5 de marzo de 1988. Mar del Plata. Había amanecido hacía un par de horas, faltaba poco para las 8 de la mañana. El cielo seguía cerrado, cargado de nubes que parecían de metal. Una llovizna desdeñosa y el viento frío y habitual frente al mar. Algunos madrugadores corrían mirando el agua, acompasando su respiración con el golpeteo de las olas contra las rocas. A los pocos que pasaban por Varese a esa hora no se les ocurrió mirar hacia arriba, más que para calcular cuando se iba a desatar la tormenta. De haberlo hecho se hubieran encontrado con una imagen espeluznante. Un hombre de mediana edad, en cuero, colgando de uno de los balcones del piso 11 del edificio imponente que enfrentaba al mar, el Maral 39. Intentaba subir una de sus piernas, engancharla en la baranda antes de que sus manos no resistieran más. Una mujer, del lado de adentro del balcón, trataba de ayudarlo, hacía una fuerza inútil por traerlo de vuelta: la física estaba en su contra. La mujer tironeaba y gritaba. Hasta que el hombre no aguantó más y se soltó. Y cayó con los ojos abiertos, fijos en ella, en silencio, sólo las rompiendo y el silbido del cuerpo atravesando el aire, con los brazos abiertos, en cruz.
El verano anterior había sido, para Alberto Olmedo, el de los grandes contrastes. En el teatro, su obra El Negro No Puede batió todo los récords de recaudación en la historia de las temporadas de verano. En menos de tres meses lo vieron 120.000 espectadores. No sólo nunca tuvo localidades vacías sino que en cada función, tuvieron que recurrir a un viejo truco de los productores marplatenses: agregaban sillas en los pasillos y al costado de la sala para que entrara más público. Los sábados había tres funciones. Sus chicas, las actrices y modelos despampanantes que lo acompañaban –sobre las tablas y en la tele-, se habían convertido en las sex symbols indiscutidas del país. Susana Romero, Beatriz Salomón y Silvia Pérez monopolizaban tapas de revistas y los sueños húmedos de gran parte de la población; hasta había salido una edición especial de Playboy, Las Chicas de Olmedo, compilando sus desnudos: la publicación se agotó en horas. A la salida del teatro, los miembros del elenco (en especial Olmedo y las chicas) debían ser custodiados por guardaespaldas para que el cariño (o el fervor o la calentura) del público no los aplastara.
En medio de la temporada, otra mujer de su elenco llegó a las portadas de las revistas semanales. A priori no generaría extrañeza. El boom era tan inmenso, evidente y masivo, que hasta el integrante más opaco de su troupe era muy conocido. Pero esta situación fue muy diferente. La que estaba en las tapas era Nancy Herrera, de 27 años, su pareja desde hacía más de seis. Y no estaba sola. Junto a ella, Cacho Fontana, un mito de la radio y la televisión, uno de los pocos pesos pesados del medio –igual que su esposo- y amigo de Olmedo. ¿Qué pasa entre la mujer de Olmedo y Cacho Fontana? se preguntaba revista Gente e ilustraba con una foto de Nancy y Cacho en el auto importado del locutor, mientras él al volante trataba de escapar marcha atrás. La Semana eligió: “La increíble historia de Cacho Fontana y la mujer de Olmedo”. El escándalo se propagó de manera instantánea. Era natural. Un tsunami mediático. Diarios vespertinos, revistas de actualidad, tabloides sensacionalistas, comentaristas radiales, chimenteros de contratapa y de la televisión. Todos abocados al triángulo amoroso. Olmedo hizo lo de siempre. Esquivó a los periodistas. Y cuando no le quedó más remedio que dar alguna entrevista, eligió la discreción. Fontana brindó declaraciones inverosímiles, lanzó acusaciones, quiso contraatacar a cada periodista que enfrentó, pero quedó expuesto y vulnerable.
Sobre Nancy recayeron las sospechas de haber tendido una emboscada a las dos estrellas. Son muchos los que están convencidos de que fue ella la que alertó al fotógrafo dónde y con quien iba a estar esa noche. Sabía que en unos pocos días estaría en todos los kioscos del país.
Cacho Fontana llegó a la misma conclusión y declaró: “La Mujer de Olmedo me usó”.
Cuando faltaba poco para terminar esa temporada ‘87, Olmedo, otra vez en la tapa de Gente, decía: “Esto no es vida”. Nunca había sido demasiado expansivo fuera de la pantalla. Casi el arquetipo (o el cliché) del cómico: taciturno, conflictuado, hasta algo solemne para enfrentar a la prensa, con una tristeza subterránea, casi congénita que lo atravesaba. La historia de Garrick. Con su círculo íntimo era parecido. Su ideal de la amistad, uno de los valores que más apreciaba, era acompañar al otro, sin preguntar sobre lo que no quería contar y escuchar cuando estaba dispuesto a hablar. Las preguntas para él eran una impertinencia, una intrusión que los amigos no practicaban. De esa manera eran pocos los que sabían realmente qué le pasaba de verdad con el tema del engaño y de la ruptura.
Nancy dejó la compañía cuando el espectáculo pasó a Buenos Aires y Olmedo dejó el dúplex que la pareja compartía sobre Avenida San Juan.
Ella durante ese 1987 dio muchas entrevistas y apareció en las revistas abrazada a múltiples amigos, pretendientes y novios. También declaraba su amor a Olmedo. Según el momento.
El actor seguía tratando de cultivar el perfil bajo, la discreción, de hacerse invisible. Pero eso era imposible. No Toca Botón, ya en el Canal 9 de Romay, monopolizaba el rating de los viernes a la noche. Borraba a la competencia. Y, como nunca antes en su –exitosísima- carrera, el público lo había elegido. Y la mejor demostración de eso no eran los espectaculares números de rating, ni siquiera el sharing, que marcaba que se quedaba con el gran porcentaje de los que prendían la tele los viernes a la noche. La prueba era que sus personajes y sus frases, los latiguillos que los identificaban, se metieron en el habla cotidiana. Adianchi, Hay Efectivo, Éramos Tan Pobres, De Acáaaa y muchas más.
En esos meses lo vincularon con todas las Chicas Olmedo. Le adjudicaron romances con Susana Romero, Beatriz Salomón y Silvia Pérez. También con una hermosísima vestuarista del canal que habría sido la que ocasionó un vuelco en su manera de vestirse: ahora sus trajes eran impecables, a medida, con el pañuelo en el bolsillo externo superior haciendo juego con la corbata italiana del caso. Su fama era tan grande que los periodistas lo seguían en sus viajes a Europa y catalogaban a las chicas, la mayoría ignotas, con las que tomaba algo, bailaba o iba a comer. Él se reía, decía que de grande las mujeres habían empezado a prestarle atención. En esos meses, se supo después, mantuvo una relación estable y más formal con Silvia Pérez. Pero en el último trimestre de 1987 retomó el contacto con Nancy Herrera, aunque los encuentros eran espaciados, ocasionales. Olmedo seguía herido.
Los periodistas lo seguían en sus visitas, que para fin de año se hicieron más frecuentes, al departamento de Avenida San Juan. Alguna vez lo fotografiaron saliendo del edificio. En otra ocasión alguien llamó, una vez más, a los paparazzi para alertarlos. Lo cierto es que en esos últimos meses la pareja del Negro y de Nancy se había acercado. En diciembre cada uno fue a hacer temporada a una plaza diferente. Olmedo volvió a revalidar su título a Mar del Plata. Nancy fue a Carlos Paz para participar una comedia en la que actuaban Don Pelele y Ricardo Bauleo (con el que también se le atribuyó un romance). Los lunes, los días que no había función, se encontraban. A escondidas, de la prensa y de sus amigos.
La temporada de Olmedo y su troupe fue excelente. Otra vez encabezaron la taquilla aunque no batieron el récord del verano del 87: el fenómeno había pasado y el Plan Austral se resquebrajaba.
Para el resto de los elencos había sido un verano difícil. Para marzo ya habían levantado sus espectáculos. Olmedo seguía hasta mitad de marzo, hasta el final. Además el 3 de marzo se estrenó en todo el país, su última película: Atracción Peculiar.
Después de la función del viernes 4, Olmedo fue con varios de sus compañeros a comer al restaurante Múnich Hamburgo, uno de sus lugares preferidos. Era tanta la confianza con el local que durante la tarde había enviado a uno de sus asistentes con un cochinillo para que se lo prepararan para la noche según sus indicaciones. Javier Portales no pudo concurrir porque fue avisado tarde y ya había arreglado otro programa con su mujer. Silvia Pérez prefirió no hacerlo. Según sus dichos, esa misma tarde habían finalizado la relación que los había unido durante muchos meses del ‘87. Es probable que enterada de la llegada de Nancy a la ciudad, ella se haya disgustado y puesto punto final al vínculo. En medio de la cena, Olmedo se levantó a hablar por teléfono. Llamó, se supo después, al Maral 39 para ver si Nancy había llegado bien. Le dijo que en un rato se verían. Brindó con vino blanco, apuró un panqueque de manzana y pidió que le prepararan una bandeja con el cochinillo que había sobrado para comer frío al día siguiente. Antes de irse, conminó en broma al resto, para que fueran al cine a ver Atracción Peculiar. Lo conocían y nadie preguntó dónde iba. Aunque todos imaginaran la respuesta. Sabían que él prefería el silencio, sabían que todavía Nancy era un tema incómodo, que combinaba la derrota, el escarnio, el deseo y, por supuesto, el amor.
Se encontraron en el departamento del piso 11. Hablaron y tomaron mucho. En el espejo del baño ella había escrito con jabón: “Te ama, Nan”. Olmedo cuando lo vio, replicó también en el espejo remedando la jerga del Manosanta: “Eu tamben, Al”. Se supone, eso declaró Nancy, que le contó que estaba embarazada. Los festejos se multiplicaron. Hasta las 8 de la mañana, hasta el momento en que Olmedo salió al balcón.
Nadie sabe bien qué sucedieron esas horas y en especial en ese minuto en el balcón. Tal vez, a esta altura, ni siquiera Nancy Herrera lo sepa.
En tiempos en que la gente sólo se informaba por los diarios (matutinos y vespertinos), por la radio y por la televisión, las noticias circulaban sin tanta urgencia, con mayor morosidad. Sin embargo la muerte de Olmedo se propagó con fuerza viral. Fue una verdadera conmoción. Creo que no hay nadie que no recuerde el momento en que se enteró. Las imágenes del cuerpo sobre el asfalto fueron repetidas hasta el hartazgo, hasta la abyección, por los noticieros, en especial por el de Teledos de Héctor Ricardo García.
El cimbronazo en la gente, el espanto y el dolor son (muy) comprensibles. Pocas veces en la historia del espectáculo argentino, un artista murió en el pico de su carrera, en la cima de la popularidad. Gardel y Rodrigo podrían ser los otros dos casos. Olmedo en 1988 era junto a Susana Giménez la figura más importante de la televisión argentina. Y probablemente, el artista popular más querido y taquillero.
Al día siguiente, muchos de los matutinos de alcance nacional hablaron de suicidio. Crónica, Página 12, La Nación. Clarín optó por un “Se mató Olmedo”, que podía ser leído con mayor ambigüedad. Sus amigos más cercanos y la gran mayoría de los integrantes de su troupe artística, en esos primeros momentos, estaban convencidos de que Olmedo se había quitado la vida. Habían acompañado su depresión del último año, el dolor, la insatisfacción con la vida que llevaba. Se sentía demasiado solo. Los hijos, el afecto de sus ex esposas (Judith Jaroslavsky y Tita Russ, siempre lo acompañaron y hablaron bien de él durante décadas), sus amigos, las mujeres, el público que se le abalanzaba cada vez que aparecía en la calle y el éxito descomunal no le bastaban. Le pesaba la soledad, la ruptura de la pareja, el desengaño, la traición. Pero también, estaban ahí, nunca se habían ido, el hambre, el frío y el desamparo de la infancia en Rosario. El padre que los abandona, la lucha de la madre por mantenerlos a él y a su hermana menor, el conventillo, el baño compartido con varias familias de desconocidos, el trabajo desde los siete años en la calle, el frío que trataba de paliar con papel de diario debajo de la camiseta, las comidas salteadas, monótonas y escasas.
La bruma del suicidio se fue disipando con la declaración de Nancy. Pero sus palabras enfrentaban el problema de la desconfianza. Era vista como la culpable, la que había ocasionado la tragedia. Sin ella, pensaban los allegados, nada hubiera pasado. Su relato se fortaleció con las declaraciones de los pocos testigos que escucharon y vieron los momentos finales de los hechos en el balcón. Jóvenes a los que los gritos de auxilio de Olmedo y de desesperación de Nancy despertaron. Pensaron, por un momento, en el atontamiento del despertar brusco, mientras la realidad se confundía con el sueño, que se trataba de una pelea entre padre e hija. “¡Agarrame la pierna. No me sueltes!”, gritaba Olmedo. “No puedo, Papi. No puedo”, respondía desesperada Nancy.
Cuando ya no pudo más, cuando la fuerza lo abandonó, una mano se deslizó de la baranda y la otra soltó a Nancy. El cuerpo cayó vertical once pisos, casi cuarenta metros. Rebotó contra un cantero, pegado a la vereda y terminó en el pavimento. Boca arriba, los brazos desplegados, un ojo abierto. El jean se rompió en la entrepierna con el impacto, se veía el slip rojo (para la buena suerte), había sangre en las piernas que parecían descoyuntadas, con sus botas marrones favoritas. Una imagen que se fijó en una generación, entre el pavor, la impresión y el desgarramiento de perder a un ser querido.
Un joven médico interrumpió su carrera y trató de reanimarlo. Otros más se acercaron. Lo reconocieron enseguida. Los curiosos se empezaron a juntar. Un vecino de 17 años cruzó al otro balcón del departamento que alquilaba el cómico para ayudar a Nancy que gritaba con medio cuerpo por sobre la baranda mirando hacia abajo. El chico entró por el dormitorio y quiso abrir la puerta del departamento para que ingresaran los vecinos que se acumulaban ya en el pasillo. Pero estaba cerrada con llave y no la encontraba. Buscó y las halló en la mesa de la cocina. Apenas abrió la puerta fueron varios los que corrieron a sacar a Nancy del balcón.
En el living había dos copas de champagne. Una de ellas estaba rota. Nadie pudo determinar si el malón de vecinos que impidió que Nancy se tirara, la rompió al entrar o se le había caído antes a la pareja. Había también cuatro botellas de champagne vacías y una abierta. La cama de dos plazas seguía hecha, nadie la había utilizado en toda la noche. En una de las revistas se publicó una foto de la mesa ratona del living. Está la copa intacta, la rota, los cristales dispersos, botellas vacías, cigarrillos, un encendedor y algunos restos de una tonalidad clara, imprecisos en el blanco y negro granuloso de la imagen.
En el pavimento, mientras el cuerpo recibía atención y los médicos de la ambulancia le propinaban descargas eléctricas para intentar, sin esperanza ya, reanimarlo, un joven de 21 años, Oscar Etchart se acercó al lugar al escuchar el griterío. Soñaba con ser fotógrafo y llevaba su cámara a todos lados. Esa mañana partía de camping. El amigo con el que se iba de excursión fue el que lo sacó del trance ante la tragedia. “Sacale, sacale”, le dijo mientras señalaba la Pentax MF que colgaba de su cuello. Etchart gatilló varias veces. Olmedo solo, los médicos trabajando sobre el cuerpo y en un momento alguien más apareció en su visor.
Nancy había pedido bajar. Al llegar a la vereda se abalanzó sobre Olmedo. Todavía respiraba, estertores débiles. Poco después los médicos constataron la muerte. “¿Por qué Papi? ¿Por qué hiciste eso, Papi? Justo ahora”, sollozaba la mujer. Etchart sacó una foto más. Esa, la de Nancy abrazando a Olmedo, fue la tapa de Gente que compró las imágenes tras arduas negociaciones. Etchart cobró 17.000 dólares.
A Nancy la sentaron el hall del edificio y le dieron agua y algún sedante. Comenzaron a llegar los miembros del elenco y varios integrantes de la farándula. Uno de los secretarios de Olmedo, sobrino de Monzón, Ricardo Darín y también César Bertrand. El actor era muy amigo de Olmedo y uno de los que había cenado el cochinillo la noche anterior. En medio del llanto descontrolado y de la incredulidad, vio a Nancy en la recepción del edificio. En un ataque de ira quiso ir a buscarla, gritaba que “Todo fue culpa de esa mujer”. Lo contuvieron. Esa misma noche, en el velatorio marplatense que organizó Rogelio Roldán –amigo de Olmedo convertido en personaje de sus sketchs- Bertrand recuperó la compostura y honró la concepción de amistad que mantuvieron durante décadas: “Yo no voy a hablar mal de Nancy. Es la mujer que eligió mi amigo”.
En las fotos de Olmedo antes de ser trasladado a la morgue hay un elemento más. La bolsita rosa. Está debajo de una de sus manos, como si hubiera caído aferrado a ella. Hay una imagen en que un policía la levanta y la observa. Se supone que la recolectó como prueba. Aunque poco se supo de ella y de su contenido.
Las pruebas toxicológicas determinaron que había cocaína en el cuerpo del actor. Que esa noche había consumido. Nancy también lo reconoció frente al juez. En alguna entrevista brindada décadas después, Beatriz Salomón dijo que después de que Monzón asesinara a Alicia Muñiz, el 14 de febrero de ese mismo año, la cocaína desapareció de Mar del Plata. Todos tenían mucho miedo y se hizo complicado conseguir. Y quienes consumían se cuidaban, ocultaban sus reservas con más celo que el habitual, mucho más porque el tema había llegado a la tapa de los diarios y los jueces debían activar expedientes.
La dinámica de las maniobras de Olmedo en el balcón nunca fue esclarecida. Si estaba sentado a caballito, resulta difícil comprender cómo quedó colgado de sus dos manos de la baranda. ¿Por qué haría piruetas que nunca antes había hecho? Muchos sostienen que le temía a las alturas y agregan que en el piso de Avenida Libertador que se había comprado recientemente había puesto una protección extra en el balcón porque tenía miedo que él o “algunos de mis muchos amigos borrachos nos caigamos al vacío”. Algunos creen –hay una pisada en una maceta que fundamenta el argumento- que intentó alcanzar la bolsita rosa que tenía escondida en una esquina exterior del techo del balcón.
Pasaron 35 años y la muerte de Alberto Olmedo, el gran actor cómico de la televisión argentina, el que derrumbó la cuarta pared, el que hizo de la improvisación un arte, el que tenía un don natural para hacer reír, el capitán Piluso que hizo tomar la merienda y que trató de igual a igual a millones de chicos, la muerte de Olmedo sigue estando rodeado de misterio y de incomprensión. Es una de las características de lo absurdo.
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