Hace poco más de un año, Virginia Innocenti sufrió un accidente mientras manejaba en la ruta, del que salió viva “de milagro”. Fue el corolario de un periodo difícil para la actriz y cantante, de muchas pérdidas y duelos. Pero ahora es tiempo de renacer: este sábado se presentará junto a Esteban Morgado en Café Berlín, de Villa Devoto. Allí, con el show Unos Tangos, promete “versiones preciosas de unos cuantos clásicos y algunas cositas con las que los vamos a sorprender”.
—En estas horas trascendió que tu exmarido, Armando Córdova, fue denunciado por abuso sexual.
—Estuve casada con Armando Córdova desde diciembre de 2009 a octubre de 2010. Desde entonces no he tenido ningún tipo de contacto con él, de modo que desconozco por completo lo que mencionás. Por sororidad y respeto a las trayectorias de cada une, pediría que nos llamemos cada cual por nuestro nombre, sin dar cuenta de nuestros vínculos o exvínculos.
—¿La música te ganó por completo?
—Yo empecé cantando en realidad. A los 16 años ya había armado un espectáculo medio de café-concert en el que cantaba mis propias canciones, bailaba, recitaba. Y a los 18 me contrataron para mi primer protagónico en televisión y de ahí no paré, hasta el día de hoy. Bueno, estos dos últimos años paré un poco. La gente me conoce más como actriz, pero en el 2000 saqué mi primer disco, Habrá, porque quería volver a la música.
—Si tuvieras que elegir tres momentos de tu vida que te hayan marcado, ¿con cuáles te quedarías?
—Creo que fue Rayuela, de (Julio) Cortázar: interpretar a La Maga en el teatro Payró en versión de Ricardo Monti, uno de nuestros dramaturgos más importantes. Después en 2015, mi primer trabajo como directora: fue una versión de La oscuridad de la razón, de Ricardo Monti. Y el estreno de mi obra Dijeron de mí, sobre la vida y obra de Tita Merello, que es de mi autoría y es la primera que se hizo sobre Tita.
—Si pienso en la actriz, nos regalaste algunas de las malas más amadas de nuestras ficciones.
—Yo tengo algo para decir al respecto, que tiene que ver con eso de deconstruirnos un poquito, ¿no? Porque en realidad la única vez que hice lo que se llama una mala de telenovela, así como una especie de Cruella de Vil, un personaje prototípico y casi te diría de cotillón, fue en el 92, que fui la contracara de Andrea del Boca en Antonella. Ahí sí era la mala.
—Qué divertido hacer la mala.
—Sí, yo trataba de ponerle mucho humor: que existiese un quiebre, un guiño para el espectador que sabía ver eso. Porque era muy mala, pero al momento de ligar los sopapos, yo nunca le tiré del pelo a Andrea del Boca: la que se ligaba todos los golpes era yo. Después lo que sí interpreté fueron mujeres contestatarias, que reclamaban sus derechos. Cuando hacía Los machos, por ejemplo, como la pareja de Rodolfo Ranni. Ahí era la madre de un bebé con un señor que no se hacía cargo del niño para nada. Y bueno, a veces se ponía un poquito nerviosa esta mujer, ¿no?, pero con cierto derecho. Y después he interpretado personas con algunos problemitas.
—Libertad, en ATAV...
—Claro, bueno, Libertad. Aunque me parece que es algo un poquito más sofisticado ¿no? ¿Es mala una persona enferma? ¿Es mala una persona que es violenta porque ha sido violentada?
—Hubo un espectáculo tuyo que hablaba mucho de vos, donde recordás a tu abuela, tu bisabuela...
—La sangre, agua y desembarco.
—¿Había cosas que sanar?
—Y... siempre tenemos cosas que sanar. Había cosas que contar. Todos los autores, todos los artistas, estamos haciendo un recorrido personal y tramitando nuestra existencia para poder después conectar con los seres que te dieron origen y poder entender; estoy hablando de mamá y papá, ¿no? Creo que a los seres humanos nos lleva la vida entera ese vínculo, porque todos deseamos ser amados y elegidos, y mirados en realidad. Una vez revisado este vínculo original con las personas que nos dieron la vida, y la historia familiar, y el linaje y todo eso… Yo, por ejemplo, siento que ahora estoy como liberada de esos ropajes, incluso del ropaje del nombre. Quisiera que el tránsito por esta vida me dé un poquito de sabiduría, como para que en el momento en que me toque morir no lo viva como algo espantoso, sino como otro estadio de la vida.
—Quiero volver un poquito al peso del nombre. ¿Virginia era tu abuela o tu bisabuela?
—Mi bisabuela; la abuela de mi papá. Ella astaba casada con un orfebre que viajó primero a Río Grande do Sul, al Sur de Brasil, y puso una joyería con un socio italiano. Le empezó a ir muy bien, entonces la fue a buscar a Bologna con sus cuatro hijos y cuando llegan a Río Grande do Sul, el socio se había ido con todo. A mi bisabuelo le da un ataque, tienen que navegar al hospital más cercano, que quedaba en el Uruguay, y ahí fallece mi bisabuelo. Entonces Virginia se queda sola, viuda, en el Uruguay, con mi abuelo Francisco de un año, y se tiene que volver a Bologna, donde vivieron las dos guerras. Mi papá luego con mi abuelo Francisco y mi abuela Francesca, vienen en el 48 en el barco, después de la Segunda Guerra.
—O sea, tu papá termina llegando acá a sus 17 años, y a vos te nombran por esa bisabuela, que venía con todo ese sufrimiento.
—Sí, pero ellos no lo pensaron así. Porque yo un día les digo: “¿Qué estaban pensando? Si me llamo Innoccenti de apellido, ¿cómo me ponen Virginia Beatriz? ¿No es un poco pesado?”. Virgen, beata, inocente. Les digo: “¿No es mucho?”. Ahí se miraron y dijeron: “Ah no, no, nunca lo pensamos así. Te pusimos Virginia por la abuela Virginia, que fue una mujer muy intrépida”. Ella antes de decidir mudarse a América había cruzado el océano como siete veces por amor a su marido, al padre de sus hijos. Y Beatriz por Beatrice, del Dante: sacar a las almas del infierno y acompañarlas (risas). Pero el otro día estaba leyendo y también Beatriz significa la que trae alegría. La que da alegría. Y eso coincide mucho con lo que deseaba mi familia con mi llegada a este mundo.
—¿Hubo mucho peso en vos puesto a lo largo del crecimiento? ¿Ahí se empieza a complicar un poco todo?
—No, se complica en el 76, cuando coincide que fallece mi abuelo materno y la dictadura militar. Ahí viene la oscuridad. A mí me encantaba ir al colegio, era un colegio de monjas pero eran monjas progresistas, era muy piola la educación que teníamos ahí. Y había un teatro increíble: se abría a la comunidad los sábados, se hacían obras, se proyectaba cine. Entonces yo, a los cuatro años ya estaba bailando el charleston en un teatro, con sus telones de pana, con sus aforos. Era una sala hermosa.
—Muchas veces le has puesto el cuerpo a causas sociales.
—Eso siempre. Para ser un buen intérprete, hay que conmover y conmoverse. Incomodar, en el mejor sentido lo digo. Siempre me conmovió el dolor ajeno. Uno tiene que ser empático. Te agradezco este recordatorio, porque ahora a mí me emociona muchísimo lo que está pasando con las pibas, pero a veces siento un poquito que pareciese que esto empezó hoy. Y nos hemos tenido que fumar... Yo le agradezco a Tita, a tantas: a mi madre, a mis hermanas, a mis ancestras. Hace bastante poco que siento que estoy disfrutando de ser quién soy. Pero he pagado mucho impuesto.
—Tuviste un accidente muy importante.
—Sí. En realidad, primero decidí irme a vivir a las sierras en Córdoba, a Traslasierra. Eso fue a principios de 2021, porque el 2020 había sido tremendo para mí. Después que fallecieron mis padres, yo venía de varios años de asistirlos, me separo. En 2020 además murió uno de mis mejores amigos. Me voy en busca de oxígeno, necesitaba vivir en contacto con la naturaleza. Cuando la cosa se empezó a abrir y nos invitaron a Mendoza para febrero del 2022, me dijeron: “¿Querés que te pongamos un avión de Córdoba a Mendoza?”. Les digo: “No, porque estoy acá nomás”.
—Te fuiste manejando.
—Me agarró la noche y una tormenta tremenda, y a diez minutos de llegar a Mendoza volqué con el auto. Mi perra y yo estamos vivas de milagro. Un punto en la cabeza me tuvieron que dar. Podría haber sido una tragedia realmente.
—Con el trabajo que vos venís haciendo, de repensarte, ¿qué creés que pasó esa noche?
—¿Viste que decían que el 22, el 2 del 2 del 22, se abría un portal de no sé qué? Bueno, se ve que yo entro así a los portales (risas).
—¿Pero fue un volver a nacer?
—Sí, sí. De hecho este año, yo cumplo el 15 de enero pero lo festejé el 21 de febrero: celebré mi primer año de nueva vida.
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