Javier Bardem: los médicos que querían dejarlo morir de bebé, el pasado de stripper, su amor a destiempo con Penélope Cruz

Reconocido por su talento, fue el primer actor español en recibir un Oscar. Y asegura que “el éxito consiste en hacer bien aquello a lo que te dedicás”

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Javier Bardem (EFE)
Javier Bardem (EFE)

“Señora, es mejor que se lo lleve a su casa para que muera allí”, le dicen los médicos a esa mujer que acaba de parir y acuna a ese niño que nació con un problema pulmonar y bajas posibilidades de sobrevivir. Ella reprime el llanto, guarda la angustia pero la impotencia hace que se pregunte lo que no debería preguntarse “¿Qué mal hice para estar pagando por la muerte de otro hijo?”.

Este niño es su cuarto hijo y se llama Javier, como se llamó al tercero, ese pequeño que nació tan pequeño que falleció a los 21 días. La mujer mira a su bebé, lo ve tan quieto y tan dormido que teme que, otra vez, el maldito ángel de la muerte ocupe el del ángel de la vida. Y entonces le pide que no se vaya, que se quede con ella, le toca la manito y el pequeño, que sigue dormido, cierra sus puñitos y toma sus dedos. La mujer deja de llorar, ahora sí tiene la certeza de que su niño sobrevivirá. No solo sobrevivirá, con los años también se convertirá en uno de los actores más conocidos del mundo: Javier Bardem.

El español de los rasgos fuertes y las actuaciones descomunales es de esos artistas únicos que cada vez que aparecen en escena logran que todo se detenga. Si se repasa su historia familiar resulta increíble que de chico soñaba no con pantallas sino con pinceles. Hijo, hermano, sobrino y bisnieto de actores, no quería actuar sino pintar. Su madre, la actriz Pilar Bardem, respetaba su deseo pero también lo invitaba a conocer su mundo. Cuando cumplió cinco años logró que hiciera su debut en la televisión en El pícaro. En la escena pautada, Fernando Fernán Gómez le apuntaba con una pistola y él debía reírse, pero por el miedo, lloró. Su compañero sorteó con humor la situación: “No pasa nada, dejadle, es un actor dramático”.

De adolescente, Javier Bardem le dedicaba un poco de tiempo a la actuación pero mucho más al rugby. Aunque formaba parte de un grupo de teatro independiente y realizaba algunas participaciones en televisión, su gran pasión era la ovalada. Era un jugador notable tanto que ocupó el puesto de pilar en la selección juvenil de rugby de España. Aunque siempre repite que “jugar al rugby en España es como ser torero en Japón”, asegura que a ese deporte que practicó por 14 años “le debo el sentido de la lealtad y la amistad, valorar el trabajo en equipo y el sacrificio. Es el deporte por excelencia”.

Javier Bardem con Penélope Cruz en Jamón, jamón (GROSBY)
Javier Bardem con Penélope Cruz en Jamón, jamón (GROSBY)

Al momento de decidir qué quería estudiar no eligió la actuación sino Bellas Artes, pero la vida tenía otros planes. Estaba estudiando y necesitaba dinero para comprar óleos y pinturas. Ser mozo era una opción, pero teniendo en cuenta su entorno familiar había una vía más rápida y redituable. “Comencé a trabajar de extra y lo hice durante cuatro años”.

Si fue extra por comodidad también trabajó de stripper por casualidad. Tendría unos 20 años cuando un amigo le pidió que hiciera de desnudista para festejar el cumpleaños de su esposa. Bardem aceptó salir de un pastel gigante y, para hacerla completa, sumó una pequeña coreografía. Decidieron seguir el festejo en una discoteca. En un estado de “alegre ebriedad” y a pedido de sus amigos, repitió su número stripper. Lo hizo tan bien que el dueño del local le propuso repetirlo cada viernes y él aceptó porque “estaba borracho”, según contó.

A su primera presentación, ya sobrio, decidió llevar a su hermana y a su madre para que le prestaran el apoyo que necesitaba mientras interpretaba “You Can Leave Your Hat On”, de Joe Cocker, vestido de esmoquin. “No había nadie, habría como unas tres personas allí. Fue muy bochornoso, pero lo hice. Soy artista y di mi palabra”. Intentando ponerle un poco de onda al show invitó a subir a su hermana al escenario para bailar. La idea no fue buena ya que “entre tanto bailar le rompí la pierna”. Fue debut y también despedida.

Si el desnudismo no era lo suyo, la actuación comenzaba a serlo. Descubrió que actuar le gustaba y que ese vehículo de expresión que buscaba en la pintura lo encontraba en la interpretación. En pantalla impactaba por su imagen potente con una furia interpretativa que lograba que cada uno de sus personajes fueran únicos y sobre todo, inolvidables. Así se lo vio en Las edades de Lulú, Jamón, jamón, Huevos de oro y Días contados. Los directores quedaron encandilados con ese joven actor que se transformaba en cada trabajo y con una habilidad única para aparecer casi irreconocible en cada película.

Hollywood lo detectó, lo convocó, pero jamás logró su rendición incondicional. Bardem le dijo no a Steven Spielberg cuando lo llamó para participar en Minority report y tampoco aceptó ser parte de Bajos Instintos II con Sharon Stone. Sin embargo, aceptó sin dudar ser parte de Sendero de sangre, de John Malkovich.

Respondió “no” en ese lugar donde muchos tienen el sí fácil y explicó por qué. “Hay muy buen cine estadounidense, hecho con buenos guiones, pero yo no tengo acceso a él porque no dejo de ser un actor que habla un inglés mediocre y que no vive en los Estados Unidos”. Y siguió profundizando. “Quizás para películas de acción en las que el personaje es un prototipo, les da igual que hables mejor o peor, pero para hacer un cine de calidad hace falta un dominio del inglés del que yo carezco. Además no estoy ansioso por llegar a un sitio en concreto, solamente quiero seguir andando a mi velocidad”.

Javier Bardem, en Sin lugar para los débiles
Javier Bardem, en Sin lugar para los débiles

Y a su velocidad llegaron las oportunidades. Los hermanos Coen lo llamaron para ofrecerle Sin lugar para los débiles. Al escuchar la propuesta les contestó que no era el actor adecuado porque no sabía ni sabe conducir, no habla bien inglés y odia la violencia. La respuesta de los directores fue: “Precisamente por eso te hemos llamado”. Su papel de Anton Chigurh es considerado uno de los mejores villanos que vieron en el cine y lo llevaron directo y sin escalas a ganar el Oscar a mejor actor secundario, y se convirtió en el primer español en conseguir esa estatuilla.

Su talento descomunal hizo que Francis Ford Coppola lo señalara como el mejor heredero de Al Pacino, Jack Nicholson y Robert De Niro. Él lejos de sentirse halagado se sorprendió. “Me asombra que me comparara con esos artistas tan importantes. Siempre repito: ‘No creo en Dios, sí en Al Pacino”.

Con Julia Roberts protagonizó la comedia romántica Comer, rezar, amar. Antes de conocerlo, la ex Mujer bonita tenía cierta cautela con su compañero. Lo había visto en Sin lugar... y le parecía alguien muy intenso, pero sus dudas se disiparon al conocerlo. “Tiene una energía contagiosa, un gran entusiasmo, es muy alegre”, lo describió. “Estar con él en Bali -lugar donde filmaron- fue decididamente como tener un cachorro”. Ambos se hicieron muy amigos y se rieron de los rumores de romance. Roberts demostró que era una amiga leal cuando hizo campaña para que Bardem recibiera el Oscar por su actuación en Biutiful.

Si algunas estrellas de Hollywood demostraron su admiración por Bardem, él no dudaba en expresarla por un argentino. En una reunión pre Osca, con Nicholson, Al Pacino y De Niro, los tres elogiaban su trabajo y él sin falsa humildad, les respondió: “No, para mí, un buen actor es Ricardo Darín”. Lo increíble es que según contó Darín en una entrevista con Alejandro Fantino, no se conocían y “¡es muy difícil que alguien haga algo así en nuestro ambiente!”. Desde entonces son amigos. En Todos lo saben cumplieron el sueño de trabajar juntos.

Ricardo Darín, Ashgar Faradhi -director de Todos lo saben-, Penélope Cruz y Javier Bardem (Instagram)
Ricardo Darín, Ashgar Faradhi -director de Todos lo saben-, Penélope Cruz y Javier Bardem (Instagram)

El actor que intimida haciendo de narcotraficante y asesino en Loving Pablo, que conmueve como ese tetrapléjico que lucha por que le concedan el suicidio asistido en Mar Adentro, que dispara fantasías erótica en Boca a Boca y al que dan ganas de ayudar cuando es ese desocupado de Los lunes al sol, lejos del set es un ser con algunas peculiaridades. Por culpa de la película Tiburón que vio de pequeño y lo traumó bastante, le tiene miedo al mar y solo nada cerca de la orilla. Jamás aprendió a manejar porque su mayor temor es morir en un accidente de tránsito. En las películas, si le toca conducir lo hace un doble. Aunque ganó seis Goya, un Globo de Oro, un BAFTA y un Oscar, y desde el 2000 filma dos películas por año, jamás vio un filme donde actúa salvo El pícaro, la historia que rodó a los cinco años. Sí vio y muchas veces a la banda AC/DC, ya que es fanático del heavy metal y en particular de ellos.

De su vida amorosa se sabe poco. Defiende su intimidad a rajatabla y lo logra, todo un mérito para alguien casado con Penélope Cruz. La primera relación conocida de Bardem fue con Cristina Payés, su profesora de inglés en sus primeros años de carrera en el cine. La relación duró una década. Con Belén Rueda y Ruth Gabriel vivió romances breves y siempre discretos.

En 2007 fue convocado por Woody Allen para filmar Vicky Cristina Barcelona. Penélope se reencontró con Javier 15 años después de haber protagonizado con él Jamón, jamón. Quizás al verse habrán pensado “nosotros, los de antes, ya no somos los mismos”. Adultos, famosos globalmente, idolatrados.

No fue fácil el romance. No hubo flechazo inicial, más bien dudas. “Penélope tiene mucha energía, lo que a mí me gusta llamar sangre apasionada. En Vicky Cristina Barcelona compartimos escenas en las que discutimos, ella lanza platos…Tuve que preguntarme: ‘¿Realmente quiero esto?’”. El carácter de Penélope finalmente le pareció hipersexy y comenzaron su historia de amor.

“Como nos conocimos mucho tiempo antes, al volvernos a ver vimos a las personas y no a las estrellas del cine o a los personajes”, reflexionó el actor. Asegura que Cruz “siente pasión por todo. Es lo que me parece atractivo de ella. Hay que tener belleza y saber ser sexy. Penélope tiene ambas cosas”. Pavada de piropo dirían en el barrio.

Javier Bardem y Penelope Cruz, en los Goya 2022 (REUTERS)
Javier Bardem y Penelope Cruz, en los Goya 2022 (REUTERS)

Mantuvieron el romance en absoluto secreto. La primera foto de ellos fue en unas vacaciones juntos en Maldivas. Después otras, todas casuales, nunca pautadas recorriendo alguna ciudad, a la salida de un restaurante. Jamás hablaron de su vida privada, ni dieron una entrevista juntos, nunca mostraron su casa, ni posaron para revistas de realeza o de actualidad. “La fama es repugnante por sí misma”, solía decir Bardem, algo a lo que Penélope adhirió.

Se casaron en 2010 en el más absoluto secreto. Solo trascendieron dos datos: la celebración se realizó en una isla privada de las Bahamas, propiedad de Johnny Depp, amigo del novio, y Penélope llevaba un vestido del diseñador John Galliano, amigo de la novia.

Al año llegó su primer hijo, Leo, quien nació en Estados Unidos en una exclusiva y carísima clínica de Los Ángeles, por lo que fueron criticados. Dos años después, en 2013, nació su hija, Luna, y esta vez decidieron tenerla en España. Aunque guarda su intimidad, padre al fin, Bardem no pudo menos que hablar con orgullo de sus descendientes: “Mis hijos son increíbles. Nos tienen en sus manos. Lo que más me gusta es pasar horas y horas jugando a princesas y dragones con ellos y con mi mujer”. También reconoció que “estar más de dos semanas lejos de casa prácticamente me parte el corazón. Mi cuerpo empieza a experimentar síntomas físicos”.

Pilar Bardem solía contar que del nacimiento traumático de su cuarto hijo sacó una enseñanza: “No hay que refocilarse en la pena, porque siempre aguarda otra mayor. Hay que vivir, luchar y levantarse cada día”. Esa fue la enseñanza que le transmitió a sus hijos. Viendo la carrera de Javier Bardem parece que aprendió a no refocilarse en la pena, pero tampoco a marearse con el éxito.

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