“Queeeeeeeeeedate, que la noche sin ti dueeee-eeehh-leeeee”, coreó la multitud el último estribillo de Lollapalooza Argentina en 2023. Con la venía de Skrillex, Bizarrap tomó los controles de la cabina y sorprendió a los que se quedaron en el Hipódromo de San Isidro para ver cómo el domingo se fue transformando en lunes. En tanto, el ícono del dubstep -ese género bastardo que diez años atrás le sirvió de refresh al trap-, chocaba las palmas con el público en el vallado para llevarse algo de calor local para su California natal. “Sos el mayor ídolo de mi vida”, le dijo con emoción el Biza, que cayó a la fiesta enfundado en la 10 violeta de Lionel Messi y, después de un comienzo fallido, mixearon a cuatro las Music Sessions con Shakira y Snow Tha Product.
Lo primero que había sonado en el set -que luego se vio engrosado por producciones clásicas de Skrillex, como “Bangarang”- fue la voz de Mercedes Sosa en su versión del himno folclórico “Gracias a la vida”, firmado por Violeta Parra. El guiño localista apenas pisó el final épico de Billie Eilish, que estaba ocurriendo en la otra punta del enorme predio: la catarsis luminosa de “Happier Than Ever” incluyó papelitos plateados que subrayaron el Everest emotivo de la performance y el concepto que lleva adelante en la actualidad esta cantante de 21 años.
Su música, un pop tan delicado como torturado, tan oscuro como minimalista, huele a espíritu adolescente. Desde la intimidad de su habitación y mano a mano con su hermano Finneas O’Connell -quien también la acompaña en vivo-, fabricó estos himnos desgarrados que, a diferencia de su característico look oversized, son chiquititos, compactos. Una energía que, desde la empatía y la identificación, conectó con toda una generación que está madurando en este mundo cada vez más disfuncional.
Una hora antes de que arrancara, la gran mayoría de las cien mil personas presentes se fueron acomodando para verla. Y cuando por fin Billie emergió catapultada desde abajo del escenario para largar “Bury a Friend”, toda esa histeria contenida que se palpó en la previa, estalló en un suspiro coral. Y más adelante, la interpretación de “I Love You” debió ser interrumpida para atender algunos desmayos que sucedieron entre el público. Para bajar un cambio, Eilish le pidió a la multitud que la acompañen con unos ejercicios de respiración.
Su rostro dulce y con trazo de dibujo animado le pelean el carisma a esas canciones a punto de quebrarse, que se realzan con la puesta despojada. Su despliegue físico es algo tosco y se apoya bastante en las pistas vocales, pero en la sinergia con su público la interpretación gana hondura. En ese juego se permite ser (algo) seductora (”I Didn’t Change my Number”, “Billie Bossa Nova”), drama queen (”When The Party is Over”), mordaz (”Xanny”), acústica (”TV”, cantada al lado de su hermano como en un fogón) e incluso reflexiva con el paso del tiempo (”Getting Older”). Justo antes del final, el hit “Bad Guy”, ese que la puso en boca de todo el mundo, accionó los fuegos artificiales justos para celebrar el momento.
¿Es un cisne? ¿Un mingitorio? ¿Un culo? ¿Una silla? ¿Una vulva con pies? ¿Un ave picuda y plateada? Las formas-deformes sobre el escenario Samsung preanunciaban la llegada de Lil Nas X, el rapero más extravagante del mainstream actual. Desde el vamos, decidió quemar las naves con un llamativo vestuario en tonos blancos, una espectacular puesta que representaba parte de sus fantasías, un cuerpo de bailarines femme style y con “MONTERO”, su megahit continental.
A partir de allí, cocinó a fuego fuerte su guiso de pop en el que caben Kanye West y Nirvana, el trap y el country (”Old Town Road”, en el que se montó a un caballo brillante), Quentin Tarantino y Madonna, el reggaetón y Michael Jackson. Diversidad y desparpajo, como palabras clave que se aproximan al fantástico universo de esta especie de faraón queer que metió cambios de ropa durante un interludio bailable y finalizó de su debut bonaerense con “LOST IN THE CITADEL” e “INDUSTRY BABY”.
La última tarde de este Lolla estuvo signada por los hitazos, esos temas que sabemos todos, que marcan generaciones y que pueden levantar cualquier fiesta. En eso estaba María Becerra, soltando un set que encaró con prepotencia rockera y posando como diva pop, hasta que llegó Ráfaga. La banda de cumbia cambió el ánimo del show con “Mentirosa” y le dio otra vuelta ecléctica al desparejo set de la autodenominada Nena de Argentina.
Después de un comienzo que mezcló perreo (”Animal”) con baladas (”Doble vida”), la cantante fue mostrando las distintas caras de un nutrido repertorio que cada fin de semana revienta cualquier boliche. Así, mantuvo cautiva a su audiencia y la llevó hasta el clímax con “Wow Wow” y “Automático”. Para el final, invitó a Lola Índigo y juntas se despacharon con “DISCOTEKA”.
“Esta se la dedico a Juli, mi novio, hoy y todos los días”, había dicho María al promediar su set para presentar “Cuando hacemos el amor”. Su novio es Rei, quien más temprano también había estado presente en Lollapalooza y también se anotó en esa de los hitazos. Fue, claro, con “Tu turrito”, una de las canciones que más se escucharon en Argentina en 2022. Con esa cerró un set bolichero que incluyó éxitos como “Fernet” y “Mission 01″, más conocida como “Corte rocho”.
El rapero bonaerense había tenido que interrumpir su show por unos minutos debido al efímero temporal que se desató en este lado de la provincia de Buenos Aires. Una vez que frenó el agua, toda la programación del festival se reanudó para continuar tal como estaba prevista. Y además, el sol salió con fuerza a calentar todo. Ahí es donde entró otro de los protagonistas de esta tanda de hitazos: Diego Torres.
Al develarse la grilla para esta edición del megafestival, hubo quienes lo miraron de costado. Pero la parábola del cantante pop es curiosa: cuando Perry Farrell creó Lollapalooza en 1991, Torres integraba el elenco de La Banda del Golden Rocket y era uno de los actores jóvenes más famosos del país. Si este evento hubiera existido en Argentina en aquel momento, muy probablemente Diego habría estado presente de la misma forma en la que hoy vemos a decenas de influencers y participantes de realities sonriéndole al público desde algún vip.
Sin embargo, fue enfocando en la música, cosechó un rosario de hits que explotaron las radios y se convirtió en un sólido performer que llena teatros en todo el continente. “Puedo decir que sí”, “Sueños” y “Usted” se vieron robustecidos por la big band que lo acompaña y también por el despliegue de carisma de Diego, que aprovechó el escenario natural y lumínico conocido como la “golden hour”. “Qué lindo ver gente tan joven como yo. Yo tengo 28 y mirá qué bien llevados”, bromeó.
Su hora dorada hizo brotar recuerdos musicales en muchos de los presentes y se vería finalmente redondeada después de entonar “Tratar de estar mejor” -que incluyó en la coda la melodía de “Himno de mi corazón”, de Abuelos de la Nada- y “Color esperanza”, dos caras de la misma moneda.
Mientras se deshilachaba el set de Diego Torres, en la otra punta ya comenzaba el reggaetón de ensueño de Kali Uchis. Estadounidense, pero hija de colombianos: la sangre mestiza se rebalsa hacia su música y la convierten en una rara avis que es demasiado sofisticada para lo urbano y demasiado guarra para el indie y el r&b.
Amazona y seductora, arrancó regalando perreítos sutiles, discretos, hasta que se fue soltando a medida en que transcurrían sus temas: desde propias (”telepatía”, “fue mejor”), colaboraciones (”See You Again”) e incluso covers (”Frikitona”, “Papi Chulo” y “Pobre Diabla”, como tributo a los popes del reggaetón). También hubo espacio para estrenos de su flamante álbum Red Moon in Venus, como “Moonlight” y “I Wish You Roses”.
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