“Los personajes y hechos retratados en esta historia son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia”, reza la leyenda al inicio de una ficción y esa sola aclaración tiene un motivo concreto. Esta frase que nos resuena a todos, con una o más variaciones en su texto, tiene una finalidad: es un descargo de responsabilidad por parte de los estudios, guionistas y productores de las posibles quejas que puedan suscitar sus filmes por parte de personas que se sientan afectadas o difamadas por lo que allí se relata.
Pero esa alerta inicial lleva a sonar otra alarma, ¿se trata entonces de un hecho real? Y parece que en División Palermo al menos, algo de eso hay. O por lo pronto, la producción nacional que es un éxito rotundo en Netflix se podría haber inspirado en una guardia urbana que realmente existió, aunque con otras características.
La serie, que consta de ocho capítulos de aproximadamente media hora cada uno y se mantiene en el ranking de las series más vistas de la plataforma, fue escrita, dirigida y protagonizada por Santiago Korovsky para el gigante de streaming. Ya desde el tráiler se cuenta mucho de lo que sucederá. Las fuerzas de seguridad necesitan limpiar su imagen y crean una división especial inclusiva, para hacerle la vida más amena al vecino pero principalmente, como una estrategia de marketing para ganar algunos puntos con sus superiores y sanear malas acciones pasadas.
Con esa premisa, la cúpula policial sale a buscar a los candidatos: “Necesitamos sumar minorías”. Y así se lanzan a un casting de lo más particular, cayendo en todos los lugares comunes de los prejuicios: un joven ciego, una chica trans, un hombre de baja estatura, un extranjero, una mujer en silla de ruedas, entre otros. Pero algo se sale de control con una banda criminal en el primer día de actividad, mientras intentan entender qué función cumplen, y todo rondará alrededor de ese hecho policial.
¿Existió realmente una guardia urbana en nuestro país?
En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, entre los años 2005 y 2008, funcionó un cuerpo de seguridad conformado por civiles que trabajaban en coordinación con la Policía Federal Argentina y otros organismos, como los bomberos, Defensa Civil y el Servicio de Atención Médica de Urgencia (SAME) para fortalecer la política de seguridad y reducir los índices de conflictividad urbanos.
La Guardia Urbana de Buenos Aires, que llegó a contar con casi mil integrantes, estuvo enmarcada en el Plan de Prevención del Delito del gobierno porteño de Aníbal Ibarra y fue disuelta años después, cuando su sucesor Mauricio Macri decretó su disolución por considerar que no tenía sentido sostenerla porque muchas de sus funciones eran responsabilidades de otras áreas del Gobierno.
Este grupo no reemplazaba a la policía, sino que se ocupaba de complementar y apoyar su trabajo. Se creó con el fin de estar más en contacto con los vecinos y brindar ayuda, desde prevenir altercados, accidentes o delitos, hasta dar orientación, acompañar a una persona a cruzar la calle o realizar un corte a la salida de un colegio. Posteriormente, se les dio poder de labrar Actas de Comprobación y controlar el tránsito. Podían parar un vehículo si el conductor no usaba cinturón de seguridad o si alguien a bordo de una moto no llevaba casco.
La Guardia Urbana reclutaba civiles con vocación de servicio pero no era apta para cualquiera, sino que debían cumplir ciertos requisitos (distintos a los de la serie, por supuesto). Algunos de ellos eran: tener entre 21 y 35 años; contar con estudios secundarios completos; no haber prestado servicio a otro organismo; no estar inhabilitado para ejercer cargos públicos y no estar en medio de un proceso judicial.
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