Antes de que Jenna Ortega la interpretara de manera brillante en la serie de Netflix, en el imaginario colectivo, Merlina era Christina Ricci. Y esto era así gracias al suceso en los cines de Los locos Addams, allá por 1991.
Esta divertida comedia de humor negro, muy distinta a las que solían producirse por entonces, logró que el publico resignificara los personajes que habían sido lanzados en la serie homónima de 1964, como Largo, Dedos y el Tío Cosa. Además, Anjelica Huston y Raúl Juliá se ganaron el cariño de todos con la entrañable pareja de Morticia y Homero. Pero, lo dicho, hubo una niña que acaparó una atención especial: con apenas 10 años, Ricci sorprendió por la manera de desenvolverse en el personaje de Wednesday Addams, conocida en Hispanoamérica como Merlina.
Aquellos eran tiempos felices para Christina. A partir del filme comenzó a obtener papeles con mayor rigurosidad. Y ella, mientras tanto, combinaba a la perfección el colegio con las horas de filmación. A los 12 años reafirmó sus condiciones cuando salió a la luz Los locos Addams 2. “Fueron mis días de gloria. He disfrutado de algunas experiencias increíbles y me encantaba trabajar cuando era pequeña, y que me dijeran que tenía talento”, contó tiempo después en Glamour.
Sin embargo, Ricci se topó con un bache al alcanzar los 13 años. Sucedió que sus padres se separaron. Tanto la actriz como sus tres hermanos mayores se mudaron con su madre y desde ese entonces, nunca más vieron a su papá. Eso la llevó a repensar, pese a su corta edad, qué iba a ser de su vida artística. Pronto entendió que allí encontraba felicidad, y siguió esos pasos para escapar de los sinsabores hogareños.
Su carrera había arrancado gracias a la mamá de un compañero de colegio, quien al notar que en las obras de los actos escolares esa niña tenía tanto potencial, habló con sus padres para aconsejarles que la llevaran a tomar clases de interpretación. Sin embargo, Christina no dio tan fácil ese primer paso: sus progenitores se oponían, aun cuando el resto de la familia la respaldaba. “Mis hermanos intimidaron a mi madre para que me dejara tomar la decisión. Y estaban tan metidos en eso... pensaron que sería divertido verme en la televisión. Y yo estaba como: ‘Claro, haré cualquier cosa para hacer que los chicos se rían’”, contó Ricci en The Guardian.
Y en eso estaba, entreteniendo a propios y extraños, hasta que llegó el momento del quiebre. A menudo los niños que se dedican a la actuación enfrentan el trauma de la transición: quedan empantanados en los papeles que llevaron adelante en la etapa inicial de sus carreras y no consiguen escapar de ahí. Con el paso de los años, las oportunidades van escaseando hasta que las mismas puertas del mundo del espectáculo, antes abiertas por completo, se clausuran. “Mi vida laboral ha tenido altibajos, pero estoy aquí. Pude pasar una barrera y quedar de este lado, recordando mis comienzos, pero entendiendo que ya no soy esa”, advierte una Christina madura.
La consolidación llegaría a los 23 años cuando la convocaron para acompañar a Charlize Theron en la premiada Monster. Un drama que le posibilitó a Ricci el ingreso a otro estilo de cine, ya realizando papeles más complejos a los que venía realizando. Hasta se lo tomo con humor cuando se lo preguntaron. “Al principio pensé: ‘¡Oh, Dios, es tan extraño!’, porque durante años fui la más joven, aunque no actué de acuerdo con mi edad. Solo recuerdo que sucedió gradualmente: de repente los asistentes personales se volvían más jóvenes, y luego, de repente los jefes de departamento eran más jóvenes que yo. Eso era extraño. Pero ahora me acostumbré. Soy un adulto y tengo que lidiar con ese hecho”.
Más allá de esto, atesora los recuerdos de cuando era una nena que jugaba a actuar, y luego una adolescente que se lo tomaba muy en serio. “Me encantaba ser buena en algo. Y me gustaba mucho todo el apoyo positivo que recibía a diario. Me gustaba contar con la oportunidad de utilizar mi imaginación a diario de una forma que creaba cosas. Resultaba genial poder hacer eso siendo tan pequeña. Fui muy feliz”.
En medio de la dicha absoluta, el drama. En 2011, mientras filmaba la serie Pan Am, conoció a James Heerdegen. La relación se hizo pública un año después de su inicio, cuando decidieron no ocultarse más. A principios de 2013 se comprometieron y unos meses después, en octubre, se casaron. Fruto de esa relación tuvieron un hijo, Freddie, quien hoy tiene ocho años.
“El matrimonio te muestra tus defectos en la forma en que manejas las cosas, y tener un hijo te obliga a crecer a la velocidad de la luz”, declaró la actriz, para enseguida advertir: “Soy una persona completamente diferente de lo que era antes de tener a mi hijo”.
De la felicidad al terror
A los ojos de la prensa y los fans, todo marchaba bien entre Christina y James. En cambio, en la intimidad se vivía otra situación. En junio de 2020 Ricci presentó una demanda para ponerle punto final a su matrimonio. Se dio en medio de un verdadero escándalo, que incluyó una orden de restricción para Heerdegen, quien no podría acercarse a menos de 200 metros de su expareja ni de su hijo. Según reveló la actriz, el maltrato físico y verbal comenzó en 2013, cuando estaba embarazada.
En el 2021, ya en otro presente amoroso -en pareja con el músico Mark Hampson- y habiendo sido madre nuevamente -Cleopatra cumplió dos años-, volvió a hablar de su paso por el infierno. Puntualmente, del día que se fueron de vacaciones a Nueva Zelanda. Según Christina, Heerdegen había ideado matarla: su plan habría sido descuartizarla para poder ocultar sus restos.
“Aquella noche escondí todos los cuchillos que había en el sitio donde nos estábamos alojando. Temía realmente por mí y por mi hijo. Dormí en una habitación aparte con él, y cerré la puerta con pestillo”, narró en TMZ, puntualizando que ese día fue hostigada durante las 24 horas: golpes e insultos constantes delante de su hijo.
Apenas regresó a los Estados Unidos hizo la denuncia que aún persiste: el hombre todavía no se puede acercar a ninguno de los dos. La medida judicial se va renovando: cuando se impuso la perimetral, el acoso era telefónico, con mensajes intimidatorios.
A modo de prueba, Christina presentó fotografías que evidenciaban las marcas en su cuerpo de los golpes que habría recibido durante años, los que decidió esconder y no hablar de la violencia ejercida por su entonces marido. Recién lo hizo cuando sintió que su vida corrió peligro. Explicó que había optado por el silencio para conservar su imagen y preservar a su familia. Luego comprendió que sacarlo a la luz y presentar una denuncia en la Justicia era lo indicado para que otras mujeres que atravesaran una situación similar pudieran superarla. Y no esperar en vano, como lo hizo ella.
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