Concretar una entrevista con Marcela Tauro no fue tarea sencilla. Su bajo perfil y la modestia de creer que no tiene nada interesante para contar, hizo que llevara tiempo convencerla. Finalmente llegó a los estudios de Infobae entre nerviosa y expectante, pero siempre con una sonrisa. Se relajó. Y finalmente, en esta nota con Teleshow habló de todo.
Su infancia en Villa del Parque, sus inicios en el periodismo y la certeza de que esto es solo un laburo, y que la estrella, es lo que se dice. Responsable a la hora de dar información, asegura que es necesario tener fuentes confiables; la credibilidad es su principal capital. Cuando se enoja, Tauro se levanta y se va, aunque con el paso de los años aprendió a domesticar ese comportamiento, que trata en terapia.
La histórica panelista de Intrusos todavía no encontró la silla que mejor la haga sentir, si bien asegura que en todos sus trabajos fue feliz. En los últimos años agradece a Santiago del Moro y a Guido Kaczka por todo lo aprendido, por ser sus guías y consejeros cuando se manda una macana.
Entre noticias, chimentos y rumores, Marcela descubrió un mundo espiritual y de sanación totalmente compatible con su trabajo. Hace seis años está en pareja con Martín Bisio y ya no se angustia por la diferencia de edad. Hoy, su mayor dicha es ser mamá, y poder ayudar y escuchar a la gente.
—¿En qué momento de su vida se encuentra hoy?
—En un momento de tranquilidad, plena. De paz. Soy feliz con lo que tengo y con lo que hago. De paz. Siempre fui muy insegura. De la cabeza paranoica. Y gracias a Dios lo supe sanar, corregir.
—¿Desde cuándo está tranquila?
—Esa paranoia la tuve siempre. De grande también. Hay un antes y un después de la pandemia. Como que me relajé y empecé a tener más seguridad en mí.
—¿Hace cuánto que está en la tele?
—No sé, 35 años.
—¿Cómo empezó?
—Salí de la UCA y mi primera beca fue en El Gráfico: todos hombres, deportes, me la pasaba en el archivo. En la segunda beca me toca en Gente y ahí estaba Gaby Cociffi: me mandaron a hacer un montón de notas y me di cuenta de que era lo mío. Me ofrecieron quedarme. Y de ahí pasan unos años, forman la revista TeleClic en la misma editorial. Para publicitarla, yo hacía temporada en Mar del Plata y terminé con Juan Alberto Mateyko para vender la revista. Y bueno, le gustó, y además de vender la revista, empecé a decir algún chimento. Ahí me ve Jorge Rial, que trabajaba con Lucho Avilés. Y me llamaron.
—¿Nunca soñó con estar en la tele?
—No, no. Raro. A mí me encantaba la gráfica: viajaba, era feliz. Y Lucho me dice: “Yo te formo”. Los primeros meses me costó, no me sentía cómoda. Además me pasó algo loco: en esa época yo era pendeja, veintipico, y me vestía de señora, y ahora en la vejez, me visto de pendeja (risas). Al final Lucho me fue llevando, después me gustó y seguí. Me voy de Lucho y vuelvo a Gente con un cargo, yo no sirvo para mandar. No era jefa-jefa. Pero la pasé bien.
—¿Por qué no sirve para mandar?
—No puedo dar órdenes o imponer cosas. ¿Viste que tengo un carácter que parece lo contrario? Pero la verdad es que no soy de dar órdenes, me siento mal.
—¿En cuál de todas las sillas que se sentó dijo: “Este es el lugar que yo quería”?
—¿Sabés que no me pasó? (Risas).
—¿Todavía no llegó esa silla?
—No. A ver, estoy feliz en todos los laburos. Pero lo digo siempre: donde más feliz fui, donde mejor lo pasé, fue con Daniel Hadad. Fue una etapa linda, muy laburada, de Radio 10 y del canal. La pasé bien, aprendí, gané plata, trabajé con colegas que yo desconocía. Y ahora me está pasando lo mismo, a esta altura de la vida, con Santiago Del Moro, con Guido Kaczka. A Del Moro lo conocía del canal, de Intratables, pero nunca había trabajado con él, y a Guido lo conocía de lejos. Y entiendo por qué son exitosos. Santiago siempre dice que aprendió cuando Hadad lo llamó para trabajar para la radio, le preguntó si él quería triunfar y ganarle a Mario Pergolini. Bueno, le dijo que trabaje en enero, porque los conductores se van de vacaciones enero, febrero. Y es así. Y la escuela es esa. Y a Guido, yo no le tenía esa etapa de empresario: te sabe asesorar. Porque obviamente, cada macana que yo me mando voy y les pregunto a los dos qué hago, qué respondo.
—¿Cuántos años estuvo en Intrusos?
—18. Con varias administraciones.
—¿Cómo fueron las distintas administraciones?
—Mirá, la de Jorge era más periodística; ahora creo que Intrusos volvió a ser un poco más periodístico. Pero hasta hace unos meses, te diría un año, era como más histriónico... Se bailaba. Era más show.
—Recuerdo recuerdo varios momentos en que fue noticia: “Tauro se levantó de Intrusos y se fue”.
—Pero eso era muy normal. (Marcelo) Polino dice que yo tengo un latiguillo: “Me voy”.
—¿Cuándo le pasa?
—Cuando no me siento cómoda. Sí, me han tenido que soportar bastante eso. He tenido una etapa que después la trabajé porque no podía: ya era como muy intenso, ofenderme por todo y “¡Me voy!”, o si no me dejaban hablar… Reconozco esa intensidad, pero fue lo que me marcó un poco la personalidad. Desde Lucho era así, para que te des una idea, porque mucha gente piensa que a lo mejor ahora o de más grande, porque ya tenía un mini nombre, pero no. Un día nos mandan a hacer el programa desde Mar del Plata. Lucho contrata a una peluquera de allá, divina. Me hace un peinado, un recogido de fiesta. Imaginate: al lado del mar. Salgo y me ve Polino, se me caga de la risa. “Yo no puedo salir así, si este chico se está riendo”, digo. La Pradón (Alejandra) también: “Parecés Ivana Trump”. “Yo no voy al aire así. Me voy a cambiar el peinado”. “No, si estás bárbara”, dice Lucho”. “No, yo así no salgo, no salgo”. “Bueno, si no salís así, no salís”. “Bueno, no salgo”. “Bueno, te vas amonestada al hotel”. “Bueno”. Y me fui, indignada. Soy ariana. Y después de eso, a la noche, tuve una reunión con Lucho: “Vos no me podés contestar así delante de todos”. Lo que me había pasado no me gustó y no estaba tan errada: si una no está cómoda, no puede hablar. Si estoy al aire y no me gusta cómo estoy, me siento insegura y no quiero que me enfoquen. ¿Entendés lo que te digo? Enojarme me sirvió para poner límites, para imponerme. Me dio personalidad.
—Tiene una carrera vasta, pero elige el bajo perfil, no se la cree. ¿Por qué?
—¿Y por qué me la tengo que creer, Marian? ¿En qué sentido decís creérmela? Soy una periodista, tengo claro que esto es mi laburo y que la estrella es lo que uno va a decir.
—¿Toda la gente que trabaja en televisión tiene el mismo pensamiento?
—No. Hay gente para todo. Hay gente que tiene dos días de cámara y se cree que es Susana Giménez.
—¿Qué hizo para manejar los egos?
—Yo aprendí a manejar el ego y trato de hacérselo ver al otro si lo tiene muy alto. Y si no escucha, dejo que se choque solo, porque en algún momento se cae. La televisión es hoy; si no funciona, chau, mañana te reemplazan por otra. Es así.
—Estuvo un período en Polémica en el bar. ¿En ese momento no extrañó Intrusos?
—No, no. Mirá qué loco.
—¿Estaba cansada de Intrusos en esa época?
—Sí, me parece que sí. Y me parece que lo que me pasó fue... No, ni pensé volver. La verdad no. De hecho, tuve la reunión cuando termina Polémica en el bar en diciembre y no iba a volver. Y me tomé vacaciones y demás. Y a la semana me llaman que los chicos se iban, (Adrián) Pallares y (Rodrigo) Lussich, y había una lista de gente para armar Intrusos. Tuvimos reuniones y me pidieron que vuelva. Lo fuimos hablando y volví.
—¿Qué es ser panelista?
—Para mí es distinto el panelista al periodista. Un periodista puede hacer cualquier cosa, más como nosotros, que hicimos calle, vereda, como dice Poli. Hicimos calle en cuanto a guardias (periodísticas) y demás. Venimos de la gráfica, podés hacer y opinar. En cambio, el panelista puede ser cualquiera, alguien conocido que podés sentar y puede opinar también. Y puede tener info, porque hoy en día podés tener info porque te llega por redes. Hoy cambió mucho la información. Pero para mí son dos cosas distintas. Igual no quiere decir que sean malos; por ejemplo, a mí Virginia Gallardo me gusta. Me gusta, me parece que se formó, que se aggiornó.
—¿Y a usted cómo le gusta que la definan: panelista o periodista?
—Ya me acostumbré, me da lo mismo.
—No tiene prejuicio con la palabra panelista.
—No, igual que chimentera. Muchas colegas mías se ofenden si les dicen chimenteras. A mí no me ofende nada.
—¿En algún momento la ofendió?
—No, nunca. A ver, no es que yo dije: “Voy a ser periodista de espectáculos”; en realidad, me llevó el medio. O sea, yo trabajaba en la gráfica, y me mandabas a un levantamiento militar en Magdalena y ese mismo día, al casamiento de Susana. Explicámelo.
—¿De qué no se puede hablar hoy en la televisión? ¿O se puede hablar, pero hay que chequearlo veinte veces?
—A Tinelli le molestan bastante las cosas que decís. Pasó la semana pasada, por eso me acuerdo. Un romance que no era.
—En el medio de todo, es mamá.
—Sí, de un hijo de 16.
—¿Cómo es como madre?
—Mirá, la verdad que no pensé que iba a ser tan mamera. Soy pesada como madre. Bueno, trato de ser... no sé si amiga, pero bueno, soy la madre, le pongo límites a veces (risas) porque me puede. Pero soy gamba con él.
—¿Cómo lo ve hoy en este mundo, en esta Argentina? ¿Le da miedo que salga solo?
—Fue un tema, porque este año empezó a salir a boliches. Y viste, las previas... En general las hace en mi casa, lo prefiero. A veces iban a otra, pero dije: “Quiero estar por si pasa algo”. Eso, controlar un poquito. Soy controladora.
—¿Cómo es una previa en su casa? ¿Cuántos chicos van?
—Pueden llegar 15, 20, no sé. Chicos y chicas. Puede ser que hagan solo la previa, o que hagan la previa después se vayan al boliche. Eso me aterraba, porque él no toma alcohol. Obviamente con los chicos toma, pero jugo de naranja y vodka. Y me aterró que vaya al boliche. Pero yo programé todo.
—A ver...
—En el edificio tengo un SUM, entonces hace las previas ahí porque así, no estoy yo. Pero yo tengo apalabrado al chico de seguridad, todo, para que me haga la gamba.
—Ah, tiene todo controlado. ¿Quién es el papá del adolescente?
—José María Álvarez.
—¿Se casó con José María Álvarez?
— No, yo soy soltera. A mí el casamiento... no. Pero estuve mucho y tenemos una muy buena relación con José.
—Y con su novio Martín, ¿hace cuánto que está en pareja? Si mal no recuerdo, no les daban futuro.
—Y no, porque hay mucha diferencia de edad. Y me siguen criticando: yo le llevo 22 años. Pero ahora me relajé. Todos los días lo dejaba, estaba insegura.
—Es insegura, lo dijo varias veces.
—Sí, imaginate eso: “¿Qué me pongo?”. Por ejemplo, primera salida; segunda salida: “Esto”. El físico, me lo veía mal. Pero después me relajé, dije: “Bueno, yo tengo que disfrutar la vida”. Seis años (juntos).
—¿Qué la seduce de los hombres? ¿Los hombres casados le gustaban?
—No. Casado ya tuve, no quiero.
—¿Fue amante en algún momento?
—Fui amante, pero no lo viví como amante. No sé si está bien, no sé si tenía una relación… No sé bien la historia, pero es como que venía a mi casa, conoció a mi mamá, todo.
—¿No sufrió?
—No, porque me doy cuenta de que en realidad yo estaba feliz con mi laburo, viajaba mucho por Gente y no quería una relación. Hoy en día te digo que, evidentemente, no quería una relación estable. Entonces me venía bien eso. Pero después lo padecí. En realidad terminé la relación porque me enganché con otro, pero bueno, me di cuenta con los años que eso no estuvo bien. En el momento, la verdad, no registré.
—¿Y alguna vez sufrió por amor?
—Sí. Incluso cuando me separé del padre de mi hijo, sí. Intentamos volver y después no funcionó, pero sufrí igual porque también hay una cosa, o por lo menos a mí me pasa, no sé si a todo el mundo: cuando tenés un hijo es como que te da mucha culpa separarte. Y durante mucho tiempo lloré. Obviamente que en mi casa, y que Juani no me viera.
—Se la ve bárbara. ¿Cómo se maneja con la imagen? ¿Le cuesta o se relaja?
—Tengo etapas. Me cuido porque soy coqueta, lo fui siempre. La televisión es tirana, y además vengo de una televisión en la que también tenías que no ser excedida. Entonces por ahí me quedó mucho ese chip. Pero básicamente, ahora no me preocupa tanto. Hago détox o ayunos, pero no lo hago por un tema de estética.
—¿Qué es détox?
—Yo hago vivos (en redes) de espiritualidad, entonces un día encuentro una señora que está en España pero que es argentina y me pareció muy graciosa: baila, es higienista y hace détox. Aparte te hace cepillar el cuerpo con cepillos de cerda y demás. Haciéndole el vivo descubro un montón de cosas, muy gracioso, semillas, etcétera. Y ahí dije: “Voy a hacer el détox”. No llegué a los siete días pero me sentía con tanta energía que me encantó. Tenía rebien la piel, entonces lo tomé como costumbre. Y lo del ayuno tiene que ver más con otra cosa. No es el ayuno intermitente, es el ayuno católico. A mí me hizo muy bien el año pasado, sobre todo cuando volví a Intrusos. Sigo una página que es de un cura de Miami que hace el ayuno de 40 días. Imaginate mi familia cuando dije ”40 días”. Lo sentí. Obviamente, no es una dieta, es un ayuno católico y tenés que rezar.
—¿Qué es un ayuno católico?
—Es comer pan y agua solamente.
—¿Solo pan y agua?
—Sí, porque Jesús ayunó 40 días. Y lo hago para poder conectarme y despertar mi espiritualidad. Porque viste, uno vive terrenalmente. Yo ahora estoy de acá para allá, a las corridas. Entonces necesitaba algo para estar en paz, estar tranquila, saber qué quería, cuál era mi misión, qué es lo que quiero hacer de ahora en más. Lo pude hacer 15 días porque después justo me agarró COVID y no lo volví a hacer.
—¿Y qué descubrió después de ese ayuno?
—Ayudar. Comunicar y ayudar. Es impresionante la gente que me escribe, mujeres sobre todo. Hombres también, pero mujeres de todo tipo. Porque vos decís: “Si yo estoy haciendo espectáculos, ¿por qué me estás contando eso?”. Por ahí hay gente que necesita que la escuchen, mucha gente sola, y necesitan una palabra. Yo le contesto a todo el mundo en las redes. Y trato de ayudar. Y si no la puedo ayudar, ya el solo hecho de que se sientan leídos y contenidos y hablarles les cambia el chip. Y si los puedo ayudar a mejorar, por ejemplo, en otras cosas, a enseñarle cosas, herramientas, estas que yo aprendí, ¿por qué no hacerlo?
—Y usted, cuando necesita ayuda, ¿a quién recurre?
—Tengo muy buena gente. Tengo valores de mis viejos, que sirvieron para que yo en la vida me manejara dentro de todo bien. Porque si yo tengo que pedir algo hay gente maravillosa con la que he trabajado, familia, que yo sé que en los momentos difíciles están, estuvieron. Que a lo mejor no las frecuento seguido, no es que voy a comer, pero yo sé que levanto un teléfono y están.
—¿Cómo fue su infancia?
—Muy linda. Yo vengo de familia de panaderos: mis abuelos tenían panadería en Villa del Parque. Mi papá era químico, pero al final terminó trabajando en la panadería. Me acuerdo yendo en bicicleta a la panadería. Los primeros años vivíamos en Parque Leloir, y después pasamos a Villa del Parque.
—¿Qué le diría a la Marcela Tauro niña?
—Que demuestre más. Que ablande más el corazón. Lo tengo muy cerrado todavía. En este laburo, te vas poniendo capas. Pero debería volver a ser un poquito la Marcela niña en ese sentido. Estoy permitiéndomelo. Jugando. Bailar; eso, en público. Reírme mucho. Ahora lo estoy logrando. Y me permito jugar también. Por eso te digo: abrir un poco, manejarme más con el corazón.
—¿A qué le tiene miedo?
—A la muerte. A la enfermedad. Es algo que también estoy trabajando. Porque te iba a decir respeto, pero no: miedo. Sé que va a ocurrir en algún momento. De mis seres queridos, eso sí, lo manejo. Trato de no pensar, pero lo manejo.
—¿Le gustaría tener otro hijo?
—A Martín le encantan los chicos porque yo veo cómo se maneja con los niños. Y es algo que hablamos: por ahora no quiere ser papá. A mí me parece que sería un padre genial, pero bueno. ¿Sabés lo que me contestó? Hay otras formas de ser papá. Podemos adoptar, podemos ver otra forma.
—¿Volvería a poner el cuerpo?
—Hace un par de años te hubiera dicho que no. Ahora no sé, porque te repito: yo creo que si es de Dios, es de Dios. Y si tiene que ser lo pondría, sí, pero porque estoy en otra sintonía, a eso me refiero. Me dio también tranquilidad la respuesta de él. ¿Y también sabés lo que me pasó? Vivo el día a día porque si no estoy pensando: “No voy a poder tener un hijo y él va a querer”, entonces terminás no disfrutando de la relación o cortando. Ponele, si yo el primer o segundo año hubiera dicho no, porque va a querer tener un hijo, y me hubiera perdido de disfrutar seis años, casi siete, de felicidad y de contención--. Él me bancó muchas cosas, yo también a él. Ahí te das cuenta de que no está por interés.
—Para finalizar, ¿qué mensaje le gustaría dejar a su gente, a sus oyentes?
—Que disfruten. Me cruzo con mucha gente, mismo del medio, que no disfrutan. No nos quejemos tanto. Disfrutar lo que tenemos. Yo estoy disfrutando esta nota. Te agradezco, Marian, porque me estás haciendo sentir recómoda y disfrutar este momento, que por ahí yo tengo tendencia a quejarme. Y si no venía, me perdía de hacer esta nota maravillosa.
—La mataba si no venía...
—(Risas) Me matabas...
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