ordenó a Beals que, para no romper la magia de la película, no hablara de sus dobles, de hecho sus nombres no aparecían en los créditos finales. Ella respondió que hablaría de ellos porque habían trabajado mucho, eran fantásticos y se lo merecían. “Nunca ignoraría al doble de cuerpo, porque para mí son parte del equipo. Y una buena película los necesita a todos, desde el técnico de sonido hasta el escritor”, aclaraba o como se suele decir “ponía los puntos”. Y así lo hizo.
Después de Flashdance, Jennifer parecía destinada a convertirse en la nueva mega estrella de Hollywood. Eso no sucedió y un rumor de la época decía que fue el precio que pagó por haber desobedecido y ser solidaria con sus compañeros. La respuesta era menos conspirativa. La actriz prefirió dedicarse a estudiar literatura en la Universidad de Yale. “La forma en que pensaba era: Me encanta la universidad, me encanta aprender, me encanta la experiencia de estar en un aula y eso es lo que decidí hacer. Filmé Flashdance cuando me gradué de la escuela secundaria y luego continuar mi educación en la universidad parecía el siguiente paso lógico. Ni siquiera dudé un segundo. Por el contrario, estaba emocionada porque quería volver a estudiar”, confesó Jennifer. No hubo dinero ni fama que la convenciera. Una vez graduada volvió a la actuación, pero sin repetir el éxito de Flashdance.
En la actualidad, Jennifer está casada con Ken Dixon, con quien tiene una hija, practica la filosofía budista y es aficionada a la fotografía. Sigue actuando, en 2019 fue parte de After, aquí empieza todo. Asegura no estar dispuesta a alejarse de la actuación nunca más mientras seguramente sigue cantando en la ducha y a los gritos What a feeling…
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