“Lo que se considera inteligente para el mundo y para los padres es memorizar cosas y que te vaya bien en la escuela. Y lo que yo descubrí es que es inteligente quien es capaz de volar. Y las drogas ayudan a eso. No se es inteligente por memorizar algo, hasta un mono puede hacerlo”, decía un desmejorado John Frusciante frente a una cámara de la tevé de los Países Bajos. Se inclinaba hacia adelante, hablaba pausado, con la cara consumida, el pelo sucio y los dientes amarillos. Corría 1994 y por ese entonces su adicción a las drogas duras lo tenía atrapado. Era el primer parate con Red Hot Chili Peppers y Frusciante lo estaba usando –en partes iguales– para hacer música y autodestruirse.
Por esos años parecía estar perdido, cerca de un final trágico e inminente: se inyectaba heroína y lo aceptaba, pero como algo positivo: “La droga no destruye mi cuerpo, me siento genial, si no me sintiera genial cambiaría la forma en la que vivo”. Era obvio que John no ignoraba los peligros del abuso de sustancias, ya que cuando llegó a Red Hot Chili Peppers en 1988 fue para reemplazar a Hillel Slovak, guitarrista y fundador del grupo liderado por Anthony Kiedis, que había fallecido víctima de una sobredosis de heroína.
Estaba claro que a John sus demonios lo estaban llevando por el camino equivocado, pero la fama estaba creciendo, lo acechaban los flashes y los fans, las giras eran interminables y estaba ganando dinero como nunca antes. No podía con eso: era demasiado, necesitaba recluirse. Y lastimarse solo.
“Tenés el poder de que, básicamente, te chupen la pija los líderes corporativos. Me encontré yo mismo siendo chupado por las corporaciones estadounidenses de películas. Es lindo, acabo en sus putas cámaras”, le decía a un periodista en 1994, entrevistado para VPRO, un multimedio de los Países Bajos. Cuando el cronista le saca el tema de la autodestrucción, él se ataja y va directo al grano, con ironía: “¿Querés que te diga algo sincero, desde el alma? Soy un drogadicto y me encanta inyectarme, y eso significa que soy autodestructivo… ¿Eso es suficiente?”. El periodista, incómodo, le pregunta si realmente está siendo sincero. Frusciante sonríe y responde que sí.
Marginal y provocativo, por esos días el músico no tenía reparos en confesar: “Lo único que leía cuando tenía 17 y compraba cocaína en la calle todos los días… Estaba hambriento y no tenía dinero, así que tomaba la biografía de David Bowie y buscaba donde hablaba de la cocaína, leía esas partes y así sentía como que había tomado cocaína. Y me gustaba mucho ver las fotos”. Atraído por su imponente imagen, Frusciante creía que el Duque Blanco “hacía las cosas más brillantes cuando estaba bajo un montón de cocaína”.
“Por estas cosas me metí en el rock and roll en primer lugar, la bisexualidad y las drogas eran las dos cosas que relacionaba con el rock and roll cuando tenía nueve o 10 años. Cuando tenía 17, nunca había probado una droga realmente, y me mudé a Hollywood y decidí que en vez de practicar guitarra 10 a 15 horas al día, que es lo que hice por cinco años, iba a vivir la vida y tomar cocaína y usar maquillaje todos los días”, explicaba sobre sus aspiraciones cumplidas.
Esos tiempos fueron los más duros. Aunque seguía grabando discos de manera solista, con 24 años se había convertido en un yonki. Tenía los brazos infectados constantemente por inyectarse mal heroína y cocaína, se le hacían abscesos y reventaban de pus.
El periodista Robert Wilonsky, del diario New Times de Phoenix, Estados Unidos, tuvo la oportunidad de encontrarlo cara a cara y lo describió así, en diciembre de 1996: “Sus dientes superiores ya casi se han ido; han sido reemplazados por pequeñas astillas de color blanquecino que se asoman por las encías podridas. Sus dientes inferiores, delgados y marrones, parecen listos para caerse si tose demasiado fuerte. Sus labios son pálidos y secos, cubiertos de saliva tan gruesa que parece pasta. Su cabello está desgarrado hasta el cráneo; sus uñas, o los espacios donde solían estar, están ennegrecidos por la sangre. Sus pies, tobillos y piernas están llenos de quemaduras de cenizas de cigarrillos Camel que han pasado desapercibidas; su carne también tiene moretones, costras y cicatrices. Lleva una vieja camisa de franela, solo parcialmente abotonada, y pantalones caqui. Gotas de sangre seca salpican los pantalones”.
La etapa más oscura de la vida de John Frusciante solo se vio iluminada por un incendio voraz. Estaba en su casa cuando todo comenzó a prenderse fuego y él, eclipsado por el cóctel venenoso que recorría su cuerpo, se dejó llevar hacia las llamas para salvar su colección de guitarras. La inconsciente proeza tuvo como resultado que sus brazos quedaran completamente quemados al igual que sus instrumentos: ninguno se salvó. Tampoco sus tatuajes, ya que su piel sufrió daños irreparables que terminaron deformando los dibujos que tenía y hasta la forma de sus extremidades superiores, fuente de su talento y herramientas de trabajo. No solo su piel era una alerta de mala salud: también había perdido los dientes por una infección bucal, tuvo que tratarse las encías y antes de llegar a los 30 ya lucía dientes postizos.
Frente a ese panorama de muerte y desesperación, haber tocado fondo fue una suerte para John: gracias a eso sobrevivió y entró en rehabilitación. Y volvió a los RHCP. En 2019 fue su segundo regreso. El guitarrista participó en los discos Mother’s Milk y Blood Sugar Sex Magik, se fue en 1992, regresó limpio seis años después y grabó Californication, uno de los discos más exitosos de los Chili Peppers. También formó parte de By the Way y se quedó hasta 2009, año en el que volvió a retirarse para trabajar en solitario.
En esas idas y vueltas con la banda y con sus adicciones, John Frusciante tuvo sus amores que lo acompañaron en las diferentes etapas. Se lo vio durante un tiempo con la actriz y modelo Milla Jovovich, también con su colega Emily Kokal, pero solo estuvo casado con la también música Nicole Turley, líder de la banda Swahili Blonde. El matrimonio vivió feliz de 2011 a 2015 hasta que decidieron separarse y la concordia desapareció cuando llegaron los abogados.
Para divorciarse, Nicole le pidió 75 mil dólares al mes para mantener su estilo de vida y Frusciante se negó. Finalmente, la pareja terminó su divorcio en octubre de 2016 (se habían separado de hecho en 2015) y el guitarrista acordó un pago único de 1,6 millones de dólares a Turley. “Nicole conservará sus cuatro pinturas de la artista Laurie Anderson (viuda de Lou Reed), un estudio de grabación que su exesposo había construido para ella y su Toyota Prius, mientras que John tiene las llaves de cuatro casas en Los Ángeles y mantiene todas las grabaciones y los masters hechos antes, durante y después de su matrimonio, que incluye sus contribuciones al álbum Sugar Hot Sex Magik de 1991 de los Red Hot Chili Peppers y el exitoso Give It Away”, dio a conocer en su momento el sitio TMZ.
Casi una década después de haberse despedido de la banda que lo hizo famoso y lo enloqueció hasta lo imposible, con la que tuvo diferencias artísticas y personales, Frusciante volvió a RHCP. Hasta el día de hoy (este domingo cumple 53 años), sigue allí. ¿Y mañana? Un día a la vez...
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