A mediados de los 80 se hacía un relevamiento, apenas un puñado de personas habrían respondido que sabían de la existencia de un tal Julio César Martínez. En cambio, si les preguntaban quién era el Facha Martel, nadie lo hubiera dudado: era uno de los hombres más conocidos de la Argentina.
Martínez era el nombre que figuraba en los documentos y el Facha, el actor que acompañaba a Alberto Olmedo haciendo reír en No Toca Botón, mientras en el cine participaba en éxitos populares como El Manosanta está cargado, Los pilotos más locos del mundo y Atracción peculiar. Pintón, carismático y entrador, parecía integrar el selecto grupo de los que transitan sus días sin problemas, pero el destino modificó lo que parecía una buena vida por otra invivible.
Antes de ser actor, Martínez intentó ser jugador de fútbol. Lo hizo seis meses en un equipo de Mar del Plata. Estaba a punto de ingresar en la Facultad de Derecho cuando le ofrecieron trabajar en fotonovelas. Cambió los estudios académicos por los estudios fotográficos. El mundo del espectáculo no le era ajeno. Su tío era Amadeo Mandarino, un cantor de Aníbal Troilo. Las fotonovelas le despertaron la curiosidad por actuación y se anotó en un curso con Marcelo Lavalle. Entre sus compañeros estaba otro tipo muy pintón: Claudio Levrino.
Convencido de su destino de actor, a mediados de los 70 actuó en La dama del Maxim’s en el teatro Astral. En los programas aparecía con su nombre real; todavía no era el Facha. De esa obra pasó a la televisión. Un amigo lo contactó con Nene Cascallar y ella decidió que ingresara al exitazo del momento: El amor tiene cara de mujer. Después siguió en Romina y Un día 32 en San Telmo.
Fue en esa época que se lo empezó a conocer como el Facha. El origen del apodo ofrecía tres versiones. Una y casi obvia, su indudable pinta. La segunda versión daba cuenta de que así se llamaba el personaje que encarnó en la obra Departamento de comedia, que protagonizó con Dorys del Valle y Emilio Disi. La última aseguraba que el sobrenombre surgió porque en sus épocas de futbolista, antes de salir a la cancha, se secaba el pelo con un secador y sus compañeros decían que en vez de jugar, iba a hacer facha. Esta versión es la que refrendaba el actor.
Aunque lo convocaban para infinidad de bolos, el gran papel no llegaba y la estabilidad económica tampoco. Fue entonces que Martel se las ingenió para encontrar una actividad en la que era único: el proveedor de cosas. ¿Qué hacía? El mismo lo contó en una nota de la revista Gente del año 1988. “Vendí buena ropa: en general modelos europeos que adaptaba junto con algún diseñador o que traía directamente de Europa. Los pasaba por la Aduana como efectos personales”.
Otro truco era hablar con proveedores que le exigían pago contado a los 30 días. Así que los invitaba a cenar a su casa y los ubicaba junto a algún personaje de la farándula. “Llegaban, se sentaban a la mesa con la misma gente que veían en la televisión. Resultado: el Facha conseguía financiación a 60, 90 o 120 veinte días”.
Su fama, que él mismo admitía al autodefinirse como “conseguidor de cosas”, se empezó a extender. “Si Olmedo me decía quiero un reloj que en el mercado está 150 dólares, yo lo consigo a 100 y se lo vendo al Negro en 120″, explicaba en aquella entrevista. Sus contactos con los joyeros de la calle Libertad eran cotidianos y obtenía no solo relojes sino también collares, pulseras y otras alhajas.
Muchos le aconsejaban que se dedicara al comercio porque era muy bueno para eso, pero él prefería la actuación pese a que sus dotes eran limitadas. Olmedo, medio en broma y medio en serio, lo llamaba “el galán de madera”. Y fue el Negro quien en 1981 le brindó la gran oportunidad: lo integró a No toca botón. Su participación todavía se recuerda.
En 1983 Martel conoció a un hombre que cambiaría su vida: Carlos Monzón. Se grababan los capítulos de Pelear por la vida, programa que protagonizaban Graciela Borges y Monzón. El Facha era parte del elenco. Actor y boxeador se hicieron amigos. Tanto que años después, Martel alquilaría una casa en Pedro Zanni 1567 de Mar del Plata para compartir con Carlos y su pareja, Alicia Muñiz. En esa casa Alicia se convertiría en una víctima y Monzón, en un femicida.
En el lapso de 21 días, Martel comprobaría que las desgracias y las malas decisiones no vienen solas. El 14 de febrero Monzón asesinaba a Alicia Muñiz en la casa que el actor había alquilado. Ante el juez, el boxeador admitió haber consumido cocaína. Martel se vio obligado a aclarar “Yo nunca anduve en la droga y desconocía que Monzón hubiese probado cocaína”.
Con su amigo en la cárcel, el Facha sufría otro golpazo. El 5 de marzo Olmedo caía de un piso 11 del edificio Maral 39, en la costa de Mar del Plata, y con sospechas de consumo de drogas. Algunas voces acusaban a Martel, ese hombre que se enorgullecía de ser “proveedor de cosas”.
Sin pruebas pero con vehemencia, como a veces suele exigir la televisión, Guillermo Patricio Kelly aseguró en un programa de alto rating que Martel era narcotraficante y que vendía drogas en París gracias a su vínculo con Alain Delon. El actor desmintió la acusación pero sí acepto que era consumidor. En otro programa se ventiló que había ejercido la prostitución, algo que muchos años después reconoció en Infama: “Fui taxi boy. Una vez me quisieron pagar con campos”.
Su nombre comenzó a ser un nombre maldito y los productores dejaron de convocarlo para trabajar. Durante un año estuvo encerrado en su casa. “Pasé meses en pijama, entre botellas de cerveza. Llegué a pesar 110 kilos”. Vivió un tiempo en Bariloche, escribió un unipersonal, estudió magia, presentó números musicales, organizó bailantas y hasta animó fiestas infantiles. “Gracias a Dios tenía una novia que me bancó. En invierno nos moríamos de frío, en verano de calor y todo el año pasábamos en hambre”, reconocía en Crónica, en octubre del 92.
Las cosas iban mal, pero Martel elegía lo que ayudaba a empeorarlas. “En el 91 o 92 tomaba las 24 horas. Sin tomar droga no podía ni levantarme. Perdí lo que no tenía. Un día me sangró la nariz; otro me quedé sin plata para drogarme. Escribí una nota y pensé en matarme. Gerardo Sofovich se enteró, me llamó una madrugada y me puso en el programa de (Mario) Sapag”.
Después de 13 años y de haber tocado fondo, en el 2001 lo volvieron a convocar para un programa de televisión, ya no como sospechoso sino como actor. Fue en El sodero de mi vida. Pisar nuevamente un set de televisión ayudó en su recuperación. En esa época también trabajó como presentador en un circo, algo que le sirvió de terapia. Estuvieron de gira 14 meses, en un ámbito familiar y con gente que lo cuidaba mucho.
Con poca continuidad en la televisión consiguió trabajo de relacionista público en algunas discotecas. Solía aparecer en ciclos de chimentos, ya sea para compartir su rehabilitación como adicto a la cocaína o recordar anécdotas de sus años con Olmedo.
Contaba que en una fiesta del jet set en Ibiza conoció a Roman Polanski y que le inventó que era tan fan suyo que hasta le había puesto su nombre a uno de sus hijos. Dijo que pagó tantas cajas de champagne para fingir, que “todavía tengo deudas con eso”, dejando la duda de cuánto era mito y cuanto realidad. Contaba que si invitaba a una chica joven a su casa, le ponía grabaciones viajes de cuando actuaba en No toca botón porque era una forma de que “me viera mejor”, y vaya a saber si no era su forma de verse mejor o recordar que alguna vez fue lo que ya no era.
El 22 de febrero de 2013 y luego de estar varias semanas internado, el Facha Martel murió. Tenía 65 años y un cuerpo que le había pasado factura. Le habían colocado dos stents tras haber sufrido un infarto. Su cuadro se complicó con una infección en el corazón que se sumó a sus problemas renales y de cadera. Repasando su vida, dicen que Dios nos habla a través de las desgracias, pero es cierto que le respondemos con nuestras decisiones.
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