Con ninguno de sus hijos es tan duro como con Kendall (Jeremy Strong). Logan Roy (Brian Cox), el patriarca del grupo de medios Waystar RoyCo perdió las esperanzas con su primogénito, Connor (Alan Ruck), parece disfrutar secretamente de la irreverencia de Roman (Kieran Culkin), y tiene una debilidad que no oculta por Shiv (Sarah Snook); pero no puede evitar irritarse ante la torpe búsqueda de poder y aprobación paterna de Kendall en la carrera de sus herederos por quedarse a cargo de la empresa que fundó y aún lidera con mano de hierro pese a que su salud se resquebraja.
Ese es el eje central de la trama de Succession, la serie de Jesse Amstrong inspirada en la historia del clan Murdoch –aunque con giros que recuerdan a la guerra por la herencia de los Sulzberger, la familia dueña del New York Times; o los Bancroft, que vendieron el Wall Street Journal a News Corp; o a cualquier disputa entre hermanos por una herencia millonaria– que acaba de estrenar su cuarta temporada por HBO.
Pero lo que se sabe desde diciembre de 2021, cuando un extenso perfil de Strong/Kendall Roy en el New Yorker reveló que es un practicante fervoroso del método Stanislavski, es que mucha de la tensión que se ve en pantalla es tan genuina como el hartazgo que provocan sus excentricidades en el set.
Si en la serie Kendall suele tomarse todo tan en serio que resulta ridículo, y más cuando se trata de su padre, la elección de Strong para el personaje parece haber sido perfecta, escribió entonces Michael Schulman en el New Yorker: “Es un jugador del fondo que se pasó la vida aspirando y maniobrando para ocupar el lugar de sus dioses actorales”, desde que era el adolescente de los suburbios de Massachusetts que empapeló la pared de su cuarto con los pósters de Daniel Day-Lewis en Mi pie izquierdo (1989), Al Pacino en Tarde de Perros (1975) y Dustin Hoffman en Rain Man (1988).
Para Strong, no se trataba entonces sólo de sus actores preferidos; “sus carreras fueron un mapa que siguió obsesivamente”, sostiene Schulman. Y cuenta que, en cuanto tuvo edad para hacerlo, el actor logró entrar como staff en las películas de sus ídolos para verlos de cerca y copiar sus técnicas actorales de inmersión total.
Si Kendall es un hombre que espera su turno con desesperación, como describió el propio Strong en más de una oportunidad, al actor ese turno le llegó con su papel en Succession, que –tras una carrera llena de roles menores– finalmente le dio el reconocimiento de dos Emmy (en 2020 y 2022).
En su nota del New Yorker, Schulman le pregunta al veterano actor británico Brian Cox/Logan Roy, formado en la tradición de las compañías de teatro shakespeareanas, cómo es trabajar con Strong y su método (según él no es estrictamente el de Stanislavski, sino que consiste en dejarse tomar totalmente por el personaje, su historia, sus emociones y su contexto). Cox respondió entonces como si en efecto fuera el padre de su colega: “El resultado al que llega es tremendo –dijo condescendiente–. Pero me preocupa lo que se hace a sí mismo. Me preocupan las crisis en las que entra para preparar el personaje. Simplemente siento que tiene que ser más amable consigo mismo y, por lo tanto, tiene que ser un poco más amable con todos los demás”.
Como Kendall y Logan, Strong y Cox tienen miradas opuestas sobre cómo actuar. La técnica actoral de Cox podría describirse como “prenderse y apagarse”: dar todo en escena y después dedicarse a vivir y disfrutar de su talento. O como le recomendó hace poco a Strong en una nota con Town & Country: “Cuando tengas el don, celebrá el regalo y después volvé a tu trailer y relajate… fumate un porro, ¿sabés?”.
Hay una comparación recurrente desde que la interna trascendió: el famoso cuento de cuando en 1976 uno de los héroes de Strong, Dustin Hoffman, filmaba Maratón de la muerte y pasó tres noches de gira antes de una toma en la que tenía que parecer mal dormido. Por entonces, otro británico fuera de serie –sino el mejor– y también lo suficientemente grande como para tolerar pavadas en el rodaje, Lawrence Olivier, encaró al joven Hoffman sin rodeos: “Mi chiquito querido, ¿por qué no probás actuando?”, le dijo. La frase pasó a la historia del cine detrás de escena.
Cox le dijo a Schulman algo parecido y también hizo notar la grieta transatlántica: “Los actores son gente graciosa. Trabajé con otros actores intensos antes. Y creo que es una enfermedad americana, esta incapacidad de olvidarse de ellos mismos mientras hacen el trabajo”. Y en una masterclass durante el Festival Internacional de Cine de Toronto, en septiembre último, fue todavía más directo: “No me banco mucho toda esa mierda americana de tener que pasar por una experiencia religiosa cada vez que hacés un papel. Yo no me engancho con los personajes que interpreto, los dejo atravesarme. Como actores, la clave es estar listos para aceptar lo que viene. Te parás ahí y aceptás lo que sea que te tiren. Se trata de eso”.
Aunque Cox es el más vehemente, no es el único colega que se queja de que Strong sea “tan jodidamente irritante” en la filmación que se reparte entre Nueva York, Londres, Croacia, Islandia e Italia: actores y técnicos estadounidenses y más jóvenes que Cox también se ríen de la solemnidad del émulo de Day-Lewis. En off, revelan que en Los 7 de Chicago (2020) pidió que le tiraran verdadero gas pimienta para simular las protestas de 1968 –sin importar que no sólo lo iba a afectar a él– del mismo modo que suele reclamar a la producción detalles que en general sólo lo hacen ver como un “energúmeno que cree que el tiempo de los otros nunca importa tanto como él”.
Entre otras extravagancias, se niega a ensayar con sus compañeros porque quiere –como él mismo confesó– “que cada escena se sienta como encontrarse con un oso en el bosque”. Kieran Culkin, hermano de Macaulay en la vida real y hermano díscolo del personaje de Strong en la ficción, le dijo al New Yorker que era difícil para él describir su proceso, porque realmente no lo veía: “Se mete en una burbuja… eso puede ser algo que lo ayude, pero puedo asegurar que a mí no me ayuda en lo más mínimo”.
Culkin contó que después de la primera temporada, Jeremy le dijo algo tipo: “Me preocupa que la gente pueda pensar que este show es una comedia”. El chico que debutó con un pequeño papel en Mi pobre angelito (1990) junto a su hermano superestrella le contestó con la simpleza de lo obvio: “Creo que el show es una comedia”. Strong pensó que le estaba haciendo un chiste. La verdad es que Succession transita entre el drama y la comedia negra, pero, como dice su creador: “Esa es exactamente la razón por la que convocamos a Jeremy para ese rol. Porque no está actuando como en una comedia. El actúa como si fuera Hamlet”.
Y claro, ese es otro punto de fricción con su padre en la historia, un actor que en efecto se consagró con Rey Lear mientras Strong sólo soñaba con su gran momento. En una nota con GQ el mes pasado, él mismo se refirió a la nota viral de Schulman en el New Yorker (“Mis quince minutos de vergüenza, que han tenido una larga cola”) y dijo sobre los comentarios del patriarca de los Roy: “Brian Cox se ha ganado el derecho de decir lo que quiera. Siento mucho amor por mis hermanos y mi padre en el programa. Y es como una familia en el sentido de que, y estoy seguro de que ellos también dirían esto, no siempre te gustan las personas que amas. Pero siempre los respeto”.
La última vez que le preguntaron por su hijo en la ficción, hace una semana y en medio de la rueda promocional por el lanzamiento de la que se sospecha será la última temporada de la serie, Cox pidió que ya no lo hicieran hablar de eso: “Es un muy buen actor. Y tanto yo como el resto del elenco estamos okay con su trabajo. Pero conocer a un personaje y lo que hace o saber actuar es sólo una parte de las habilidades en un set”.
Culkin también reveló que en las brillantes escenas entre los hermanos en disputa, donde hay mucho de improvisación, alguna vez Snook aprovecha para decirle a Kendall desde su personaje de Shiv: “Por favor, callate de una buena vez”.
Y es que, al final, lo que se ve en la ficción es tan real como la convivencia con un familiar insoportable. Al final, como aseguran algunos, tal vez el método esté funcionando mucho más de lo que creen los miembros verdaderos de ese clan imaginario, disfuncional y rico que son los Roy, y la guerra por el método que se cuece detrás de cámaras sea el fuego de esa guerra tan creíble que se ve en el extraordinario drama satírico de HBO.
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