¿Te acordás?,
habíamos quedado en ir de vacaciones,
o de juntarnos todos los chicos a tomar cerveza.
Pero estoy solo, ni vos ni ellos han vuelto.
Y yo camino mirando a ver si los encuentro.
Me junto con sus madres, padres, hermanos,
tíos, amigos,
y no sé qué decirles, ¿dónde están las palabras para ellos?
Poesía de Pablo Díaz para Claudia, Junio de 1985 (fragmento)
4 de septiembre de 1986. A sala llena, en el cine San Martín de la ciudad de La Plata se estrena La Noche de los Lápices. Una voz anónima anuncia que estallará una bomba. Hay resquemor, hay cuidado pero no hay miedo. La proyección comienza. El silencio invade todo. Termina la película, hay lágrimas, hay ovación, hay memoria, hay presencia de los ausentes.
10 de julio de 1987. Festival de Cine de Moscú, finaliza la proyección de La Noche de los Lápices. Un crítico alemán se acerca a uno de los protagonistas: “Si no hubiera sabido que eso ocurrió en la Argentina y que mi país vivió el Holocausto, esa película debería estar catalogada dentro del género de ciencia ficción”.
La película La Noche de los Lápices recrea uno de los hechos más tristes de la historia argentina reciente. Entre el 9 y el 21 de septiembre de 1976, grupos de tareas secuestraron a diez estudiantes de colegios secundarios de La Plata. Los chicos, que tenían entre 16 y 18 años, fueron llevados por pedir la creación de un boleto estudiantil, pero en realidad habían sido “marcados” por la dictadura como “delincuentes subversivos” por sus militancias políticas. La noche del 16 se realizaron la mayoría de las detenciones ilegales. Fue “La Noche de los Lápices”.
Diez años después, el director Héctor Olivera decidió contar esa historia. No era la primera vez que se metía con episodios trágicos de nuestro pasado, en 1974 dirigió La Patagonia rebelde y en 1983 rodó No habrá más penas ni olvido. Para La Noche de los Lápices se basó en los testimonios de los sobrevivientes y en el libro homónimo de María Seoane y Héctor Ruiz Núñez. Él junto a Daniel Kon escribió el guion.
Con el texto escrito comenzó la búsqueda de los actores. La convocatoria se realizó a través de un aviso publicado en un diario, se presentaron cuatro mil jóvenes. Durante un mes se realizaron pruebas y quedaron seleccionados Alejo García Pintos (Pablo Díaz), Vita Escardó (Claudia Falcone), Pablo Novak (Horacio Ungaro), Adriana Salonia (María Clara Ciocchini), Pablo Machado (Claudio de Acha), Pepe Monje (Panchito López Muntaner) y Leonardo Sbaraglia (Daniel Racero).
Comenzar a filmar no fue fácil, el dolor y la tristeza rondaban. Las familias cedieron ropas de sus hijos desaparecidos para que los actores las usaran. Muchas escenas se filmaron en las casas de los chicos secuestrados que, diez años después, conservaban sus cuartos intactos. “El de Claudia Falcone estaba igual que cuando se la llevaron, con la carpeta de su colegio abierta y su saco en el respaldo de la silla” -le cuenta Alejo García Pinto a Teleshow. Pero sin duda el trompazo más fuerte de memoria lo sintió el segundo día cuando le tocó grabar la escena en que se llevan a Pablo. “Su papá y mamá miraban y de alguna manera revivían la pesadilla. Termino, bajo por una escalera y me quiebro, me largo a llorar”. Ahogado por la angustia lo rescató un abrazo. “Era Pablo, me decía ‘vamos, vamos, esto recién empieza. Hay que hacerla, vamos a hacer historia. Él me daba fuerzas a mí”. El actor comparte que sentía una gran responsabilidad por representar bien y entender un poco lo que habían vivido esos chicos y que guarda en su alma la generosidad y la solidaridad de Pablo Díaz, el sobreviviente.
A punto de volar por trabajo a Barcelona, Leonardo Sbaraglia recuerda: “Tenía 16 años, estaba en cuarto año del secundario. Fue una experiencia personal más que cinematográfica. Me instalé casi dos meses en La Plata y en el colegio me dieron un montón de posibilidades para no quedar libre por faltas. Lo que contábamos era tan importante que apenas se estrenó ya estaba dando charlas en los colegios sobre la película y lo que narrábamos”. El día del estreno hubo una amenaza de bomba: “habían pasado solo tres años de democracia y la dictadura seguía cerca, pero ninguno sentía miedo sino orgullo por participar en algo tan importante para nosotros y la historia”.
En el rol de María Clara, Adriana Salonia comparte con Teleshow que La noche “fue un antes y un después, tanto en lo personal como en lo profesional mi vida dio un vuelco de 180 grados. Conocía la historia pero nada como pasarla por el cuerpo, me atravesó por completo. Creo que ninguno de nosotros volvió a ser el mismo”. La actriz cuenta que conoció a la mamá, la hermana y la mejor amiga de Clara, quien tomó una actitud muy particular: “Durante la filmación muchas tardes me buscó en el hotel y me llamaba María Clara. Le decía que no era mi nombre y me contestaba que así le regalaba unos días más con su amiga. Y así siguió llamándome hasta el final”.
El primer día tuvieron que filmar en el campo de concentración. “Nos maquillaron, ensuciaron el cuerpo, hicieron las heridas, nos vendaron los ojos y nos metieron adentro de esas celdas. No fue necesario hacer ningún ejercicio de memoria emotiva. Nos pasó todo”, narra Salonia y reflexiona “creo que a partir de ahí empezó el proceso que necesitábamos vivir para para poder hacer estos personajes que, aunque compartíamos la edad, nos superaban en coraje y en valor. Fue muy muy fuerte ese día, recuerdo haberme encomendado a María Clara. ‘Donde quiera que estés guiame, quiero ser un instrumento para vos’”. Si le preguntan qué la diferencia de María Clara su respuesta es demoledora: “Nosotros sabíamos que nos harían, ellos no. Desconocían la saña y la maldad con la que los tratarían”. La escena de la violación se grabó directamente y la actriz fuera de guion gritó “mamá”. “Tuvimos que repetirla porque Olivera me recordó que la mamá estaría en la sala”. Con esa carga emocional se entiende cuando asegura que el día del estreno “no fue ‘arreglarse’ para ir a un evento, era un compromiso de militancia y así lo vivimos todos”.
Filmar en los lugares reales donde habían vivido los chicos secuestrados y estar acompañados por sus familiares generaba una gran carga emocional. Pablo Novak recuerda que era pleno Mundial del 86, el de Maradona y la mano de Dios. “Yo que me prendo fuego en los Mundiales porque es algo que me importa mucho, estaba tan afectado emocionalmente y compenetrado que no le di ni bola a los partidos”. El actor en ese momento tenía 20 años y su personaje, 16. “Vengo de una familia de artistas y mi papá me había contado lo que había pasado. Lo sabía, lo sentía, pero esta película me llevó a conocerlo en profundidad. Vi los lugares donde se torturó, le puse nombre y rostro a las víctimas”.
Olivera decidió rodar íntegramente la película en La Plata, pero además los actores que interpretaron a los chicos desaparecidos vivieron en las casas de sus familiares y empezaron a sentir la vida que llevaba cada uno. “Me impactó mucho el contacto muy directo con los familiares de Claudia. Filmar en su casa, conocer a su mamá, a su hermano con los que sigo en contacto. Fue muy intenso para los compañeros que sobrevivieron vernos tomar esos roles desde un lugar de mucha responsabilidad y amor. Una de las vivencias de esa película fue darme cuenta de que lo que hacía era algo importante y aunque era jovencita tenía conciencia que eso quedaría en la historia”, le relata Vita Escardó a Teleshow. Ante algunas críticas por derecha y por izquierda que la película todavía recibe, la actriz señala que “es un objeto artístico. Es la mirada de Héctor Olivera que ya venía de experiencias de contar historias de nuestra patria. No es un documental, es una mirada y eso hay que poder pensarlo”.
Aunque el dolor rondaba no paralizaba. En la ciudad de La Plata, 1200 personas habían sido secuestradas y siguen desaparecidas. Muchos vecinos se acercaban para colaborar y pedir que contaran para no olvidar. Había momentos distendidos, según relata la agencia de noticias Blanco sobre Negro, Olivera le pidió a las autoridades y al Centro de Estudiantes del Normal 3 (hoy Escuela Secundaria 34 La Plata) permiso para usar las instalaciones y que algunos estudiantes hicieran de extras. Aceptaron pero a cambio tuvo que donar algo que en esa época era una rareza: una videocasetera.
Otro momento tragicómico se vivía en las escenas de las manifestaciones. Es que los chicos contratados como extras, adolescentes al fin, se abalanzaban con tal de salir en primer plano. Olivera a los gritos les pedía que se calmen más como un preceptor que como un director de prestigio.
Todos los actores coinciden que participar en La Noche de los lápices, los marcó para siempre. “Me produce sentimientos ambivalentes pero que van de la mano. Fue un enorme compromiso asumir tener que contar una historia real, reciente, tremenda, dolorosa, con las familias de los chicos y Pablo cerca. Por otro la felicidad de poder comenzar mi carrera con una película que convocó a cientos de miles espectadores”, afirma García Pinto.
Al terminar de filmar, los actores dejaron de ser compañeros de trabajo para convertirse en amigos. “Después de la película y durante varios años quedamos tan enganchados emocionalmente que nos seguíamos juntando. Tirábamos bocadillos de la filmación y hacíamos chistes de humor negro porque era una manera de lubricar algo que nos marcó mucho. Proyectamos hacer teatro juntos, pero no se concretó. Teníamos la emoción y la inercia de seguir hermanados por la experiencia que habíamos atravesado”, revela Novak. Hasta el día de hoy intercambian mensajes y aunque no se ven seguido, saben que todos cuentan con todos. “Formamos un grupo hermoso e inevitablemente amoroso y afectivo. Era tan fuerte lo que estábamos realizando que nos hermanamos”, cierra Sbaraglia.
La película hizo su camino, no desde los premios internacionales, pero sí desde la reconstrucción de nuestra memoria. Para el 24 de marzo o el 16 de septiembre se proyecta en muchas escuelas. “Me impresiona como cierta parte de la sociedad todavía añora esa época donde secuestrar, torturar o robarse un niño era lo cotidiano. Creo que esta película, como Argentina 1985, nos vuelve a decir que ya no queremos represión y que elegimos la democracia”, advierte García Pintos. Novak cuenta que la película es muy útil porque sirve a las nuevas generaciones para saber qué pasó; su hija, de 16 años, la vio el año pasado en su escuela.
“Con cuarenta años de democracia la película se resignifica como una herramienta de uso didáctico”, afirma Vita y da un ejemplo “hace dos semanas estuve en una escuela primaria con alumnos de sexto y séptimo grado hablando de La Noche de los Lápices, hasta ahora lo venía haciendo con chicos de secundaria. Me parece que es una herramienta muy útil que permitió a varias generaciones ponerse en contacto con una realidad. ¿Hay que quedarse solo con esa con esa mirada, con esa realidad? Y no, pero sí abre de una manera muy didáctica y muy sencilla, de identificarse con los personajes, poder seguir preguntando, investigando”.
Sbaraglia señala que tanto esta película como Argentina, 1985 y otras “son necesarias porque nos recuerdan que hay que seguir peleando por la democracia. Si no la cuidamos y seguimos concientizando sobre los derechos de las personas aquello que parece lejano en cualquier momento puede ser próximo. Debemos estar atentos, seguir pensando por qué, cómo y con qué parte de la sociedad fuimos cómplices de 30 mil desaparecidos, 800 mil exiliados y de la deuda que se generó. Nunca hay que olvidar, debemos seguir activando no solo la memoria sino todas las herramientas para seguir construyendo, para pensarnos mejor”.
16 de septiembre de 2022. En una escuela secundaria, una docente ve con sus alumnos La Noche de los Lápices. Piensa qué pasaría si mañana Manu que está en plena “edad del pavo” pero ayuda en un merendero o Lara la que dibuja corazoncitos en las pruebas y desde el centro de estudiantes organizó el ropero solidario o Matías que nunca entrega los trabajos a tiempo pero da apoyo escolar en una barriada fueran secuestrados y ni ella ni sus padres, ni sus amigos los vieran más. De solo pensarlo siente que un nudo se le hace en el alma. Entonces lee lo que estos chicos, sus alumnos, pusieron en el pizarrón: “Los lápices siguen escribiendo” y lo seguirán haciendo porque aquí están las palabras para ellos y para los que no volvieron.
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