Entre fines de los 60 y principios de los 80, la esquina de Florida y Paraguay no existía. O en todo caso existía en el catastro municipal, pero no el corazón de ese cruce.
El corazón, alma, espíritu y sinfonía de ese punto en el mapa porteño latían en una mesa del exacto centro de semejante catedral entre rea y refinada.
Sergio Renán tanto hablaba –embelesado– de un aria de María Callas, como palidecía de furia ante una derrota de Racing. Y los demás, sus corifeos, divagaban sobre damas, política –la mitad era peronista–, cine, teatro… envueltos en una nube de humo –todos fumaban como turcos– y vahos de café ristretto (imprescindible: nadie osaba alterar ese noble brebaje con leche o veneno similar).
Cada tanto, el elenco estable se renovaba con algún recién llegado. Uno de ellos –o dos, mejor– fue José Pepe Parada, partiquino del teatro El Nacional, una de las dos catedrales de la revista porteña, y después actor cómico, productor, empresario de cierto peso… y pintoresco como pocos: no reírse de sus ocurrencias era errar de lugar.
Pepe había nacido en el barrio de San Cristóbal. José Luis Parada, empleado del municipio, y Pura Yáñez, cocinera, lavandera y modista: no era fácil llenar la olla…
Pepe llegó a ese barrio y a este mundo el sofocante 15 de enero de 1937, y seis años después ocupó su cuna su hermano Emilio Roberto, también en el feroz enero de 1943, con una térmica –que todavía no se medía– de 50 grados para arriba.
El menor, en cuanto pudo, empezó a seguir al mayor paso a paso, decidido también a duplicarlo como actor.
Caía de maduro. Verlos juntos mañana, tarde y noche fueron, para la no demasiada creatividad de los peores de la barra, Parada y Paradita. Como bien se comprende sin asistir a la universidad, el mote Paradita fue un obvio y constante disparador de bromas soeces.
Pero el pequeñín no se dejó abatir. Abrió la guía de teléfonos del bar, clavó un dedo al azar en una página y un nombre, y el dado cayó sobre la dirección de una notoria óptica de aquellos tiempos: DiSi.
—¡Listo! Desde hoy me llamo Emilio Disi –sentenció el menorcito de los Parada.
Por una extraña jugarreta epidérmica, en adelante y para siempre, Emilio lució la punta de su nariz con un equívoco color rojo. Acaso no por azar: la nariz roja es el emblema de honor, la señal sagrada de los payasos…
Y le llegó, después de mucho bregar ante puertas cerradas, su bautismo de fuego: el rol secundario en Humo de Marihuana, el filme de Enrique Carreras. Un tipo llamado El Loco Melena…
Siguieron Somos los Mejores, de ambiente futbolero y racinguista, y un salto clave: entrar en el reparto de Fuiste mía un verano, al lado de Leonardo Favio… ¡y Susana Giménez!
Eso, hasta que llegaron los años 80. Su tiempo de epifanía. La serie de tevé Los Hijos de López. El Telo y la Tele. Los Bañeros más Locos del Mundo. Los Extermineitors, con Guillermo Francella. Y siguen las firmas: Brigada Cola, Stress, Rompeportones, Casados con Hijos, Todos contra Juan, La Jaula de las Locas…
Pero poco se recuerda tanto como el sketch de Susana Giménez en el rol de Susana Spadafucile, y él como Mariano Garipetti, su marido. Pero no menos que el hijo de Don Mateo, el de la Peluquería…
Sin embargo, la abundante, casi abrumadora estadística de títulos y décadas bajo los focos y ante las cámaras, no basta para definirlo. En pocas palabras: nació para eso.
Su cara, en ocasiones –sobre todo en algunos roles dramáticos en que debió despojarse de las ropas de clown–, podía transformarse en una extraña y dolorosa mueca.
Pequeño de cuerpo (pudo ser un wing izquierdo o derecho ideal), cada uno de sus movimientos parecía impulsado por una secreta corriente eléctrica. Es posible que haya leído guiones y los haya respetado… pero gana quien apueste a lo contrario: como otros grandes, la improvisación, la salida disparatada, el fuera de libreto, le quedó siempre como un traje a medida cortado en Saville Row. Si me piden un título corto y abarcativo, ya lo tengo: Príncipe de lo inesperado.
Y aunque la relación duró poco y no terminó en un lecho de rosas, estuvo casado con una actriz, antes deslumbrante belleza del teatro de revistas: Dorys del Valle. Se separaron en 1991 después de 18 años de matrimonio.
El viernes 7 de febrero de 2003, a sus 66 años, un cáncer de próstata se llevó a Pepe, su hermano. A pesar del diagnóstico prematuro, de las claras chances de superarlo, a Pepe lo aterraba todo aquello que tuviera que ver con tratamientos, quimioterapia, cirugías. Se dejó estar, recurrió a absurdas terapias alternativas, y el mal lo abatió a plazo fijo.
Simetrías del destino el azar, o como quieran llamarlo: a mediados del año 2017, luego de un chequeo de rutina, el mazazo. Cáncer de pulmón.Lejos de los clásicos pasos posdiagnóstico (de la ira a la aceptación, y desde ahí a encarar la batalla), Disi salió a pelear como un guerrero:
—El cáncer no me va a ganar.
Empezó el tratamiento. Los primeros signos fueron esperanzadores: al parecer, no había metástasis.
Fiel a su carácter expansivo, explosivo, encarador, en el noviembre de ese año –ya cumplidos los 74– apareció en televisión por primera vez desde la sombría noticia. ¿Dónde si no? En el programa de Susana Giménez, pero no ya como el marido del famoso sketch. Como un enfermo en su rol más arduo: contar su mal y anunciar que lo enfrentaría a brazo partido.
Sereno, con un medio tono casi desconocido en él, y sin quebrarse, narró cada capítulo del drama. Y de pronto…, en ese clima tenso y bajo las cegadoras luces del estudio, volvió a ser Emilio Disi. No para arrancar carcajadas, pero sí sonrisas:
—Con esta enfermedad, si te deprimís… ¡fuiste! Cuando el médico me dijo “cáncer de pulmón”, le dije: “Permiso, voy al baño y vengo”. Pero no fui al baño. Fui a la calle y empecé a putear. “¡Hijo de puta, te voy a ganar!”. De repente paré y dije: “¿Cáncer es femenino o masculino?”. Me confundí entre la quimio y el tumor. Pero el tumor se está muriendo, y si todo marcha como Dios manda, me queda una sesión más de quimio. Bajé como 14 kilos. La quimio te roba el hambre, te arruina el estómago y los riñones. Es veneno… pero lo jodido, te lo saca.
Larga pausa. Y después…
—Me siento mucho mejor. Hace poco salí a comer con mis amigos… ¡y casi me como hasta a los mozos! Pero lo siento por Elvira, mi pareja: está con 18 de presión… El estrés y el cigarrillo me jugaron una mala pasada…
Estrés que llegó a su pico máximo dos décadas después de su final con Dorys del Valle.
Génesis. Ella, en el living de Intrusos, lo sepultó.
—Es un resentido. Cuando no era nadie, le abrí la puerta, lo sumé al elenco de Darío Vittori. Tenía una criatura de dos años, y ni auto, casa ni un traje…
Defensa de Disi:
—Con Dorys funcionamos como pareja actoral a pesar de algo gravísimo. Yo tengo memoria visual. Leo el libreto dos veces y chau. Conozco todo. Con Susana trabajamos 14 años. Leíamos el libreto una vez ¡y lo tirábamos! Pero Dorys tenía que pasar la letra 30 veces. Se mecanizaba, y la gracia se perdía.
Y la tormenta creció en rayos, truenos y relámpagos.
Ella lo acusó: “Se fue de nuestra casa, que yo compré, y se llevó todo”. Réplica: “Ella se quedó con una casa de 600 mil dólares, dos departamentos, y terrenos en Punta del Este y Mar del Plata. Casi el 60% de nuestro patrimonio”.
Horrible. Cuesta escribir sobre estas miserias –ciertas o falsas– cuando uno de los dos ya no está en el mundo. Es mejor dar vuelta la página. No importan el pasado ni el presente, y tampoco hay futuro, salvo el recuerdo.
Lo único que importa en un hombre, Emilio, con apellido de óptica elegido en la guía, que estaba solo ante la Gran Puerta, y la cruzó a pesar de tanta lucha y tanta esperanza.
Aunque no tan solo. Desde algún lugar, los fantasmas de aquella mesa del Florida Garden lo recibieron con la misma mística que los triunfos de Racing en sus años dorados.
Acaso con ellos lo espera una segunda vida. Astral, misteriosa, impenetrable para quienes aún no han llegado.
Y no poco nos deja. Un vasto, infinito legado de risas, capturado en los archivos, las fauces del cine y la tevé.
Honremos su vida. Porque en el mejor o en el peor de los tiempos, como empezó Charles Dickens su inmortal novela Historia de Dos Ciudades, la risa será siempre privilegio. Y hasta milagro…
Que así sea.
*Esta nota fue publicada originalmente en 2018 por Alfredo Serra
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