Un año sin Gerardo Rozín: “Era una despedida cada día porque él se preocupó por dejar en orden sus afectos, que eran muchísimos”

El periodista y productor más importante de la televisión argentina dejó una huella imborrable en los medios y en el público. Pero también en su familia y en sus amigos, y entre sus compañeros. Aquí, el testimonio de quien lo conoció -y quiso- mucho

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Gerardo Rozín en uno de
Gerardo Rozín en uno de sus lugares favoritos: la televisión

“Soy rosarino, soy judío, soy periodista, soy padre, soy productor y soy hincha de Central, que es mi patria también. Y salvo comer rico, no tengo muchas otras cosas, aunque sí, me gusta la música también. Pero soy eso. Y de todo eso, soy un montón. Y soy muy del lugar donde nací”, decía Gerardo Rozín exactamente un mes después de recibir el diagnóstico más difícil, el de una enfermedad terminal que terminó con su vida el 11 de marzo del 2022.

En esa disertación, organizada por Infobae para estudiantes de Comunicación, Gerardo había dado, tal vez sin saberlo, su última entrevista. Cómo llegué hasta aquí se llamaba el ciclo del que había sido invitado y llegó a la Usina del Arte con su barbijo -porque se cuidaba mucho- y una lapicera en la mano.

En ese momento, el mayor productor de la televisión argentina habló de su infancia con padres separados, en su ciudad natal, Rosario. “Me crié muy pegado a mi vieja. Mi sueño siempre fue trabajar de lo que me gusta, ponerle pasión y tratar de que salga bien. Ese es el sueño. El tiempo me ha hecho más productor que periodista, porque yo me banco hacer malos programas de televisión pero lo que no me banco es hacer mal periodismo”, había destacado frente a un auditorio repleto de ojos jóvenes, que lo miraban como a un maestro.

Después de ese día, aun sin conocer del todo la gravedad del tumor cerebral que lo aquejaba, comenzó a emprender su despedida. De sus afectos y también de los medios. De su gente, del público. Gerardo continuó con su trabajo de conducción y producción en La peña de Morfi, su exitoso ciclo de Telefe, a la vez que se reunía con su gente más querida.

Gerardo Rozín y la camiseta
Gerardo Rozín y la camiseta de su amado club: Rosario Central (Foto: Archivo)

Una de las personas que lo conoció en profundidad, desde que era estudiante, fue la periodista Claudia Acuña. Ella, junto a su compañero Sergio Ciancaglini, integrantes de la cooperativa La Vaca, fueron dos de sus referentes a la hora de entender la profesión y la vida. En diálogo con Teleshow, Acuña cuenta cómo era ese joven que intentaba hacer periodismo con seriedad y con humor a la vez.

“Rozín tenía una agrupación en un Centro de Estudiantes de la Facultad de Periodismo de la ciudad, El Payo se llamaba, y se contactó con Sergio para invitarlo a dar unas charlas en Rosario. Desde ahí se entabló una relación que se afianzó cada vez que Gerardo venía a Buenos Aires y se quedaba en nuestra casa. Era 1988 y él tenía 18 años”, comienza relatando la periodista.

“Ya desde los 12 años Gerardo se había lanzado a hacer un relevamiento callejero sobre los desaparecidos en dictadura, consultando a la gente de los barrios, a comerciantes, a las escuelas. Siempre tuvo una doble vía con el medio: produciendo y también haciendo su programa. La pregunta animal fue lo que lo terminó definiendo como el gran productor que fue. Él entendía muchísimo lo popular, tenía una sensibilidad especial para eso”, destaca Claudia.

Gerardo Rozin en Sábado Bus
Gerardo Rozin en Sábado Bus (Foto: Archivo)

La pregunta animal formaba parte de un segmento del programa Sábado Bus, que conducía Nicolás Repetto, un magazine con figuras destacadas de la actualidad. En ese contexto, ese bloque se convirtió en una especie de spin-off, recordado hasta el día de hoy por la sagacidad con la que Rozín preguntaba en un mano a mano con las celebridades.

“Era un tipo que sabía preguntar, sabía conversar, dejar hablar, escuchar. Son todas virtudes que nos legó Gerardo. Ese era su valor. Tenía tres valores fundamentales que eran saber preguntar, saber escuchar y la sensibilidad. Y puedo agregar uno más: el humor. Tenía un tipo de humor no agresivo, no ja-ja, que diluía las tensiones. Él era la antigrieta, hacía un periodismo completamente despojado de grietas. Era el curioso, el interesado, el que quería saber y el que preguntaba cosas de las cuales no sabía la respuesta. Buscaba que esa pregunta aportara algo que no supieran ni él ni los demás”, reflexiona Acuña sobre su amigo.

“Siempre trató de hacer un programa entendiendo su papel de productor. Lo que tenía Rozín era un estilo no agresivo ni egocéntrico, muy difícil de lograr hoy por hoy en la televisión. Y sin embargo, a pesar de no querer ser el centro, logró serlo. Eso es interesante, porque hoy estamos hablando de él y no de ninguno de sus entrevistados. Es un legado que nos deja en la televisión. Después está el Rozín de la radio, que siempre mantuvo y produjo un programa. En el último año hablábamos mucho de sus modelos. Él era un Juan Carlos Mareco, con un estilo de conducción amable, sensible, que tenía la capacidad de lo popular, que era inteligente pero no soberbio. Nuestras conversaciones giraban en torno a una televisión de los años 70, que es muy inspiradora porque tenía muchísima calidad y muchísimos personajes”.

En sus últimos días, Gerardo
En sus últimos días, Gerardo Rozín se despidió de sus seres queridos (Foto: Archivo)

Apenas murió Gerardo, Sergio Ciancaglini escribió una nota de despedida en La Vaca. Su relato comienza con un mensaje que le había enviado el mismo Rozín apenas se enteró del diagnóstico de su enfermedad. “Gracias querido. La información es complicada. Tumor cerebral alojado en la zona del habla y el entendimiento. Y encima con mal aspecto, más allá de la elegancia del bicho. Están analizando secuelas posibles y tiempos. Apenas me dé, te llamo. Los quiero”.

Desde ese momento, Gerardo se dedicó a poner en orden su vida. “En plena pandemia él tiene una descompensación y pierde la visión; lo atribuye a un tema de presión. Se hace unos chequeos y aparece este diagnóstico bastante preocupante en una primera instancia -recuerda Claudia-. Y ahí quedamos acompañando ese proceso en un largo año que fue muy emotivo porque él se preocupó en dejar todos sus afectos en orden, todos los vínculos que tenía, que eran muchísimos. Fue muy emocionante acompañar ese proceso porque era una despedida cada día. Dejó todo en orden en todos los sentidos. Fue muy amoroso. No tenía el ultimátum de cuánto tiempo tenía, no decía: ‘Me estoy muriendo’, pero vivía como si cada día fuera el último. Me acuerdo la última vez que vino a cenar a casa y cómo de alguna manera dijo todo lo que quería decirnos a nosotros. Fue muy difícil, no se dejó ninguna palabra sin decir”.

En el Museo de los Famosos de Rosario hay una estatua con su figura. “Está junto a Fontanarrosa y el Negro Olmedo. Es un lugar que seguramente Gerardo no imaginó pero que sí mereció. Él era más Rosario que otra cosa. Y también veía al mundo mucho más cercano: no lo veía desde arriba, lo veía desde al lado. Iba a tomar un café adonde iba todo el mundo y eso le dio una ubicación con respecto a cuestiones muy fuertes como la tele o que lo conocieran por la calle. Nosotros íbamos a comer a una parrilla en Once y nos gustaba llegar caminando desde Almagro. No era una incomodidad para Gerardo, al contrario. Y sin embargo todos sabían quién era. Esa forma de habitar lo cotidiano era muy característica de él. Era muy cómodo estar con Gerardo en muchos aspectos”.

Gerardo Rozín
Gerardo Rozín

“A él le preocupaba no perder de vista que el periodismo es para la sociedad. No para el poder, no para hacer plata, no para ser famoso, para que realmente la sociedad esté mejor. Y eso implicaba un trabajo de analizar qué falta. Gran parte del trabajo de Gerardo aportó algo desde el punto de vista informativo. Eso me parece lo más destacable de él; nunca quiso perder eso, a ningún costo. Siempre se mantuvo en su eje, y eso que no era fácil ser Rozín, porque él era una marca, pero siempre se mantuvo en su eje, con su raíz. Desde ahí se plantó y se afirmó como periodista. Y eso finalmente lo llevó a crear un estilo con características propias. Y dejó una huella”.

En cuanto a su enfermedad, Claudia Acuña considera que no lo tomó de imprevisto. “Creo que nos sorprendió más nosotros que a él. Era muy hipocondríaco, se cuidó muchísimo del Covid. Siempre tuvo la elegancia, el cuidado, la delicadeza de nunca decirnos ‘me voy a morir’. Pero evidentemente lo había asumido. Lo que más le interesaban eran los vínculos humanos: a cada uno le dejó algo, un agradecimiento, un último recuerdo. Su principal ambición era pasar por esta vida no cagando a nadie. Ni más ni menos”.

A modo de despedida, Claudia resume quién fue Gerardo Rozín: “En lo laboral siempre tuvo todo lo que quiso, y si no lo tenía lo inventaba. Tenía esa capacidad. Creo que su principal objetivo era no sentirse atado pero sí comprometido. En muchos sentidos él, a pesar de su joven edad, había llegado a un lugar donde podía pensar que lo que quisiera lo iba a poder realizar. El único condicionamiento era lo que el público necesitaba. Sabía que podía resguardar el interés genuino de sus producciones en base a la gente y no en base al rating. Creo que su principal interés fue sentir que se iba de este mundo sin dejar de agradecer. Él respetaba a la gente que no especulaba, no le gustaban los rosqueros, se encontraba cómodo en esos lugares auténticos de la profesión. Se relacionaba con gente que lo ayudaba a pensar quién era a pesar de tener muy en claro quién era él. Gerardo tenía raíz pero también tenía alas”.

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