“Merendábamos besos y porros, y las horas pasaban de prisa entre el humo y la risa”. La introducción de Con la frente marchita, la canción cargada de nostalgia que Joaquín Sabina escribió pensando en “mi Buenos Aires querido” podría resumir perfectamente su vida, cargada de excesos, noche, arte y mujeres. Porque el compositor español, que nació un día como hoy hace 74 años, tuvo un pasar tan trajinado como polémico.
Más activo que nunca, acaba de estrenar un documental sobre su vida llamado Sintiéndolo mucho y prepara una gira que lo traerá a Argentina durante todo marzo, para presentarse tanto en el Movistar Arena de la Ciudad de Buenos Aires como en el estadio Mario Alberto Kempes de Córdoba y en el autódromo de Rosario. Y hoy, en su cumpleaños, tenemos una buena excusa para repasar algunos de sus éxitos y sobre todo, para volver a escuchar su obra. Esa que fue pañuelo de tristezas y decepciones; cortina musical de amores profundos; repertorio de karaokes o compañía en plena soledad.
Y si bien, muchas de sus letras, inolvidables, hoy no pasarían el filtro si se las escuchan con perspectiva de género, lo cierto es que su influencia es innegable. Y así también, enamoró mujeres por todo el mundo. Fue en la biografía En carne viva, que el español habló de aquellas selectas que tienen en su haber el diferencial de haber disparado en él algo más que alegrías o lágrimas. Sus musas. “Porque el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren”, escribió en 1996 en el tema Contigo del disco Yo, mí, me, contigo. Por eso decidió llevar esos amores para siempre consigo.
Dos matrimonios, dos hijas y muchos amores efímeros- que él llamará Aves de paso- forman parte de su recorrido sentimental. A través de su música se puede seguir el pulso de aquellos amores que describió a la perfección, desnudando incluso su alma, con una pluma invaluable.
Se retiró oficialmente del catálogo de hombres solteros hace más de dos décadas, cuando conoció a Jimena Coronado y cayó fulminado de amor. En 2019, durante el cumpleaños número 50 de su compañera, Sabina se arrodilló, le ofreció un anillo y en verso le pidió que sea su esposa. Se casaron en secreto un año después, en plena pandemia, con barbijos y un testigo de lujo, Joan Manuel Serrat.
Una especie de moño para esa relación que lo ayudó a recuperarse de la depresión y las adicciones. Un gesto para esa mujer que estuvo a su lado incondicionalmente y lo acompañó en los momentos en los que su salud comenzó a pasarle factura por los años mal vividos. Pero antes de la calma, el huracán. Y otras musas que pasaron por su vida.
De Capuletos y Montescos, o el primer amor prohibido
“Juegos de manos, a la sombra de un cine de verano. Juegos de manos, siempre daban una de romanos. Era condición esencial organizar bien el modo, de entrar en la semi oscuridad blanca y negra del nodo, y mientras en el circo un león se merendaba a un cristiano, la nena se dejaba besar que no la pille su hermano”, reza la canción Una de romanos que describe a la perfección a su primer amor.
Virtudes Artero, más conocida como Chispa, era la hija del notario en la Úbeda natal de Sabina. El padre de ella no aprobaba la relación por la desigualdad de clase social. “Sus padres se oponían radical y frontalmente y los míos estaban encantados porque era subir un poquito de clase, el padre era el notario”, contó el cantante años después entre risas.
Para separarlos, la familia de su novia se mudó a cientos de kilómetros. “Entonces al otro día fuimos con mi amigo Paco Fuentes, cogimos una tienda de campaña y aparcamos en un descampado al lado de su casa. Así que el padre cuando se levantó a afeitarse se encontró con ese par de impresentables y eso ablandó el corazón de la madre que entendió que la tenía que querer para hacer eso”, recordó sobre sus exsuegros.
Cada vez que la visitaba, la muchacha armaba folletos de promoción y le conseguía conciertos en el colegio de monjas donde estudiaba, para que él pudiera cenar y quedarse más tiempo cerca suyo. “Cantaba Atahualpa Yupanqui y toda música latinoamericana que a las mujeres les gustaba mucho. Fueron sus primeros shows”, explicó Virtudes, pieza fundamental de aquellos comienzos.
La princesa que no fue
Arianne Sved nació en 1963 en Inglaterra y Sabina se inspiró en ella para escribir Princesa. En esa pieza musical, el cantante habla de una joven adicta de la que era conveniente alejarse. “Entre la cirrosis y la sobredosis, andas siempre muñeca. Con tu sucia camisa y, en lugar de sonrisa, una especie de mueca. Cómo no imaginarte, cómo no recordarte hace apenas dos años, cuando eras la princesa de la boca de fresa, cuando tenías aún esa forma de hacerte daño”, canta ya en la primera estrofa y fulmina en el estribillo: “Ahora es demasiado tarde princesa, búscate otro perro que te ladre, princesa”.
Era la década del 80, el músico era un treintañero y la joven inglesa era 14 años menor. En su libro contó un poco más sobre el romance: “Era una belleza pintada por Botticelli con la que me acostaba cuando iba a Logroño, y con la que alguna vez me fui a un pueblecito perdido a pasar un fin de semana. Luego se vino a Madrid y fue cayendo en picada. Eso llevó a la heroína y en ese momento hice la canción. Afortunadamente, esa chica que vivió momentos muy malos, tengo entendido que ya está bien y me alegro mucho por ella”.
La madre de sus hijas y la mujer que más noches le llevó olvidar
“Mi tercera mujer, era, señores, de todos los amores que he perdido, el que más me ha dolido. ¿Adivinan? se llamaba Dolores”, canta en Pero qué hermosas eran, una canción donde habla de las mujeres que le destrozaron el corazón a partir de nombres ficticios. Pero por más empeño que le quiera poner a esos personajes de ficción, aquella Dolores en realidad se llama Isabel Oliart y es la madre de sus dos hijas, Carmela y Rocío.
Esta vez el dolor no llegó del abandono de su mujer, sino del desgaste por sus constantes infidelidades y la doble vida que llevaba junto a la modelo Cristina Zubillaga, relación que Isabel soportaba en silencio. “Y cada vez peor, y cada vez más rotos. Y cada vez más tú, y cada vez más yo, sin rastro de nosotros”, reza el desolador tema Amor se llama el juego.
A su amante le dedicaría una de las canciones más populares: 19 días y 500 noches. En esa prosa, contabilizó la cantidad de noches que le llevó olvidarla y como una especie de bumerán, describió cómo el karma disfrazado de mujer le desgarró el alma y le hizo pagar así, cada una de las lágrimas que derramó la madre de sus hijas. “Tenían razón mis amantes en eso de que antes, el malo era yo. Con una excepción… esta vez yo quería quererla querer, y ella no”, lanza, en una de las estrofas más descarnadas. Otra vez le tocó perder.
A sus dos niñas, con quienes recién comenzó a tener relación entrada la adolescencia, también les regaló algunas canciones. “Para que mis allegados, condenados a un ingrato futuro, no sufran lo que he sufrido, he decidido no dejarles ni un duro, sólo derechos de amor (…) Y cuando a mi Rocío, le escueza el alma y pase la varicela, y un rojo escalofrío marque la edad del pavo de mi Carmela, tendrán un mal ejemplo, un hula hop y un D’Artacán que les ladre, por cada beso que les regateó el fanfarrón de su padre”, detalla la letra de A mis cuarenta y diez.
La canción Ay Rocío incluida en su disco Alivio de luto, rememora la pelea que tuvo con su hija menor cuando ella mandó “un e-mail parricida” diciéndole que fumara, que bebiera, que se drogara... pero que ella ya no le iba a hacer más caso a partir de ese momento.
Los amores argentinos
En 1998, Joaquín estaba instalado en Argentina grabando el disco Enemigos íntimos junto a Fito Páez cuando conoció a Paula Seminara, una chica de 19 años oriunda de González Catán -partido de La Matanza- que le terminaría rompiendo el corazón. Por aquel entonces, el español tenía casi 50 años pero la diferencia de edad no importó para enamorarse y vivir un apasionado romance durante un año y medio con esta joven que fue a verlo al hotel donde se alojaba para conseguir su autógrafo y, al no encontrarlo, le dejó una carta en la que manifestó su deseo de conocerlo. Y a partir de ahí, lo típico: la invitó a un show, fueron a cenar y Cupido se encargó del resto.
Recorrieron juntos México y España en la gira presentación del disco pero también, las calles de González Catán porque a Sabina le encantaba rodearse de la familia de Paula. Frecuentaban Pepote, una pizzería del barrio y festejaron el vigésimo cumpleaños de la joven con una reunión íntima en la que el músico y su suegro cantaron sin parar desde las 10 de la noche hasta al amanecer. “En mi casa entraban y salían vecinos a cada rato. Fue una noche muy especial”, recordó la mujer años después.
Fue Paula quien le contagió su pasión por Boca Juniors y si bien nunca pudieron ir juntos a la cancha, la ruptura originó uno de los temas más celebrados del cantautor, Dieguitos y Mafaldas. Con el corazón roto por el abandono de su novia bonaerense y en viaje a Madrid, escribió una canción con una identidad argentina que nos define y aún se sigue cantando: “Veinte años cosidos a retazos, de urgencias, disimulos y rutinas. Veinte años cumplidos en mis brazos, con la carne del alma de gallina. Veinte años de príncipes azules que se marchaban antes de llegar, veinte tangos de Manzi en los baúles, veinte siglos sin cartas de papá. De González Catán en colectivo, a la cancha de Boca por Laguna -en referencia al transporte público de la Línea 86 que une el oeste del conurbano con La Boca-. Va soñando, hoy ganamos el partido, la niña de los ojos de la luna”.
Ese recurso de cantar el recorrido de un transporte público ya lo había utilizado años antes, motivado por otra argentina: Lucía Inés Correa Martínez. En el tema llamado Caballo de cartón, Sabina grafica: “Sol, Gran Vía, Tribunal… ¿Dónde queda tu oficina para irte a buscar?”. Ahí recorría mentalmente las paradas del metro que hacía ella para ir al trabajo cuando vivían juntos en España.
A Lucía la conoció en Londres durante el exilio y al tiempo volverían juntos a Madrid. “Yo era un hippie total y me quería suicidar por tener que ir al ejército. Entonces me enteré de una fórmula: si te casabas, podías ir a dormir fuera del cuartel todas las noches. Inmediatamente llamé a todas las chicas que conocía. Y ella fue la única que me dijo que sí. El matrimonio duró lo que duró la milicia: muy poquito”, reía el músico al recordar la experiencia de su primer matrimonio fechado el 18 de febrero de 1977.
Rosa de Lima, el amor para siempre
“Jimena tiene un máster en desengaños, Jimena es una mina antipersonal, se acuerda de quererme cada dos años, mientras yo me las apaño para olvidar”, la describe con una prosa maravillosa en Rosa de Lima a su compañera actual, Jimena. “Hasta las suelas de mis zapatos te echan de menos. Ropa de abrigo, ven, vente conmigo”, reza el estribillo desde donde la invita, sencillamente, a dejar su Perú natal para mudarse con él a Madrid. Y así fue como esta mujer, que por ese entonces tenía 30 años, cruzó el océano Atlántico y se instaló con el cantante en la casa de la calle Relatores, al lado de la céntrica plaza de Tirso de Molina.
La historia comenzó en el siglo pasado. Se conocieron en 1994, en una habitación de un hotel de Lima. El español estaba presentando su nuevo disco, Esta boca es mía; ella -hija del ex presidente del Banco Central de Reserva del Perú- era reportera gráfica del diario El Comercio y fue junto a una periodista a entrevistarlo para la gira promocional.
Esa noche quedaron en un bar, él llegó dos horas tarde a la cita pero ella lo esperó. Hablaron durante horas, ambos tenían pareja, no pasó mucho más. Años después, Sabina aún lloraba por Paula Seminara y comenzó a volcar todo su dolor en el álbum 19 días y 500 noches y se desconectó de todo por varios meses. Cuando por fin terminó esa experiencia inmersiva descubrió que lo esperaba una carta de Jimena, donde le decía que ya era soltera y no había impedimentos para estar juntos.
La invitó a Venecia pero ella lo citó en Ciudad de México y ese encuentro fue explosivo y determinante. Joaquín le compuso la canción de la propuesta, Jimena armó las valijas y fue a su encuentro. Corría 1999, desde entonces comparten la vida.
Coronado fue clave en la recuperación del cantante tras el infarto cerebral que sufrió en 2001 y en cada uno de los episodios de salud que lo tuvieron en jaque. Además, se convirtió en su persona de máxima confianza, quien limpió su entorno y le trajo paz: es la que responde las llamadas, la que restringe las visitas y quien autoriza las entrevistas a la estrella. Su representante y su fotógrafa personal. “Jimena ha estado conmigo en las buenas o en las malas. De gira, si no viene ella, no voy. Antes era al revés, sexo, drogas y rock and roll y no había que llevar a la novia ni a la mujer”, confesó él en una entrevista. Amor del bueno, contenedor y reparador. Tal vez, muy pronto, se le de por escribirle nuevas canciones: las estamos esperando.
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